martes, 25 de noviembre de 2014

Historia de Georgiana

Capitulo 1: Un corazon nuevo
-       Señora, un paquete para usted – dijo una voz masculina, seguramente de un mensajero.
Un mensajero a quien, obviamente no había escuchado entrar en el recinto que era mi despacho (“había llamado ¿verdad?”)invadiendo mi PRIVACIDAD laboral y que, en consecuencia, me había dado un susto de muerte.
“¿Señora?” me pregunté enfadada. “¿Es que tengo pinta de señora?” añadí, enfureciéndome.
Susto de muerte que provoco que diera un salto (no muy grande, la verdad) y que mis gafas de señora mayor (“Quizás sí que hubiera tenido motivos para llamarme señora, después de todo”) con las que veía a la vez de lejos y de cerca (como consecuencia de largas horas de estudio con escasas condiciones de luz y mis aún más largas sesiones de trabajo y entretenimiento frente al ordenador) cayeran desde el puente de mi nariz hasta alcanzar peligrosa y casi trágicamente la punta de la misma (que no tenía unas dimensiones descomunales). Un último efecto colateral de todo este susto fue que el falo que tenía entre mis manos hubo estado a punto de caérseme.
Suspiré para calmarme.
Y después decidí que lo más sensato era depositar el falo encima del abarrotado, caótico y llenos de todo tipo de trastos y cacharros antiguos y modernos, escritorio.
Apenas lo puse ahí y, pese al tamaño del mismo, el enano de descomunal falo al que yo había denominado como Príapo aunque era obvio que era de fabricación egipcia, se convirtió en el objeto de atención e incomodidad del mensajero.
Lo hubiera entendido si este bueno hombre fuera un pseudo adolescente que recién hubiera descubierto el tema de la sexualidad, no un señor de mediana edad. Tolerancia cero a estos viejos verdes. Más si este me lanzaba miradas reprobadoras, reprobatorias y escandalizadas.
“Genial Georgiana” me dije a mí misma con ironía. “No podía haber entrado cuando estaba limpiando cerámica común; no. Ha tenido que hacerlo justo en el momento en que estaba limpiando un consolador egipcio de un enano con el falo más largo que ancho”
Gruñí y me enfadé conmigo misma. Aunque no demasiado tiempo ya que me di cuenta de que en realidad no era culpa mía, sino de mis circunstancias adversas.
Decidí ahorrarnos a ambos más tiempo de incomodidad y por eso, comencé a buscar un boli con la mirada.   Bolígrafo que, casualmente (quizás asustado por mi expresión facial y sin ninguna duda rebelde) había decidido por su cuenta que ese era el momento más adecuado para desaparecer.
Me mordía la lengua para evitar soltar una palabrota delante de un desconocido y, al parecer, ejercí tanta presión que un mechón de mi cabello cayó justamente en mitad de mi frente.
Mis circunstancias causaron simpatía (o pena) en el buen hombre.
Hombre que me ofreció el de la compañía y, con voz gangosa, me indicó cuáles eran los lugares de los papeles donde debía firmar antes de repartirme las copias de la documentación a partes iguales.
Se guardó su parte correspondiente y… en lugar de marcharse para continuar con su jornada laboral, se quedó en el lugar donde estaba con las manos detrás de la espalda.
¡Cómo si esa postura fuese a convencerme de su estado de calma, tranquilidad y desinterés por el paquete que me había traído!
De acuerdo que las numerosas pegatinas fluorescentes indicadoras llamaban poderosamente de propios y ajenos. Del mismo modo que su inusual forma contribuía a ejercer de foco mayor de atención pero…. Esos no eran motivos suficientes en mi opinión como para revelarse como un cotilla de primera categoría ante una total desconocida.
Soy de naturaleza bondadosa generalmente y siempre tiendo a pensar lo mejor de las personas (“Quizás por eso te las dan siempre en el mismo sitio” respondió mi mente a mi hilo de pensamientos, provocando que si esta fuera una persona física y no una parte interna de mi persona, ya se hubiera llevado una bofetada por bocazas) pero… ¿no os ha quedado claro con estas palabras que no me gusta nada la gente que no disimula su afán e interés por averiguar la vida de los demás? Pues si no habías descubierto por vuestra cuenta, algo habéis aprendido ya de mí.
Le miré disimuladamente con la mirada cargada de odio para cerciorarme de que no eran imaginaciones mías pero nada, el hombre parecía no tener ninguna intención de moverse de allí hasta que abriera el paquete que me había entregado.
¡Pues iba listo si pensaba que iba a darle esa satisfacción!
En ese momento, la vena perversa de mi cerebro (y que todo el mundo tiene) comenzó a funcionar a pleno rendimiento para sacar lo peor de mí.
Por eso, olvidé momentáneamente el misterioso paquete (eso sí gracias a utilizar toda mi fuerza de voluntad y la del mes siguiente) y volví a agarrar a Príapo; esta vez con mucha más decisión.
Después, cerré los ojos y recordé cómo evocar imágenes placenteras y relajantes con tanta intensidad que nos hacía olvidar todo y a todos los que había a nuestro alrededor, gracias a los consejos de uno de los cursos antiestrés a los que me había apuntado por coacción amistosa de Evelyn.
En mi caso, ese “placer” se correspondía con un plato tamaño XXL de pancakes bañados en chocolate, nata y caramelo. Una auténtica bomba calórica e insana que haría morir de inmediato a mis saludables niveles de colesterol, azúcares y grasas y que horrorizaría al saludable hasta ser aburrido y repelente de mi amigo Ted.
Olvidé a Ted y volví a concentrarme en las imágenes de los pancakes. Objetivo conseguido porque salivé al instante y di un gemido corto, aunque perfectamente audible para el señor transportista.
Con los ojos apretados aun más fuertemente dirigí al enano fálico hacia mi boca como si del plato de pancakes se tratara. Abrí la boca y saqué la lengua.
Y lo más raro de todo esto es que en ningún momento desde que mi mente había trazado el plan, dejó de resonar en mi mente la banda sonora de Cuando Harry encontró a Sally.
Por último, solo cuando la punta de mi lengua estaba a punto de tocar la punta de tan exagerado y antiguo símbolo sexual y de fertilidad…abrí los ojos y me dirigí al boquiabierto hombre para decirle:
-       Es que este no es como los de ahora – me lamenté. – Necesito lubricarlo antes de usarlo – añadí, tras guiñarle un ojo de forma cómplice e intentando no reírme con todas mis fuerzas. - ¿Sabe? – le pregunté. – En la tienda de la entrada se venden réplicas idénticas a esta en forma y tamaño a esta – y lo giré en su dirección para que viera a mi pequeño Príapo en todo en su esplendor. – Falta un mes para San Valentín y si es usted un hombre detallista, este puede ser un regalo original y perfectamente válido para su esposa, sus hijas, sus cuñadas, sus nueras e incluso sus nietas si han sido espabiladas e incidas en terrenos sexuales ¿no le parece? – pregunté, con mi mejor sonrisa de inocencia.
Tengo que decir en este punto que el señor repartidor y transportista fue un completo maleducado conmigo porque, abandonó mi despacho con un sonoro y retumbante portazo si ni siquiera desearme un feliz día. Por el contrario, lo que sí que me dedicó fue una expresión escandalizada y de suprema repulsión a partes iguales.
Finalmente, pude dejar escapar una sonora carcajada de satisfacción y diversión… antes de sentarme en el sillón (o mejor dicho, primero en un enorme montón de papeles) de manera poco civilizada. Deposité a Príapo en la mesa nuevamente y le di las gracias por sus servicios prestados y…concentré toda mi atención en la caja que acababa de recibir.
 Acerqué las gafas a mis ojos para poder leer de cerca: Rouen.
“Finalmente” suspiré aliviada.
Acto seguido y pese a que mi nerviosismo, impaciencia y curiosidad crecían por momentos, conseguí controlarme el tiempo necesario para colocarme la mascarilla que me tapaba la nariz y la boca y que me hacía ponerme en el lugar de los alérgicos y asmáticos cuando caminaban por la calle en primavera y para deslizar mis guantes de caucho (idénticos a los que los agricultores utilizaban en la recolección de la aceituna y que eran los mismos que los que llevaban los jardineros para realizar trabajos variados de jardinería) Sí, podría haber utilizado guantes de látex pero… por extraño que pueda parecer, yo, que casi constantemente llevo las manos sucias, me preocupo bastante por su buen estado y sobre todo por el mantenimiento de unas uñas fuertes, largas y saneadas y los guantes de caucho son los únicos que me permiten tenerlas así.
Un acalorado debate interno se produjo acerca de si debía abrir el paquete posándolo sobre mis piernas o si, por el contrario, debía acercar mi silla al borde del escritorio. Finalmente, las posturas conservadoras se impusieron, bastante influenciadas por las pegatinas en diferentes idiomas donde indicaban el estado FRÁGIL del contenido del mismo y que ocupaban toda la extensión lateral de la caja.
Mahoma fue a la montaña en este caso ante un más que posible caso de patosismo.
Con manos temblorosas y cuidadosas, desembalé y abrí (o mejor dicho, rompí) la caja.  Me sorprendí al ver que también me habían enviado el cofre.
¡Vaya! Sí que le causé una buena y honda impresión al señor Charlier la última vez que nos encontramos” pensé con incredulidad, ya que en aquel momento pensé que había sido más bien todo lo contrario.
Abrí el cofre metálico que lo protegía y, por fin, entre una cantidad ingente de papel de embalar, tiras de periódicos franceses y paja se encontraba el cristal de metacrilato de un tamaño idéntico al de una funda de un CD pero con un peso menor a una funda de CD (de hecho, pesaba 80 gramos justos) se encontraba aquello que llevaba semanas esperando como agua de mayo, que me había costado numerosas llamadas internacionales, cerca de un centenar de emails y una confirmación de mi confesión católica y un segundo bautizo en edad adulta.
Aún así, todo eso había merecido la pena, ahora que tenía ese objeto delante de mí.
Un objeto que no era otra cosa que un corazón humano embalsamado.
Perfecto ara una persona que tenía el suyo propio destrozado y que en ocasiones no estaba segura de que aquello que tenía en el interior de su pecho no fuese un metrónomo en su lugar.
¡Oh! Pero no penséis mal de mí por favor: no soy una de esas personas obsesionadas con las compras inútiles por Internet que luego lo almacena en su casa para acabar sufriendo síndrome de Diógenes.  
 Tampoco soy una estudiante de Medicina, si esa idea se os ha pasado por la cabeza. Y aunque estuviera interesada en dicha ciencia, no podría ponerla en práctica gracias a mi ausencia de resistencia a los hospitales del mundo. Caigo redonda en cuanto pongo un pie en ellos, así de débil soy.
Y desde luego que no soy un psicópata o un esquizofrénico obsesionado con esta parte de la anatomía humana.
De hecho, soy todo lo contrario a ello; especialmente a lo último. En otras palabras, soy una persona perfecta y absolutamente normal… si exceptuamos esos pequeños de arrebatos de perversidad que a veces pongo en práctica previa provocación.
Entonces, ¿Por qué esa fijación y excitación ante un corazón embalsamado y mi empeño en convenceros de la normalidad de mi comportamiento?

Bien, ha llegado el momento de que me presente.

1 comentario:

  1. jajajajaj que puntazo de capiltulo de presentacion jajajaja me meo es buenisimo jajaja pero eres MALVADA MALOTA PERVERSAMENTE MALEFICA Y MALISIMA Y TODAS LAS DERIVACIONES DE LA PALABRA MAL QUE ME DEJAS A MEDIAS SIEMPRE QUIERO MAAAAAS MAAAAAAAS MAAAAS Y SABER PARA QUE QUIERE EL CORAZON QUE ME HAS DEJADO CON EL GUSI GUSI MALA PERSONA

    HE DICHO

    ResponderEliminar