domingo, 29 de septiembre de 2013

Capítulo X De toda la vida

CAPÍTULO X
Una conversación interesante
 (…)He contemplado el cielo del oeste
Y su matiz peculiar de verde amarillento.
Aún lo contemplo.
¡Y con qué mirada inexpresiva!
(…)
A todas veo
Tan majestuosamente hermosas
¡Veo que hermosas son, mas no lo siento!
Melancolía, Samuel Taylor Coleridge (1772-1864)

Las aguas parecían haber vuelto a su cauce tras la fiesta de la noche anterior.
Verónica no era el tema de conversación del artículo de Christina Thousand Eyes (dicho “honor” volvía a corresponder a Penélope) y, gracias a la intervención de Jeremy, podría decirse que Katherine y ella habían hecho las paces.
Sin embargo, Jeremy no estaba muy seguro de esto último, al menos por parte de su hermana y decidió regresar al hogar familiar de los Gold en Abermale Street por lo que pudiera pasar.
Se había levantado tarde y era perfectamente consciente de ello. O mejor, se había vuelto a despertar tarde. Lo cierto era que en ningún momento había pensado regresar por la mañana a la casa familiar; él había pensado en realizar la “mudanza” oficial por la tarde pero, cuando regresaba a su hogar conyugal tras haber pasado la noche con la viuda Fleur Flags; (una de sus múltiples conquistas del período de luto transcurrido inmediatamente después a su viudez) apasionada hasta el extremo e insaciable sexualmente tras largos períodos de abstinencia Jeremy se sentía agotado y lo que quería era irse a dormir.
El destino sin embargo, había reservado otros planes para él esa mañana porque justo cuando caminaba hacia Cork Street se encontró con William Crawford; el novato y uno de sus íntimos amigos nobles, pese a que también le sacaba ocho años de edad. Mismo William Crawford que se había negado a asistir a cualquier tipo de evento social y con el que solo coincidía en las sesiones parlamentarias. Ese novato que entendía por diversión (propia de su tierna edad por otra parte) irse a tomar unas copas fuesen las horas que fuesen.
No pudo negarse.
Su problema esa mañana era que la diferencia entre lo que había comido y bebido era considerable. De nada a todo para ser exactos. Y por eso, cuando terminaron su reunión, se sintió y notó más perjudicado del grado de alcoholismo al que estaba acostumbrado, por lo que, como su la residencia Gold estaba más cerca del club que la suya propia y dudaba del grado de integridad física que podría alcanzar si lo intentaba si quiera, tomó la decisión más inteligente.
No sabía que iba a dormirse tan profundamente cuando por fin se tumbó sobre su mullido colchón.  Solo hubo una cosa buena de su siesta de media mañana: no había tenido pesadillas con Rebecca y eso siempre era un hecho por el cual alegrarse.
Sin embargo, el optimismo se borró de su cabeza cuando fue sustituido por dolorosos pinchazos en la cabeza, resultado y manifestación de una incipiente resaca.
“Has bebido por la mañana” se dijo. “Has bebido por la mañana” se repitió para crearse mala conciencia.
Beber tanto por la mañana estaba mal. Era cosa de alcohólicos.
“Y tú no eres alcohólico” se recordó. “Estuviste a punto de serlo, pero lo superaste” añadió. Aunque al instante modificó su línea de pensamiento del reproche a la justificación: “No has bebido demasiado… lo que ocurre es que la ingesta de alcohol y el saltarse el desayuno no son buena combinación” pensó antes de abrir la puerta del salón a la espera, creyendo que entraría nuevamente en un campo de batalla, por la crispada relación entre su hermana y la invitada.
Parecía no obstante que tendría que reconsiderar su opinión acerca de la actual relación de ambas. Sobre todo, cuando entró en el salón del té y las encontró riendo como gallinas cluecas y con sonrisas francas y sinceras en sus rostros mientras admiraban cómo los escasos rayos de sol primaverales se filtraban por la ventana. Signo inequívoco de que estaban haciendo (o mejor dicho) perdiendo tiempo antes de comer.
-          ¿Madrugando hermanito? – le preguntó Katherine, burlándose de él y sus tardías horas de despertarse.
-          Soy un viejo Kat; cada vez me cuesta más dormirme y he de recuperar mis horas de sueño de alguna manera – explicó, inventándose la historia sobre la marcha y pronunciando con excesivo cuidado y detalle todas y cada una de las sílabas mientras rezaba porque no se le trabase la lengua. Acto seguido, sin esperar invitación, se sentó (o más bien se tiró) sobre el único sillón libre; el cual estaba situado justo enfrente del de Verónica, incapaz de permanecer de pie más tiempo de tanto como giraba la estancia a su alrededor. Cuando por fin su mundo se detuvo, levantó la vista para mirarla y desearle unos buenos días de manera silenciosa. Gesto al que ella correspondió con una sonrisa amable; sin duda agradecida por la situación compartida la noche anterior.
Pero si realmente conociera el carácter de los pensamientos que había albergado sobre ella, esa sonrisa hubiera desaparecido de su cara.
-          ¡Uff! – exclamó Katherine con disgusto, moviendo las manos por delante de su nariz para espantarle el mal olor que en breves comenzaría a impregnar toda la estancia al carecer de ventilación. – Has bebido – le acusó.
-          Eh… sí – respondió él rascándose la nuca, sintiendo en todo la mirada inquisitorial de Verónica; quien había enarcado una sola ceja de incredulidad desde la acusación de Katherine. – Pero en mi defensa, he de agregar que yo no quería – se defendió de la mejor manera que pudo; sin convencer a ninguna de las mujeres.
-          ¿Cómo se te ocurre beber por las mañanas? – le recriminó Katherine enfadada. – El protocolo dice… -
-          Sé muy bien lo que dice el protocolo al respecto – le interrumpió él.
-          ¿Entonces? – preguntó Katherine, aún más enfadada que antes por haber interrumpido su turno de palabra (otra infracción protocolaria). - ¿Qué motivo te ha llevado a beber a tan tempranas horas de la mañana? – quiso saber.
-          Pero ¿no decías que era muy tarde? – preguntó con ironía, provocando una sonrisa en Verónica.
Katherine gruñó y contuvo sus irrefrenables ganas de abofetear a su hermano mayor, sobre todo porque no era acción para señoritas. En su lugar, suspiró y le preguntó con los dientes apretados:
-          ¿Es que acaso tenías algo que celebrar? - ¿Una victoria parlamentaria? – dejó caer, sabiendo la imposibilidad de este hecho.
-          Muy graciosa Kat – dijo él, sacándole la lengua. – No, más bien William Crawford y yo salimos a lamer las heridas de la derrota liberal de la sesión parlamentaria – explicó.
-          Alto – dijo Katherine poniéndose de pie plantando la palma de su mano extendida justo delante de su rostro.  - ¿Has dicho William Crawford? – preguntó, retirando la mano para conocer su respuesta.
-          He dicho William Crawford – respondió. – Tal y como has escuchado la primera vez – agregó, para picarla.
-          ¿Y le has hablado de mí? – preguntó sentándose en la alfombra con una sonrisa ansiosa en el rostro.
Antes de que Jeremy respondiese a la pregunta, una Verónica que se había perdido durante el transcurso de la conversación se atrevió a preguntar:
-          ¿Quién es William Crawford? –
-          Pues es… - inició Katherine dando palmadas de entusiasmo.
-          Un amigo mío que es el culmen de todas las aspiraciones matrimoniales y características físicas ideales que un hombre debe poseer según mi hermana y la inmensa mayoría de la población femenina – explicó Jeremy; interrumpiendo por segunda vez a su hermana en la conversación.
-          Y además… es el duque de Silversword - dijo Katherine mientras volvía a ponerse en pie y arqueaba sus cejas a la vez varias veces a la vez mirando directamente a Verónica; quien entendió el mensaje oculto de la frase de su amiga, no así Jeremy.
-          Ah – exclamó de manera suave recostándose en el sillón y posando las manos sobre su tripa para evitar que le sonaran y revelasen el hambre canina que tenía. – Ahora está todo mucho más claro – añadió, asintiendo lentamente.
-          ¿Volviste a perder contra papá? – preguntó, elevando el tono de su voz. - ¿Podrías considerar retirarte de la política por favor? – le pidió, avergonzada.
-          Pues sí, Katherine – dijo asintiendo, dedicándole una sonrisa de falsa gratitud por sus palabras de ánimo a su hermana. – Me temo que los liberales volvimos a perder contra los conservadores – explicó. – Tendremos que esperar a la próxima sesión parlamentaria para recortar ventaja – concluyó resignado.
-          ¿Liberales? – preguntó Verónica extrañada. - ¿Has dicho liberales? – volvió a preguntar; aún más extrañada que antes .Jeremy asintió con la cabeza, sin entender a qué se debía su gesto de extrañeza. – Pero Jem… tú no puedes ser liberal – concluyó Verónica negando con la cabeza y apenas un hilo de voz; de tanta confusión como le había creado la revelación de Jeremy.
El mero hecho de escuchar a Verónica pronunciar su apócope cariñoso provocó una sonrisa en Jeremy; quien respondió:
-          No solo puedo, sino que lo soy –
-          Pp…ppero – tartamudeó ella. – Tú – dijo, señalándole con el dedo índice. – Tú siempre has sido conservador – concluyó. – Como tu padre, tu abuelo y el resto de varones de tu familia – agregó. – Además, el hecho de que fueses conservador fue lo que llevó al padre de Rebecca a decantarse por ti y escogerte como su yerno. – Ya sabes – dijo asintiendo dos veces con la cabeza para que recordase. – Por intereses políticos comunes – concluyó encogiendo los hombros y permaneciendo a la espera de una respuesta.
Una respuesta que él no quiso darle, pues el mero hecho de mencionar a Rebecca en la conversación provocaba que aún sintiese dolorosos pinchazos en su corazón y que la rabia comenzase a brotar en su interior. Por eso, solo le respondió de forma brusca; deseoso de poner punto y final a la conversación cuanto antes:
-          Verónica, eso fue hace mucho tiempo y las personas cambian -.
-          Las personas correcto – rebatió ella; quien no iba a dejar pasar la conversación. - ¿Tú? – preguntó. – En absoluto – se respondió. – Tú eres un hombre de rígidas costumbres Jem – añadió, volviéndole a señalar con el dedo índice. - ¡Por Dios! – exclamó. – Aún recuerdo que siempre visitabas a tu hermana los días dos y diecisiete de cada mes y siempre le comprabas algún regalo porque eres pésimo a la hora de recordar las fechas y de esa forma siempre coincidiría con su cumpleaños – añadió. – Lo hiciste durante cuatro años – explicó. - ¡Cuatro años! – exclamó, sacando cuatro dedos de su mano para ayudarle a recordar de forma mucho más nítida. - ¿No te da eso una idea del tipo de persona que eres? – le preguntó con ironía. – Tú has sido conservador desde jovencito y lo seguirás siendo el resto de tu vida así que por favor, no intentes contarme historias para intentar convencerme de que desde hace ocho años te has vuelto liberal porque no me lo creo – concluyó.
-          Está bien – gruñó en voz baja. – Está bien – repitió elevando mínimamente el tono de su voz. - ¡Esta bien! – exclamó una tercera vez poniéndose en pie. - ¿Sabes qué? – le preguntó acusándola con el dedo índice. – Tienes razón – respondió mesándose el bigote. – Al principio no era liberal en absoluto – confesó. – Fue un gesto de rebeldía y venganza contra los Fitzgerald que una ideología compartida… -
-          Lo sabía – le interrumpió Verónica satisfecha y sonriendo con autosuficiencia; aunque se ganó otra mirada de reprobación por parte de Katherine al haber interrumpido la explicación de Jeremy.
-          Pero… superada la rebeldía inicial, descubrí que muchos de mis pensamientos eran bastante similares a los planteamientos defendidos por los liberales, especialmente los relacionados con las mujeres – dijo señalándolas. – Así que decidí continuar en el partido para ayudarles lo más que pudiera – explicó, satisfecho.
Ya está.
Ya lo había dicho.
Llevaba ocho años sin explicarle a nadie los motivos reales acerca de su repentino y radical cambio de ideología política. Acción y noticia que causó disgusto y estupor a partes iguales en su familia y círculo de amistades íntimas además de una profunda incomprensión.
Y ahora llegaba Verónica y con una simple pregunta había conseguido sonsacarle la respuesta (omitiendo los detalles oscuros del engranaje de la historia, eso sí). ¿Cómo no estrangularla por ello? ¡Este hecho venía a demostrar la facilidad que aún tenía para hablar con ella y del control que ejercía sobre él sin ser consciente de ello!
No podía echarle la culpa al alcohol porque ya era demasiado mayor para tan párvula excusa. Se había confesado con ella porque había querido; quizás harto ya de guardar durante tanto tiempo esa información.
Siempre había creído que el alcohol sacaba a relucir la verdadera naturaleza oculta y controlada  de la naturaleza al desinhibirnos. Por eso no afectaba de la misma manera a todos y aparecían bebedores parlanchines, violentos y graciosos. A él sin embargo, le desarrollaba su ya de por sí sincera lengua; confirmando el dicho popular que niños y borrachos siempre dicen la verdad.
Sin embargo, su repentino y liberador ataque de sinceridad no era sinónimo de felicidad. Todo lo contrario. Estaba enfadado consigo mismo y con Verónica porque lo que hace años parecía gracioso y curioso ya no lo era. De hecho, no le hacía ni pizca de gracia porque si Verónica continuaba hurgando y preguntando sobre su cambio radical de actitud podría acabar consiguiendo que se lo revelase todo y él no quería convertirse de nuevo en el centro de atención de la corte y que todos volvieran a sentir lástima y compasión por él.
Tenía que conseguir alejarse de ella a través de comportamientos nada educados. El problema que se le planteaba era cómo hacerlo cuando se había proclamado en privado su protector.
Situación que le frustraba y enfadaba a partes iguales.
Pero no solo él estaba enfadado en el salón. También su hermana Katherine compartía el mismo estado. Y además, por el mismo motivo.
“Ocho años” pensó. “Ocho años de incansable acoso, con amenazas, “torturas” y desaparición de objetos de vital de sus aposentos para que me contara todo esto y nada” añadió. “Y a Verónica se lo cuenta todo tan solo con una simple pregunta” agregó. “Increíble” concluyó, mirando con envidia a su amiga.
Cierto era que de su familia era la menos entendida en política; pero este era un tema con el que ganarse la atención de nuevos pretendientes; sobre todo si se demostraba buena base de conocimientos. Y cuando Jeremy se cambió de bando político, numerosos hombres recurrieron a ella para que les explicase los motivos que pudieron haber provocado un giro tan radical en él. Pero no pudo hacerlo; ya no por no entender bien el entramado político (aunque las nociones básicas de Penélope y Rosamund le fueron muy útiles) sino porque a su hermano no le dio la gana de hacerlo.
Bien pensado, no tenía sentido enfadarse con Verónica; quien no sabía nada de nada. Debía enfadarse con Jeremy y su mutismo; posibles causantes de su actual soltería. Pero ya sabía cómo iba a vengarse de él.
“Nadie ignora a propósito durante tanto tiempo a Katherine Gold; incomparable de su generación” pensó con malicia.
Su venganza consistiría en romperle a Verónica la imagen de perfección e idealismo errónea e irreal que se había creado gracias a sus recuerdos infantiles y de primera juventud  gracias a los años en que no había estado en contacto directo con él. Imagen que para nada se correspondía con la realidad y que demostraba realmente era que, le estaba haciendo un favor.
-          No olvides a las viudas, querido – dijo.
-          ¿Las viudas? – preguntó Verónica, con otro gesto de extrañeza.
-          ¡Oh sí! – exclamó Katherine asintiendo con vehemencia. – Querida Verónica – inició con tono condescendiente. – Mi querido hermano Jeremy aquí presente – dijo señalándole con la palma de la mano extendida. - … Se ha convertido en el paladín público de las viudas – concluyó. - ¡Pobres y desconsoladas viudas londinenses! – exclamó en un falso tono lastimero mientas sonreía con malicia y llevaba su mano a la frente, imitando los sobreactuados gestos teatrales en el que se indicaba que la persona que lo ejecutaba iba a sufrir un desmayo.
Verónica suponía que las palabras de su amiga encerraban un significado oculto, pero no adivinaba a averiguar cuál era; por lo que no pudo hacer otra cosa que continuar mirándola con gesto interrogativo.
-          ¿Aún no lo entiendes? – le preguntó, algo frustrada. Y en susurros añadió: - Mi hermano defiende a las viudas públicamente porque desde que murió Rebecca no ha hecho otra cosa que buscarse amantes viudas -.
La revelación de Katherine provocó que Verónica diese un respingo en el propio sillón y retrocediera horrorizada. Desde luego que ese comportamiento y actitud no eran propios del Jeremy que conoció antaño. Por otra parte, creía a Katherine pero… su amiga en ciertas ocasiones un carácter caprichoso e infantil impropio de una mujer de su edad, así que…decidió despejar sus dudas preguntándoselo directamente:
-          ¿Lo haces? -.
“Mira tú por dónde me va a venir bien la intervención de mi hermana pequeña…” pensó Jeremy, agradeciendo su repentina buena suerte sin abrir la boca y por tanto, sin conceder una respuesta a su pregunta.
No hizo falta más, la impasibilidad e inexpresividad del rostro de Jeremy se lo confirmaron. Katherine por tanto decía la verdad.
-          ¡Oh Dios mío! ¡Lo haces! – exclamó elevando la voz y abriendo mucho los ojos por la sorpresa del descubrimiento.
Una de las características que toda incomparable debía tener era un perfecto saber estar y conocimiento del momento exacto en el que debía retirarse y abandonar una conversación. Como buena incomparable, Katherine hizo precisamente eso; desaparecer, pues era consciente de que ambos tenían que ponerse al día en muchos temas. Y si tenían que tirarse los trastos a la cabeza, no quería ser quien estuviera en medio de ambos.
Solo cuando Katherine abandonó la estancia; con toda la pompa y ceremoniosidad que le caracterizaba, Verónica se atrevió a preguntarle a Jeremy en voz muy baja, aunque incapaz de borrar la expresión de desdén en su rostro:
-          ¿Por qué viudas? –
-          Fácil – dijo él poniéndose de pie y comenzando a caminar. – Aunque te advierto Verónica que mi hermana no te ha informado completamente de todo bien – añadió. – En ocasiones, también disfruto de la compañía de las infelices e insatisfechas mujeres casadas británicas – aclaró. – Son relaciones muy satisfactorias también, pero con un único problema: sus maridos – se lamentó.- Decidí decantarme por las viudas tras descartar a las jovencitas debutantes; quienes, por muy espibiladas que sean en materia sexual, lo único que ven en un hombre es un proyecto matrimonial. A las casadas las descarté tras verme envuelto en varias situaciones comprometidas con los señores esposos de dos de ellas que me llevaron incluso a arriesgar la vida en sendos duelos de pistolas al amanecer. Tras eso, lo vi claro: las viudas. Las viudas son mujeres libres, sin cargos e independientes económicamente hablando. Además están faltas de cariño y amor, por lo que son vulnerables y fáciles de convencer o sugestionar a la hora de tomar decisiones debido a sus recientes pérdidas – explicó Jeremy; maravillado por la  facilidad con la que estas palabras; que lo convertirían en un animal de la peor calaña a ojos de Verónica, salían de su boca. Aunque quizá salían tan rápido y tan fácilmente porque eran ciertas.
-           No me puedo creer que acabes de decir esas palabras – dijo Verónica, poniéndose en pie y justo enfrente de él para encarar y descubrir si realmente o no, había sinceridad en sus palabras.
“Inocente…Aún cree que soy el joven inmaduro de antaño…” pensó Jeremy. “Voy a tener que continuar dándote detalles de mi vida actual…” se lamentó.
-          Hablo completamente en serio Verónica – dijo. – El escoger amantes viudas es la mejor decisión que he tomado en mucho tiempo: no tengo que preocuparme nada más que por saber cuándo están disponibles y preparadas para pasar un buen rato y, de los caprichos que desee comprarle cuando me plazca en recompensa por mis servicios – añadió, antes de suspirar y agregar su puntilla final: - No ahora porque te vas a casar y además, desconozco la edad que tiene tu actual prometido pero… si algún día te quedas viuda y decides visitar Gran Bretaña, no dudes en recurrir a mí para proporcionarte ayuda – añadió. - Con lo que sea  - concluyó, son voz seductora y arqueando las cejas, dejándole claro que se refería a asuntos de tipo sexual; como si le quedase alguna duda.
-          Sei un… - dijo con los dientes apretados antes de cruzarle el rostro con dos bofetadas que quedaron su marca en sendos carrillos. – Stronzo[1] – concluyó, algo más calmada tras el gesto.
“Me las merezco” pensó Jeremy resignado y dolorido.
-          Por eso, si tengo que convertirme en su paladín político público para defenderlas, que tengan más ventajas legales y unas mejores condiciones de vida, con gusto lo haré – continuó, ignorando las altas temperaturas que sus mejillas tenían en ese momento y sobre todo, el dolor que emanaba de ellas. – Si ellas están felices y contentas, yo me veré recompensado – concluyó.
Verónica se apartó de Jeremy para procesar toda la información que éste le había proporcionado sobre su yo actual en tan poco tiempo y palabras.
No podía ser.
Este no podía ser el mismo Jeremy que ella conoció y del que estuvo enamorada tanto tiempo. Se negaba a creerlo.
Quizás si le presionaba algo más, podía llegar a saber de dónde procedía tanto desprecio hacia las mujeres. Debía intentarlo, aun a riesgo de poner su integridad física en peligro, pes ya había oído el mal genio que se gastaba últimamente y por el cual era bastante impopular entre los miembros de la aristocracia masculina.
-          Así que bajo toda esa fachada de honorabilidad y buenas intenciones escondes tus propios intereses – le reprochó. Y ante el orgullo que parecieron causarle estas palabras, decidió ir más allá. – Eres un egoísta Jeremy Gold, un egoísta – le insultó. – Tú nunca fuiste un hombre que pensase o tratase a las mujeres como meros objetos de adorno, así que deduzco que tu cambio de actitud debió producirse mientras estuviste casado ¿me equivoco? – le preguntó.
-          ¡Ah, el matrimonio! – exclamó emitiendo un suspiro muy suave mientras asentía. – El matrimonio es el cementerio del amor – estableció esta vez de forma muy tajante, ante el asombro de Verónica. – No me mires así – le pidió con acritud. – Solo hablo en mi caso, espero que a ti las cosas te vayan bien, de veras – añadió, tocándole el hombro.
“Así que fue por Rebecca” pensó con disgusto hacia ella. “¿Qué pudo pasar entre ellos que diera como resultado esto?” se preguntó, curiosa.
-          Jeremy… ¿Qué sucedió en tu matrimonio con Rebecca para que cambiaras tanto?  - le preguntó temerosa sin atreverse a mirarle. - ¡Tú antes eras un romántico convencido! – exclamó en voz muy alta; intentando hacerle recordar y despertar de su aletargamiento mental.
“Rebecca…” pensó asqueado.
Jeremy no sabía que pasaba pero, cada vez que alguien mencionaba su nombre asociado a él, algo se activaba en su mente. Algo violento que era incapaz de controlar y que lo enajenaba de sí mismo y su alrededor por completo. Por eso, antes siquiera de que fuera consciente de lo que estaba realmente haciendo, comenzó a zarandear y sacudir con fuerza a Verónica.
-          ¡No vuelvas a hablar de Rebecca y de mí en mi presencia! – le exigió. - ¿Me has entendido? – le preguntó, desgarrado parte de la tela de la mana de su vestido de la fuerza y presión a la que estaba sometiendo al cuerpo de Verónica.
Por primera vez desde su regreso, ella tuvo miedo de la faceta violenta de Jeremy. Eso por no hablar del daño que le estaba haciendo y que bien podría provocarle que poco tiempo después le salieran moratones en los brazos. Sin embargo, lo peor de todo era que no sabía cuándo iba a acabar con ella y, si como parecía, iba a acabar por golpearla por hablar demasiado.
-          Por favor – suplicó con ojos cristalinos. – Suéltame Jeremy – susurró.
En cuanto vio su reflejo; o mejor el reflejo del animal en el que había convertidos en los aterrorizados iris cristalinos de Verónica, Jeremy la soltó de inmediato y le dio la espalda para serenarse y pensar qué tipo de disculpa debía darle por el incontrolable comportamiento que acababa de tener con ella y que tanto daño le había causado.
“¡Oh Dios mío!” pensó Verónica. “Aún está enamorado de Rebecca y no ha superado su muerte” añadió. “No solo viste de negro, realmente todo su ser continúa de luto y probablemente siga furioso con ella y con el mundo porque se marchó y le dejó aquí solo” añadió; comprendiendo su situación. “Debo ayudarlo a superarlo” estableció con firmeza. “Ya no solo por la ayuda que me prestó ayer, sino por nuestra antigua amistad” agregó. “Antes de que me marche Gran Bretaña debo haberle ayudado a superar la muerte de Rebecca y, si me lo permite, buscarle otra mujer con la que sea feliz. Lo juro” concluyó.
-          Jeremy – pronunció su nombre con un tono de voz neutro, aunque no por ello menos firme. Tanto, que éste se giró hacia ella al instante. – No sé qué es lo que te ocurrió durante mi ausencia pero sé que el Jeremy de hace un momento no eres tú realmente – añadió, acariciándole la mejilla mientras este se dejaba acariciar; cual si de un animalillo pequeño se tratase.
-          Verónica – dijo él, saliendo de su ensoñación y su breve período de calma; poniendo nuevamente distancia entre ellos. – Deja de idolatrarme por favor – le pidió, esta vez con suavidad. – Tú no me conoces y no tienes idea de quién soy yo actualmente – concluyó, rehuyéndole la mirada por segunda vez.
-          Cuéntamelo – le instó ella esbozando una sonrisa sincera; provocando que el fijara su mirada en sus carnosos labios y sintiera una urgente necesidad de besárselos.
“¡Cómo si fuera tan fácil!” pensó, resignado.
Podría hacerlo y poner punto y final a su largo período de sufrimiento en solitario. Pero ¿para qué? ¿Para que el mundo sintiera lástima de él o que incluso se burlaran de su persona y llenasen entre otras cosas cornudo? No gracias. Prefería dejar las cosas tal y como estaban.
-          No – dijo con rotundidad, aunque su mente estaba flaqueando por segundos.
-          ¿Qué te ha pasado? – preguntó ella con dificultad, incapaz de creerse el rechazo al que acababa de ser sometida.
-          La vida me ha pasado – respondió él críptico. – Maduré – añadió, intentando clarificar su razonamiento en la mente y ojos de ella.
-          Muy bien – dijo ella, aceptando su derrota aunque sin comprender el comportamiento de hoy de Jeremy con ella, sobre todo cuando había sido tan tierno y amable con ella la noche anterior cuando la reconfortó y le inspiró fortaleza tras el desagradable incidente de los grabados.  – Veo que aún nos estás listo, esperaré a que el señor que no será duque por su propia declinación esté listo para contármelo – añadió, antes de marcharse y dejarle solo en el salón del té.
El propósito de Jeremy se había cumplido.
Por las palabras y, sobre todo, por la forma en que las había pronunciado, Verónica no solo se había enfadado con él sino que además le temía y le causaba asco a partes iguales.
Eso la mantendría a ella alejada de él y a él de ella al menos hasta el siguiente evento al que tendrían que asistir juntos como familia; donde él ejercería de su protector y vigilante en la sombra. Pero ya se enfrentaría a eso cuando ocurriese.
Debería estar sino contento, al menos satisfecho consigo mismo.
Sin embargo no lo estaba.
¡Joder!
Él no era alcohólico ni acostumbraba a beber por las mañanas.
Entonces ¿por qué su maldita conciencia clamaba por un buen vaso de whisky para mantenerla callada?




[1]  “Gilipollas” Aunque también tiene otras connotaciones en situaciones diferentes; siempre de insulto eso sí. No obstante, dado que Verónica es una señorita he optado por el significado más “suave”.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

´Capítulo 3: JJ

CAPÍTULO III
Kensal Green
“De tanto vivir frente al cementerio
No me asustan ni la muerte ni su misterio”
Alfredo Zitarrosa

El lugar exacto hacia el que Edward sabía y debía dirigirse no era otro que el cementerio de Kensal Green[1]. Para ello, primero tuvo que cambiarse de ropa, porque una cosa era dormir en taparrabos y otra muy distinta pasearse en dicha “prenda” por las calles de Londres; por muy cerca de su casa que estuviera el lugar que pensaba visitar.
Por otra parte, el hecho de que a él le dieran ataques de calor y sofocos repentinos no significaba que el resto del tiempo tuviese una temperatura corporal de lo más absolutamente normal y por eso, dado que las noches eran frescas, no bastaba con un simple abriguillo o chaqueta con el que taparse. En resumidas cuentas, la ropa era necesaria; ya.

Una vez vestido, rememoró épocas de indecencia y loca juventud en las que se escapaba de casa por el escondite secreto construido en complot general por cuatro de los hermanos Harper y que hasta hacía tres años había sido el secreto mejor guardado frente a Anthony. En esta ocasión y en esta nueva casa, todo el mérito y el trabajo de la construcción del nuevo escondite secreto le correspondían a él; pues era él el único que lo utilizaba al ser él solo el único de los cinco con secretos que esconder a su hermano mayor.

Ahora bien ¿por qué iba a dirigirse al cementerio de Kensal Green de todos los lugares posibles y públicos que podía visitar en Londres? 
Porque en dicho lugar le esperaba la segunda persona que se había ofrecido como voluntario para apoyarle en sus días flojos frente al alcoholismo.
Esa persona no era ni más ni menos que su difunto padre de nombre homónimo; lord Edward Harper Senior, marqués de Harper. De ahí que no protestase ni se quejase de sus intempestivas horas de visita.

La gente podía pensar que era algo excéntrico (que lo era y no tenía ningún tipo de problemas en reconocerlo) al ir a visitar a su padre al cementerio pero en su defensa debía decir que él no tenía miedo a la muerte; ya había visto bastantes en la guerra y que fue su padre en su lecho de muerte quien le amenazó con regresar del Más Allá si en alguna ocasión sentía deseos de volver a coger la botella o algún tipo de recipiente que contuviera líquidos y no tenía a nadie con quien desahogarse ni a quien acudir en busca de ayuda y no pensaba en él; pues quería seguir siendo su padre y ejercer sus funciones incluso después de muerto.
¿Cómo negarse a cumplir esta orden camuflada de sugerencia?
Si ya de por sí tenía tan  mal carácter y pésimo genio en vida como para aterrorizar a sus hijos pensando en las fatales consecuencias que tendrían sus acciones ¡cualquiera se atrevía a ignorarle y desobedecerle como para traerle de vuelta del Más Allá!
¡De ninguna manera!

 Y por ello, aquí estaba.
Plantado frente a las verjas de hierro del cementerio de Kensal Green.

Podía haberse dirigido a la puerta y hacer el suficiente ruido golpeándola como para que el vigilante; el señor Sharp lo escuchase y viniese a abrirle para permitirle el acceso. Sin embargo, un incidente en el que se vio involucrado y que lo relacionaba con una pintada en el mausoleo de los Cassidy cuando acusaron a su hermana de ladrona había creado una enemistad entre ellos que aún continuaba. Por tanto, esa no era ni la mejor ni la idea más brillante que alguna vez podía haber tenido. Es más, lo que buscaba era precisamente lo contrario; que éste no lo descubriese para que así no lo echase de allí de mala manera.

Aunque guardaba más malos, cruentos y desoladores recuerdos de su estancia en el ejército y la guerra, tenía que reconocer que no todo fue malo. Una de las cosas buenas era la espléndida forma física que éste le había reportado y que él había decidido conservar incluso después. Así había creado una curiosa y opuesta rutina diaria que se dividía entre el consumo de alcohol y la ingesta de otras mierdas; pésimas todas para el cuerpo y la realización y práctica de ejercicio hasta casi agotarse.

Pero así era él; un chico de contrastes y extremos.

Fue precisamente ese estado de buena forma física que aún conservaba y mantenía el que le permitió en cinco fáciles y rápidos pasos saltar la verja y estar en el interior del cementerio.

“Una cosa menos” pensó satisfecho y orgulloso de sí mismo y sobre todo, de la ausencia de cansancio mientras se sacudía las manos  por si se las había manchado de óxido ya que no lo sabía porque no veía nada.

Obviamente, el motivo por el cual no veía nada era porque no trajo una luz que le iluminase y alumbrase su camino. Era perfectamente razonable que no lo hubiera hecho dado que si no lo utilizaba en su propia casa mucho menos la iba a llevar fuera de ella. Además, no quería facilitarle el trabajo de identificación y visualización al señor Sharp y que lo descubriese apenas hubiera dado dos pasos por allí.

Sin embargo, más tarde razonó y recordó que las rondas del vigilante del cementerio solían estar más centradas en la zona destinada a los enterramientos de los cristianos romanos porque según el propio razonamiento del vigilante (un anglicano acérrimo y extremista) “esos pseudo paganos son tan diabólicos y tienen tantos pecados que no pueden descansar en paz jamás”; lo cual le daba al menos un tiempo para tener la charla que necesitaba para con su padre. De todas maneras, intentaría ser breve para no ser descubierto in fraganti.

La contratación e inclusión de un vigilante era en parte culpa suya, así que no era el más indicado para hablar o quejarse de que el buen hombre se tomase muy en serio una tarea que, por otra parte era su trabajo y le pagaban por su realización. Si no hubiera hecho aquella pintada ayudado por Andrew… quizás las circunstancias hoy no fueran las mismas.

Aunque por otra parte, quizás hoy era su día de suerte y ni se cruzaba con el vigilante puesto que el cementerio tenía una extensión bastante considerable…
¿Quién iba a molestarse en venir al cementerio siendo las horas que eran?

Pues había gente que sí lo hacía, según había podido comprobar personalmente.
Incluso los había categorizado en grupos; tres:

-          Primero estaban los médicos; a quienes no les quedaba de otra que venir a robar cadáveres para hacer progresos en sus diferentes investigaciones clínicas ya que ninguna persona estaba lo suficientemente cuerda o era lo bastante atrevida como para donarlo de manera voluntaria.
-          Luego estaban los ladrones de cadáveres a secas. Esas personas que, como los médicos aprovechaban el amparo de las noches londinenses para ir a los cementerios a abastecerse de cadáveres para solo Dios sabía qué fin concreto.  Bueno, puede que Dios no fuera el más indicado para sacar a colación en esta ocasión, ya que, según había escuchado a su hermano Anthony, algunas de las personas que robaban cadáveres por el mero hecho del hurto se autoproclamaban seguidores del Diablo.
No era de extrañar entonces que el señor Sharpe pensase lo que pensase, aunque no hubiera atinado del todo con los culpables.

-          Los segundos eran gente rara pero en su opinión no le llegaban ni a la suela de los zapatos al tercer grupo de personas que se había encontrado en sus muchas visitas a horas inusuales al cementerio. Este tercer grupo estaba compuesto por personas en dúo; parejas o no, que venían a estos lugares sacrosantos consagrados a hacer el amor porque les excitaba al parecer este tipo de ambiente.

¿Cómo sabía él de la existencia de este tipo de juegos eróticos?

Como no podía ser de otra manera por su amigo Drew; quien se acostó una mujer con una viuda (cuyo apellido no le quiso desvelar para no matarlo del susto) que se excitaba especialmente y se convertía en la fogosidad encarnada entre las lápidas de los cementerios.
Por más que intentó ponerse en la piel de ella e intentar comprender cómo pudo concentrarse en esos menesteres en tan tétrico y asqueroso ambiente en su opinión no pudo hacerlo, pero él no era nadie para juzgar los actos de otra persona y gracias a ese encuentro de ese encuentro seminecrófilo, Andrew tuvo uno de sus momentos de inspiración mística y pintó una de las panorámicas nocturnas más tétricas y realistas de las pocas que había visto en toda su vida. Mismo cuadro que ahora adornaba las paredes de su habitación y gracias al cual podía decir que no todo debió ser malo esa noche para él.

De todo había en la viña del señor así que… solo le quedaba rezar para que él no se encontrarse ningún día con una situación de esas.

Y si lo hacía era una ventaja el haberse olvidado quitarse el paño de la cabeza porque, pese a estar vestido, este “complemento” seguía confiriéndole aspecto de moribundo y enfermo terminal, por lo que si se encontraba con una pareja de esa guisa, serían ellos quienes se pegarían tal susto de muerte (y nunca mejor dicho) que se les quitarían las ganas de repetir experiencias sexuales alternativas y nuevas.
Sonrió y rió de manera muy suave mientras se imaginaba la escena, hasta que detuvo su caminar de forma brusca porque había dado con la tumba de su padre.

De forma casual porque ésta no presentaba el mejor estado de conservación posible. Hecho curioso cuanto menos, dado que pagaban a un jardinero única y exclusivamente para el buen mantenimiento de la tumba de su padre y en teoría, éste debía realizar el trabajo por el cual le pagaban; de forma bastante generosa además.
Si no quería hacerlo que rehusara porque cualquier otro podría reemplazarlo; incluyendo a la propia Zhetta entre los posibles candidatos, ya que había sido jardinera entre otras cosas allá en Clun. Y poco iba a importarle el qué dirán, pues ya era catalogada como la duquesa más atípica de toda la aristocracia o el hecho de que nuevamente estuviera embarazada, sobre todo porque Callíope había vaticinado que todo saldría bien con este nuevo embarazo.

Solo esperaba que ni Anthony ni la propia Zhetta se enterasen porque entonces, ya nada la detendría en la realización de esta empresa… Solo por eso, se puso de rodillas frente a la lápida y comenzó a quitar la maleza más evidente y en peor estado de su alrededor.

-          Sé lo que estás pensando – dijo en voz alta, como si realmente su padre y no su lápida estuviese frente a él. – Que solo vengo a visitarte cuando voy a pedirte algo – añadió. – Pues en este caso, te equivocas – explicó, con autosuficiencia. – Vengo a informarte de que Zhetta está embarazada. – Acaba de saberlo hoy, así que te traigo una primicia – advirtió. – Sí, yo también creo que la casa acabará por llenarse de críos y que acabarán por echar de allí a los adultos, pero tus hijos no me hacen ni caso y no hacen otra cosas que fornicar y fornicar con sus mujeres – habló, cual vieja enfurruñada. - ¡Luego se sorprenden de que se quedan embarazadas! – protestó. – Hablando de mujeres… - inició, cambiando de tema. - Seguí lo que me dijiste y he comenzado a buscar esposa – anunció. Suspiró. ¿Qué cómo va? – poniendo gesto de culpabilidad en el rostro. – Bueno… - se respondió mientras se rascaba la frente. – No muy bien la verdad – terminó por confesar. – Lo cierto es que tampoco me he puesto a buscar con mucho ahínco – añadió. - ¡No te pongas así! – exclamó, imaginando la cara de horror contenido que hubiera puesto su padre si estuviera vivo y se acabase de enterar de lo que le había dicho. – Aún tengo tiempo… ¡y solo hace seis meses que te fuiste! – le acusó y reprochó, señalando la inocua y silenciosa lápida. – Hablando de eso… ¿por qué te fuiste? – le preguntó con la voz rota y triste.  – A ver, entiendo que quisieras estar con mamá pero ¿tenía que ser justo después de que te dijese que iba a dejar de beber y me ofrecieras tu ayuda? – pregunto, enfadado. - ¡Joder! – exclamó golpeando la hierba con la palma de la mano y pinchándose con una de las espinas del rosal silvestre que había crecido justo delante de la lápida de mármol. - ¡Joder! – repitió, aunque esta vez por el otro motivo. – Si papá, hoy he tenido ganas de beber – explicó. – Otra vez – añadió agachando la cabeza, avergonzado de sí mismo. – Lo siento – se disculpó.  – Te echo de menos – se quejó con tono infantil y derramando lágrimas como si de un niño pequeño se tratase. – Si estuvieras aquí todo sería mucho más sencillo para todos – volvió a echarle en cara. – ¡Ay papá! – suspiró, acercándose a la lápida. Después, posó su mano sobre el borde y sintió cómo el mármol había absorbido todo el frío que había en el ambiente a su alrededor. – Si estuvieras aquí, todo sería mucho más sencillo para mí… - añadió aún llorando y entre susurros antes de bostezar y ser consciente en ese preciso instante de que no era tan joven como había creído en un principio porque tanto la caminata hasta el cementerio como el salto de la verja habían hecho mella en él y se sentía muy cansado.

“Creo que va siendo hora de regresar a casa…” añadió, mientras volvía a bostezar y lanzaba una maldición por lo cansado que sentía en esos instantes…



Cuando el sol estaba brillando en todo lo alto del cielo azul londinense (aunque ese era un día en el que precisamente el sol no brillaba con toda la fuerza y potencia que debiera y el color del cielo no era precisamente azul) Jezabel O’ Donovan encaminó sus pasos desde su casa de Fulham hasta el cementerio de Kensal Green como hacía una vez en semana desde que leyó la noticia en prensa de que se cumplía un mes del fallecimiento de su marido.

Le sorprendió la noticia, para qué negárselo, porque hasta donde ella recordaba, su marido no debía ser mucho mayor que ella y al ser soldado, en teoría gozaba de una buena salud.
En teoría, pero tampoco lo podía asegurar porque no eran muchas más las cosas que recordaba acerca de él.

¿Cómo era eso posible si su matrimonio había durado ocho años?

Fácil.

Se había casado con un militar en un contexto de guerra.

O eso al menos había creído ella durante los dos años que tardó en enterarse de que la guerra había acabado en 1815 y no que ésta continuaba en la fecha en la que se habían casado; tal y como aseguraba su esposo en la carta de despedida que había encontrado justo a la mañana siguiente de su ceremonia nupcial.

Su esposo la había engañado, sí. ¿Y qué?
¿Cómo iba a reprocharle nada si ni siquiera había podido confrontarlo cara a cara y ambos se habían casado estando borrachos como cubas?
¡A saber la sarta de mentiras que ella le habría contado sobre su vida a él!

Además, debía reconocer que, durante esos dos años que tardó en enterarse del año exacto de la finalización de la guerra contra los franceses, ella había estado esperando a que su marido apareciese enfundado en su traje militar de gala y la sacase de Gretna Green; lugar donde había establecido su lugar de residencia hasta que ese momento se produjese. Entonces, comenzó a leer prensa y descubrió la realidad: había sido engañada y emborrachada como una niña pequeña (aunque a las niñas pequeñas que ella supiese no solían emborracharlas, todo fuera dicho).
Quiso hallarlo y dar con él para dar enfrentarlo y decirle todo lo que pensaba acerca de filibusteros, embusteros y tunantes como él pero entonces fue consciente de que eran muchas más las incertidumbres que las certezas que tenía sobre su hombre.

De hecho, las únicas certezas que tenían procedían de los pocos restos materiales que él le había dejado tras su noche de bodas. Una noche de bodas en la que perdió la virginidad a juzgar por los restos de sangre de sus sábanas y de la que ella no conservaba ni un solo recuerdo de ese momento que en teoría era especial e inolvidable en la vida de toda mujer. En teoría porque ella era la excepción que confirmaba la regla.

Gracias a esos restos materiales pudo establecer un perfil aproximado de su marido con inmensas lagunas como por ejemplo la ausencia de cualquier recuerdo relacionado con su aspecto físico o apariencia; con la única excepción (si es que eso podía ser considerado como tal) de que era un hombre joven según indicaba la fecha de nacimiento que había escrito en su licencia matrimonial especial. El resto era una tabula rasa.
Aparte de eso y gracias a ese mismo documento, sabía que su nombre completo era Edward Proud Harper y que era militar en la marina de profesión.

Completaba dicho perfil y proporcionaba otros datos de relevancia el anillo con el gran diamante de vetas coral que llevaba en el dedo y que según le contó el joyero su esposo pagó al contado y en efectivo. Gracias a esta prueba material y al testimonio del joyero (quien era muy cabezota y no quiso darle ningún detalle informativo más sobre su esposo) Jezabel pudo establecer que su marido era un hombre rico.

Su alto nivel adquisitivo lo corroboró el dorso de la carta de despedida del día después. Una carta que a punto estuvo de tirar y quemar fruto del grado máximo de enfado que alcanzó en ese momento pero de la que finalmente no se deshizo cuando descubrió que había algo más escrito en la parte de detrás de la misma.

Ese algo resultó ser un contrato de compraventa de una propiedad en el barrio londinense de Fulham a nombre de su marido realizado justo el mismo día de su boda. Tras superar la sorpresa mayúscula del momento y sobre todo, después de que un notario le comunicase la oficialidad y validez del mismo, decidió empaquetar las pocas pertenencias que tenía y partir de Gretna Green hacia su casa de Fulham, con un grado de enfado considerablemente menor y esperanzas renovadas en que quizás sí ahora, su militar de gala vendría a por ella al hogar conyugal.

Seis años después, su credibilidad y esperanzas habían desaparecido; al igual que su fugitivo y esquivo marido con ella.

No obstante, eso no quería decir que la noticia de su fallecimiento no le hubiese caído como un jarro de agua fría. Máxime cuando se dio cuenta de que se le habían acabado los privilegios y ventajas que conllevaban ser la esposa de Edward Harper; como por ejemplo, el  haber podido pagarse sus estudios para ser institutriz de niños a un precio mucho más reducido que la mayoría o el haber podido pagar a plazos las pertenencias que decoraban la que ahora era su casa de Fulham.

Finalmente ese fue el motivo por el que, de manera egoísta y aunque al principio se mantuvo reticente al hecho, terminase por utilizar su apellido de soltera y desechar para siempre el O Donovan indicador de su solería. Y por eso también un mes después (y ya iban cinco) comenzó a vestir de luto riguroso.
Incluso estuvo muy tentada a aparecer el día en que celebraban la misa en recuerdo de su memoria una vez que consiguió enterarse del lugar exacto de su sepelio. Finalmente decidió no hacerlo ya que no sabría qué responder a quien le preguntase qué hacía allí, por qué motivo había decidido asistir a la misa o si le unía algún tipo de parentesco con el fallecido. Esta última posibilidad sobre todo, fue la que consiguió sacarle esa idea de la cabeza.

Y se la habría quitado totalmente si no fuera porque desde que leyó la noticia del fallecimiento de Edward Harper, comenzó a tener sueños; o mejor dicho comenzó a recordar su ceremonia nupcial con él.
El significado de ese sueño recordatorio estaba claro: debía sí o sí ir a visitar su tumba y al menos ponerle flores como pago y recompensa a la buena vida que él le había proporcionado y de la cual había disfrutado a su costa.
Desde ese primer sueño, no faltó a su cita semanal  en la visita a la tumba de su marido, temerosa de que su cadáver se estuviera revolviendo en el hoyo por su culpa y sobre todo, que su espíritu acabase por enfadarse tanto con ella que acabase por regresar del Más Allá con el único objetivo de atormentar su existencia de por vida.

Ese era el motivo por el cual hoy; como todos los domingos desde hacía seis meses, se saltaba la misa de mañana (otro favor que debía agradecerle a su cónyuge, pues gracias a él estaba dispensada de asistir a misa  y evitaba estar presente en un acto que le parecía terriblemente tedioso) para ir a depositarle flores en su tumba.

“Pasaste de ser la Venus de Boticelli a una de las Gracias de Rubens”  se dijo Jezabel a sí misma con un tono de severo disgusto mientras caminaba y justo antes de pararse a tomar aire, pues iba sin resuello.

El segundo motivo por el cual paró fue para atarse los cordones de sus zapatos, pero eso no quería decir que no continuase enfadada consigo misma.
Tras su boda y gracias a su “buena de vida de casada” había ganado mucho peso y su curvilíneo cuerpo de soltera había pasado a ser un tonel en el que almacenar vino estando casada.

Terminó de atar sus cordones y se recolocó las distintas capas de su falda negra para reemprender su caminata sin enseñar más de lo debido y en ese momento fijó su atención en el color oscuro de su falda. O negra, como ya había mencionado antes. Ese al parecer era lo último que debía agradecerle a su generoso marido; ya que su muerte le había permitido vestir de negro riguroso y otros colores de matices similares, los cuales eran perfectos para disimular sus kilos de más.
Otro motivo más que añadir e incluir entre los ya existentes para llevarle flores.

Debía aprovechar esta “ventaja” todo el tiempo que pudiese ya que muy pronto se le iba a acabar lo bueno. Concretamente en dos meses porque tras ese tiempo, iba a casarse.
Corrección, iba a contraer segundas nupcias.
Por este motivo, se había puesto manos a la obra y actualmente estaba trabajando de forma intensiva y exhaustiva en el proyecto de recuperación de su figura de antaño.
De ahí que hubiese reducido sus raciones de ingesta de alimentos a la mínima expresión y que realizase una buena parte del trayecto que la conducía hasta Kensal Green caminando. Lo ideal sería venir andando desde su casa de Fulham; sin embargo su barrio se hallaba justo en la parte opuesta de la ciudad y para cruzar Londres entero caminando necesitaría al menos un día entero caminado a buen ritmo.
No estaba preparada físicamente para ello.

El afortunado en esta feliz ocasión de casamiento no era otro que David Edmonson, el tercer vástago de un baronet que tenía su residencia dos calles más al norte de la suya propia.
Que conste que ella en ningún momento le buscó; sobre todo porque no estaba para nada interesada en el matrimonio, sino que su prioridad era la búsqueda y hallazgo de un buen trabajo como institutriz, pues sus años de preparación le habían costado llegar a ser la mejor en su institución. Pero, era tan detallista, cariños, paciente, comprensivo…en definitiva, era tan perfecto que, no pudo negarse a sus atenciones primero, a su cortejo seguidamente y a su propuesta de matrimonio, finalmente.

Poco le importaba que tampoco en esta ocasión albergase sentimientos románticos por el que iba a ser su futuro esposo; ya estaba hecha a la idea de que el amor no estaba hecho para ella. Se conformaba únicamente con el hecho de las constantes atenciones que recibía en su noviazgo y que seguro que se multiplicarían durante su matrimonio, conociéndole como le conocía tenía esa certeza para con David.

“Y por fin, Kensal Green” exclamó mentalmente con alivio inmenso. Lo hubiera dicho en voz alta enfatizando todas y cada una de sus palabras, pero justo a su lado había una pareja de dolientes y no quería que pensaran que era una joven que había perdido la cabeza fruto de estar rota por el dolor y la ausencia de un ser querido; cuando no era así. “Ahora solo falta que venga el señor Sharpe y me diga cuál es el pasillo que debo escoger” añadió.

Sí.
Debía confesar que no sabía la ubicación de la sepultura de su esposo.
A ello contribuían especialmente la extraña disposición interna del propio cementerio y el escaso número de visitas que realizaba a la sepultura de su esposo.
Al menos, ya no tenía que acompañarle hasta la propia tumba porque Jezabel estaba segura e incluso podría jurar sin temar a ser castigada por el Señor,  que  desde la primera vez que vino a visitar a su difunto esposos y se identificó como la esposa de Edward Harper, el vigilante le había hecho la cruz (nunca mejor dicho e utilizado el símil dado el lugar en el que se hallaba) y le caía mal.
¿Por qué?
No tenía ni idea.
Pero estaría encantada en conocer el tipo de rencillas o peleas que había tenido con Edward como para que el vigilante traspasase su odio por una persona fallecida al ser vivo con un parentesco más cercano pese a no ser sanguíneo y que en este caso la “suerte” había recaído en ella.

Efectivamente.
No se equivocó al pensar que el señor Sharp la recibiría con cara de desagrado y que no dejaría de refunfuñar durante el corto período temporal que duraría su paseo juntos.

Con paso presto y raudo le dejó atrás y se dirigió a la tumba; ramo en mano, con la sensación de que algo no iba bien ese día.
Su intuición no le falló porque a medida que se fue acercando, el lejano e indefinible bulto fue adquiriendo formas y líneas cada vez más reconocibles hasta conformar por fin la silueta de un cuerpo humano.
De un cuerpo humano masculino para ser exactos.

Así pudo comprobarlo por sí misma Jezabel desde su posición y la perspectiva casi aérea que le daba la diferente altura entre ella; que estaba de pie y el desconocido; que estaba tumbado.

Un desconocido masculino en sus últimos días a juzgar por la manera tan peculiar en la que estaba vestido y en la mala cara que tenía; con profundas ojeras marcadas y destacadas gracias a su blanquecina piel. O bien, aún le quedaba algo más de tiempo y estaba comenzando a entrar en contacto directo con la muerte viniendo al cementerio para dormir justo encima de las sepulturas con las hojas y los restos de las plantas que había arrancado de las ajenas con el único fin de une mejor imitación de su acomodo para el Más Allá.

Ella le miró con una expresión que combinaba desconfianza, desconcierto e incertidumbre. Necesitaba descubrir cuál de las dos posibilidades era la correcta.
Por eso, con decisión agarró la rama de un árbol de dimensiones considerables que, casualmente estaba cerca de su posición y comenzó a pinchar en diferentes partes estratégicamente dolorosas el cuerpo del desconocido.

Su estrategia dio resultados inmediatos y pronto, pudo averiguar que la segunda opción era la correcta a juzgar por la vitalidad con la que se movía para evitar sus picotazos y sobre todo, por los improperios que salían de su boca entre refunfuños y protestas por el daño infringido.

Sabiendo que, al menos se moriría al día siguiente y no por contacto directo con ella, Jezabel  se agachó y comenzó a llamarle reemplazando el palo por su dedo.
Necesitaba saber quién era y sobre todo, por qué había tenido que escoger precisamente la tumba de su esposo fallecido como el lugar en el que intentar pasar a mejor vida en el Más Allá de todas las sepulturas que albergaba este camposanto.

-          Disculpe… - inició, intentando parecer lo más educada que podía con su tono de voz ya que se negaba a abrir los ojos. – Disculpe – añadió, repitiendo gesto y acción. Así lo hizo al menos hasta cinco veces más. No obstante, al ver que la ignoraba y deliberadamente, no le quedó más remedio que cambiar de táctica; dejarse de rodeos y preguntarle directamente, bastante enfadada: - ¿Se puede saber qué demonios es lo que está haciendo justo encima de la tumba de mi marido? -



[1] Cementerio de Kensal Green: Cementerio fundado como el Cementerio General de Todas las Almas, es un cementerio  que en el año 1832 se convirtió en una empresa privada. Fue  inaugurado para su uso y consagrado por el obispo de Londres un año después y en enero albergó su primer funeral Está situado al oeste de Londres, en el municipio de Kensington y Chelsea. Su fundación fue idea del abogado George Frederick Carden y es uno de los siete cementerios londinenses de estilo jardín. En un principio tuvo 39 acres de extensión y dos áreas perfectamente divididas: una mayor para los anglicanos y la ora, de manera oval para los disidentes.
Obviamente, debido a las fechas, su inclusión es una licencia literaria (n. Aut)

martes, 24 de septiembre de 2013

Capítulo 2: Junior y Jezabel

CAPÍTULO II
La realidad
“La realidad es una alucinación causada por la falta de alcohol”
Anónimo.

De todos los ruidos que contenía su sueño, finalmente fue el sonido producido por el descorchamiento de la botella de champán el que provocó que Edward Harper Junior se despertara. Y sobresaltado además.
Incluso podía añadirse el adjetivo desubicado a la forma y manera en que lo hizo porque, incluso medio dormido palpó las sábanas y la almohada de la cama donde se hallaba para asegurarse de que se encontraba en la suya y propia y no en catre extraño, pues eso significaría que había vuelto a las andadas.
Tanto las sábanas, la almohada, como la cama en sí parecían ser las suyas propias (por una vez, el hecho de que hubieran sido hechas especialmente para él en sus circunstancias se había convertido en una ventaja) por lo que, de momento, todo iba bien.
Superada la pequeña crisis de ansiedad, las respiraciones y los latidos del corazón se relajaron y alcanzaron visos de normalidad. Solo entonces bostezó mientras se desperezaba antes de rebuznar como un burro y frotarse los ojos, puesto que ya se había desvelado.
Entonces se dio cuenta de que estaba empapado en sudor.
-          ¡Puag! – exclamó sintiendo asco de sí mismo mientras de limpiaba el dorso y la palma de la mano con la misma sábana que hasta ese momento le había arropado. – Joder – protestó enfatizando la pronunciación de las dos palabras que componían la palabra.
De todas palabras que componían su extenso vocabulario, no había otra como esa palabrota que mejor expresase el estado de ánimo en el que se encontraba en ese momento preciso en sus dos vertientes.
Joder por la ingente cantidad de sudor que manaba de su cuerpo desde hacía seis meses más o menos; coincidiendo justo con el momento exacto en que había tomado la decisión de no volver a probar el alcohol. Cantidad que, sin exagerar era de al menos cinco veces más de la cantidad de líquidos que bebía a lo largo del día y que no atinaba a encontrar una explicación razonable o una similitud en alguna de las situaciones cotidianas que solían acontecer en su vida.
Lo más parecido que había hallado se daba en aquellas mujeres maduras que habían dejado de sangrar y utilizar los paños una vez al mes y que a veces, sin venir a cuento sentían una calor inexplicable y comenzaban a sudar como si una ola de calor se estuviese produciendo en el salón o habitáculo donde se encontrasen en ese momento. Sin embargo, él era un hombre y, obviamente nunca se había puesto paños debido a su sangrado mensual por lo que eso no podía aplicarse en su caso.
¿A qué podía deberse entonces?
Si la causa de esos golpes de calor repentinos y ataques de sudoración era que llevaba el pelo más largo y sin seguir los cánones de moda en lo que a dictámenes de longitud masculina iba listo porque no pensaba cortárselo para ser igual que el resto. Aunque pensándolo bien, ese tampoco podía ser el motivo ya que dormía con una especie de taparrabos que Andrew le había regalado y que era muy similar a los que él utilizaba cuando pintaba y con el pelo completamente recogido y envuelto en una toalla.
Y ni siquiera era una toalla como las que se utilizaban para secarse el cuerpo o el cabello; más bien era un pedazo grande de tela de paño que le mantenían la frente y el cuello despejados para dormir; al contrario que el resto del día.
Sabía muy bien del aspecto de enfermo terminal y moribunda que le confería su actual atuendo a la hora de dormir combinado con su espectacular y apropiado físico y que se resumía de la siguiente manera: tener la cabeza tapada con el paño sumado a su color ya de por sí blanquecino de piel y acompañado de las ojeras que le provocaban no dormir demasiado bien recientemente. Nunca pensó que su nueva manera de dormir (obligado por las circunstancias, todo sea dicho) fuera a traerle problemas.
Se equivocaba.
Pronto descubrió las ventajas y desventajas de vivir todos juntos como una familia buena avenida. En su defensa debía decir que él no tenía la culpa de estar desacostumbrado a permanecer en casa y estar acostado a horas normales. Llevaría un tiempo para que su cuerpo se acostumbrase a esa rutina y mientras esto sucedía, caminaba por los pasillos de su casa cual alma errante por el purgatorio para provocar que su cuerpo se cansase y que por fin el suelo hiciese acto de presencia.
Lo único que podía reprochársele en su comportamiento de casi insomnio era que no llevase consigo una luz que le iluminase. El motivo por el cual no la llevaba era que la creía del todo innecesaria pues se había aprendido y memorizado el razado simple y sencillo de la nueva casa familiar de los Harper situada a las afueras de Londres; más concretamente en el municipio de Kensington. Sin embargo, pronto el foco de luz se reveló como necesario, si bien no para él, sí para ayudar al resto de sus compañeros de vivienda a que lo vieran. A tal conclusión llegó cuando provocó al menos dos amagos de infarto a Thon y el mismo número de sustos de muerte a su hermano Henry. La diferencia entre uno y otro era que el segundo sí que se defendía de manera inmediata y no de manera precisamente indolora.
Se ganó varias reprimendas por este comportamiento que de inmediato le recordaron a sus tiempos de más tierna infancia, pero no le importó lo más mínimo porque era por “obligación” y esta vez tenía al médico de la familia de su parte. Por otra parte, ese estrambótico aspecto a la hora de irse a dormir y que tan duramente habían criticado casi todos se reveló como bastante útil una noche en que uno de sus revoltosos sobrinos le vio caminar por los pasillos y, literalmente se hizo pis encima. Los mayores cayeron en la cuenta de lo beneficioso que podría ser su insomnio para su propio descanso nocturno y, desde ese momento él, Edward Harper Junior había encontrado la forma de serle útil a su familia: se había convertido en el nuevo ser monstruoso y la nueva presencia fantasmal de la casa Harper que causaba pavor y aterraba a los niños del hogar; sirviendo además de excusa y motivación para que a estos se les quitasen las ganas de jugar por las noches y correteasen por los pasillos a horas intempestivas.
Por otra parte, joder de nuevo porque cuando tomó la decisión de dejar de beber y se la comunicó a sus familiares, además de ganarse la admiración y el respeto público de todos ellos, alguno podía haberle comunicado las secuelas físicas que ello acarreaba y conllevaba. Y cuando decía alguno se refería de forma única, exclusiva y específica a su hermano mayor Henry; el médico de la familia y en consecuencia, suyo también. Al resto podía perdonarle su desconocimiento e ignorancia de los síntomas (aunque quizás no a su cuñada Callíope la quiromántica, quien pudo leérselo en la línea de su salud) pero a Henry no.
Desde luego que no.
Debería haberle dicho también de los dolores de cabeza; mucho más dolorosos  y duraderos que los de sus resacas de antaño y los ataques de sudoración repentinos que sufriría (y que eran los causantes de la completa renovación de su ropa de cama así como de sus prendas de vestir por unas mucho más veraniegas; con el consecuente desembolso económico que le acompañaban). Ahora que se enteraría.
Claro que se lo iba a hacer saber. Y de forma muy dolorosa además: le derrotaría de forma pública y humillante en una guerra de cosquillas (un combate no era la mejor de las opciones frente a un campeón de boxeo retirado). Su victoria sería tan épica y evidente que se le quitarían las ganas de volver a omitirle información relacionada con un diagnóstico médico.
La segunda opción en la que joder era la palabra adecuada era la del propio motivo que le había despertado: el propio sueño. O mejor dicho, en la temática del propio sueño.
Para empezar, lo más extraño de todo era que él ni se soñaba ni recordar sus sueños. O más bien, no solía recordarlo porque desde hacía dos semanas tenía vívidos sueños en los cuales él siempre era el protagonista, sucedía lo mismo y se despertaba siempre en el mismo momento; ni antes ni después, justo cuando descorchaba la botella de champán con los dientes.
Lo que le molestaba sobremanera eran no las lagunas, sino los borrones que se producían durante el mismo y que siempre se relacionaban y giraban en torno a la persona de la que era su esposa, de la cual no recordaba la cara con exactitud y ni tan siquiera el nombre.
Para cuestiones esotéricas y/o medianamente relacionadas con la magia acudió de inmediato a su cuñada Callíope; la misma que le vaticinó que ya había encontrado al amor de su vida al leerle las líneas de las manos, creyendo que ella tendría una respuesta o una explicación a esto de forma más o menos misteriosa o concluyente.
Se equivocaba en esta ocasión porque pese a que los intérpretes de sueños habían existido desde la Antigüedad (bastaba un vistazo al Antiguo Testamento para darse cuenta de ello) aún nadie había emprendido la tarea de compilar los posibles significados que un sueño podía contener y al parecer, debían tenerse en cuenta también los numerosos matices ocultos que éste podía contener en su interior para atinar y dar en el clavo del significado más acertado.
En resumen, mucha palabrería barata (propia de videntes por otra parte) para venir a decirle que no podía ayudarle en esta situación. Pero Edward Harper no era de los que se rendían fácilmente ante las adversidades en la vida. Y esta ocasión no iba a ser para nada diferente a las demás: no iba a ser él el encargado de crear la gran enciclopedia de los sueños pero sí que iba a desentrañar el significado o significados ocultos de su sueño.
¿Cómo?
A base de repeticiones.
En eso su mente estuvo bastante colaborativa al proporcionarle noche tras noche varias veces el mismo sueño durante dos semanas, de tal forma que, con la excepción de la novia, se lo había aprendido de memoria y ya había podido vislumbrar dos significados que no podían ser más opuestos y diferentes entre sí.
1.      El primer significado estaba muy relacionado con lo que Christina Thousand Eyes planteó en su artículo monográfico acerca de su persona y no era otro que su subconsciente le estaba ordenando que se pusiera raudo y veloz a cumplir con su destino y encontrase una buena mujer con la que contraer nupcias para así poner punto y final a su hasta ahora improcedente comportamiento.
Esta primera posibilidad cobraba mucho más significado si se explicaban las circunstancias que le acompañaban  y que no eran otras que una promesa realizada a su padre antes de que éste falleciese. Y dado que ya había iniciado el cumplimiento de una, no vio por qué no podía realizar otra con tal de hacerlo feliz aunque ya no estuviera de manera corpórea para verlo.
Desde ese momento se puso serio y comenzó la difícil tarea de iniciar la búsqueda de la esposa más adecuada para él y sabía que el primer paso para ello era anunciarlo públicamente.
En ese sentido Christina se equivocaba y erraba al atribuirle un número incorrecto y erróneo de expresiones y manifestaciones públicas con este determinado fin. No habían sido ni muchas ni numerosas las ocasiones en que había tratado este tema. De hecho, solo había sido una, durante la celebración de la fiesta del séptimo aniversario de su hermana Rosamund; la primera de los Harper en casarse y lo hizo guiado por el amor que flotaba en el aire mágico de ese salón y con unas ganas tremendas de beberse una copa cuyo contenido tuviese una mínima parte de alcohol.
Y hablando de alcohol… eso le llevaba directamente al segundo posible significado de su sueño repetido.
2.      Un segundo significado que no era tan evidente como el primero pero del cual se había dado cuenta al observar la coincidencia del momento exacto en el que se despertaba; justo tras descorchar la botella de champán.
Botella. Champán. Alcohol.
Ergo, el mensaje subliminal que su mente le estaba enviando con ese sueño era que deseaba y ansiaba con desesperación que volviese a provocar que se evadiera con la ingesta de alcohol sin conciencia ni medida concreta.
Lamentablemente no podía satisfacer sus propios deseos pues había hecho una promesa seis meses atrás anunciando en que dejaría el alcohol e iniciaría una nueva vida completamente sana. Y como hombre de palabra que era, cumpliría su promesa consigo mismo y con los demás.
Las palabras eran una cosa y los pensamientos y actos eran otros que además, no solían casarse entre ellos y por eso, ahora mismo y en ese preciso momento su mente clamaba y le estaba ordenando con voces en tono militar que se bebiese una copa. No importaba la clase de alcohol que fuese, sólo que tuviese alcohol.
Su instinto le decía que había un buen motivo por el cual sentía esa imperiosa necesidad de ingesta de alcohol. Decidido, agarró el reloj de su mesita de noche y comprobó la hora.
Efectivamente.
Su instinto no se había vuelto a equivocar.
Exactamente eran las doce y media de la noche; justo la hora en la que en si hubiese sido un hombre indecente e improcedente estaría tomándose la primera copa de la noche en alguna de las exclusivas fiestas (entendiéndose exclusiva en este caso como un sinónimo de rasgo definitorio de una persona de mala y más que dudosa reputación) de las que solía ser invitado habitual. Ahora en cambio que se había convertido en la decencia personificada eran las doce y media de la noche y hacía ya bastante tiempo que se había ido a dormir.
“Para lo que has quedado” se dijo mentalmente, burlándose de lo patética que era su situación actual comparada con sus años dorados pasados.
Edward levantó la vista del suelo deseando que el haber escuchado de manera tan clara y nítida esa voz no significase nada pero…se equivocaba.
No era solo una impresión o sensación suya.
Ahí sentado, justo frente a él, se encontraba su demonio personal; quien en este caso y para mayor ironía tenía su mismo aspecto. Eso sí, con una imagen deformada fruto de la ingesta de alcohol.
Mucho había tardado en aparecer.
Edward lo esperaba desde el momento en que abrió los ojos del sueño.
“Otras de las “ventajas” de haber dejado el alcohol: las alucinaciones” pensó con ironía. “No sé cómo me he podido olvidar de ellas” añadió.
-          Eso tiene fácil solución – le dijo su proyección de sí mismo mientras se cruzaba de piernas y daba un breve sorbo al vaso que tenía en las manos. Vaso que no hizo falta que mirase muy bien para conocer de inmediato el tipo de alcohol que contenía: whisky.
Su alucinación de esta noche era tan vívida y real que incluso había olido el licor. Cerró los ojos para imaginar cómo sabría y lo que bien que se sentiría si ese mismo alcohol que la parte diabólica de su mente le estaba mostrando fuese real y en ese momento se estuviese deslizando y abrasando lentamente su garganta y parte de su esófago hasta llegar finalmente a su estómago y su cerebro.
-          ¿Por qué imaginártelo cuando puedes beberlo de verdad? – le preguntó con sonrisa de satisfacción y cierto deje de reto en su tono de voz, interrumpiendo su idílica y alcohólica escena y causando que le mirase con furia. – Vamos tonto – añadió, ensanchando su sonrisa.
-          No – respondió con firmeza.
-          Pero… ¿quién iba a enterarse? – le preguntó. Y añadió con inocencia, antes de mirar a su alrededor: - Aquí solo estamos tú y yo -.
-          No – repitió el Edward real quien suspiró, pues se estaba hartando de sí mismo.
-          Te juro por Dios que no diré una sola palabra – aseguró su parlanchina alucinación llevándose la mano al pecho; justo de la misma manera en que él lo hacía y con el mismo gesto de solemnidad que él ponía expresamente para ese tipo de juramentos (que solían ser falsos en la inmensa mayoría de los casos). Mismos gestos y acciones pero no era él realmente. – Vamos a llegar a un acuerdo – añadió, inclinándose hacia delante para que él lo oyese con más claridad.  – Una copita de alcohol – explicó. – Solo una copita pequeña de alcohol – rogó realizando exactamente con los dedos la medida de un vaso de chupito.
“Jodida alucinación” maldijo Edward entre dientes. “Es inteligente” añadió.
-          Una pequeña y te prometo que te dejaré en paz – insistió su alucinación sabiendo que la fortaleza y resistencia de Edward se estaba resuqebrajando por momentos.
“Seguro” pensó Edward con ironía.
-          ¿Sabes que en el despacho de Thon hay una parte del mueble principal que utiliza para guardar las bebidas? – le preguntó, sorprendiéndose a sí mismo; pues desconocía esta información y causando a su vez que su alucinación sonriese con maldad.  – El despacho de Thon – repitió. – Solo tienes que caminar diez pasos y descender las escaleras para poder beber –  dijo, enfatizando en la distancia y pasos que debía dar. – Es una distancia que yo recorrería – opinó, ganándose una mirada cargada de furia de sí mismo. - ¡Pero si ni siquiera se dará cuenta! – exclamó, estallando por fin.
-          ¿Es que no entiendes el significado de una negativa repetida varias veces? – le preguntó a su alucinación, nuevamente cargado de ironía.
-          Cobarde – respondió su alucinación bebiendo nuevamente de su copa ficticia para crear y despertar nuevamente las ganas y el deseo de beber en el Edward real.
-          No – dijo Edward por tercera vez, aunque con mucho menos fuerza de voluntad y rotundidad que las dos anteriores.
-          ¿Qué pasa Júnior? – le preguntó para llamar su atención. - ¿Es que no eres lo suficiente hombre como para beber? – añadió, con tono burlón y despectivo hacia sí mismo. - ¿Es que prefieres que sean los traumas de las guerra los que te roben el sueño? – terminó preguntándoselo con dureza y exigiendo una respuesta inmediata.
-          Fuera – gruñó.
-          ¿Cómo? – preguntó su alucinación poniéndose en pie. - ¿Qué has dicho? – añadió, acercándose a él con gesto ofendido.
-          He dicho que te marches – respondió. – Ahora – añadió, por si le había quedado alguna duda. - ¡Largo! – exclamó elevando el tono de voz. - ¡Joder! – gritó finalmente mientras se ponía en pie para encararse consigo mismo y apretaba los puños tanto, que las uñas y los nudillos estaban comenzando a dolerle.
En esa posición y tras cerciorarse de que su alucinación había desaparecido (aunque solo momentáneamente porque volvería para seguir dando por culo) pensó que las niñeras creerían que estaba loco al escucharle dar voces. No se equivocarían mucho porque su cabeza no estaba muy bien desde que dejó el alcohol. Buena prueba de ellos eran las alucinaciones que tenía de sí mismo y sus desdoblamientos de personalidad en ángel y demonio.
Gotas de sudor perlaron el perfil de su rostro y acabaron por caer al suelo, revelando lo exhausto que le había dejado el luchar y pelear contra sí mismo. Exhausto y enfadado porque continuaba respirando con dificultad mientras su pecho subía y bajaba a una velocidad mucho más rápida a la que lo hacía normalmente y continuaba con los puños apretados para reprimir sus intensas ganas de golpear a alguien.
¡Ah sí! Y deseoso de probar el alcohol; mucho más ahora que su alter ego imaginario y diabólico le había informado del arsenal de alcohol que su hermano tenía en casa y cuya mente, a la que no hacía mucha falta que animaran en esos temas, había comenzado a imaginar los diferentes licores y la diversidad de tipologías de botellas y contenedores líquidos que el bar de Anthony podría albergar.
Acto seguido, desechó esa línea de peligrosos pensamientos y sacudió la cabeza para hacerlos desaparecer totalmente porque si seguía y continuaba por ese camino, su demonio personal vencería y reaparecería con más fuerza que antes; con todo lo que le había costado que se marchase. Y lo menos que quería era eso ya que no estaba preparado mentalmente para un nuevo enfrentamiento contra sí mismo.
Esperaba que lo que su alucinación le había dicho no fuera más que una invención para hacer mella a su ya de por sí escasa resistencia porque si lo que había dicho era cierto y Thon poseía algún tipo de licor en su despacho iba a tener que hablar muy seriamente con él y pedirle que se deshiciera de él o los escondiera mucho mejor porque aún no tenía la suficiente fuerza de voluntad como para hacer frente a una tentación tan grande como esa teniéndola tan alcance de la mano.
¡Joder!
Su alucinación había despertado su curiosidad dormida (ya que él no era para nada cotilla) y ahora lo que más deseaba era ir al despacho de Thon para comprobar y dar con las botellas de alcohol.
¡Joder!

Quería una copa.

¡Joder!

No tenía a nadie a quien contárselo y con quien desahogarse o pedir ayuda para este tema.

Bien, esa última frase no era completamente cierta; sí que tenía a alguien a quien recurrir en estos casos. Un alguien que nuevamente era su hermano Henry; quien se había ofrecido voluntario para ayudarle a sobrellevar mejor su alcoholismo.

El problema para él era que esa noche tanto Henry como el resto de su familia no se encontraban en casa porque toda la familia había  decidido asistir al baile que los Cane ofrecían.
Le habían pedido que les acompañase pero a él no le había quedado de otra que declinar; precisamente por su falta de preparación mental ante el hecho de encontrarse con ingentes cantidades de alcohol que poder beber sin restricciones porque el acto de beber oporto u otros licores formaban parte del protocolo oficial masculino en todos los eventos.
No.
No podía ir a ningún acto social que tuviese e incluyese al alcohol (aunque solo fuera una mínima parte) dentro del programa de actos a realizar.
Edward era perfectamente consciente de que con este comportamiento antisocial sus posibilidades de encontrar una esposa se reducían hasta el mínimo posible pero…debía establecer prioridades. Y su prioridad ahora era curarse por completo. Ya habría tiempo para buscar una esposa y si no, sería el tío solterón y cascarrabias al que todos sus sobrinos tendrían que cuidar de viejo como pago a las veces en que él haría lo propio mientras fueran pequeños.
No tenía nadie a quien recurrir entonces.
¿No tenía a nadie?
Eso era tampoco del todo cierto.
Sí que tenía a alguien a quien ir a contarle sus problemas, pensamientos y reflexiones y estaba seguro de que a él no le importarían las horas que fuesen para que le visitara porque nunca protestaba por nada y tenía una paciencia con él. Pero es más, incluso fue él quien se lo propuso, por lo que…
No había más que pensar ni más tiempo que perder con sus devaneos dubitativos
Ya sabía exactamente adónde tenía que dirigirse.

Y allí se dirigió presto y veloz.