jueves, 11 de diciembre de 2014

Georgiana capitulo 7

Capitulo VII: Un evento interesante
Finalmente, llegó el evento organizado por LeBlanc Editorial para agasajar a sus futuros autores y yo llegué con la hora pegada al culo. O dicho de una manera más formal, acorde al nivel académico de dicho acto, llegué cuando faltaban pocos minutos para que diera comienzo el acto de manera oficial.
Cuando llegué a la recepción de dicho evento, caminé con pasos inseguros.
Realmente, no sabía muy bien si había llegado al lugar correcto. Y por eso, me asomé varias veces al interior en la sala, oculta gracias a la protección que me proporcionaba una enorme columna salomónica.
Me surgían las dudas porque mirase donde mirase solo había fotografías y titulares de Dash, en blanco y negro, sepia y a todo color y…en diferentes tamaños. En otras palabras, esto parecía un templo consagrado a la persona de Dash y no un evento publicitario para dar a conocer los diferentes trabajos y estudios de los investigadores seleccionados por la editorial.
Cierto que no habíamos salido en las portadas de las revistas (aún) pero éramos treinta y un personas más, así que al menos una ligera mención a los demás no estaría mal.
Pensando en lo ridícula que parecería si alguien me descubría de esta guisa, casi camuflada pero no del todo, salí de mi “escondite”.
Eché un vistazo a los invitados y vi a mis amigas.
Unas amigas con las que no había vuelto a hablar desde el sábado de la locura colectiva y con la que no había vuelto a hablar desde entonces. Decidí que no iba a ser este el momento, así que caminé en dirección contraria.
Apenas di un par de pasos en la dirección puesta cuando Dash apareció de la nada frente a mí.
-          ¡Georgiana! – exclamó, dando un repaso a mi atuendo.
“Ale, ale… a desatar lo rumores” pensé con fastidio.
– ¡Estás guapísima! – exclamó.
“Bueno, si por guapísima entiendes un vestido negro simple de oferta y unos tacones rojos a juego con mi bolso, entonces lo estoy” pensé.
Para mí, estaba simplemente normal.
-          ¡Vaya! – exclamé, fingiendo sorpresa. - ¡Si es el hombre del evento! –exclamé.
-          Sí – asintió, visiblemente incómodo.
-          ¿Qué se siente al ver tu cara por todas partes y una de las portadas de las revistas más prestigiosas del país? – le pregunté.
-          Es un alivio – me confesó.
-          ¿Alivio? – pregunté, confundida.
-           – Ya sabes, antes solo había salido en las portadas de los periódicos del instituto y de la universidad anunciando que había ganado o bien el primer premio de matemáticas o bien de ciencias y quedaba como un friki – explicó.
-          Bueno, ahora también has quedado como un friki de las matemáticas pero de una manera mucho más estilosa – expliqué. -  Y yo también aparecía en los periódicos como la campeona de ortografía y me gustaba – añadí.
-          Recupera esa sensación porque en cuanto tú publiques tu tesis también comenzarás a ser portadas de revistas  – me dijo.
-          ¡Si, claro! – exclamé, sin creer una palabra de eso. – A propósito de eso, gracias. Samanta me ha contado lo que le dijiste a Harry para convencerle de que aceptara mi tesis – expliqué.
-          Yo no hice nada – replicó él, rehuyendo mi mirada. – Y no quería publicarte porque no te conoce, en cuanto lea algo de tu tesis, lamentará haber pensado que no quiso publicarla – aseguró, apretándome la mano.
-          A eso se le llama exceso de confianza – expliqué.
-          A eso se le llama realismo – rebatió él. – Recuerdo cómo me explicaste lo de los guantes quirúrgicos y si cuentas el resto de tus artefactos de forma mínimamente parecida a como me contaste lo de los guantes a mí, no tengo dudas de que será un exitazo – aseguró. – Y aquí entre tú y yo- dijo acercándose a mí para susurrarme al oído: - Puede que el señor LeBlanc se crea alguien de éxito y muy inteligente pero… yo no creo que sea tan bueno como se cree – Reímos cómplices.
-          Ejem… Dash – dije, girándole en dirección al señor LeBlanc. – Tu público te reclama – añadí.
Y así me quedé sola en la fiesta.
La sensación de sentirse sola en una habitación llena de gente no es para nada agradable, sobre cuando tienes personas en esa misma habitación hay personas que son amigas íntimas y forman parte habitual de tu vida en circunstancias favorables. Bien por discusiones o bien por estar demasiado ocupado.
Una solución hubiera sido llevarme a algún amigo o familiar de fuera. El problema en este caso era que en mi invitación en ningún momento se especificó que debíamos ir acompañados… Una lástima porque estoy segura de que a mi cuñada Bianca le hubiera encantado estar aquí hoy conmigo.
Así que seguí sola, dando vueltas alrededor del salón.
Comencé a sentirme deprimida así que decidí ir a tomarme una copa de champán; o vino blanco, no estaba muy segura de qué podía ser sin haberlo probado.
Pero era alcohol.
Perfectamente válido.
Cogí una de las copas que el camarero me había ofrecido en una bandeja.
“Champán” pensé. “No podía ser de otra manera dado el nivel” añadí.
Bebí un sorbo mientras me giraba y… Harry LeBlanc apareció de la nada ante mí. Y claro, a punto estuve de tirarle la copa de champán en su traje de chaqueta, que seguro que costaba más que mi sueldo de un mes.
Por suerte para mí, no pasó nada y mi cuenta bancaria no sufriría ningún hachazo severo.
“Menos mal…” pensé.
-          Lo siento – dije.
-          ¡Vaya, vaya, vaya! – exclamó él sin darle demasiada importancia al hecho que había estado a punto de suceder. Pero si es la pequeña Georgiana Leakey – añadió, mirándome como un depredador que mira a su presa y que se estaba relamiendo prolongando el momento de espera.
Debí sentirme amenazada y en peligro por semejante comportamiento de depredador no disimulado frente a mí, pero en lugar de sentirme así, lo único en lo que no podía dejar de pensar era que era igualito a Justin Theroux, el novio de Jennifer Aniston. Así soy yo.
-          ¿Pequeña? - pregunté, dolida. – No creo que sea una mujer pequeña señor LeBlanc y no finja expresión de sorpresa porque ambos sabemos quién es usted porque su rostro es el segundo que más veces aparece representado  en esta sala – añadí. – Pero como iba diciendo… yo no soy una mujer pequeña señor LeBlanc, mi altura está dentro de la altura media de las mujeres de mi generación. Pero claro, si me compara con usted sí que soy pequeña – pensé. – Y lo mismo sucede si se refiere a mí como pequeña de edad si me compara con usted, porque usted es al menos seis años mayor que yo, pero en ningún caso no quiero que me llame pequeña porque indica una relación de familiaridad que usted y yo no tenemos porque hoy es la primera vez que nos hemos visto – expliqué, iniciando mi retirada aunque sabía que él y yo teníamos una conversación pendiente.
-          ¡Vaya! – exclamó sorprendido soltando una carcajada. – No sabía yo que ibas a ser tan divertida – añadió. – Si lo llego a saber, te hubiera llamado a mi despacho – añadió con seguridad.
-          Sí, es un error que la gente suele cometer mucho conmigo por la carrera que he estudiado, pero aquí estoy yo, rompiendo estereotipos – dijo, con una mueca por sonrisa. – No se preocupe señor LeBlanc, errar es humano – añadí, con condescendencia. – Y ¿sabe otro dicho que se relaciona con errar? – le pregunté. – El hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra – expliqué.
-          Presumo que estamos hablando ahora de su tesis ¿verdad? – preguntó.
-          Es usted un hombre muy inteligente – ironicé.
-          Y ahí apareció el primer cumplió de la conversación – anunció él, con una sonrisa. Al parecer, estaba disfrutando nuestra conversación.
-          Dejémonos de rodeos de una buena vez señorita Leakey, sí es cierto dudo muy y mucho de la calidad académica que puede tener  una tesis que puede tener el amor como tema central – explicó.
-          Eso es porque no ha leído muchas – repliqué.
-          No he leído muchas porque nadie las ha tomado en consideración o tan improcedente como para dedicar un tiempo precioso de su vida a semejante estupidez – me dijo.
-          Entiendo que su opinión con respecto al tema no es precisamente subjetiva ni la más adecuada dado su pasado sentimental -  añadí, haciéndole ver que nada de lo que dijese me iba a hacer cambiar de opinión.
-          Al contrario, es precisamente mi opinión con respecto al tema lo que me permite actuar con total claridad. Sí que es cierto que no le concedo credibilidad como tema de tesis doctoral pero… llevo más de quince años trabajando en la industria editorial en la empresa de mi madre y sé reconocer cuando tengo un filón delante de mí gracias a mi instinto. Y su tesis señorita Leakey es un filón para el gran público en general así que, ese y no otro ha sido el motivo por el cual decidí convertirla en uno de nuestros seleccionados – me aclaró. – Pero hágame un favor y mantenga el secreto entre nosotros, no quiero romper las ilusiones creadas en el señor Fitzroy y sobre todo en Sam – me pidió entre susurros.
-          Me alegro de que su instinto sea la única parte de usted que es inteligente – ironicé. – Si alguna vez me lo encuentro, se lo agradeceré – aseguré.
-          Al contrario señorita Leakey, la he seleccionado pero no las tiene todas consigo – me advirtió. – Sé que está organizando una exposición sobre el amor a lo largo de la historia en el museo en el que trabaja. Bien, exijo que me envíe una copia de la información que lleva redactada hasta ahora y que esté en mi oficina el lunes a primera hora. Quiero asegurarme de que no he cometido un error con mi decisión y ver de qué material está hecha. Una semana después de habérmelo enviado, llámeme – explicó. – Estaré encantado de compartir mi opinión al respecto con usted mientras cenamos – me susurró.
Y después se marchó, como si de un fantasma se tratara.
Mientras le vi reaparecer, dos dudas se repetían en mi mente.
¿Acababa de tirarme los trastos Harry LeBlanc?
Pellizcadme porque eso es superar lo absurdo”
Y sobre todo, ¿cómo iba a llamarle si no tenía su número?
“Dudo mucho que me pasen la llamada directamente a su oficina si digo quien soy, pensarán que soy otra de sus amantes. Despechada o no”
Hay personas a quienes el pensar mucho les quita el hambre y hay a otras a las que como a mí, les sucede lo contrario. Y por eso, decidí que era buen momento para ir a comer algo. Además, no iba a alimentarme solo a base de alcohol…No quería emborracharme y ser el espectáculo de la velada y por otra parte, el encargado del catering era el cocinero de la empresa de mi amiga Soteria y lo menos que quería era que éste se enfadara conmigo también porque podría ser una de esas personas a las que acudir en busca de conversación cuando mis grados de aburrimiento alcanzaran la cima del Everest.
Comencé a caminar en dirección a la mesa donde estaba la comida y, mientras daba los primeros pasos comencé a sentir algo molesto enganchado en mi sujetador. Maldije porque seguramente era uno de mis cabellos y para mí no hay cosa más fastidiosa que el hecho de tener enganchado un pelo en la ropa y seas incapaz de saber dónde está y por consecuencia de quitártelo de ahí para conceder la liberación total.
Era una tortura china cotidiana.
Continué dando pasos y las molestias continuaron e incluso se incrementaron hasta el punto de alcanzar un ligero dolor. Parecía como si algo me estuviera pinchando… Y definitivamente, eso no podía ser un pelo.
Entonces ¿qué era?
“¿Se me había salido un aro del sujetador?” me pregunté, maldiciendo mi mala suerte.
No podía continuar como hasta ahora y por eso, me aparté un poco de la actividad de la sala. Volví a situarme detrás de otra columna y, tras asegurarme de que nadie me estaba viendo, me metí la mano por dentro del vestido y comencé a palparme el sujetador en busca del pelo o del aro que estaba suelto para quitármelo del todo, si ese era el caso.
Pero ninguna de las dos cosas apareció.
Sin embargó sí que tenía algo enganchado en mi sujetador.
Lo notaba ahí, justo en el centro. Como una mosca cojonera.
Metí más la mano por dentro del vestido hasta que por fin mis dedos consiguieron llegar a aquello que tenía en el centro del mismo.
Lo desenganché y lo saqué de allí.
Cuando abrí la mano para descubrir cuál era la sorpresa que tenía en mi interior, mi grado de sorpresa no pudo ser mayor.
Era un pequeño trozo de papel.
O más bien, era un pequeño trozo de cartulina.
Era una tarjeta personal del señor Harry LeBlanc.
¿Qué cómo iba a llamarle? Ahí tenía la respuesta.
Quizás os puede sorprender la habilidad del señor LeBlanc a la hora de entragar propaganda en forma de tarjetas personales pero estoy segura de que quedaréis mucho más sorprendidos cuando os describa cómo era mi vestido.
Mi vestido era negro cerrado por delante y cerrado por detrás. De acuerdo, era de tirantes pero… esos tirantes anchos, no finos. Y además no había ninguna otra abertura en el vestido por la que me la pudiera colar.
En otras palabras, o era un mago, o no me explicaba cómo pudiera haber hecho lo que acababa de hacer.
-          ¿Georgiana? – preguntó Dash.
-          ¡Ah! – grité, por la sorpresa.
“Desde luego que tiene el don de la oportunidad para encontrarme en las peores situaciones posibles”   pensé, molesta.
No había manera de dar una explicación creíble y razonable al hecho de haberme encontrado encogida y sobándome las tetas. Sí que la había pero era muy porno así que… tampoco quería contarla.
-          Dash – añadí, recuperando mi posición normal y sonriendo para evitar que me preguntara por lo que acababa de ver.
-          ¿Estás bien? – me preguntó.
-          ¿Bien? – repetí. – Sí, perfectamente – añadió, dispuesta a no darle más coba a la situación.
-          He visto cómo Harry se acercaba a ti – explicó. – Y él puede ser un poco… - añadió.
-          ¿Pesado e irritante? – pregunté entre gruñidos.
Dash se echó a reír.
-          Sí que es cierto que le gustan todas las mujeres y que no acepta un no por respuesta ¿quieres que finja ser tu novio para que te deje tranquila? – me preguntó. – Por lo que sé aún respeta a las mujeres con pareja – me explicó.
-          ¡Oh no! – exclamé. – No te preocupes. Lo tengo todo bajo control – aseguré.
-          De acuerdo – dijo, aunque no parecía muy convencido. – Pero si te vuelve a molestar y necesitas mi ayuda, coge un canapé de anchoas  - me pidió.
-          ¿De anchoas? – pregunté. -¡Puag! – exclamé, conteniendo mis ganas de vomitar. – ¡Pero si las anchoas me gustan menos que la ciencia! – exclamé.
-          Lo sé – dijo. –Pero nadie más lo sabe – me explicó. – Será nuestro mensaje en clave – me susurró.
Y se marchó.
“¿Llevo un cartel en la espalda que dice Susúrrame?” me pregunté.
-          No – respondió Evelyn. Me giré en su dirección. – No llevas nada en la espalda, solo es el vestido que te sienta estupendamente – añadió.
-          Gracias – respondí. Y comencé a creer que estaba realmente guapa porque Evelyn no era muy dada a repartir cumplidos.
-           ¡Georgiana! – exclamó Soteria sin aliento al legar a mi lado porque había salido corriendo. - ¿Estás bien? – me preguntó, tocándome los hombres. – He visto que Harry se acercaba a ti justo cuando he tenido que salir a reponer canapés – explicó, disculpándose.
-          Sí, sí estoy bien – aseguré, algo molesta. Ese comportamiento paternalista por parte de sus amigas me estaba volviendo a hacer sentir pequeña; tal y como me había denominado el señor LeBlanc. –Me las he apañado perfectamente – recalqué.
-          ¿Segura? – me preguntó Evelyn, no muy convenida por la expresión de mi cara.  - ¿Quieres que lo denunciemos? ¿Por acoso? – preguntó, sacando un formulario de denuncia por acoso de su bolso.
-          ¡Evelyn! – exclamé sorprendida. - ¿Llevas una denuncia por acoso en el bolso? – pregunté, boquiabieta.
-          ¿Qué? – preguntó, para nada sorprendida y afectada. – Nunca se sabe cuándo alguien va a infringir la ley y por eso es mejor ir preparada – explicó.
-          Preparada en exceso diría yo – opinó Soteria. - ¡Guarda eso! – ordenó. - ¿No te das cuenta de que además de por sí misma, Georgiana contaba la ayuda de Dash que vino a socorrerla como si de un caballero medieval se tratara? – preguntó, intentando ganarse mi complicidad.
Evelyn dio un codazo de forma para nada disimulada  a Soteria, para indicarle que ese no era un buen tema de conversación por el que continuar hablando. Y Soteria cambió de tema (¡Cómo para no hacerlo!) – Necesitas comer – decidió.  – No te he visto comer casi nada en toda la velada, así que vamos – añadió, llevándome hacia la mesa de la comida.
En ese mismo momento me di cuenta de que me había convertido en la investigadora estrella del evento; nadie tenía dos guardaespaldas a su cargo trabajando para su constante vigilancia.
-          ¡Hola! – dijo, Samanta acercándose a la mesa donde estaba la comida. – Siento no poder haber venido a saludarte antes pero… ¡estamos hasta arriba de abajo! – exclamó. – Dios ¡qué hambre!  - se quejó. Y comenzó a comerse uvas lanzándolas al aire y capturándolas con la boca.  - ¿Qué tal tu evento? ¿Has tenido éxito entre el posible público que va a leer tu tesis una vez sea publicada? – me preguntó.
-          Bueno… diré que el escepticismo es sentimiento más repetido – expliqué.
-          Lo siento, Georgiana – dijo, con sinceridad. – Pero bueno, es difícil competir teniendo hoy a Dash aquí y más llevando ese traje de chaqueta que le sienta genial – añadió, para intentar animarme.
-          Sí, le sienta bien pero ¿no le sientan bien a todos los hombres los trajes de chaqueta? – preguntó Samanta.
-          No Soteria, los trajes chaqueta no le sientan bien a todos los hombres. Yo quiero mucho a mi jefe pero, con esa barrigota cervecera que tiene el traje de chaqueta no le queda bien – aseguró Evelyn.
-          Bueno, pues está claro que a Dash sí porque no ha dejado de estar rodeado de mujeres en todo el evento – explicó Samanta. – Miradlo ahí, nuevamente entre tres mujeres – añadió, señalando en su dirección.
Samanta tenía razón.
En todo lo que había dicho.
Era cierto que el traje de chaqueta le sentaba estupendamente, pero es que parecía hecho a medida y de buena factura (o en otras palabras, tremendamente caro); lo cual era  totalmente injusto y a la vez completamente entendible; injusto por la enorme diferencia de salarios entre él y yo y entendible porque si algo que estaba hecho a medida no te sentaba bien ¿qué te iba sentar bien sino?.
En cuanto a lo de las mujeres, también era cierto.
Pero no era llamativo ni tan solo por su causa, ya que la proporción de mujeres era de tres por cada uno.
“¿Acabo de hacer una operación matemática?” me pregunté, extrañada conmigo misma y asombrada de mis propias habilidades.
En esa proporción había influido considerablemente la presencia de Harry LeBlanc, un crápula según decían las malas lenguas y opinión que yo confirmaba de primera mano. Probablemente querría convertirlo en su nuevo compañero de juergas pero él no lo conocía como yo y por eso no sabía que no le iba mucho ese tipo de ambientes y aunque se fijase en el físico de una mujer (era un tío al fin y al cabo) y prestase atención a todas y cada una de las mujeres (seguramente fruto de la buena educación recibida en un internado, colegio o instituto privado) al final de la velada acabaría quedándose con la que le proporcionase un mejor entretenimiento mental y fuera más compatible con él en ese ámbito.
Y eso sería precisamente lo que sucedería con las tres mujeres que le estaban rodeando ahora mismo.
Di un paso adelante para observar mejor la escena que se estaba desarrollando y, en medio de lo que parecía una conversación interesante, Dash agarró un canapé de la bandeja… pero no se lo comió.
Pasados un par de minutos y, solo después de mirar de reojo en mi dirección, agarró otro y… tampoco se lo comió.
Y esa misma escena se desarrolló al menos otras cuatro veces.  Finalmente, tuvo que comerse uno porque no tenía suficiente espacio en la mano.
Y el siguiente paso fue bastante exagerado ya que agarró directamente la bandeja de los canapés, ante la estupefacción del camarero, de las mujeres y en general, de todos los allí presentes. Una vez con la bandeja en la mano y siempre mirando en mi dirección, arqueó las cejas hacia la izquierda.
¿Me estaba mandando indirectas a mí?
¿Quería que fuera a salvarle?
¡Ay Dios! ¿De qué eran los canapés que había estado cogiendo?
Pero ¿es que el mensaje en clave era recíproco?” me pregunté, sin saber muy bien qué hacer.
Decidí arriesgarme y caminé en su dirección.
-          ¡Georgiana! – exclamó, acogiéndome con la mano que tenía extendida hacia mí.
“Hoy me van a borrar el nombre al final…” protesté.
Después, me dio un inesperado beso en la mejilla y aprovechó mi confusión para decirme entre dientes.
-          Eres pésima leyendo las señales de socorro -.
-          No sabía que eso servía para ambos – me disculpé también hablando entre dientes pero con una enorme sonrisa.
-          A ti solo te ha perseguido Harry LeBlanc, a mí me están persiguiendo las mujeres de toda la sala y ¿tienes que ser tú la única que tenga señal de socorro? – me preguntó, nuevamente entre dientes. – Me siento como Chris O’Donell en la escena en que es perseguido por un montón de mujeres vestidas de novia[1].
Me reí ligeramente ante ese comentario. Recordaba perfectamente la escena de esa película y la cara de angustias y circunstancias del pobre Chris O’ Donell ante tal persecución y avalancha de mujeres.
Y también recuerdo la cara de estupefacción y sorpresa de Dash cuando la vio en una típica tarde de domingo en que lo convencí para que viera una comedia romántica conmigo.
-          No pareces muy disgustado – le dije, aunque eso sonó más bien como el típico comentario de mujer celosa. – Pero lo siento – añadí.
-           Me debes una muy grande. aseguró. – Me he comido un asqueroso canapé de anchoas – explicó.
-          Creía que te gustaban los canapés de anchoas – le recordé.
-          Y me gustaban. Hasta hoy y todo por tu culpa – respondí.
-          ¿Por mí culpa? – pregunté, sorprendida.
-          Sí – aseguró. – Ahora las anchoas serán el símbolo de la traición – explicó,  molesto.
-          Perdona hijo – dije, sin tomármelo muy en serio.
-          Ejem, ejem… Dash – carraspeó una de las mujeres allí presentes.
“Una de las mujeres presentes delante de la cual habéis tenido una discusión absurda sobre las anchoas” me dije mentalmente.
Por segunda vez en mi vida en un evento público, quise que un enorme agujero se abriese ante mí para que yo pudiera saltar dentro de él y reaparecer cuando el evento hubiera acabado.
-          ¡Oh! – exclamó él, tan avergonzado como yo, aunque mucho menos rojo. – Lo siento señoritas, permitidme que os presente a mi amiga y una de las autoras que también van a publicar su tesis con LeBlanc Editoriales, Georgiana Leakey – añadió.
-          ¿Leakey? – preguntó una de las mujeres, guapa a rabiar como una modelo. De hecho, no dudaba que fuese una modelo porque su cara me resultaba muy familiar.  - ¿Cómo la arqueóloga? – añadió.
“Guapa y lista. Aquí hay material de novia” pensé mirando hacia Dash e imaginándomelo con ella.
No me gustó lo que vi.
Pero mucho menos me gustó que no me gustara.
¿Y esto a qué viene?” me pregunté a mí misma.
-          Exactamente – dije. – Aunque mucho más joven y menos famosa – aclaré. Y solo por el hecho de que supiera quién era mi homónima, esa chica me cayó bien. Lo cual a su vez hizo que yo me cayera mal a mí misma por lo fácilmente impresionable que era.
-          Georgiana, déjame que te presente a la señorita Mariona Kentt – dijo, señalando a la rubia. – Aunque familiarmente la llamamos Ona – añadí.
“¿Familiarmente? ¿Llamamos?” me pregunté, mientras saltaban todas las alarmas mentales.
¿Dash tenía nueva novia de larga duración y no me había dicho nada?
¡Era indignante y un motivo muy razonable para un enfado fulminante!
“Adiós buenos pensamientos. Hola zorra” pensé, con toda la razón del mundo.
No me gustaba que me tomasen el pelo y ya me estaban haciendo sentir pequeña demasiadas veces en el mismo evento hoy y me estaba hartando.
Gruñí, ante la perplejidad de todos.
Dash quiso camuflarme carraspeando pero yo volví a gruñir más fuerte. Quería hacerles patente mi enfado.
-          Esta que ves aquí es Olivia Martelli – dijo Dash.
-          Encantada – dije, apretándole la mano. Aunque sin perder de vista a la tal Ona con el rabillo del ojo, que me miraba totalmente concentrada.
Entonces caí.
-          ¡Espera! – exclamé, sorprendida. - ¿Eres la Olivia Martelli que es modelo y que va a ser el nuevo ángel de Victoria Secret? – pregunté, como una fan enloquecida que siguiese de continuo en mundo de la moda, es decir, casi chillando.
-          Esa misma – dijo ella. – Pero no lo digas muy alto, que aún no ha llegado el día  todo está en el aire – añadió.
“Pregunta número uno ¿por qué conoce Dash a una modelo de Victoria Secret británica?” me pregunté. “Reflexión número dos: esta modelo no es tan lisa como la Ona pero… me cae bien” decidí.
-          ¡Dash! – exclamó ella. - ¡Es mucho más mona de lo que me habías contado! – añadió.
La miré enarcando una ceja.
“¡A la mierda!” exclamé mentalmente. “Otra que me cae mal” añadí. “Y ¿qué es eso de que soy más mona de lo que les había dicho? ¿Les había hablado de mí? Y en ese caso ¿qué les había contado exactamente?” me pregunté.
-          Y esta de aquí es Stacy – dijo, provocando que la tercera mujer del grupo, la más normal físicamente, diese un paso al frente. Le sonreí de manera franca. – Stacy es una compañera de trabajo – explicó.
“Bueno… es una mujer de ciencias pero… podría hacer el esfuerzo e incluso podríamos llevarnos bien” pensé.
-          Hola Stacy – le dije, neutra.
Y entonces, ella me miró fijamente… para mal.
Me lanzó tal mirada de desprecio que no venía a cuento y con rayos de furia y odio que relampagueaban de sus ojos.
Sentí miedo y por un breve instante, pensé que iba a abalanzarse sobre mí.
Pero… ¿y esta? ¿Es que no has comido?” me pregunté.
-          Dash, creo que deberíamos irnos – anunció Ona.
-          ¿Ya? – preguntó sorprendido y desilusionado, lo cual me molestó.
-          Sí, pequeño Dash, tenemos unas agendas muy ocupadas y en un par de horas tenemos que tomar un vuelo dirección Londres – explicó Olivia.
-          De acuerdo entonces, os acompañaré hasta la salida – anunció. – Chicas, quedaos aquí – añadió, dirigiéndose a Stacy a mí.
Me despedí de las chicas impresionantes disimulando mi alegría y de la noche a la mañana, me vi al lado de una mujer que no disimulaba su odio hacia mí.
Obviamente, no era tan tonta ni tan masoquista como para quedarme ahí.
Me marché, sin remordimientos.
O dicho de otra manera, le hice una trece catorce de manual.
Al poco tiempo Dash regresó al salón y fue interceptado por Hary y por Stacy respectivamente. Era con ésta última con la que llevaba más tiempo y, dado que no había ninguna señal de socorro por su parte, dediqué mi tiempo libre a observar.
No obstante, no había gran cosa que mirar en este salón porque Dash era matemático y ese me parecía uno de los temas más aburridos del mundo así que puestos a mirar decidí volver a mirarlo a él e intentar descifrar el por qué del odio irracional de Stacy hacia mí.
No sería porque ella era matemática y yo historiadora ¿verdad?
Eso sería una soberana tontería y muy intransigente por su parte porque a mí tampoco me gustaban las matemáticas y no odiaba por eso a los que se dedicaban profesionalmente a ellos.
No. Debe haber otra cosa…” pensé, mientras intentaba dar con el motivo adecuado.
Volví a dirigir mi mirada hacia ellos mientras bebía otra copa de champán.
Y entonces lo vi.
Con una claridad prístina.
Ella estaba interesada en él.
 Interesada de manera sexual al menos, no sé muy bien si interesada en él amorosa y románticamente.
Y de ahí venía todo su odio hacia mí, era irracional.
Me veía como a una rival en sus afectos.
“¡Vaya hombre!” protesté. “Para una que me podía haber caído bien… Adiós relación con Stacy” añadí.
Me negué a pensar en decirle adiós también a mi relación con Dash pero no estaba preparada para ello. No sé muy bien por qué.
Pero sí que estaba segura de que esta Stacy no iba a ser tan tolerante como el resto de las amigas anteriores de Dash y lo querría en exclusiva para él.
Me dieron náuseas ante ese pensamiento y decidí dejar de mirarlo y dar una vuelta por la terraza para que me diera el aire. Realmente lo necesitaba.
Y fue en la terraza donde volví a encontrarme a con Dash; de hecho creo que me había seguido hasta allí.
-          He tenido una revelación – anuncióla tuya -, provocando que me sobresaltara.
Me giré en su dirección y le respondí:
-          Yo también he tenido una revelación-
-          ¿Sí? – preguntó, interesado. - ¿Qué tipo de revelación? – quiso saber.
-          De esas de las que te cambian la vida – respondí, fastidiada.
-          ¿Y no me vas a contar esa revelación tuya? – preguntó.
-          No antes de que tú me cuentes la tuya – expliqué.
-          ¿Lo hacemos los dos a la vez? – preguntó, como un niño pequeño.
-          ¿A la vez? – pregunté. – Eso es lo que hacen las parejas encoñadas cuando hablan por teléfono – expliqué.
-          También – concedió. – Pero nosotros no somos pareja y los dos somos demasiado cabezotas como para dar nuestro brazo a torcer y confesarlo el primero – añadió.
-          De acuerdo. Los dos a la vez – concedí. Suspiró y se colocó delante de mí. Estaba nervioso.
“Pero ¿por qué?” me pregunté.
-          Es que mi revelación también es de esas que te pueden cambiar la vida – explicó. – Aunque en realidad no ha sido una revelación solamente mía, Ona y Olivia me han ayudado, pero la base ya estaba ahí que es lo que cuenta – añadió.
Y eso fue todo lo que necesité.
La confirmación  de que ambos habíamos tenido la misma revelación y de que Dash debía pedir y comenzar a salir con Stacy.
En ese momento odié un poco más si era posible a Ona y a Olivia, sobre todo a Ona, la rubia inteligente. Cierto que ambas se habían dado cuenta de lo que pasaba, pero ¿no podían haberle hablado en mi favor en lugar de la matemática sin nombre ni apariencia de matemática?
“Georgiana, pero ¿qué estás diciendo? ¿Hablar en tu favor? ¡Anda! ¡Deja el champán que estás empezando a decir demasiadas tonterías!” me regañé.
-          A la de tres comenzamos a hablar y esto no es ninguna broma ¿de acuerdo? – me preguntó, a modo de advertencia. Asentí. – Una, dos y… tres –
-          Creo que… - dijimos.
-          Deberías pedirle salir a Stacy – añadí, terminando de pronunciar la frase mucho antes que él.
-          ¿Qué? – preguntó, frunciendo el entrecejo.
-          Pídele salir – repetir.
-          Stacy no está interesada en mí – afirmó, tajante.
-          Al contrario – le contradije. – Lo está y mucho. No ha lanzado de lanzarme rayos odio desde la primera vez que nos has visto hablando y eso es una tontería porque, como tú has dicho, tú y yo solo somos amigos – añadí. – Así que creo que deberías pedirle salir – concluí.
-          No creo – negó, con cierto asco.
-          ¿Por qué no? – le pregunté. – Cierto que quizás no es tu tipo físicamente pero… debes darle una oportunidad. Es una matemática, sí. Con las tetas operadas, también, pero no deja de ser inteligente – añadí.
-          No es por su físico – aclaró.
-          ¡Ah! – exclamé, cayendo en la cuenta. – Es por lo de las relaciones en el trabajo – añadí.
-          ¿Relaciones en el trabajo? – repitió, incrédulo.
-          No te preocupes Dash, en torno al 70% de las relaciones amorosas se forma en el trabajo – expliqué.
-          ¿Acabas de utilizar las matemáticas en una conversación? – me preguntó, boquiabierto y algo enfadado.
-          Solo lo hago más fácilmente comprensible para ti – dije, como si nada.
-          ¿Dónde has leído eso? – me preguntó, comprensivo y ¿burlón?
-          En una revista – respondí con seguridad, lo cual era mentira. O no me acordaba. – Por ahí – acabé confesando finalmente.
-          Será mejor que vuelvas a tus novelas románticas – respondió él, con tono condescendiente.
-          No me estás tomando en serio – le reproché, enfadada mientras el diminutivo pequeña resonaba en  mi cabeza, una y otra vez.
-          No – confirmó él.  - ¿Es que estás hablándome en serio? – me preguntó, conteniendo la risa.
-          ¡Claro!  - exclamé, agitando los brazos antes de cruzarlos y poner gesto enfurruñado. Mi gesto pareció convencerlo en esta segunda ocasión ya que volvió a preguntármelo, a trompicones en esta segunda ocasión:
-          ¿Me lo estás pidiendo de verdad? –
-          Que sí Dash, que es totalmente cierto – volví a decir.
-          Pero… ¿por qué? – preguntó, ¿asqueado quizás?
-          ¿Cómo que por qué? – le pregunté sin entender. – Pues porque salvando el hecho de que despiertos sus instintos asesinos…parece agradable – expliqué. – Te pega físicamente – incidí.
-          ¿Tú crees? – preguntó arqueando las cejas. – Pues no se parece en nada al tipo de mujer que me gusta – explicó. Y llamadme creída y egocéntrica pero juraría que en ese momento me miró de forma diferente…más intensa.
-          ¿Cómo no te va a gustar si tenéis un gran tema común? – le pregunté, a modo de protesta. Y él me miró sin saber de qué le estaba hablando con exactitud. –Las matemáticas Dash – expliqué. – O las ciencias, si lo prefieres así de forma más general – accedí. – Pero por todo ello creo que la señorita Stacy… -
-          Mole – completó la frase por mí.
-          ¿Mole? – repetí, pregunté muy sorprendida. - ¿Cómo el chico del diario de Adrian Mole? – quise saber. [2] Dash asintió. – Curioso – murmuré mientras asentía. Sacudí la cabeza antes de que mi mente comenzase a divagar con respecto a ideas que esta información me había proporcionado. – En cualquier caso, creo que la señorita Staicy Mole es una perfecta candidata a novia para ti – concluí.
-          ¿Estás completamente convencida de lo que has dicho? – me preguntó, enfadado y elevando el tono de su voz.
-          ¡Ouch! – protesté.  - ¡Qué pesado! – protesté. – Que sí Dash – aseguré. - Y de hecho creo que estás desperdiciando un tiempo precioso aquí conmigo para poder llevártela a tu casa hoy contigo al acabar el evento – añadí, utilizando mi máxima capacidad de concentración para que mi mente no evocara ni reprodujera imágenes de alto contenido erótico que incluyera a Dash.
-          Bromeas – me acusó, aún reticente inexplicablemente.
-          Para que veas que voy completamente en serio, voy a utilizar un símil matemático: En esta ecuación – dije, señalándonos a ambos. – Yo – y dije, volviendo a señalarme. – Soy la –X que debes despejar – concluí.
-          O sea, que tú, precisamente tú – dijo, señalándome a mí. – Tú, me estás sugiriendo que le pida una cita a Stacy – repitió, como si quisiera hacerse completamente a la idea de lo que le acababa de sugerir.
-          Estás espesito hoy ¿eh? – pregunté, mientras bufaba. - ¿Cuánto has bebido? – quise saber.
-          Increíble – murmuró, aunque lo escuché a la perfección.
-          Sí – dije mientras asentía. – Es increíble que hayas tenido una persona tan compatible a tu lado todo este tiempo y no te hayas dado cuenta – añadí, sin prestarle atención. - ¡Ey! – exclamé, chasqueando los dedos frente a sus ojos con mi cara iluminada con una gran sonrisa. – Si la cosa va muy en serio, puedes traerla a nuestras visitas a los museos. Estaré encantada de hacer de guía para los dos y prometo rebajar mi nivel cultural al hablar – aseguré, aunque la idea no me era grata para nada.
-          ¡Georgiana! – gritó, alzando la mano, apretando la mandíbula hasta que identifiqué todos los músculos que tenía allí y moviendo los dedos como si los tuviera agarrotados. Si no fuera porque lo conocía desde hacía mucho tiempo, pensaría que iba a ponerse violento conmigo.  – Cállate – pidió, con voz estrangulada. – Solo cállate – repitió.
-          ¿Estás enfadado? – me atreví a preguntar. - ¿Es por algo que yo he dicho? – añadí.
Rió a carcajadas.
-          No tienes idea – dijo, enigmático.
-          ¿No tengo idea? – pregunté, frunciendo el ceño. - ¿No tengo idea de qué? – añadí.
-          Voy a pedirle una cita a Stacy – anunció.
Y se dio la vuelta, dirigiéndose de nuevo al salón.
-          Dash ¡espera! – le llamé, alzando la voz más de lo que me gustaría y con más desesperación en él de la que me hubiera gustado expresar. Pero conseguí el propósito que quería porque se giró.  - ¿De qué no tengo idea? – pregunté.
-          De nada Georgiana – respondió en voz alta. Lo que no escuché fue que añadió entre susurros:
- Absolutamente de nada -.
Se marchó enfadado, así lo indicaban su postura y la manera que tenía de caminar.
Y me abandonó en la terraza, dejándome desconcertada y sola.
Pensé muy y mucho acerca de qué debía hacer a continuación con respecto a Dash y lo de la cita con Stacy. No me gustaba pero… era mi amigo y estaba a punto de pedirle una cita a una mujer, lo cual era un hecho importante.
Y yo era su amiga también. No estaba interesada en él como para tener una relación pero creo que debía estar dentro y apoyarle con mi presencia.
Sería el tipo de cosas que una vez recuperada la amistad se echarían en cara y eso era justo lo que no quería que sucediera.
Diez (o quince, no recuerdo muy bien el tiempo exacto que transcurrió) minutos volví a entrar en el salón. O casi, porque apenas intenté entrar en el salón, me choqué con Evelyn, que salía.
-          Acabo de encontrarme con Dash muy cabreado y me ha dicho que es por tu culpa ¿Qué le has hecho para que se ponga así? – me preguntó. – Él no parece ser del tipo de los que se enfadan con facilidad – añadió.
-          ¿Yo? – pregunté. – Pero ¡si yo no he hecho nada! – expliqué. – Solo le he dicho que pida salir a Stacy, su compañera de trabajo – añadí.
-          ¿A pechugas de pavo? – le preguntó, asqueada. – No has hecho eso – añadió, horrorizada.
-          ¡Claro que sí! – asentí, afirmando con vehemencia. – A ella le gusta y él está interesado en ella, así que no veo por qué no pueden mantener una relación – expliqué, siendo lo más obvio del mundo a mi parecer.
-          ¡Ay Georgiana! – exclamó ella, mordiéndose el labio inferior mientras suspiraba. – Sí que te ha dejado secuelas Paul – murmuró.
-          ¿Paul? – pregunté, enarcando la ceja. - ¿Qué pinta ahora Paul en esto? – añadí, desconcertada.
-          Pues pinta que te ha vuelto ciega hasta el punto de que no te das cuenta de que Dash no está interesado en Stacy y sí en ti – explicó.
-          ¿En mí? – pregunté, boquiabierta y completamente incrédula ante esta revelación. Me eché a reír de manera nerviosa.
-          ¿Se te ha ocurrido pensar que quizás le interesa la historia porque quiere vivir una historia contigo? – preguntó.
-          No eres buena ni graciosa con el lenguaje – le reproché.
-          Puede – concedió. – Pero ambas sabemos que tengo razón – añadió, segura de sí misma.
-          ¿Cómo estás tan segura? – pregunté a la defensiva.
-          Soy abogada, cariño – explicó, simple y llanamente. – Sé cuando alguien me está mintiendo – añadió, para hacérmelo ver más claro. – Además, he venido sola a este evento , lo cual aparte de haberme hecho conseguir un número de teléfono para una posible cita que nunca se llevará a cabo, me deja mucho tiempo para observar – explicó. – Y os he observado a los dos y mucho… - dijo, nada entusiasmada por haberlo tenido que hacer ya que no le parecía lo más divertido del mundo. – Eso, sumado al hecho de que hice un estúpido curso de comunicación no verbal hace un par de meses, me dan los argumentos que necesito para establecer que Dash está interesado en ti como algo más que un simple amigo – concluyó.
Volví a reír al escuchar semejante locura.
-          ¿Puedes hablar como las personas normales fuera del horario de trabajo? – le pedí.
-          Así que no me crees – me dijo, picada en su orgullo. – Lo intentaremos con un caso práctico – añadió, tomándome de la mano y llevándome de nuevo al salón.
Un salón donde nos situó a ambas justo enfrente de donde se hallaban Dash y Stacy. Lugar además donde no había ningún obstáculo y podíamos observarlo todo con total claridad.
-          ¿Qué haces? – le pregunté entre dientes a Evelyn.
-          Mostrarte el caso ráctico – explicó.
-          ¿Delante de ellos? – preguntó. – No puedo ver esto – dije, mirando para otro lado.
-          Así que te molesta ¿eh? – me preguntó. – Buen síntoma – añadió, satisfecha.
-          No tonta – respondí de inmediato. – Es que les voy a cortar el rollo – expliqué, avergonzada.
-          No lo hago por ti, egocéntrica – explicó sacándome la lengua. – Necesito ver cómo se comportan para explicarte qué es lo que me dicen sus posturas – añadió.  Me alzó la cabeza y agarró mi barbilla de tal modo que me inmovilizó y no podía mirar a otra cosa que no fuera lo que tenía enfrente de mí. Solo entonces comenzó su clase magistral: - Mira la postura de Dash, indica incomodidad y agresividad. Sin duda está enfadado. Ahora está fingiendo sonreír para crear un ambiente de calma y relax porque ella se ha percatado de que algo no está yendo bien. – Fíjate ahora en ella – dijo, señalándola con el dedo índice. – Ella le sonríe de manera sincera y se atusa el pelo a la mínima oportunidad; lo cual es un indicador enorme de que le gusta y de que está buscando su interés y si te fijas bien, su postura es mucho más cómoda y relajada sobre todo en cuello y hombros. Vuelve a Dash, tiene la mandíbula apretada y está suspirando, lo cual significa que se está pensando si preguntárselo con la mirada y por eso te buscará con la mirada – anunció.
Y Dash hizo exactamente lo que Evelyn había anunciado.
Clavó su penetrante mirada y sus ojos oscuros en mí cargados de dureza, lo cual provocó que mis huesos comenzaran a licuarse.
-          Casualidad – dije entre dientes, aunque ella estaba henchida de orgullo.
-          Dash se vuelve a fijar en ella y fíjate que se ha girado para darte la espalda antes de preguntárselo porque no quería que lo vieras. Se lo ha preguntado. Ella se ha quedado sin palabras, mira sus ojos. Él repite la propuesta y…finalmente accede. Date cuenta en su sonrisa, pura dicha. ¡Mira lo que ha hecho! ¡Ha dudado si abrazarle o no! – la señaló, echándose a reír por su comportamiento. – Se lo ha pensado muy y mucho y ha dicho que sí - ¡Patética! – se burló de ella.
-          ¿Me vas a soltar ya? – pregunté, enfadada.
-          ¿Y que no veas lo mejor? – me preguntó ofendida. – De eso nada – aseguró, negando con la cabeza. – Mira la expresión de ella en este momento, parece que está en éxtasis con esa sonrisa bobalicona. ¿Quieres saber por qué? Porque los está visualizando como pareja y le está gustando mucho lo que ve y por eso vuelve a sonreír. ¿No te dan ganas de borrarle esa sonrisa de la cara de una bofetada? -  me preguntó con toda intencionalidad, aunque bien era cierto que sí que me estaban dando ganas de golpearla. – Fíjate ahora, se está despidiendo de él porque seguramente vaya a contarle a sus amigas lo que le acaba de pasar y que por fin ha conseguido tener una cita con el hombre del que les había estado hablando tanto tiempo. -  Ese mismo hombre al que tú has dejado escapar tan libremente sin pelear – incidió. - ¿Realmente quieres que Dash salga con una mujer como esa? – me preguntó, soltándome finalmente.
No” pensé mientras me frotaba la mandíbula.
Pero ya era demasiado tarde para deshacer lo hecho, así que solo me quedaba apechugar con lo que yo había propiciado.
Me puse triste y bajé la mirada.
-          ¡Ey espera! – exclamó Evelyn, tocándome el hombro repetidas veces.  – Parece que tenemos epílogo… Dash viene hacia aquí y parece que va a restregarte todo por la cara por el cabreo que trae – anunció, como si se tratara de un tráiler de una película.
En ningún momento la creí pero… aunque no me fiaba nada, decidí deslizar mi iris y mi pupila de manera disimulada hacia el rabillo de mi ojo y… ¡Horror! ¡Era completamente cierto! ¡Dichosa Evelyn!
Comencé a temblar ligeramente, fruto del nerviosismo.
Evelyn se percató de ello, me agarró de la mano y me dijo:
-          Tranquila Georgiana, para que veas que aunque me llaman la reina de hielo soy buena gente y me considero tu mejor amiga en el mundo, universo y espacio sideral, me quedaré contigo como refuerzo -.
Quise agradecérselo pero… no pude. En menos de dos segundos, Dash estuvo frente a mí, con idéntica expresión furibunda a la que tenía cuando me dejó en la terraza.
Yo cerré los ojos para no ver con la que se me avecinaba, de la misma manera que los niños pequeños los cierran creyendo que se van a volver invisibles de manera mágica antes de recibir una bofetada.
“La mejor defensa es un buen ataque” pensé, para darme ánimos.
-          Bueno vale… cuando termine el evento podemos hacer lo que tú quieras – claudiqué. – Podemos ir a comer un helado – sugerí, desoyendo los gritos que Joey estaba dando en mi mente, como si se tratara de un Pepito Grillo musculado y bronceado.
-          ¡No quiero un helado! – protestó él, airado. Y entonces soltó la bomba: - Quiero una cita contigo –
-          ¿Qué? – pregunté, atragantándose y comenzando a toser.
-          ¡Ahhh! – chilló Evelyn de la emoción a la vez, aplaudiendo como si estuviera viendo el mejor y más entretenido espectáculo del mundo; quizás para aliviar la tensión que había aparecido de repente entre nosotros o quizás como una muestra real de alegría.
El caso es que captó la atención de ambos de diferente manera; mientras que yo la miraba enfadada, Dash hacía lo propio desconcertado.
-          ¿Qué? – volví a preguntar. No porque no lo hubiera escuchado sino porque no me creía (y me negaba con rotundidad a hacerlo)  la orden que acababa de recibir.
-          Quiero que tú y yo salgamos juntos – repitió, con otras palabras.
-          Tú no quieres salir conmigo – le dije.
-          ¡Claro que quiero salir contigo! – exclamó. – Y mucho más que con Daisy – aseguró. – He hecho lo que tú has querido y me has sugerido que hiciera aunque no me gustaba la idea así que a cambio exijo algo a cambio: quiero una cita contigo – anunció.
-          ¡No! – exclamó horrorizada.
-          Has dicho que haríamos lo que yo quiera, pues bien eso es lo que quiero: una cita – anunció.
-          Touché – recalcó Evelyn.
-          Todo menos eso – rectifiqué.
-          ¿Por qué no? – preguntó él, de momento para nada afectado por mi rechazo.
-          Porque… porque… porque somos amigos – repliqué, en lo que creí que era mi frase de réplica más inteligente. Misma frase que se vino abajo una vez escuchada en voz alta. De hecho Evelyn bufó ante la poca consistencia de mis réplicas.
-          El 99% de las relaciones de pareja se  inician como una relación de amistad – explicó él, parafraseando mi argumento numérico y obviamente, burlándose de mí.
Me pensé muy y mucho si golpear o realizar alguna acción violento como arrancar una columna del salón y arrojársela a la cabeza pero, desistí porque no era Sansón (eso sí, tenía un pelazo). El me sonrió, como si leyera mis pensamientos y creo que también por haberse atribuido una nueva victoria en nuestra batalla particular.
-          Tiene razón – me susurró Evelyn (mi supuesto apoyo y refuerzo moral además de mi amiga)
-          ¿Qué tiene de malo que tengamos una cita? – me preguntó.
-          Que yo no tengo citas desde lo de Paul – expliqué.
-          Yo no soy Paul – respondió él, simple y llanamente.
Sí, lo sé, le puse a huevo esa respuesta.
-          Ya sé que tú no eres Paul. Tú eres … tu eres… - tartamudeé mientras intentaba pensar una respuesta adecuada que no me metiera en muchos líos. – Eres completamente diferente a Paul para bien – expliqué, y él puso cara de satisfacción. – Pero me conoces demasiado bien – concluí.
-          ¿Desde cuándo ese es un problema para tener citas? – me preguntó, contrariado.
-          ¿No se supone que las citas son los encuentros que sirven para que la gente se conozca mejor? – le repliqué.
-          Primero aún hay muchas cosas que no sé sobre ti y segundo… bueno, antes de pedirte que te cases conmigo tendré que conocerte un poquito mejor ¿no te parece? – me preguntó.
El silencio se instaló entre ambos porque ninguno de los dos dijo nada, repentinamente nos quedamos mudos. Incluso Evelyn, la que siempre tiene algo que decir, se tapó la boca con una mano para reprimir un grito.
Intenté hablar varias veces pero… me fue imposible, dada la rotundidad y fortaleza de la segunda parte de la frase que Dash acababa de pronunciar. Estaba boquiabierta.
-          ¿Có… cómo? – conseguí tartamudear finalmente. Después comencé a parpadear de manera compulsiva y nerviosa. Fueron tantas veces que perdí la cuenta del número de veces que lo hice en ese minuto en concreto. Después realicé el movimiento de la jirafa.
-          Sí, sé que es un nombre raro y que probablemente sea la primera vez que hayáis oído hablar de él. Pero no tiene nada que ver con ningún movimiento o ejercicio brusco o de yoga (eso se lo dejo a  Samanta)
De hecho, lo único que tenía de inusual era el propio nombre que yo le había dado al movimiento del cuello que realicé ejecutando una ligera curvatura y echando la cabeza, acercándola a la de Dash, imitando al movimiento que realizaban las jirafas en su búsqueda para comer las hojas más tiernas y frescas de los árboles que solían estar en las zonas interiores de las copas de los árboles.
No realizaba este movimiento muy a menudo ya que la expresión de mi rostro solía atemorizar a aquellos que la sufrían pero… en mi opinión este uso en esta ocasión.
No todos los días te dejaban caer de manera muy poco sutil que eras una seria candidata a convertirte en esposa de alguien.
-          Además, tampoco te considero una de mis amigas más íntimas… Digamos que puedo llamarte… una colega de historia – dijo finalmente. Y a mí no me gustó que se dirigiese a mí de esa manera porque yo me consideraba algo más que una colega. Era su amiga. – Por eso quiero saber de ti – explicó. - ¿Qué me dices? – me preguntó, mordiéndose el labio como muestra de inseguridad.
Estaba monísimo.
-          ¡Qué no! – protesté, sacudiendo la cabeza y borrando este tipo de pensamientos de mi mente. Y evité el puño de Evelyn, que quiso golpearme por mi respuesta. – Como broma no tiene ninguna gracia Dash – añadí en un tono mucho más sereno.
-          Sabes que yo no soy gracioso Georgiana – dijo Dash. – De hecho, tú eres de las pocas personas que me encuentran divertido – puntualizó. – Esto no es una broma Georgiana, estoy hablando completamente en serio – explicó.
Tenía razón.
Dash no era de los que buscaba la risa fácil. Su humor era mucho más cercano a la ironía. Como Chandler de  Friends, el cual, dicho sea de paso, era mi personaje favorito de la serie.
“¡Borra esa clase de pensamientos Georgiana!” me ordené.
-          Tu y yo no tenemos nada en común, Dash – dije.
-          Los polos opuestos se atraen Georgiana – me replicó.
-          No cuando son tan diferentes Dash – volví a responder, pensando muy y mucho las palabras que debía decirle porque no quería herirle.
-          ¿Es que crees que puedo tener miedo de lo que tú me propones? – me preguntó divertido. – De acuerdo, propón – me sugirió.
“¿Qué?” me pregunté. “Se ha vuelto loco”  pensé, sin creérmelo ni un ápice.
-          Propón tú lo que quieres que hagamos – pidió.
-          De acuerdo – asentí, aceptando el reto que me había mandado. – Ballet – solté, sin saber muy bien lo que estaba pensando.
Si lo hubiera hecho jamás hubiera sugerido el ballet, el lugar y el entretenimiento de masas que peor recuerdos me traía del mundo desde que fue ahí donde descubrí que mi novio me estaba engañando con su esposa.
Pero pude ver cómo Dash ponía en blanco sus ojos durante una décima de segundo. Bien, no le gustaban mis sugerencias.
-          ¡Ajá! – exclamé, acusándole con el dedo índice. – No te gusta el ballet – añadí.
-          De acuerdo – asintió. – Será ballet – decidió, finalmente y sacó su móvil para, comenzar a buscar seguramente qué ballet se estaba representando en ese momento en el teatro de la ciudad.
-          ¡Yo no quiero ir a ballet! – protesté, enfadada.
-          ¿Para qué me lo propones entonces? - me preguntó él, perdiendo la paciencia conmigo. – Ya veo – dijo, pasado un intante. – Creías que proponiéndome un plan que no me gustaba me iba a echar atrás ¿verdad? – me preguntó. No respondí. – Te equivocaste Georgiana – anunció. – Y como veo que tienes intención de darme largas todo el tiempo hasta que me dé por vencido, voy a ser yo quien proponga día y hora. El miércoles a las nueve y media en The Rizzoli’s. Tú y yo. Tenemos una cita – ordenó.
Dicho esto se alejó y nos dejó a Evelyn y a mí completamente patidifusas y sin capacidad de reacción, viendo cómo abandonaba el evento en pleno apogeo de gente.
-          ¿No es maravilloso? - me preguntó Evelyn entusiasmada pasado un rato, provocado que volviera en mí y que intentase asimilar todo lo que había sucedido. - ¡Vais a encontrar vuestro mínimo común múltiplo! – exclamó, soltando un suspiro, soñador. La miré de mala manera. - ¿Qué pasa? – me preguntó, con un encogimiento de hombros. - ¿Es que solo vosotros dos podéis hablar con analogías matemáticas? – exigió saber, casi encarándose conmigo.


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