domingo, 30 de noviembre de 2014

historia de Georgiana 3

Capitulo III: Las cuatro jinetes del Apocalipsis
Me gusta vivir en una gran ciudad.
La posibilidad de tener al alcance de tu mano (y con eso quiero decir, relativamente cerca) todos los servicios del estado de bienestar así como toda una series de entretenimientos y grandes espectáculos de ocio realmente me gusta mucho, ya que a mí me gusta entretenerme de diferentes maneras. No vivo solo de historia.
Además, de que en las ciudades grandes vive mucha gente. Es una obviedad, lo sé pero yo nací y crecí en un pueblo de tamaño mediano donde todo el mundo se conocía y eso no dejaba de ser incómodo y un inconveniente a la hora de establecer relaciones.
Por el contrario, en la ciudad, puedes establecer relaciones con todo tipo de gente mucho más fácilmente. Incluso, puedes comportarte como una verdadera femme fatale y acostarte cada noche con un hombre diferente sin que ello repercuta en tu reputación. Mucha mala suerte deberías tener para que esto sucediera. (Y con esto no quiero decir que yo lo sea ¿eh? ¡Ojo!)
Y a mí me gusta hablar y relacionarme con la gente, aunque no lo parezca dado que me paso horas y horas trabajando en el despacho rodeada de cachivaches y artefactos antiguos.
Sin embargo, hay un único momento del día en que no me gusta la gente. Momentos como ahora; en plena hora punta. En este caso para comer. Y aún me gusta mucho menos cuando soy el pez que nada contracorriente contra esa masa ingente de personas que ya regresaba a sus puestos de trabajo. Para colmo, llegaba tarde y mi teléfono no dejaba de vibrar; seguramente por los mensajes de las chicas recriminándome mi tardanza.
Nueva vibración.
-¡Argh! – grité, exasperada, provocando que la señora que pasaba justo a mi lado me mirase con altanería y se apartase de mí pensado que portaba una enfermedad tan contagiosa como la peste.   
“Imbécil” pensé, enfadada.
Finalmente, conseguí apartarme y hacerme a un lado de la masa y…busqué en mi bolso el dichoso móvil.
Comprobé el recuento de notificaciones en tan breve período de tiempo: un mensaje de publicidad de mi compañía de telefonía (irrelevante) y pasé directamente al Whatsapp. Sí que había mensajes de mis amigas pero, sorprendentemente ninguno era de premura ni había referencias a que me apresurase; tan solo eran mensajes de confirmación e información de sus posiciones con respecto al restaurante y la cita.
Me sentí fatal por haber pensado así de mis amigas.
Decidí no responder porque ya estaba muy cerca.
Iba a guardar mi móvil, cuando descubrí que no solo las chicas me habían escrito. También había recibido un mensaje mucho más interesante: de mi amigo Dash.
Obviamente, abrí la conversación:
Dash: Ey, ey, ey! Sigue en pie lo de esta noche ¿verdad? No has sufrido la maldición de ninguna momia ni nada por el estilo que te impida acudir ¿cierto?
Yo: Hi! No, las momias aún me respetan. Ahí estaré puntual.
Dash: Cool! Menos mal que vienes, no quería ir solo disfrazado solo al museo esta noche. Quedaría muy friki
Yo: Eres muy friki.
Dash: Casi tanto como tú, Miss Historias. ;-)
Y me envió una foto de un garfio.
“¿Un Garfio?” me pregunté. “¿Va a ir vestido al museo de Capitán Garfio?” añadí, incrédula. “Friki…” pensé, mientras me mordía los labio y negaba con la cabeza, incapaz de creer su grado de locura.
Y por fin, pude llegar al restaurante.
Allí estaban esperándome ya Soteria y Evelyn.
Era marzo, pero el día era soleado y hacía una temperatura muy agradable así que habían decidido sentarse fuera. Estuve de acuerdo y me senté con ellas:
-          Siento el retraso – dije. Sé que no hubo ningún reproche por su parte, pero era incapaz de permanecer sentada frente a ellas sin pedirles disculpas.
-          ¿Retraso? – preguntó Soteria. – Estás dentro de los quince minutos de cortesía – añadió, sonriéndome amable.
-          ¿Qué tienes que contarnos? – peguntó Evelyn; tajante y directa, como buena abogada que era.
Jamás os imaginaríais a Evelyn como abogada vista su apariencia física. Era una morena de rompe y rasga con unos penetrantes ojos negros y piel color olivácea.  Llamaría mucho la atención por su físico a los hombres, si no fuese porque era más bien bajita. Por eso, para disimular en algo la escasez de su estatura siempre iba enfundada en unos tacones altísimos de los que duelen los pies con solo verlos.
Era muy inteligente, no en vano era abogada. Pero no era una abogada común, era la primera abogada de su bufete (de hecho, no me sorprendería que cualquier día nos anunciase su ascenso a socia del mismo) y una de las mejores matrimonialistas del país. El motivo y causa de es que debías sumar a su inteligencia, un instinto especial que le permitía adivinar tras varios minutos manteniendo una conversación contigo si le estabas mintiendo o no, o si le estabas ocultando algún tipo de información aunque fuera verdad y… la adquisición de una capacidad para mostrar su sentimientos mediante gestos o expresiones faciales.
Evelyn decía que era debido al cuidadoso maquillaje que se aplicaba todas las mañanas. No estaba en completo desacuerdo con su afirmación pero… yo creía también que en parte tenía que ver con su físico. En particular, con su sonrisa. Su enigmática sonrisa de Mona Lisa.
También, como he dicho era una persona muy directa, tajante y sincera. En ocasiones demasiado sincera en mi opinión, pero, nuevamente tenía que ver con su profesión y entendía que no le gustasen las mentiras.
El problema es que la inmensa mayoría de las personas la creían prepotente y altanera con su forma de ser. De ahí que no soliera caer bien a las mujeres, que la creían una zorra (entre otras cosas igual de lindas) y que tampoco fuera la preferida de los hombres.
A esa opinión formada contribuía la manera de actuar de ella con respecto a sus relaciones con los hombres: no mantenía relaciones, simplemente.
Noches de sexo y lujuria y nada más, no permitía que nadie le alcanzara en el plano sentimental y siempre era ella quien llevaba las riendas en sus “relaciones”  
Alguien había tenido que  romperle el corazón siendo muy joven y aún estaba afectaba por ello, recelando de todos ellos.
Una verdadera lástima en mi opinión porque cuando superabas las barreras de protección que se había autoimpuesto, era una mujer encantadora y muy fiel.
-          ¿No esperamos a Sam? – pregunté.
-          ¿Desde cuándo ha llegado Sam puntuales a una de nuestras reuniones? – me preguntó Evelyn.
“Tenía razón” pensé.
Dirigimos nuestras miradas hacia Soteria y ella comenzó a explicarnos el motivo por el cal nos habíamos reunido.
-          ¿Recordáis que ayer tuve una cita con Mike? – nos preguntó. Ambas asentimos. – Bien, al final resultó que Mike no era Mike sino Michael. O mejor dicho, el señor Oakland – explicó. Miré a Evelyn por si acaso ella hubiera captado algún matiz que a mí se me había escapado, pero no. Ella tenía la misma idéntica expresión en el rostro que yo.
-          ¿Qué quieres decir con eso? – pregunté.
-          Pues que el hombre había mentido en todo – respondió. - O no – añadió confusa.
-          Soteria, o se miente o no se miente. Así que ¿en qué quedamos? – preguntó Evelyn, algo furiosa.
-          Su información era cierta solo que… desactualizada – explicó. Y al sentir nuestras miradas fijas en ella, añadió avergonzada – Desde hace treinta años -.
-          ¿Qué? – gritamos horrorizadas.
-          ¿Tuviste una cita con un sesentón? – preguntó Evelyn. – Espero que no y que te marcharas de allí tan pronto como lo descubriste – añadió. – Porque lo hiciste ¿verdad? – preguntó, esperando con expectación la respuesta para reaccionar de una manera.
-          En realidad … no – respondió, avergonzada y temiendo nuestra reacción.
-          ¡Soteria! – exclamamos las dos para regañarla.
-          Sí, sé que debí haberme marchado pero… fue un hombre encantador y muy educado. Además su conversación fue muy interesante. Te hubiera gustado Georgiana – me dijo.
-          Ehm… - titubeé. –Creo que no, si quiero pasar un rato agradable con un sesentón voy a visitar a mi padre – expliqué.
-          Exactamente. Soteria, tú estabas allí para encontrar una pareja no para “pasar un rato agradable” Espero que les hayas metido una demanda para que se les caiga el pelo por no comprobar la información de sus clientes – advirtió.
-          Tranquila Evelyn, ya lo he solucionado todo y me van a devolver mi dinero – aseguró.
-          Si quieres más, ya sabes dónde estoy – se ofreció.
-          ¿Qué vas a hacer ahora? – pregunté.
-          ¿Además de deprimirme un poco? – me preguntó, sonriendo.  – Seguir intentándolo – añadió, segura de sí misma.
Realmente el mundo estaba loco.
Soteria era, con diferencia la mujer más guapa y atractiva que había conocido en mi vida.
Rubia, alta, cuerpo de infarto, piel de porcelana y unos enormes ojos azules enmarcados en unas larguísimas pestañas naturales.  Además de que era una chica de alta posición social por lo que estaba bien educada y siempre sabía, qué hacer, qué decir y cómo vestirse en cualquier situación. Y hablaba un montón de idiomas.
Una mujer perfecta, para resumir.
Una mujer perfecta que fue plantada en el altar por su prometido. Lo cual es una paradoja, ya que es organizadora de eventos y las bodas son las ceremonias de las que más suele encargarse.
La principal diferencia entre ella y yo es que ella aún sigue creyendo en que existe el amor para ella y no deja de intentarlo. Algo digno de admirar.  
El problema es que elige a sus citas de una manera un tanto especial: por páginas web especializadas en ello.
No es que le falten oportunidades de conocer hombres de manera tradicional, sólo que… dado que conoció a su ex prometido de manera tradicional, decidió que su siguiente pareja la conocería de la manera más diametralmente opuesta. Y ¿qué hay más impersonal que una página web?
Como dice la canción: Yo me enamoré de noche y la Luna me engañó…Otra vez que me enamore será de día y con sol…
-          Al final creo que encontraré pareja siendo tronista – dijo Soteria, con cierto tono de resignación.
-          ¿Tronista? – preguntó Evelyn, con la ceja enarcada.
-          ¿Tronista? – repetí boquiabierta.
-          ¿Tronista? – preguntó ella también, echándose hacia atrás desconcertada y temerosa de nuestra reacción.
-          ¡Es la mejor idea que has tenido! – exclamamos, aplaudiendo encantadas.
-          ¿Cómo no se nos ha ocurrido antes? – se preguntó. Evelyn.
-          ¿Estáis…? ¿Estáis de acuerdo? – preguntó, tartamudeando ligeramente.
-          ¡Pues claro! – exclamé, apartando a un lado mi ensalada roquefort. Necesitaba centrarme mucho más en el tema de que mi amiga se presentara a tronista. – No eres el perfil clásico del programa pero creo que encajarás a la perfección. Vas a llenar el plató de hombres, nena – aseguré, apretándole la mano. Pero… ¿puedo ser yo tu asesora del amor? – le pregunté. – Me necesitas – aseguré con firmeza. – Ya sabes, por todo mi bagaje cultural romántico – añadí, como explicación. Ella asintió con una amplia sonrisa.
-          Y yo también he de ir al programa – anunció Evelyn. – Voy a ser la abogada que revise tu contrato de trabajo y… también quiero ser la gancho chunga que pone a parir a todos y a todas – añadió.
-          Pero Evelyn, van a decir cosas horribles sobre ti – advirtió Soteria.
-          ¿Desde cuándo me ha importado a mí lo que digan los demás? – preguntó Evelyn, encogiéndose de hombros. - ¿Quieres que llame ahora para que te presentes al casting? – volvió a preguntar sonriente, ilusionada cual niña pequeña en una tienda de golosinas, teléfono en mano.
-          ¡Hola chicas! – exclamó Samanta sin aliento, sentándose en la única silla libre de la mesa. - ¿Qué me he perdido? – preguntó, antes de comenzar a devorar su calzone; fría seguramente.
-          Lo mío con Mike no resultó – explicó Soteria.
-          ¡Oh… mjuanggtwo gjlo mgjienggjto mjagrijmno! – exclamó Sam con la boca llena, apretándole la mano para confortarla.
-          Pero pronto se hará famosa porque va a ser tronista – anuncié encantada.
-          ¿Tronista? – preguntó mirándonos con extrañeza. - ¿Es que algún trono de Grecia se ha quedado sin herederos y directos y te ha llegado a ti? – quiso saber. Sin embargo, no estuvo muy convencía con su primera pregunta por lo que añadió: - ¿En Grecia hay reinos todavía? -.
Sí, se me ha olvidado comentarlo antes, pero Soteria es de Grecia.
-          No, tonta. Tronista de la tele – explicó Evelyn.
-          Tronista de la tele – repitió Samanta. Y pasado un instante, anunció: - No sé de qué estáis hablando -.
-          ¿Cómo no vas a saber de que estamos hablando? – preguntó Soteria comprensiva. – Pero ¡si es el programa más popular de la tele! – exclamó.
-          Jamás he escuchado hablar de él – respondió ella, negado con la cabeza. - ¿De qué va? – preguntó.
-          Es un programa de citas donde uno o varios tronistas chicos o chicas tienen pretendientes para conocerlos y, cuando llegue el momento de su final, elige a su pretendiente definitivo para marcharse juntos del programa como pareja oficial – expliqué, para ver si así recordaba de qué le estábamos hablando exactamente.
-          No, jamás he oído hablar de él – confirmó.
Ni Soteria ni yo podíamos creernos semejante anuncio y así lo reflejaban nuestras expresiones de estupefacción. Evelyn en cambio estaba muy tranquila y nada sorprendida.
-          Chicas, debéis comprenderla. Samanta ha estado muy ocupada por el horario de negrero al que la somete su jefe –
-          ¡Mi jefe no es un negrero! – exclamó Sam ofendida.
-          Compara tu horario laboral con el nuestro y dime que no tengo razón – le retó.  Sam no respondió inmediatamente - ¿Ves? – preguntó satisfecha. – Deberías salir más veces a fumar – le sugirió Evelyn.
-          ¡Puag! – exclamó Sam, con verdadera cara de asco. – Sabes que fumar me parece un vicio deleznable – le recordó.
-          Ya lo sé tonta – respondió Evelyn mientras masticaba su comida por trigésima vez. – Solo lo digo para que tengas más tiempos de descanso en tus maratonianas jornadas laborales – sugirió, con sonrisa lobuna de maldad y desobediencia.
-          O dile que te permita ver la tele los días que tienes que comer en el despacho – sugerí.
-          ¡Ya veo la televisión en el ordenador los días que nos quedamos en el despacho! – volvió a exclamar ofendida. –La veo – repitió para intentar convencernos.
-          No debes verla mucho cuando no sabes de qué va el programa de los tronistas – repliqué.
-          Veo los Simpson – confesó avergonzada.
-          Muy maduro, Samanta. Felicidades – dijo Evelyn con ironía.
-          Soy muy madura – aseguró Samanta.
-          ¡Ah claro! – exclamó Evelyn. – No ves la tele porque estás muy ocupada con tus citas – añadió.
-          ¿Mis citas? – preguntó ella desconcertada. - ¡Yo no he tenido citas últimamente! – exclamó.
-          Claro que sí. Cuatro mujeres en ocho semanas – dije.
-           Cinco – respondió Soteria, incapaz de refrenarse para corregirme.
-          De acuerdo, cinco – repetí, con las manos alzadas en señal de inocencia.
-          Cinco mujeres en ocho semanas. Eres la que ha tenido la vida sentimental más ajetreada – indicó Soteria. – Incluso más que yo – añadió con ironía.
-          ¿Queréis dejar de decir eso? – nos preguntó. – Estáis insinuando que soy una guarrilla lesbiana que ha tenido todas esas citas con esas mujeres cuando en realidad ha sido Harry quien comía, cenaba y dormía con ellas – añadió.
-          Pero a ver Samanta… Eras tú quien decidía lugar, hora y fecha para esas comidas y cenas. Eras tú quien las soportabas, apoyabas y aconsejabas cuando tenían una pelea y quien los reconciliaba. Era a ti a quien le ensayaban las declaraciones de sentimientos mutuos y tú eras la encargada de mandar flores y comprar los regalos de inicio, aniversario y fin de las relaciones además de cumpleaños o cualquier otro acontecimiento celebrado con un regalo. Si eso no es tener citas y relaciones con esas mujeres… No sé a qué llamas tú tener una relación – concluyó Evelyn, con toda la razón del mundo.
-          Y hablando de relaciones, llevas el pelo suelto, tu bufanda es de color chillón y vienes de una dirección opuesta a la que está el edificio de empresas LeBlanc donde trabajas… ¡Oh oh! – dije, analizándola con detalle.
-          ¿Ya va a romper con ella? – preguntó Soteria, muy sorprendida. - ¡Pues sí que le ha durado mucho esta vez! – exclamó con ironía.
-          ¿Qué tipo de futuro iba a tener con una mujer que se llama con un instrumento de cuerda? – preguntó Evelyn para hacernos caer en la cuenta.
Es aquí cuando creo conveniente hacer una breve introducción de mi última amiga, Samanta, aunque todos la conocemos como Sam.
Sam es alta, morena, con un cabello perfectamente ondulado que suele lucir al llevarlo siempre suelto y unos ojos color marrones verdosos muy muy atrayentes una vez que los descubres. Le encanta conducir en moto, la música rock y vestir de colores chillones.
Esa es al menos la Sam fuera de su ámbito del trabajo porque dentro de su empresa Sam va siempre vestida en blanco y negro, se maquilla de manera apenas perceptible y su pelo siempre va recogido en un moño con horquillas para que no se escape ni uno solo de sus cabellos.
¿El motivo?
Así se lo exigió su jefe.
Un jefe que no es ni más ni menos que Harold “Harry” LeBlanc, jefe y dueño único de las empresas editoriales LeBlanc; una de las de mayor éxito en la ciudad y a nivel nacional e internacional gracias a sus sucursales en otros países.
Sobra decir que Harry es un hombre muy atractivo, un mujeriego que tiene muchas relaciones con mujeres hermosas. El problema es que todas le duran muy poco tiempo. Su última conquista había sido una aspirante a actriz  Viola Davies; la cual le había durado la friolera de una semana.
Por lo que he leído por la prensa rosa este aborrecimiento a las relaciones largas y estables se debe a que sufrió un divorcio y un escándalo público bastante grande cuando se casó recién acabado la universidad. Desde entonces juró que nunca jamás se casaría ni tendría relaciones estables y…parece que lo ha cumplido.
De hecho, la única mujer estable en su vida es mi amiga Samanta, su secretaria y ayudante personal. La mejor de la ciudad y el objeto de deseo laboral (aunque yo estoy segura de que amoroso-sexual también) del resto de empresarios de la ciudad.
Reímos ante el comentario de Evelyn.
-          ¿En qué demonios estaban pensando sus padres? – preguntó, horrorizada.
-          ¡Eh! – protestó Soteria. – Que yo también tengo un nombre poco habitual – añadió.
-          Ya cariño, pero tu nombre es de diosa – replicó Evelyn. – Una diosa menor griega, sí. Pero una diosa al fin y al cabo – aseguró.
-          ¡Que le den a Viola Davies! – exclamó Sam, con el puño alzado. – Pero por favor, que le guste la pulsera que le he comprado que no quiero tener que volver a venir para descambiarlo -  añadió, como si estuviera rezando.
No  hizo falta más. Con esa frase, Sam seguía confirmándonos que seguía enamorada hasta las trancas de Harry LeBlanc.
-          En cualquier caso, aún tienes tiempo para ver el programa y engancharte Sam, aún me queda un último candidato perfecto que me propone esta página web y después probaré con la última que me queda. Si después de eso no he encontrado a un hombre con el que mantener una relación, me apuntaré al casting para ser tronista – anunció.
-          O sea, que no llamo – dijo Evelyn guardando el móvil, con expresión triste y de fastidio.
-          Georgiana, necesito una dosis de romanticismo en vena ¿quedamos hoy en tu casa a la hora de siempre para ver una comedia romántica? - me preguntó. - Esta vez la dejo a tu elección – prometió.
Puse una mueca y me mordí el labio inferior al escuchar su petición.
Ahí estaba otra vez.
Creí estar sintiendo un deja vú.
¿Por qué?
Porque cuando Soteria se refería a ver una comedia romántica, lo que en realidad hacíamos era ver la película pero… pasarnos horas y horas hablando de sentimientos, relaciones y amor.
A ver, me halaga que me consideren una entendida en el tema por la gran cantidad de material recopilado pero… por otra parte, no puede dejar de fastidiarme ese mismo pensamiento.
¿Por qué?  podréis volver a preguntaros.
Pues porque parecen olvidar el trabajo que hago en mi profesión, o no parecen tenerlo del todo muy claro.
Yo soy his-to-ria-do-ra. His-to-ria-do-ra. Y también soy (aunque aún estoy a la espera del nombramiento oficial) comisaria de exposición. Co-mi-sa-ria de ex – po-si-ción.
Lo que sí que NO soy de ninguna de las maneras es psi-có-lo-ga o te-ra-peu-ta sen-ti-men-tal. De hecho, lo único que tienen en común estas cuatro profesiones es que tienen más de cuatro sílabas, pero nada más.
¿Es que piensan  que porque me paso ocho horas al día rodeada de huesos y objetos antiguos tengo una necesidad desesperada de comunicarme con las personas?
¿Es que acaso me han pintado un cartel fluorescente de neón en la frente con la palabra disponible para hablar sin que me diera cuenta?
Y lo más importante de todo, ¿es que no entienden que, de todas las personas del mundo, yo, soy la menos indicada para dar consejos y/o lecciones de amor?
-          Lo siento Tory pero… ya tengo un compromiso anterior – dije.
-          ¿Compromiso? – preguntó Soteria.
-          ¿Cita? – preguntó Sam, cambiando la palabra porque le dio la gana.
-          ¿Tienes una cita y no me has dicho nada? – preguntó, Evelyn fingiendo estar dolida. – ¡Zorra! – exclamó.
-          ¡No es una cita! – exclamé. – Es una visita al museo… con Dash – añadí. Y recalqué muy y mucho el nombre de mi acompañante.
-          ¡Argh! – protestaron las tres a la vez, gritando tan fuerte que llamaron la atención del resto de las mesas de fuera que el restaurante tenía en la terraza.
-          Dash no cuenta – dijo Sam.
-          Yo no he dicho que fuera una cita, eso lo has pensado tú – le reproché.
-          Cielo, ¿no deberías intentar tener alguna cita de vez en cuando? – me preguntó Soteria con suavidad. – Ha pasado mucho tiempo desde lo de Paul – añadió.
-          No – negué con rotundidad. – Yo no soy tan fuerte como tú y no me veo capaz de soportar un nuevo fracaso sentimental. Además, así estoy bien – añadí, completamente convencida de lo que decía.
-          Pero… - inició Sam, la otra sufridora del amor del grupo (al menos públicamente porque Evelyn aún no nos había contado su secreto) 
-          ¡Eh! – exclamó Evelyn sealándolas a ambos con el dedo índice. – Ha dicho no. Y no es un no – añadió. – A mí me parece genial que salgas esta noche con Dash y que lo llames encuentro en el museo o cita – concluyó.
No sabía muy bien si eso habían sido palabras de consuelo y de acuerdo conmigo pero aún así, le dije:
-          Muchas gracias –
-          Estas dos no son tan listas como yo y no se han dado cuenta de que Dash es el único tío que conoces al que permites estar a tu lado sin que sea gay ni de tu familia. Eso es un paso de gigante para la Georgiana que he conocido así que, aunque no entiendo qué podéis encontrar de divertido en visitar un museo por la noche cuando tú misma trabajas en uno… ¡ve y diviértete en tu cosa friki de esta noche! – me animó.
Hubo algo que no mencionó en ese pequeño discurso que me dio y eso no era otra cosa que mañana a primera hora o, en cuanto pusiera un pie en mi casa de regreso de mi visita al museo, tendría que redactarles un informe completo de lo que había pasado.
Me sentía como una adolescente que debía contarles todo lo que hacía a sus padres por obligación cada una de las veces que lo había hecho con anterioridad. De hecho, llamadme paranoica pero creí sentir cómo mi cuerpo rejuvenecía poco a poco a medida que pasaban los minutos.
Obviamente, no iba a contarles lo del disfraz de Dash.
No pensaba dejar en ridículo al único amigo al que le interesaba la historia tanto como yo.
En ese momento, me sentí como una adolescente rebelde que tenía un secreto muy importante que no iba a contarle jamás a sus padres.

Sonreí ante esa perspectiva.

jueves, 27 de noviembre de 2014

Historia de georgiana: capitulo 2

Capitulo II: Georgiana
Me llamo Georgiana Marie Leakey.
¿Os suena mi nombre? Os dejo un momento para pensar.
¿No? ¿Nada? Está bien, os doy una pista: tengo un nombre famoso.
Pero no soy famosa por  haber un concurso de conocimientos o un reality show, ni nada por el estilo. De hecho, es mi nombre el que es famoso, no yo.
¿Ni siquiera eso os da una pista? Está bien, no lo demoro ni un momento más. Para aquellos no familiarizados con la historia (o mejor dicho, con la prehistoria) comparto nombre con Mary Leakey, la arqueóloga británica que descubrió el primer cráneo del Australopithecus Boisei[1] y las huellas de Laetoli[2].
De acuerdo, quizás os he sobrevalorado en cuanto a conocimientos y si es así, me disculpo. También podéis decirme si os habéis picado por haberos llamado incultos que yo me llamo Marie y no Mary como la susodicha, pero… aunque un nombre es francés y el otro inglés, mi familia y muy especialmente mi abuela materna (ya que me lo pusieron por ella) se empeñan en pronunciarlo de la misma manera, de ahí que no existan diferencias entre uno y otro para mí.
Pero… ¿por dónde iba?
Me llamo Georgiana Marie Leakey, tengo veintiocho años y… soy historiadora.
¿Lo dudabais con ese nombre? Pues mi familia sí.
Pero no soy historiadora de trabajar en excavaciones arqueológicas del tipo Indiana Jones y Lara Croft; no. Soy más de interiores, del trabajo posterior.
De hecho,  podría decirse que ese es mi trabajo definitorio porque trabajo en un museo catalogando, limpiando, estableciendo cronologías y restaurando artefactos. Ahora entendéis mejor lo del consolador ¿eh? Al mismo tiempo, preparo una tesis doctoral pero ya diré sobre qué más adelante.
Y una última característica definitoria de mi persona es que … Me declaro orgullosa y sin ningún tipo de vergüenza por ello, una romántica empedernida.
Curiosa manera la de demostrar tu romanticismo si te dedicas a coleccionar corazones humanos embalsamados podríais pensar.
Pero no, eso no tiene que ver con el romanticismo, es por trabajo. Pero mi trabajo tampoco es ir pidiendo y coleccionando corazones humanos embalsamados ni otras partes  de cuerpos humanos como si fuera la nueva doctora Frankenstein.
Y mi romanticismo es como el de cualquier persona normal y corriente, nada de excentricidades ni cosas por el estilo. Hablo de romanticismo por una vasta y extensa colección de películas y libros románticos.
Si se estrena una película romántica, película que voy a ver. Y si se estrena en un país extranjero al cual no tengo posibilidad de visita para verla e directo… primero la descargo de Internet (lo sé, soy una pirata de las descargas aunque no debo hacerlo) y después, si me ha gustado mucho (hecho que sucede en numerosas ocasiones) acabo comprándola en Internet y ésta pasa a engrosar las estanterías de DVD’s románticos que habitan y pueblan todo mi piso.
Las tengo de todo tipo: adolescentes, románticas, dramas románticos, dramas históricos románticos, grandes tragedias shakesperianas, modernas, antiguas, blanco y negro, color… e incluso tengo algunas películas que no deberían estar ahí camufladas. Basta tan solo con el hecho de que haya un romance secundario en el argumento para que me decida a incluirla.
Y lo mismo sucede con los libros.
Hay quienes gastan pequeñas fortunas en ropa, calzado y/o complementos. Afición que les lleva incluso a desembolsar pequeñas fortunas y a adatar habitaciones de sus viviendas para acogerlos a todos. Y después estoy yo, que hago lo mismo pero… con los libros.
No sé si algún ejecutivo o trabajador de IKEA leerá estas páginas algún día pero… desde aquí quiero agradecer públicamente la invención, creación y diseño de unas estanterías facilísimas de montar y de modificar para agregar más baldas. Sin vosotros, chicos, la habitación favorita de mi piso; el despacho, jamás hubiera podido ver la luz.
Tengo libros románticos de toda índole también: desde la más remota Antigüedad hasta la más rabiosa actualidad, pasando por cada uno de los subgéneros; desde los viajes en el tiempo, a las novelas medievales, vikingos, modernas, de la Regencia, contemporáneas, de vaqueros, indios, sobrenaturales, poesía … todas, las tengo todas. Y al igual que sucede con las películas, puedo saberme diálogos de una novela de memoria y reconocerla solo con saber unas líneas. Diría aquí los nombres de algunos de mis autores favoritos pero… como no los conozco personalmente y no voy a recibir ningún beneficio económico en su nombre o el de las editoriales que los publican por esta publicidad gratuita, me reservo nombrarlos aquí. NO SPAM.
 Como no podía ser de otro modo dado mis gustos en el entretenimiento, adoro todos y cada uno de los grandes y pequeños gestos y declaraciones públicas de amor, entre personas y animales. Todas me enternecen de la misma manera, aunque me tocan la fibra sensible (que debe ser óptica porque a la mínima empiezo a llorar) más que ninguna otra aquellas de las que yo soy espectadora directa.
Por qué podréis preguntaros. ¿Es que no te cansas nunca de tanto romanticismo? Querréis saber. Incluso podréis pensar que mi novio es un blandengue y un ñoño pero… es aquí donde estáis completamente equivocado porque,  aunque parezca inverosímil y paradójico, ninguna de mis parejas amorosas se ha caracterizado por ser el adalid y el paladín del romanticismo en el mundo actual, aunque para eso ya estaba yo, que valgo por dos o por tres.
Pero volvamos al tema de mi trabajo, el cual me parece mucho más interesante y menos doloroso psicológicamente hablando en mi caso. Este, el trabajo que ocupa todo mi tiempo laboral y buena parte del libre es mucho más específico y temporal, de corazón.
¿A qué se debe mi excitación sobre este corazón en particular?
A su dueño.
¿Por qué? Porque el dueño de ese corazón no es ni más ni menos que… Ricardo Corazón de León[3].
No es una broma.
Hablo de Ricardo Corazón de León, el de verdad, el único e irrepetible en su fama. Sí, el mismo rey inglés de Robin Hood y cuyo hermano era Juan sin Tierra[4]. Ese rey.
¿Que por qué lo he pedido? Paciencia.
Aquí está lo referente a mi trabajo: organizo una exposición temporal en el museo que versará sobre el Amor a lo largo de la historia en todo tipo de manifestaciones y artilugios.
Salvando el hecho de que incluya la palabra corazón en su nombre no le veis mucho sentido y relación con el tema de la exposición  ¿verdad?.
Tenéis toda la razón del mundo. Es que al principio el tema de la exposición iba a ser sobre grandes personajes de la historia pero,  desde que mi jefa, quien también es la directora general del museo se casó hace un año y vive en una nube de algodón de azúcar rosa chicle, ha entontecido considerablemente.
La exposición sobre el amor no es más que otro de los frutos de uno de esos ataques de enamoramiento. Especialmente porque decidió cambiar el tema a última hora de un día para otro. (En otras palabras, yo tuve que joderme bien) No obstante, decidió que debíamos conserva a Ricardo y a su corazón. No por el renombre o la importancia histórica de dicho monarca sino porque el corazón era un símbolo internacional del amor.
-          ¡Qué bajo has caído Ricardo! – exclamé mientras asentía y lo miraba con lástima. - ¡Con lo que tú has sido! –  añadí, emulando a aquellos señores mayores de los pueblos que ponen este tipo de tono de voz melancólico antes de empezar a contarte sus batallitas y demás avatares vitales.
Aspiré, profundamente y… llamadme loca pero, juraría que pese a haber sido embalsamado hacía nueve siglos y pese al cristal de metacrilato que lo protegía, hubiera jurado que aún conservaba el olor de las plantas aromáticas utilizadas para su embalsamamiento.
Volví a aspirar, esta vez con el cristal pegado completamente a mis fosas nasales para intentar identificarlos. Creo que lo hice pues de repente, identifiqué olor a ¿margaritas? (“¿Es que las margaritas tenían algún significado funerario en la Edad Media? Si era así, ¡qué diferencia con su identificación como la flor de…. Actual!”), ¿mirto? (“¿En serio mirto? Pero ¡si era una planta de clarísimas referencias bíblicas! ¿Será verdad entonces que incluyó hierbas de clara identificación bíblica porque era antisemita?), había una tercera hierba que no sabía muy bien identificar pero que por descarte no podría ser otra que incienso y… Menta. (“¿Menta? ¿Para qué menta? Además de para dotarle un buen olor no se me ocurría otra cosa por la que utilizarla…”)
Maravillada de que tuviéramos algo en común; la menta, aunque bien es cierto que utilizada para ámbitos bien distintos, la menta aquí era en sentido funerario y para mí la menta era un símbolo de celebración, una recompensa si preferís llamarlo así.
Pero esto no era una celebración y por tanto, no podía comerme uno. ¿O sí?
Había luchado con uñas y dientes y me había convertido en la persona más pedante y pesada del mundo con tal de convencer al deán de la catedral de Ruán y al encargado de su conservación de que lo enviasen para convertirlo en el objeto estrella de la exposición.  Si eso no era un motivo para celebrar y comer chicle de menta, no sé qué podría ser.
“¡Joe! ¡Tanto hablar de menta que me ha entrado antojo de chicles de menta!” protesté. “¿Debería hacerlo?” me pregunté.
 Hombre, si se tomaba con alfileres este argumento… bien podría ser utilizado como tal.
 Me arriesgué y… acabé convenciéndome a mí misma.
Por eso, agarré el paquete de chicles de menta de celebraciones especiales que tenía localizado en el cajón inferior de mi escritorio y metí no uno, sino dos (¡Sí! ¡Así de atrevida me había vuelto!) y comencé a masticarlo, dejando que las partículas fuertes de sabor y, saboreándolo como si fuera e manjar más delicioso que había probado en mi vida.
Mientras masticaba pensé que era muy triste celebrarlo solo mascando chicle. Así que, continué pensando qué más cosas eran necesarias  para celebrar un evento como Dios manda.
¿Alcohol? Sí, pero no en horas de trabajo.
¡Música! ¡La música era la segunda cosa necesaria para celebrar algo como Dios manda!
Encendí el reproductor, me puse en pie, dispuesta a bailar, darlo todo y dedicarle un par de canciones a Ricardo y… esperé.
Desafortunadamente para mí, la primera canción que sonó fue La consagración de la Primavera de Tchaikovsky. Me paralicé.
Asumí, comprendí y me di cuenta de que realmente era La consagración de la Primavera y no cualquier otra canción de música clásica de las que poblaban mi reproductor MP3. Pero no, no tuve tanta suerte y efectivamente era Tchaikovsky quien sonaba.
No quería escucharlo ni un segundo más porque me traía pésimos recuerdos. No era por el compositor, a quien creía un genio y tampoco era por la música , que era potente, poderosa y excepcional. Era por el Ballet y la asociación y los pésimos recuerdos que éste me traía.
Paul” pensé con asco, conteniendo mis ganas de vomitar.
¿Qué quién es Paul? Mi exnovio.
El hombre perfecto, atento y considerado.  100% Material de pareja… si no fuera porque ya estaba casado cuando inició su relación conmigo. Dicho de otra manera, yo fui la otra durante los seis meses que duró nuestra relación.
No me miréis mal ni penséis mal de mí porque yo no inicié mi relación con Paul sabiendo que estaba casado. Ese fue un dato que, convenientemente se olvidó de mencionar…Ya sabéis le restaría todo atractivo.
Ese pequeño detalle que se le olvidó comentarme fue el que descubrí por mí misma. ¿Cómo? En una representación del ballet La Consagración de la Primavera de Tchaikovsky.
La publicidad aseguraba que era un espectáculo extraordinario.
No podría daros mi opinión al respecto ya que para mí el verdadero espectáculo grandioso era el que estaba ocurriendo un par de filas por delante de mí y que tenía como protagonistas a mi pareja y a otra mujer.
En un principio pensé que era la otra, pero al día siguiente me enteré por su propia boca que la otra era yo. Desde ese mismo momento, puse punto y final a nuestra relación.
Hace un año y un par de meses de ello y desde ese momento permanezco soltera y sin tener ningún tipo de confianza en los hombres.
No quería seguir pensando ni un segundo más en tan doloroso recuerdo y a su vez causa principal de mi desconfianza en el género masculino a la hora de tener pareja.
Toda la culpa era de la melodía.
La solución era bien sencilla: no iba a seguir escuchándolo ni un segundo más.
Salí corriendo, para cambiarla, tan rápido que acabé tropezándome con mis propios pies y…caí sin querer un enorme montón de folios de encima de mi escritorio.
Por suerte para mí, aunque puedo parecer una persona caótica y desorganizada, lo tengo todo perfectamente bajo control (sobre todo en lo que a organización documental se refiere) y, no sucedió ninguna tragedia porque todos esos papeles estaban perfectamente organizados en fundas de plástico. No tuve que pasarme tres horas recogiendo. (“¡Yai!” exclamé, pataleando.)
Recogí todos los plásticos y volví a colocarlos sobre mi mesa en el mismo lugar que estaban antes. Sin querer el montón, cambió la canción que iba a comenzar a sonar y saltó a la siguiente dentro del orden aleatorio de mi lista de reproducción y… recuperé mi posición inicial.
Iba a sonar la música, conmigo misma más dispuesta que nunca a comenzar a bailar cuando… ¡Bip, Bip!.
Un mensaje de texto al grupo de Whatsapp de las chicas; llamado Las Cuatro Jinetes del Apocalipsis (no me preguntéis, fue cosa de Evelyn)
Era de mi amiga Soteria:
SOS
Quedamos en The Buffet para comer en 30 min? Invito yo.
Suspiré.
“Voy a tener que salir fuera a comer al final” pensé.
No tenía pensado abandonar el despacho hoy porque pensaba dedicarle toda mi atención a Ricardo pero… solo había un motivo por el cual Soteria SOS en el grupo. Nos necesitaba y de manera urgente. ¿Para qué estaban las amigas si no?
Respondí afirmativamente.
De lo que no me había dado cuenta era que, el inicio de la canción había coincidido con el mensaje de Soteria y ésta, la cual sí que conocía e incluía la letra, tenía un  swing y un flow que, enseguida me hicieron balancearme y apoyar el peso de mi cuerpo mientras caminaba en ambas caderas. Más tarde, trasladé ese mismo peso a los hombros, de tal forma que para cuando llegó al estribillo, ya estaba desatada.
Por eso, agarré de nuevo a Príapo para darle un nuevo uso a su falo; el de micrófono y comencé a cantar
Liar, liar…
“Mira, una canción que le pega a Paul…” pensé.
Liar, liar
She is on fire!
She is waiting there
Around the corner
Just a little air
And she’ll jump on ya![5]
Y al decir el –ya del estribillo señalé al corazón de Ricardo.
Esta fue la manera (imposible de disimular con una acción cotidiana) en la que  me encontró así Dani, mi becaria.
-          ¡Vaya! – exclamó, cruzándose de brazos. – Alguien está de buen humor hoy… - añadió, con sorna.  – No – dijo pasado un momento, con la boca abierta. Se encaminó a grandes zancadas hacia la mesa de mi despacho y, a un palmo de la misma, se giró en mi dirección señalando al corazón de Ricardo y me preguntó: - ¿Ese es…? Asentí. - ¡Qué pasada! – exclamó.
-          ¡No se toca! – le regañé, golpeándole en la palma de la mano cuando sus deso estuvieron a punto de tocar el cristal de metacrilato.
-          ¿Cómo no? – ¡Soy licenciada en Historia del Arte y en Bellas Artes! – exclamó, indignada.
Y ahí estaba.
El carácter de Dani en todo su esplendor.
Debo decir que Daniela es una chica que encantadora que me cae genial y con la me divierto, compartiendo anécdotas históricas y de historia del arte. Además, tenemos una corta diferencia de edad y eso nos hace más afines. Eso por no hablar de que sé que, secretamente soy su modelo vital a seguir y que querría seguir una trayectoria profesional similar a la mía (yo empecé también como becaria en el museo).
Sin embargo, de vez en cuando, saca su lado prepotente y altanero, creyéndose más experta que nadie (especialmente conmigo, ya que yo “solo” he estudiado un máster de dos años mientras ella tiene Bellas Artes) y entonces no hay quien la soporte.
-          No puedo creer que hayas abierto el cofre sin mí – me echó en cara, incrédula y con algo de odio en sus ojos.
-          Si hubieras llegado puntual de tu media hora y no cuarenta y cinco minutos para comer y hubieras encontrado en tu puesto de trabajo, lo habrías abierto conmigo -  le respondí, con voz suave pero firme.
Supe que la había dejado sin argumentos. Y por más que buscara y pensara una buena réplica, no la iba a encontrar.
-          Bien… - suspiré, dije mientras guardaba el corazón en el cofre donde había sido transportado. - Ya que finalmente estás aquí  me voy – anuncié.
-          ¿Te vas? – preguntó, nuevamente boquiabierta. - ¿Cómo que te vas? – añadió. – Pero  ¿no comías hoy aquí? – quiso saber.
-          Cambio de planes – respondí de manera críptica.
Cogí el bolso e ignorando sus palabras y súplicas salí de mi despacho en dirección a los ascensores. Unos ascensores que me llevarían a la planta sótano del museo, situada seis plantas por debajo de la segunda planta donde estaba situado mi despacho.
Sótano donde estaban situadas las cajas de máximas seguridad y las cámaras acorazadas. Precisamente, a una de estas últimas me dirigí para guardarlo allí abajo y no volver a verlo hasta el día de la inauguración.
Sentí una repentina tristeza y un fuerte apego por un objeto que llevaba tan poco tiempo conmigo. Realmente, fue muy duro para mí deshacerse de él.
Pero lo hice. De raíz, que era el método menos doloroso.
Cuando salí del interior de la cámara acorazada a la que solo tendríamos acceso la directora y yo mediante la clave de la seguridad que solo nosotras sabíamos, Dani seguía ahí esperándome. Furiosa cual Inquisidor general.
         ¡Te odio! – gruñó.
-          No me odias y lo sabes – le respondí.
-          ¡Eres mala y cruel conmigo! – exclamó entonces, cambiando de opinión.
-          Si tan a disgusto estás, puedes ser la becaria de la Momia, no voy a poner pegas a ese cambio – le sugerí, encogiéndome de hombros.
Dani ahogó un grito de horro ante esa posibilidad.
-          ¡Eres una zorra sin piedad! – exclamó, con el calentón. Y aunque debería haberme sentido ofendida, no sentí nada en absoluto.
O bueno, sí.
Sí que sentí algo unas enormes ganas de reírme.
Y eso fue precisamente lo que hice; para mayor aumento de su rabia.
Me miró, mordiéndose el labio para no soltar una palabrota personalizada y con los ojos echando chispas.
-          Eres una mujer sin corazón – me dijo, finalmente.
Y ahí sí que le respondí.
Era inevitable, con una réplica tan sencilla para dedicarle.
-          Claro que no tengo corazón, Daniela, acabo de deshacerme de él –
Y dicho esto, le guiñé un ojo y finalmente, salí al exterior.
Tenía una cita para comer y el tiempo se me estaba echando encima.



[1] Australopithecus Boisei: También conocido como Paranthropus Boisei o Zinjántropo Boisei fue un homínido extinto y temprano del África Oriental. Se le describe por su fisonomía como el más grande del género Paranthropus. Vivió en África en el Plesitoceno desde hace aproximadamente 2’3 millones de años hasta 1’2 millones de años.
El primer hallazgo de esta especie se produjo el 17 de julio de 1959 en la Garganta de Olduvai en Tanzania por Mary Leakey.
[2] Huellas de Laetoli: Laetoli es un yacimiento situado en la meseta Eyasi que se encuentra a 25 km de Olduvai. El hallazgo de estas huellas tuvo lugar entre 1976 y 1978 por Mary Leakey y el geólogo Richard Hay, que excavaron 27 metros de largo y es allí donde se hallaron las huellas de unos 18/21 cm y que podrán pertenecer a tres individuos diferentes con una altura estimada entre 1’15 cm y 1’56 cm. Las diferencias de altura vendrían dadas por el diferente género de los individuos y su edad: dos individuos y un niño.
[3] Ricardo Corazón de León: Ricardo I de Inglaterra. Tercer hijo  de Enrique II y Leonor de Aquitania. Fue rey de Inglaterra entre 1189 y 1199 y partió con la Tercera Cruzada hacia Tierra Santa. Conquistó la isla de Chipre. Fue capturado y solo regresó a Inglaterra de manos del emperador Leopoldo V tras haber pagado un elevado rescate en 1194. Falleció en 1199 al recibir una herida mortal de flecha,
[4] Juan sin Tierra: Juan I de Inglaterra. Hijo menor de Enrique II y Leonor de Aquitania. Rey de Inglaterra desde 1199 hasta 1216. Durante el viaje de Ricardo I a Tierra Santa, él permaneció en el poder gracias al permiso de su hermano. No obstante, una vez allí intentó hacerse con el poder permanente.
Su nombre le proviene de que no recibió ningún lote de tierra como herencia.
[5] Canción de Chris Cab feat Pharrell Liar liar.
Mentirosa, mentirosa… ella es muy apasionada. Ella está esperando allí, junto a la esquina. Solo un momento, y saltará sobre ti.

martes, 25 de noviembre de 2014

Historia de Georgiana

Capitulo 1: Un corazon nuevo
-       Señora, un paquete para usted – dijo una voz masculina, seguramente de un mensajero.
Un mensajero a quien, obviamente no había escuchado entrar en el recinto que era mi despacho (“había llamado ¿verdad?”)invadiendo mi PRIVACIDAD laboral y que, en consecuencia, me había dado un susto de muerte.
“¿Señora?” me pregunté enfadada. “¿Es que tengo pinta de señora?” añadí, enfureciéndome.
Susto de muerte que provoco que diera un salto (no muy grande, la verdad) y que mis gafas de señora mayor (“Quizás sí que hubiera tenido motivos para llamarme señora, después de todo”) con las que veía a la vez de lejos y de cerca (como consecuencia de largas horas de estudio con escasas condiciones de luz y mis aún más largas sesiones de trabajo y entretenimiento frente al ordenador) cayeran desde el puente de mi nariz hasta alcanzar peligrosa y casi trágicamente la punta de la misma (que no tenía unas dimensiones descomunales). Un último efecto colateral de todo este susto fue que el falo que tenía entre mis manos hubo estado a punto de caérseme.
Suspiré para calmarme.
Y después decidí que lo más sensato era depositar el falo encima del abarrotado, caótico y llenos de todo tipo de trastos y cacharros antiguos y modernos, escritorio.
Apenas lo puse ahí y, pese al tamaño del mismo, el enano de descomunal falo al que yo había denominado como Príapo aunque era obvio que era de fabricación egipcia, se convirtió en el objeto de atención e incomodidad del mensajero.
Lo hubiera entendido si este bueno hombre fuera un pseudo adolescente que recién hubiera descubierto el tema de la sexualidad, no un señor de mediana edad. Tolerancia cero a estos viejos verdes. Más si este me lanzaba miradas reprobadoras, reprobatorias y escandalizadas.
“Genial Georgiana” me dije a mí misma con ironía. “No podía haber entrado cuando estaba limpiando cerámica común; no. Ha tenido que hacerlo justo en el momento en que estaba limpiando un consolador egipcio de un enano con el falo más largo que ancho”
Gruñí y me enfadé conmigo misma. Aunque no demasiado tiempo ya que me di cuenta de que en realidad no era culpa mía, sino de mis circunstancias adversas.
Decidí ahorrarnos a ambos más tiempo de incomodidad y por eso, comencé a buscar un boli con la mirada.   Bolígrafo que, casualmente (quizás asustado por mi expresión facial y sin ninguna duda rebelde) había decidido por su cuenta que ese era el momento más adecuado para desaparecer.
Me mordía la lengua para evitar soltar una palabrota delante de un desconocido y, al parecer, ejercí tanta presión que un mechón de mi cabello cayó justamente en mitad de mi frente.
Mis circunstancias causaron simpatía (o pena) en el buen hombre.
Hombre que me ofreció el de la compañía y, con voz gangosa, me indicó cuáles eran los lugares de los papeles donde debía firmar antes de repartirme las copias de la documentación a partes iguales.
Se guardó su parte correspondiente y… en lugar de marcharse para continuar con su jornada laboral, se quedó en el lugar donde estaba con las manos detrás de la espalda.
¡Cómo si esa postura fuese a convencerme de su estado de calma, tranquilidad y desinterés por el paquete que me había traído!
De acuerdo que las numerosas pegatinas fluorescentes indicadoras llamaban poderosamente de propios y ajenos. Del mismo modo que su inusual forma contribuía a ejercer de foco mayor de atención pero…. Esos no eran motivos suficientes en mi opinión como para revelarse como un cotilla de primera categoría ante una total desconocida.
Soy de naturaleza bondadosa generalmente y siempre tiendo a pensar lo mejor de las personas (“Quizás por eso te las dan siempre en el mismo sitio” respondió mi mente a mi hilo de pensamientos, provocando que si esta fuera una persona física y no una parte interna de mi persona, ya se hubiera llevado una bofetada por bocazas) pero… ¿no os ha quedado claro con estas palabras que no me gusta nada la gente que no disimula su afán e interés por averiguar la vida de los demás? Pues si no habías descubierto por vuestra cuenta, algo habéis aprendido ya de mí.
Le miré disimuladamente con la mirada cargada de odio para cerciorarme de que no eran imaginaciones mías pero nada, el hombre parecía no tener ninguna intención de moverse de allí hasta que abriera el paquete que me había entregado.
¡Pues iba listo si pensaba que iba a darle esa satisfacción!
En ese momento, la vena perversa de mi cerebro (y que todo el mundo tiene) comenzó a funcionar a pleno rendimiento para sacar lo peor de mí.
Por eso, olvidé momentáneamente el misterioso paquete (eso sí gracias a utilizar toda mi fuerza de voluntad y la del mes siguiente) y volví a agarrar a Príapo; esta vez con mucha más decisión.
Después, cerré los ojos y recordé cómo evocar imágenes placenteras y relajantes con tanta intensidad que nos hacía olvidar todo y a todos los que había a nuestro alrededor, gracias a los consejos de uno de los cursos antiestrés a los que me había apuntado por coacción amistosa de Evelyn.
En mi caso, ese “placer” se correspondía con un plato tamaño XXL de pancakes bañados en chocolate, nata y caramelo. Una auténtica bomba calórica e insana que haría morir de inmediato a mis saludables niveles de colesterol, azúcares y grasas y que horrorizaría al saludable hasta ser aburrido y repelente de mi amigo Ted.
Olvidé a Ted y volví a concentrarme en las imágenes de los pancakes. Objetivo conseguido porque salivé al instante y di un gemido corto, aunque perfectamente audible para el señor transportista.
Con los ojos apretados aun más fuertemente dirigí al enano fálico hacia mi boca como si del plato de pancakes se tratara. Abrí la boca y saqué la lengua.
Y lo más raro de todo esto es que en ningún momento desde que mi mente había trazado el plan, dejó de resonar en mi mente la banda sonora de Cuando Harry encontró a Sally.
Por último, solo cuando la punta de mi lengua estaba a punto de tocar la punta de tan exagerado y antiguo símbolo sexual y de fertilidad…abrí los ojos y me dirigí al boquiabierto hombre para decirle:
-       Es que este no es como los de ahora – me lamenté. – Necesito lubricarlo antes de usarlo – añadí, tras guiñarle un ojo de forma cómplice e intentando no reírme con todas mis fuerzas. - ¿Sabe? – le pregunté. – En la tienda de la entrada se venden réplicas idénticas a esta en forma y tamaño a esta – y lo giré en su dirección para que viera a mi pequeño Príapo en todo en su esplendor. – Falta un mes para San Valentín y si es usted un hombre detallista, este puede ser un regalo original y perfectamente válido para su esposa, sus hijas, sus cuñadas, sus nueras e incluso sus nietas si han sido espabiladas e incidas en terrenos sexuales ¿no le parece? – pregunté, con mi mejor sonrisa de inocencia.
Tengo que decir en este punto que el señor repartidor y transportista fue un completo maleducado conmigo porque, abandonó mi despacho con un sonoro y retumbante portazo si ni siquiera desearme un feliz día. Por el contrario, lo que sí que me dedicó fue una expresión escandalizada y de suprema repulsión a partes iguales.
Finalmente, pude dejar escapar una sonora carcajada de satisfacción y diversión… antes de sentarme en el sillón (o mejor dicho, primero en un enorme montón de papeles) de manera poco civilizada. Deposité a Príapo en la mesa nuevamente y le di las gracias por sus servicios prestados y…concentré toda mi atención en la caja que acababa de recibir.
 Acerqué las gafas a mis ojos para poder leer de cerca: Rouen.
“Finalmente” suspiré aliviada.
Acto seguido y pese a que mi nerviosismo, impaciencia y curiosidad crecían por momentos, conseguí controlarme el tiempo necesario para colocarme la mascarilla que me tapaba la nariz y la boca y que me hacía ponerme en el lugar de los alérgicos y asmáticos cuando caminaban por la calle en primavera y para deslizar mis guantes de caucho (idénticos a los que los agricultores utilizaban en la recolección de la aceituna y que eran los mismos que los que llevaban los jardineros para realizar trabajos variados de jardinería) Sí, podría haber utilizado guantes de látex pero… por extraño que pueda parecer, yo, que casi constantemente llevo las manos sucias, me preocupo bastante por su buen estado y sobre todo por el mantenimiento de unas uñas fuertes, largas y saneadas y los guantes de caucho son los únicos que me permiten tenerlas así.
Un acalorado debate interno se produjo acerca de si debía abrir el paquete posándolo sobre mis piernas o si, por el contrario, debía acercar mi silla al borde del escritorio. Finalmente, las posturas conservadoras se impusieron, bastante influenciadas por las pegatinas en diferentes idiomas donde indicaban el estado FRÁGIL del contenido del mismo y que ocupaban toda la extensión lateral de la caja.
Mahoma fue a la montaña en este caso ante un más que posible caso de patosismo.
Con manos temblorosas y cuidadosas, desembalé y abrí (o mejor dicho, rompí) la caja.  Me sorprendí al ver que también me habían enviado el cofre.
¡Vaya! Sí que le causé una buena y honda impresión al señor Charlier la última vez que nos encontramos” pensé con incredulidad, ya que en aquel momento pensé que había sido más bien todo lo contrario.
Abrí el cofre metálico que lo protegía y, por fin, entre una cantidad ingente de papel de embalar, tiras de periódicos franceses y paja se encontraba el cristal de metacrilato de un tamaño idéntico al de una funda de un CD pero con un peso menor a una funda de CD (de hecho, pesaba 80 gramos justos) se encontraba aquello que llevaba semanas esperando como agua de mayo, que me había costado numerosas llamadas internacionales, cerca de un centenar de emails y una confirmación de mi confesión católica y un segundo bautizo en edad adulta.
Aún así, todo eso había merecido la pena, ahora que tenía ese objeto delante de mí.
Un objeto que no era otra cosa que un corazón humano embalsamado.
Perfecto ara una persona que tenía el suyo propio destrozado y que en ocasiones no estaba segura de que aquello que tenía en el interior de su pecho no fuese un metrónomo en su lugar.
¡Oh! Pero no penséis mal de mí por favor: no soy una de esas personas obsesionadas con las compras inútiles por Internet que luego lo almacena en su casa para acabar sufriendo síndrome de Diógenes.  
 Tampoco soy una estudiante de Medicina, si esa idea se os ha pasado por la cabeza. Y aunque estuviera interesada en dicha ciencia, no podría ponerla en práctica gracias a mi ausencia de resistencia a los hospitales del mundo. Caigo redonda en cuanto pongo un pie en ellos, así de débil soy.
Y desde luego que no soy un psicópata o un esquizofrénico obsesionado con esta parte de la anatomía humana.
De hecho, soy todo lo contrario a ello; especialmente a lo último. En otras palabras, soy una persona perfecta y absolutamente normal… si exceptuamos esos pequeños de arrebatos de perversidad que a veces pongo en práctica previa provocación.
Entonces, ¿Por qué esa fijación y excitación ante un corazón embalsamado y mi empeño en convenceros de la normalidad de mi comportamiento?

Bien, ha llegado el momento de que me presente.