miércoles, 17 de abril de 2013

Capítulo XV Amor a golpes


CAPÍTULO XV
Combate dialéctico en Saint James Park
-          No sabes cómo te odio en estos instantes – dijo Sarah, deteniendo su marcha y plantando los pies con firmeza en la gravilla del parque de Saint James Park cuando apenas había caminado cien metros por él.
-          Creo…creo que me hago una ligera idea – respondió Henry con los dientes apretados y el labio superior torcido; quien también había detenido su marcha y se había girado en su dirección al escuchar esas palabras.
-          ¿Cómo te atreves a manipular a miss Anchor y al resto de las chicas para traerme en contra de mi voluntad de paseo por el parque? – le preguntó enfadada y recortando la distancia que les separaba con cortas y pequeñas zancadas, los ojos entrecerrados por la furia y, golpeándole con el dorso de la mano en el pecho mientras pronunciaba las últimas cinco palabras de la frase.
-          Necesitaba estirar las piernas – le explicó, con un encogimiento de hombros.
-          ¿Es que no sabes caminar solo por riesgo a caerte? – le preguntó ella mordaz. – Yo te veo muy crecidito – añadió, paseando la mirada por su cuerpo mientras se cruzaba de brazos.
-          La razón de que necesite caminar ahora es sólo culpa tuya, así que creo que es bastante lógico que seas tú la que me acompañe – le rebatió él. Sarah enarcó una ceja de incomprensión de la explicación de Doble H y a él no le quedó más remedio que añadir, acusador para que comprendiese: - Me obligaste a comerme todos esos dulces sabiendo que me sentaban mal -.
-          ¡Pues no habértelos comido! – protestó ella.
-          ¡Si hombre! – exclamó él. - ¿Cómo iba a negarme siendo el invitado de honor y sobre todo, después de haberme ese reto en público? – le preguntó él.
-          El chocolate te provoca ganas de vomitar – le recordó.
-          Lo sé – dijo él. – Ese es uno de los motivos por los que estás tú aquí – explicó. - ¿Quién mejor que tú para sujetarme la cabeza mientras te pongo perdida de un vómito que tú misma me has provocado? – le preguntó burlón, con un tono de voz tres octavas más alto que el habitual y  mientras le pellizcaba la mejilla.
-          ¡Suéltame! – gritó ella, golpeándole tortas con fuerza. - ¡No me toques! – añadió, gritando aún más fuerte. – Ni te atrevas siquiera – le amenazó, levantando el dedo índice. - ¡Apártate de mí! – exclamó con desprecio antes de añadir: - Me marcho – y echar a andar a paso ligero en dirección a la salida.
Como venía siendo costumbre desde que la conoció, Henry salió corriendo tras ella y solo se detuvo hasta situarse justo delante de su “prima”:
-          Eres… - dijo, tomando aire. – Eres la única mujer en toda mi vida que me hace correr tras ella continuamente – añadió. Y solo tras recuperar el ritmo normal en sus respiraciones, añadió mirándole directamente a los ojos: - Lo siento -.
Y Sarah; que estaba deseando escuchar esas palabras de boca de Doble H detuvo su marcha y le sonrió con autosuficiencia.
-          Pero no lo siento por esto – aclaró, inmediatamente. – Porque al fin y al cabo, como ya te he dicho esto – y puso su mano sobre su abultado vientre lleno de gases – Es culpa tuya – le reprochó. – Te pido disculpas por mi marca – aclaró. – Marca que aunque no lo creas es de protección – concluyó.
-          Lo dudo – bufó ella, resoplando.
-          Prueba – le instó él. – La próxima vez hazte un moño y déjalo visible sin pintarte tu falso tatuaje – añadió. – Ya verás como no tendrás ningún tipo de problema de acceso o para moverte con libertad por allí – vaticinó.
-          ¡Ah! – exclamó, contrariada. - ¿Pero no ibas a prohibirme la entrada y a conseguir mi despido? – preguntó con cierto rin tintín mezclando la sorpresa y la confusión en su pregunta.
-          Al final no – le dijo, negando con la cabeza. – He encontrado una solución mucho mejor a tu problema y es la verdadera razón por la cual quería que me acompañaras a pasear – explicó, con una sonrisa maliciosa; informándola con este gesto que aunque si bien era cierto que los dulces le habían sentado mal, sus ganas de vomitar o de expulsar ventosidades en público se habían quedado   en el bloque de apartamentos de miss Anchor.
-          ¿Cuál? – preguntó recelosa.
-          Voy a ayudarte – explicó.
-          ¿Tú? – preguntó sorprendida enarcando ambas cejas.
-          Yo – respondió él asintiendo orgulloso. – Primita Suhaila – añadió, sabiendo qué tan poco le gustaba que utilizase ese apelativo cariñoso con ella. – Tras mucho pensarlo y en vista de que tus artículos no son muy buenos, he decidido que voy a ser yo quien te ayude – le anunció.
-          Mis artículos son muy buenos, no necesitan ningún tipo de ayuda y corrección – aclaró. – De hecho, le gustan bastante al editor y a mis numerosos lectores – añadió, para hacerle patente que era innecesaria su ayuda y que tampoco iba a permitírselo.
-          ¿Ves aquello que está subiendo allí a lo lejos? – le preguntó señalando un punto inconcreto en la lejanía del horizonte. Obviamente, Sarah no vio nada fuera de la habitual que le llamara la atención lo suficiente como fijarse en él y que destacase en el cielo. – Es tu vanidad – añadió. – Que sube, sube y sube… - concluyó, burlándose y riéndose de ella.
-          Entonces seguro que va tras tu ego – le replicó ella.
Henry fingió sentirse ofendido por esas palabras hirientes y malintencionadas, pero no durante mucho tiempo porque enseguida, comenzó a caminar dando vueltas alrededor de ella con las manos cruzadas tras la espalda y recitando trozos del último de los artículos:
-          Resulto cuanto menos llamativa la fijación del señor Smith por apartarse el pelo de la cara.  Digo resulta curioso porque da la circunstancia de que este luchador está calvo. Quizá esta fuera la causa de que estuviera distraído y reaccionase de mala y lenta manera ante los golpes que Joe Parrish le propinaba. O incluso puede que fuera por la halitosis extrema  de su rival… No extrañaría dado el estado de su dentadura (…) Afortunadamente para él, su rival era aún peor en cuanto a lentitud de movimientos. Pero claro ¿cómo no serlo con semejante barrigota velluda? ¡Ese exceso de equipaje corporal ralentizaría a cualquiera! Sin embargo, un aviso al señor Smith para su próximo combate contra Skin HH Skull: entrene. Entrene y mucho porque HH  no solo no está calvo y no tiene halitosis (las prostitutas londinenses pueden dar buena fe de lo que escribo) sino porque la rapidez de sus movimientos lo harán picadillo antes del final del primer asalto; lo cual sería pésimo para el negocio del Albert Branches, propietario de The Eye – Te detienes demasiado en la descripción de los detalles físicos de los luchadores – le dijo. – Tanto, que no tardarán mucho tiempo en darse cuenta de quien escribe es una mujer – añadió. - ¡Ni Flick se detiene tan pormenorizadamente en todos los detalles de mi anatomía! – exclamó para recalcarle lo erróneo de su manera de escribir.
-          ¿Qué culpa tengo yo de que todos los luchadores estén calvos, les falten dientes o sean gordos? – replicó ella.
-          No todos los luchadores tienen la suerte de dedicarse a esto de forma profesional Sarah, la mayoría tienen sus vidas fuera de la arena y en cuanto a lo de la calvicie…no todos están calvos, la mayoría se rapa o rasura por una sencilla y fácil explicación: los piojos querida, los piojos – explicó. – Además, vuelves a confirmar con esto mi teoría de que no tienes apenas conocimientos de lucha –replicó, buscando picarla.
-          ¿Por qué ahora si puede saberse? – pidió, suspirando.
-          Pues porque si realmente supieras tanto acerca de este deporte como tanto te ufanas en proclamar, conocerías de sobra y antemano este dato que voy a proporcionarte de manera gratuita: desde el año 1795 y debido a la humillante derrota que sufrió Dan Mendoza a manos de John “El Caballero” Jackson  en Essex tras nueve rondas peleando frente a él pese a que John era cinco años más joven, 10 centímetros más alto y pesaba 19 kilos de más, ningún luchador lleva el pelo largo para que no se repita la estrategia de victoria del Caballero; consistente en agarrar por el pelo a Dan con un brazo y golpearle en la cara con la otra – explicó, petulante.
Sarah abrió la boca para replicarle, pero enseguida la cerró porque desconocía ese dato; justo tal y como Henry se había encargado de restregarle por la cara. Hecho que le fastidiaba sobre manera. Por ello, recurrió a lo más sencillo en este caso; le preguntó más acerca de él antes de atacarle personalmente.
-          ¿Por qué tu no? – quiso saber.
-          Tengo demasiada práctica, la cual me ha hecho ser lo suficientemente rápido y bueno para que eso suceda – explicó.- Además, me gusta mi cabello – añadió, sacudiéndose las puntas con los dedos.
-          Ahí está de nuevo tu ego – le dijo, aplaudiéndole de manera forzada. – Ya estabas tardando demasiado en sacarlo a relucir – dejó caer.
-          Solo me remito a los hechos Parker, soy campeón – le recordó.
-          ¡Me llamo Sarah! – ladró la aludida. – Por mucho que parezca que lo hayas olvidado mi nombre es Sarah – añadió. – Sa-rah – repitió. - ¡Sarah! – exclamó enfadada. – Soporto que me lo cambies continuamente, pero no voy a tolerar que me llames por mi apellido porque no soy una delincuente – le advirtió, lanzándole una mirada furibunda.
Henry se encogió de hombros porque no entendía el por qué del nivel de enfado de Sarah; lo cual a su vez provocaba en consecuencia que ésta se enfadara aún más.
-          ¿Quieres que a partir de ahora sólo te llame Harper? – le preguntó, con un gruñido.
-          ¡Eh! – exclamó sonriendo ampliamente mientras asentía. – Harper y Parker – añadió, sin dejar de asentir. – Suena bien – decidió. – Suena a firma de abogados de éxito – pensó en voz alta. – O mejor – dijo, chasqueando los dedos. – Como un banco – agregó. - ¡Seguro que conseguiríamos que todos los ricos de Gran Bretaña nos cediesen sus ahorros para que los custodiásemos! – concluyó, sonriendo y aplaudiendo a rabiar.
-          ¡Vete al carajo! – exclamó ella, bufando y resoplando. - ¡No se puede hablar contigo en serio de nada! – añadió, antes de echar a correr en dirección a la salida de Saint James Park.
-          ¡Otra vez no! – se quejó, mordiéndose el labio inferior y elevando los ojos al cielo, clamando por paciencia antes de salir corriendo por segunda vez en el día (y sin haber hecho aún la digestión de los dulces) tras ella.
Pasado un breve rato de persecución, Henry se planteó y dudó seriamente acerca de sus capacidades deportivas. ¿El motivo? No encontraba a Secundina por ninguna parte. Lo cual, era imposible porque tampoco había transcurrido tanto tiempo desde que ella había echado a correr. Y por otra parte, su zancada era mucho más corta.
En resumen y por tanto, Scarlett debía permanecer aún en el parque.
La cuestión era ¿dónde?
La respuesta se la proporcionó su propia “prima” cuando llegó a un cruce de caminos casi en la entrada de Saint James Park. En dicho cruce había un mástil con varios maderos en forma de flechas que le indicaban los caminos e itinerarios que se podían seguir o caminar en el interior del parque.
Pues bien, Sade se encontraba justo tras los matorrales de inicio que señalizaban el camino principal de Saint James y Henry fue consciente de ello porque cuando se movió mínimamente se dejó entrever una pequeña parte de la falda de su vestido lila y sobre todo, porque una pequeña ramita del suelo crujió a la vez que los matorrales hicieron lo propio.
Satisfecho, superior y decidido, Henry se dirigió justo hacia donde Parker estaba escondida, se giró, clavó los codos el los matorrales ignorando que eran de abetos y que por tanto, se le estaban clavando y pinchando traspasando la tela de su chaqueta y se recostó sobre ellos.
-          ¡Ah! – exclamó fingiendo estar distraído. – Pero ¿es que estábamos jugando al escondite y en ningún momento he sido consciente de ello? – preguntó, reprobándolo de manera divertida. Suspiró. – Pues… siento comunicarte que eres una pésima jugadora – añadió. - ¡Te pillé! – exclamó, agarrándola por la manga del vestido.
-          ¡Cállate! – exclamó enfadada, retorciéndose para soltarse de su agarre y provocando que los matorrales se agitasen de manera inexplicable pues hacía frió pero no corría ni una ráfaga de viento. – Y disimula – añadió, en tono mucho más bajo una vez se soltó de Henry.
-          ¿Por qué tan nerviosa de repente? – preguntó curioso. - ¿Es que no te gusta que te vean conmigo? – añadió fingiendo lástima aunque sin dejar el tono divertido y burlón.
-          ¡Baja la voz! – ordenó, golpeando el matorral y provocando que Henry se alejase de ellos ante el temor de que le arrojase un palo. Escuchando el tono agresivo que su “prima” tenía, era lo más probable.
-          Sabes que puedo dejarte mucho más en ridículo si no me dices lo que está pasando – le amenazó con voz firme y señalando a los matorrales.
Henry volvió a acercarse a los matorrales y recuperó su posición a la espera de la respuesta. Ésta no se hizo esperar. Tras un rebuzno, eso sí.
-          Ahí está el hombre del que estoy enamorada – confesó.
De todas las posibles respuestas que había cruzado por la mente de Henry, sin duda la que había oído no estaba dentro de sus posibilidades mentales. Tanto, que le dejó noqueado mentalmente y durante un breve espacio de tiempo, no supo qué decir.
¡Sandy estaba enamorada!
¿Sony enamorada?
¿De quién?
¿Lo conocía personalmente? Probablemente no.
¿Sabía su enamorado secreto de su doble vida?
Si no lo hacía, poco tiempo tardaría en hacerlo. De hecho, lo haría hoy.
De su propia boca por supuesto.
Sonrió.
-          ¿Quién es? – preguntó realmente interesado en esta conversación.
-          El moreno de ojos miel… - dijo, cansada.
Henry oteó el horizonte en busca del susodicho y… para su total desilusión, no dio con ningún hombre a primera vista que cumpliese con todas esas escasas características físicas. Dio con muchos.
-          Si no me dices algún dato más no sabré quien es – explicó, inocente. – Demasiados hombres que responden a esas características – añadió. – Puede ser el hombre de nariz aguileña con el traje extravagante, el orejón, el hombre con la dentadura de caballo, el gordo que está rojo porque está asfixiado debido a la falta de práctica de ejercicio…- dejó caer.
-          ¡Ey! – exclamó ella, recordándolo de repente. – Tú lo conoces – dijo señalándole pese a estar tras los matorrales. – Es noble – explicó.
-          ¿Que es noble? – preguntó sorprendido. – Primero prejuzgas sobre nosotros y resulta que estás enamorado de uno de los nuestros ¡Qué indecente! – exclamó, reprobando su actitud.
-          Pero tampoco es un noble de renombre – se defendió ella inmediatamente, aunque conocedora de que era cierto. – Es… Christian Crawford – anunció.
-          ¡¿Có…mo?! – gritó, girándose en dirección de su “prima”. O más bien, quedó en un hámago de grito ya que, se atragantó con su propia saliva ante lo repentina e inesperada de su confesión. - ¿Te gusta Pitágoras? – preguntó horrorizado, esta vez sí a punto de vomitar del asco que la idea le provocó.
-          Christian Crawford – le corrigió ella.
-          Así es como yo le llamo – explicó.
-          ¿Por qué? – preguntó con la ceja enarcada. - ¡Ay Dios! – exclamó ella, con pánico. - ¡Gírate! – le ordenó con premura. - ¡Gírate y disimula! – añadió. – Viene hacia aquí – añadió de forma mucho más calmada y en voz mucho más baja.
-          Henry – le saludó el susodicho por educación.
-          Pitágoras – le correspondió él a su vez al saludo.
-          ¿Qué haces aquí? – le preguntó él, confundido.
-          Ya ves… disfrutando de los arbustos de Saint James Park aprovechando que es la única vegetación que hay en invierno – se inventó sobre la marcha.
-          ¿Es que no sabes qué lugar es este? – preguntó reprochándoselo. - ¡Tu padre aparecerá en cualquier momento! - exclamó.
-          Sé perfectamente donde me encuentro, así como también sé que es un parque público donde todos podemos caminar – replicó. – Y si por mala suerte tengo que encontrarme con mi padre, que así sea – añadió, con firmeza.
-          ¿Es que quieres provocar un escándalo público y que te detengan? – preguntó.
-          Olvidas que eso es muy poco probable que suceda, dado que mi hermano es el jefe de los ocho de Bow Street – explicó, tranquilo. – No llegaré siquiera a pisar la Torre – añadió. – Y si lo hago, excelente, así me ahorro el largo paseo de vuelta a casa – replicó.
-          No lo estás diciendo en serio – dijo alucinando y negando con la cabeza.
-          Siempre fui un temerario – replicó, con un encogimiento de hombros y quitándole importancia al asunto.
-          Lo que siempre fuiste es un estúpido – replicó, recreándose en la pronunciación del insulto.
-          ¿Realmente quieres entrar por ese terreno, Christiancito? – le preguntó encarándose, dando un paso adelante y a su vez, recreándose en el nombre propio de la pregunta.
-          ¡No! – exclamó. Y el sonido de la negación salió de su boca como si de un relámpago se tratase. – No, no, no, no, no – aseguró. – Si yo de hecho… ya me iba – aseguró. – Solo pasaba a saludarte – explicó con voz temblorosa antes de echar a correr y desaparecer a trote ligero de su vista sin girar la cabeza ni una sola vez.
-          ¡Eh! – dijo Henry golpeando con el codo los setos. – Ya puedes salir de tu escondite ninfa de los bosques – añadió.
Y por una vez y son que sirviera de precedente en su atípica relación (¿relación?, si bueno tenía algún tipo de extraña relación) Sarah obedeció sin rechistar y se puso en pie. Eso sí, insegura de la distancia a la cual podía estar Christian de ambos y temerosa de que le descubriera, permaneció resguardada contra la espalda de Doble H mientras un hondo suspiro de enamorada salía de su boca al observar cómo se alejaba de ellos.
-          Interesante la corona de ramas y hojas de arbusto que llevas de complemento para camuflarte mejor – le dijo, nuevamente burlón.
Sarah sacudió la cabeza con vehemencia para deshacerse de ellas mientras que se retiraba del pelo las que aún permanecían allí con las manos. Ya había resuelto un problema, ahora solo le faltaba el otro: cómo salir y saltar de los setos sin que se le viera mucha cantidad de piel de sus piernas y sobre todo, sin que se le rasgara la tela de la falda del vestido.
La solución a su segundo problema urgente vino de la mano de Doble H quien, sin apenas esfuerzo la agarró de la cintura y la elevó por encima de los setos. Solo cuando la estaba descendiendo y justo antes de depositarla en el suelo, se atrevió a preguntarle entre susurros y mirándola fijamente a los ojos:
-          ¿Te gusta Pitágoras de verdad? –
Por un instante, Sarah se perdió en el azul de los ojos de Henry. No recordaba que éstos fuesen tan grandes, brillantes y penetrantes. Fue por este motivo por el que tardó en proporcionarle la respuesta que pedía; asintió de manera titubeante y consiguió decir otra vez:
-          Me gusta Christian - ¿Por qué te empeñas en llamarlo Pitágoras? –
Henry la depositó totalmente en el suelo y aprovechó las circunstancias favorables para ofrecerle el codo y que empezasen a caminar. Ella lo tomó y solo entonces le dijo:
-          Son dos las razones por las que lo llamo así. La primera por supuesto es porque  fue el único insensato que se atrevió a estudiar matemáticas –
-          ¡Oye! – exclamó, saliendo en su defensa. - ¡No te metas con él! – añadió.
-          No me meto con él – replicó. – Solo lo estoy definiendo – añadió, intentando parecer inocente. – Y solo hay una palabra que se me viene a la cabeza cuando tengo que definirle: aburrido – explicó. – Como las matemáticas – agregó.
-          ¡Eh! – volvió a exclamar. – No vuelvas a decir tal cosa, a mí me gustan las matemáticas – añadió, con los dientes apretados.
-          ¡Discúlpame milady! – dijo él con ironía. – Por favor, avísame cuando los denominadores, las fracciones, las raíces cuadradas y tú deis una fiesta porque no me la perdería por nada del mundo – se burló, dejando entrever que volvía a pensar lo tediosas que eran en su opinión. – Venga Sancha, debes reconocer que si te dieran a escoger entre un combate de boxeo y una integral escogerías la emoción y el subidón de adrenalina que el boxeo te provoca antes que pasarte horas y horas estrujándote el cerebro para conocer el resultado – concluyó, sabedor de que tenía razón.
Sarah bufó a modo de asentimiento por no tener que darle la razón con palabras (aunque fuera un monosílabo) Y como no le gustaba tener que otorgarle la razón de manera continua, de inmediato cambió de tema de conversación.
-          El segundo motivo – exigió con prestanza, tirándole de la tela de la chaqueta.
-          Porque es griego – explicó.
-          Griego – repitió ella, confusa. E incluso se detuvo a pensar qué podría significar eso. - ¿Qué quieres decir con griego? – preguntó con el ceño fruncido y sin ninguna idea de a qué podría hacer referencia.
-          Tu misma vas a proporcionarte la respuesta a esa pregunta – respondió de manera enigmática. - ¿Cuánto hace que conoces a Pitágoras? – le preguntó, pensativo.
-          Poco más de seis años – respondió ella.
-          Y durante todo ese tiempo ¿sabes si ha estado con alguna mujer o mostrado interés especial por alguna? – quiso saber.
-          Bueno… yo creí que… en Penélope – dijo.
-          Si Penélope hubiera puesto sus ojos en él, al final hubiera tenido que hacer caso a mi hermana, intervenir en esa relación y raptarla el día de su vida para librarla de tan aciago destino – respondió con gesto serio. Y Sarah le creyó muy capaz de haber realizado lo que en este caso solo se quedó en una posibilidad. – Afortunadamente para todos, demostró ser tan inteligente como parecía y escogió al hermano correcto – añadió, resoplando de alivio.
-          ¿Qué pretendes decirme exactamente con esto? – preguntó Sarah, aún sin entender por qué derroteros iba la conversación en este punto.
-          Pues que Pitágoras no ha conocido mujer en seis años, pero antes en nuestros años de universidad tampoco – explicó. - ¿Tú qué crees que quiere decir eso? – le preguntó.
-          Pues que era un chico muy maduro y responsable para su edad y que estaba mucho más preocupado en sus estudios que en irse de farra y fiestas a diario, como seguro que hacían otros – dijo ella, dando su punto de vista y enfatizando sus últimas palabras pues, aunque no había coincidido en la universidad con Henry estaba segura que en esos consistieron sus años de estudiante.
-          Yo lo que creo con esto es que a Pitágoras le gustan los hombres – replicó Henry.
-          ¿Qué le gustan los hombres? – preguntó ella escéptica y estupefacta ante esa posibilidad. – Pero ¿qué tonterías estás diciendo? – preguntó furibunda sin dejar de golpearle.
-          ¿Y a mí por qué me pegas? – preguntó él sin entender. - ¡Si a mí me gustan las mujeres! – añadió.
-          Por atreverte siquiera a insinuar semejante barbaridad – le respondió ella tajante. – Porque es una barbaridad ya que para tu información, Christian es muy señor todopoderoso, Christian es todo un hombre – dijo con cierto rin tin tín que le restó credibilidad a su afirmación. – Muy masculino - apostilló
-          ¡Oh sí! – exclamó asintiendo burlón e incrédulo. - Es muy masculino – dijo Henry con un tono evidente de burla. – En el sentido Marlowiano[1] de la palabra – añadió, viendo la conformidad y los asentimientos de su cabeza ante la pronunciación de las frases, que inmediatamente se tornaron en gestos de reprobación por parte de su prima al escuchar la apostilla final.
-          ¡Disculpa! – dijo con ironía. – Pero no hace falta tener tu hercúlea fuerza y tu apariencia apolínea para ser masculino – replicó, borde y definitivamente ya liberada de su contacto.
-          Me gusta que admitas que soy fuerte y que soy guapo, aunque no uses esas palabras – dijo satisfecho. – Pero preferiría que no me comparases con esos dos ejemplos precisamente – añadió, lamentándolo.
-          ¡Fíjate si eres creído y tiquismiquis que ya ni siquiera te vienen bien los semidioses o dioses con los que se te compara! – añadió Sarah furibunda. - ¿Por qué no le vienen bien al señor? – preguntó, con una reverencia burlona en infantil.
-          Me sorprende que tanto tiempo al lado de Penélope no te haya servido para desarrollar tus conocimientos mitológicos – dijo, con acritud Henry. – Obviamente no quiero ese tipo de comparaciones porque tanto Hércules como Apolo tuvieron ¡amores con hombres[2]! – exclamó, horrorizado e intentando hacerle ver su punto de vista. – Y a mí, al contrario que tu amigo Christian, solo me gustan las mujeres – explicó. – Nada más – puntualizó e intentó quedar claro ese punto.
-          ¿En serio Henry? – le preguntó dudosa. - ¡Quién lo diría! – exclamó, mordaz. – A lo mejor los espectáculos eróticos que protagonizas antes de tus combates no son más que una tapadera para ocultar tus verdaderos gustos… - dejó caer.
-          Queridísima primita Sagrario  - dijo él con los dientes apretados. – Te aconsejo que no me subestimes porque puede que no me creas pero… soy un noble – le recordó. – Es más, soy un libertino – añadió. – Y me he costado con igual número de mujeres que cráneos he destrozado. Yo creo que es para tenerme en cuenta – añadió. – Dime – dijo, agarrándola repentinamente por la cintura y fritando su nariz contra la de ella. - ¿Quieres que este Hércules de los bajos fondos te demuestre de lo que es capaz? – le preguntó con un tono mitad amenazante mitad humorístico.
-          ¡No! – dijo ella, liberándose horrorizada.
-          ¿A qué viene  ahora tantos remilgos hacia mi persona? – preguntó él, confuso. – Hace un momento me acabas de llamar Apolo y Hércules – añadió. – Además, piénsalo así puedes comparar a uno y a otro y establecer cuál es el más masculino de los dos – explicó.
-          No hace falta que me acuesta contigo para saber quién es más hombre de los dos – dijo ella, con desprecio.
-          De acuerdo – estableció. – Acabas de picarme la curiosidad – le dijo, situándose nuevamente a su lado. - ¿Cómo es en la cama? ¿Apasionado? ¿Está bien dotado? ¿Tú cuanto crees que le mide? ¿Cuántos asaltos ha sido capaz de aguantar en una noche? – le preguntó de manera atropellada, aumentando la ira y el escándalo interno de Sarah a medida que continuaba formulando preguntas.
-          No pienso responderte a ninguna pregunta que tenga que ver con mi vida privada – dijo con los puños apretados.
-          ¡Oh venga! – replicó él. – No me vengas ahora con tu vena puritana, ¡por favor!  - añadió, cansado. – Piensa que nos estás haciendo un favor a ambos al ayudarme a despejarme esa imagen griega de Pitágoras – le recordó. – Está bien, solo respóndeme a una pregunta ¿te deja satisfecha? – quiso saber. – Porque sino lo hace bien podría recomendarle una serie de trucos  o lugares donde se encargan de… - añadió.
-          ¡No me deja satisfecha! – gritó ella golpeando el suelo con fuerza y provocando ser el centro de atención de Henry; quien no apartaba la mirada de ella. – No me deja satisfecha – repitió. - ¡Hala! – exclamó. – Ya tienes la información que querías ¿estás contento? – le preguntó enfadada y justo frente a él, echando humo por las orejas.
-          Oye… yo no… era una… - titubeó.
-          Y ¿sabes por qué no estoy satisfecha? – le preguntó.
-          No me digas que eres una de esas mujeres que se abren de piernas y permiten a los hombres que les roben su virtud y su virginidad creyendo ilusoriamente que se van a casar con ellas por este hecho – dijo, incrédulo.
-          ¡No, idiota! – exclamó ella, igual de furibunda. – La razón por la cual no estoy satisfecha es porque… soy virgen – dijo en voz muy bajita.
-          ¿Qué? – preguntó él, incapaz de creer lo que acababa de escuchar con total claridad.
-          Soy virgen – repitió en el mismo tono de voz.
-          ¿Cómo? – volvió a preguntar.
-          ¡Por Dios!  - exclamó elevando los brazos al cielo. - ¿Cuántas veces me vas a obligar a repetírtelo para dejarme aún más en ridículo? – le preguntó enfadada y con los brazos en jarra ahora. – Soy virgen – dijo una tercera vez, exagerando la pronunciación de cada una de las sílabas para dejarle bien claro el concepto y el significado de esas palabras.
Y Henry cayó al suelo de culo.
Le habían dejado atontado e incapaz de reaccionar, falto de reflejos en infinidad de ocasiones por alguno de los golpes que había recibido a lo largo de su ya extensa carrera pugilística. Pero ninguno de ellos podía compararse con el impacto que le había supuesto el enterarse de esta exclusiva.
Comparándolo con cualquiera de los golpes que había recibido en su vida, la noticia de que Parker era virgen era equivalente a…una patada en la entrepierna con botas de pinchos.
Desde esa nueva posición, Henry vio a Parker desde otra perspectiva.
Una perspectiva completamente diferente.
¿Cómo podía Pitágoras no haberle hecho el amor a esta mujer después de seis años conociéndola?
¡Pero si él quiso hacérselo la noche en que la conoció!
A ver si iba a ser cierto que le gustaban los hombres en realidad….
-          ¿Podías dejar de mirarme como si fuera una curiosidad del mundo circense? – le preguntó, molesta.
-          Lo siento – dijo él, incorporándose y sacudiéndose el polvo de las manos y de la parte trasera del pantalón – Eres virgen – repitió, aún incapaz de creerlo.
-          Sí – respondió ella. - ¿Tan difícil te resulta creerlo? – preguntó, nuevamente molesta.
-          ¡Pues sí! – exclamó, antes de que una risita escapase de su boca. – Pero no me río de ti – se apresuró a explicar viendo el gesto que Parker tenía en ese momento. – Me río de tus circunstancias – explicó.
-          ¡Vaya, gracias! – exclamó con ironía. – Ya me quedo mucho más tranquila – añadió.
-          Lo que quiero decir es que me resulta muy difícil de creer que tú continúes siendo virgen – explicó. – Eres guapita, mona de cara, tienes todos los dientes, no estás nada mal de cuerpo y parece que no tienes la sífilis ni nada – añadió. – Además, eres del Soho, un barrio donde las niñas pierden la virginidad antes de aprender a robar su primera cartera. De ahí que me resulte extraño – concluyó.
-          Ya ves, aún queda gente honrada en lugares de tan mala reputación como ese – afirmó, orgullosa.
-          Y más orgullosa y honrada que vas a permanecer – dejó caer, nuevamente conteniendo su risa. - ¡Vestirás santos de por vida con el candidato que has escogido para dejar de serlo! – se rió esta vez ya sin contenerse ante lo erróneo de su elección.
-          ¡Ya basta! – exclamó firme, resonando su voz entre el silencio del parque. – Puedo tolerar que dudes de la hombría de Christian pero no pienso soportar que te burles de mí por mi decisión – añadió, señalándole amenazante. – Has conseguido el objetivo que te proponías: sacarme de quicio hasta el extremo – le informó. – Me marcho – anunció, girando sobre sus talones y deshaciendo el camino andado.
-          Espera – dijo, apareciendo de la nada a su lado.
-          ¿Cómo demonios te las apañas para aparecer de la nada junto a mí? – preguntó, enfadada y furibunda.
-          Es una de las características de los impresentables – dijo, aún divertido e ingenioso por la situación.
-          ¿Qué te crees que estás haciendo? – le preguntó ella, apretando la mandíbula y rechinando los dientes al ver que caminaba junto a ella.
-          Caminar a tu lado para acompañarte a casa, creía que estaba bastante claro – explicó.
-          ¿En serio crees que después de todo lo que me has hecho pasar hoy voy a permitirte que me acompañes de vuelta a casa? – le preguntó. Y por si acaso, mostraba algún ápice o interés real de hacerlo, añadió enérgica: - ¡NO! -.
-          Pero… yo… te saqué de casa y es lo más lógico que sea yo quien te lleve de vuelta – explicó. – Vives en un barrio muy peligroso como para andar por él sin protección – le recordó, preocupado por su bienestar.
-          Sé perfectamente cómo es el barrio donde vivo porque me he criado allí – replicó furibunda aunque sin dejar de caminar. Es más, el grado de enfado que tenía era tal, que solo servía para que caminase más rápido. Lo cual a su vez provocaba que Henry tuviese que acelerar la velocidad de sus pisadas para alcanzarla. - ¿Tú que parte del NO quiero que me acompañes en el camino de regreso a casa no entiendes? – le preguntó, clavando su mirada fija en él y gruñendo, como si tuviese la rabia.
-          La misma en la que DEBO acompañarte a casa porque yo propuse el paseo y no deseo que miss Anchor se lleve una mala impresión de mí – replicó él, mimético – Una parte en la cual pareces estar tú muy perdida – le reprochó.
-          Si es por tu imagen pública ante miss Anchor y las chicas, tranquilízate Hércules de los bajos fondos – replicó burlona. – Ya inventaré yo una excusa en la que tu honor y buena imagen no se vean perjudicados – añadió.
-          Pero… - inició.
-          ¡Que no Henry! – gritó ella. – Soy una mujer perfectamente autosuficiente y no te necesito para regresar sola a casa – aclaró, por septuagésima vez.
Vez que pareció ser la definitiva, ya que al contrario que las anteriores sesenta y nueve, en esta ocasión Henry permaneció estático en su lugar en Saint James Park y se despidió de ella con el saludo militar; gesto que se estaba convirtiendo en un código común entre ambos al parecer.
“¡Por fin!” pensó una sudorosa y exhausta mentalmente Sarah mientras salía de Saint James Park y se dirigía a su apartamento de la calle Orange con el primer y prioritario propósito de darse un baño. Lo necesitaba después de este inacabable combate dialéctico que había mantenido con Doble H.
Un combate dialéctico que la había dejado sin resuello y el cual, había provocado que en cuanto terminase de lavarse, lo único que haría esa mañana sería descansar y relajarse; bien durmiendo o bien leyendo el capítulo del folletín de Lauren Sunbright, el cual había dejado a medias.
No obstante, le daba la sensación de que al llegar a casa paz, retiro y descanso mental y espiritual sería lo que menos encontraría, visto el estado de alteración mental y hormonal de las féminas con las que convivía.
Al contrario, era mucho más probable que se viese asaltada y rodeada por un grupo de mujeres hambrientas de conocimientos y detalles escabrosos amorosos y sobre todo sexuales del hombre del que había afirmado ser prima.
Hecho para lo cual tendría que inventarse por completo la historia de su vida y por tanto, mantener el funcionamiento de sus neuronas a pleno rendimiento.
“¡Fantástico!” pensó con ironía ante la perspectiva tan halagüeña que se le presentaba en las próximas horas (si era muy afortunada; lo cual no solía darse), siendo mucho más probable que la dinámica se desarrollase durante el resto de la semana.
¿Y todo por culpa de quién?
Del maldito Henry Harper.
“¡Dios!” exclamó mentalmente al cerrar la puerta del número cuarenta de la calle Orange y comprobar por sí misma cómo el resto de mujeres que allí habitaban la estaban esperando con sonrisas ansiosas y de expectación intelectual mientras la instaban a que se acercase a ellas y se sentase en el sillón central (punto estratégico del salón y también el más cómodo de los asientos).
“¡No tienes idea de cómo te odio en estos instantes!” bufó, mientras se acercaba a ellas con los puños apretados, mordiéndose la lengua con fuerza con la nariz ensanchada debido a los intentos infructuosos por serenarse y la sonrisa de complacencia más falsa y pronunciada de todas las que había puesto en su cara durante toda su vida.




[1] Christopher Marlowe: (1564-1593)  Fue un dramaturgo, poeta y traductor inglés del período isabelino. Es considerado como el predecesor de Shakespeare.  Henry lo saca a colación en este diálogo porque hay un debate encarnizado acerca de su supuesta homosexualidad debido al período de convivencia con su amigo Thomas Kyd  y sobre todo en el informa que se presentó contra él en el consejo Privado aludiendo a este tema. Así mismo en diferentes pasajes de su obra Eduardo II se han querido ver referencias a esta inclinación sexual pues la trama se centra en los amores entre el rey y su favorito Galveston.
[2] Algunos de los amores homosexuales de ambos: Hércules se enamoró de Hilas; quien era primo del héroe, aunque al final este amor acabó de forma trágica pues una ninfa de las aguas se enamoró de Hilas cuando vio su imagen por ir a llenar un cántaro de agua y lo arrastró  consigo al fondo.
En cuanto a Apolo, pese a ser el dios más bello no fue afortunado en el amor y pocas de sus aventuras amorosas tuvieron un final feliz: con respecto a sus amores con los hombres dos son sus amantes más famosos: Jacinto (quien se transformó en la flor de nombre homónimo) y Cipariso (de quien surgió el ciprés)

3 comentarios:

  1. Mira que no me gustan los capítulos dialogados pero aquí... ¡O.O! ¡Lo es en su mayoría!

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  2. Pues a mi los dialogos entre estos dos me encantan!!!! Que ganas de mas!! :)

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  3. despues de un dia ajetreado procedo a dar mi opinion: BUENO BUENO BUENO ME ENCANTAN LOS DIALOGOS DE ESTOS DOS SON UNAS BATALLAS DIALECTICAS GENIALES JAJA ME MEO CON ELLAS Y LA RELACION DE AMOR ODIO DE LOS DOS JAJAJAJAJAJAJAJA COMO EL PERRO Y EL GATO LO QUE SE SUELE DECIR Q LOS Q SE PELEAN SE DESEAN CUIDADIN CUIDADIN CHURRIS MIOS Q VAIS A ACABAR BAILANDO Y ELLO ES UNA REALIDAD VERTICAL DE UN DESEO HORIZONTAL JAJAJA Y BUENO PROCEDIENDO AL MEOLLO ME ENCANTA Q HH SE META CON CHRIS CHRIS CONMIGO HH (ADEMAS DE SU APARIENCIA FISICA Q ESTA DE TOMA PAN Y MOJA Y VUELVE A MOJAR COMO DIRIA EDEN LA GENIAL FANTASTICA MARAVILLOSA ENORMERRIMA VOZ DEL POPULACHO) GANA PUNTOS MUY FAVORABLES EE ASI Q SIGUE ASI JAJA ME MEO EL XQ LE LLAMA PITAGORAS Y TODO A Q ALUDE A Q ES GAY JAJAJA ME PARTO Y CLARO COMO NO ME ENCANTA SARAH AHI DEFENDIENDO A SU CHRIS CHRIS POR EL Q MATA COMO LA ESTEBAN ME ENCANTA
    Y BUENO BUENO BUENO ES NOMBRARLO AUNQ SOLO SEA DE PASADA Y YA ES CAERSEME LA BABILLA A LO BESTIA AAAAAAIIIISS Q GUAPISIMO DE LA MUERTE MONO MONISIMO ES MI ADORADO IDOLATRADO VENERADO Q LE PONGO UN MONUMENTO WILLY WILLY Q ME LO COMO A EL MAAADRE JAJA Q ESTA COMO QUIERE EL JAJA AAIS Q ME PONGO TO CERDACA PERDIA CON EL XD
    Y BUENO AQUI DEBO DERIVAR UN POCO VAMOS A VER SEÑORES MIOS MASCULINOS RAZA Q A VECES SOIS LOS SERES MAS BOBOS DEL PLANETA: ¿POR QUE IMPORTA TANTO EL TAMAÑO VAMOS A VER? ES IGUAL Q LA OBSESION Q TENEIS POR LOS PECHOS FEMENINOS A VER Q OS QUEDE CLARO DE UNA VEZ X TODAS LOS PECHOS SON GLANDULAS MAMARIAS COMO LAS VUESTRAS PERO DESARROLLADAS Y EL LO VUESTRO ES UN MERO COLGAJO Q TENEIS AHI Q OS SIRVE DE VEZ EN CUANDO Y ES VUESTRO CEREBRO CASI SIEMPRE Y VUESTRO EGO ES EN CONSONANCIA A LO Q OS MIDE EN FIN APAGA Y VAMONOS SEÑORES Q VANIDOSOS SOIS PERO EN FIN Q SE LE VA A HACER Y TODO ELLO PROCEDE DE CUANDO HH SE ENTERA Q SARAH ESTA ENAMORADA DE PITAGORIN Q ME MOLA MAS PITAGORIN JAJA EN PLAN LA PREGUNTA BRUTA DE CUANTO LE MIDE Q DESDE LUEGO ME HE MEADO LEYENDO ESA PARTE SE ME HAN SALTADO LAS LAGRIMAS JAJA ME MEO Y BUENO LA REACCION DEL OTRO EN PLAN Q ERES VIRGEN Y SU MENTE ME FIGURO YO Q HABRA SIDO EN PLAN COÑO MOLA PUEDO CONSEGUIRLA COSA Q HARA XQ ESTA CLARO ;D
    EN FIN GRAN CAPI CHIN QUIERO SABER Q PASA EN EL SIGUIENTE ME HAN MOLADO MUCHO LAS REFERENCIAS A LA MITOLOGIA Q NUNCA ESTA DE MAS APRENDER =) Y LO DICHO GENIALES LAS BATALLAS DIALECTICAS DE ESTOS DOS Y SU RELACION DE AMOR-ODIO Q SE TIENEN MUTUAMENTE =)
    HE DICHO XD

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