domingo, 21 de abril de 2013

Amor a golpes Capítulo XVI


CAPÍTULO XVI
El baile en casa de los Richfull

Señores y señoras, damas y caballeros, señoritas y señoritos y mis muy queridísimos lectores y lectoras:
Cuando pensábamos que nada nos sorprendería más que la boda hace unos años de la señorita Penélope Storm o la renuncia pública de la señorita Katherine Gold a su título de incomparable (con corte de caballo sansoniano incluido), el voluble e ingenioso destino vuelve a sorprendernos y a despistarnos de nuevo para revelarnos esta vez sí una noticia que os   sorprenderá en grado sumo y que en particular sí es la candidata idónea para ser la causa de una hecatombe mundial.
¿Qué hecho, protagonizado por algún miembro de la aristocracia se me podía haber pasado por alto al igual que al resto del mundo que nos ha estallado justo delante de las narices de forma tan repentina?
Una boda.
Pero no cualquier boda.
Ríanse ustedes de la boda de Prinny o de cualquier otro gran noble, porque esta sí que será considerada por todos la boda de la década.
Puede incluso que de la centuria.
¿Quién puede ser uno de los contrayentes como para que yo afirme semejante oración?
Lord Martin Richfull ni más ni menos.
Sí.
Como acaban de leer.
Sus sentidos de la vista no les han traicionado ni el editor o el impresor han cometido algún tipo de fallo ortográfico o tipográfico.
Lord Martin Richfull, hijo a su vez del actual Lord Martin Richfull será el siguiente noble en contraer el sagrado rito del matrimonio.
¿Con quién? Os preguntaréis sorprendidos y no sin cierto grado de curiosidad y ansiedad
Como no podía ser de otra manera siendo quien es y sobre todo, conocido por sus “inadecuados” comportamientos en público, la “afortunada” novia obviamente no podía ser de Gran Bretaña, donde el novio tiene bien merecida su ingrata e infausta fama.
En otras palabras, Lord Martin Richfull tendrá un matrimonio concertado.
Un matrimonio concertado con una condesa de Cléves[1] a la que todavía no ha tenido el “placer” y el “honor” de conocer personalmente.
¿No os suena y os recuerda vagamente a algo?
¿No?
¿Seguros?
¡Efectivamente!
¡Premio para el lector inteligente y experto en la historia de Gran Bretaña!
Dicha “historia de amor” tiene unas reminiscencias clarísimas a lo sucedido hace doscientos ochenta y un años entre uno de nuestros monarcas más célebres; Enrique VIII y su esposa de aquella ocasión; la duquesa (y posterior reina) Ana de Cleves.
Y no solo por la procedencia de la futura novia; que también sino por el enorme parecido físico de lord Martin Richfull con el monarca… en sus peores tiempos.
Bien es cierto que Martin es alto, rubio, fornido, obeso (aunque no se mueve transportado por cuatro cargadores, todavía) y posee una completa, magnífica y lujosa dentadura. Dentadura de Waterloo[2], cierto; pero dentadura completa al fin y al cabo.
La futura novia es obvio que no se lleva a un Adonis[3]pero… no se puede criticar su elección o comentar nada al respecto sobre ella cuando no tenemos ningún dato acerca de su identidad salvo el de su lugar de origen.
Ni siquiera sabemos su nombre.
¿Será Anne y el número de coincidencias y paralelismos aumentará hasta niveles que ponen los vellos de punta?
¿No sentís curiosidad por la fémina que convertirá a Martin Richfull en duque?
Esta cronista confiesa que la tiene.
Y mucha.
Y también puede afirmar de buena tinta que el novio siente la misma curiosidad que yo además de miedo e inseguridad acerca de la “suerte” de esposa que le ha podido tocar por conveniencia, ya que al contrario que lo sucedido hace casi trescientos años, en esta ocasión el futuro contrayente ni siquiera ha recibido un retrato de la novia.
Además, tampoco puede tomar ejemplo de su antecesor real y dirigirse a Rochester con el pretexto de verla sin ser visto porque la dama llega hoy a tierras inglesas.
Lo cual es excelente para mis propósitos y los vuestros queridos míos.
¿Os imagináis que la escena se vuelve a repetir y en absoluto la descripción que le han realizado a Martin Richfull sobre su futura esposa en nada tiene que ver con la realidad?
¿Se repetirá entonces la misma escena y el novio se alejará de ella horrorizado y como si ella tuviera la peste gritando a pleno pulmón a propios, extraños y a todo el que tenga oídos en general que su futura esposa se parece a un caballo?
Esta cronista espera,  desea y reza con todo el fervor religioso que carece que así sea y por eso no puede esperar por más tiempo a que se produzca el baile que la orgullosa madre del novio ha organizado con el doble propósito de celebrar la buena nueva y darle la bienvenida a su futura nuera.
Un baile en el cual no ha escatimado en gastos y al que ha decidido invitar a todos y cada uno de los miembros de alta y baja nobleza británica.
¿No sería magnífico que dicha tesitura que planteo sucediese en realidad?
Podéis estar tranquilos en cualquier caso, mis fieles lectores y seguidores porque, no preguntéis cómo, pero esta cronista es una de las afortunadas que ha recibido una invitación y por tanto, asistirá a la fiesta en casa de los Richfull esta noche.
No ya para satisfacer mi propia curiosidad al respecto, que también. Sino para manteneros informados mañana a primera hora de todo lo que en dicho acontecimiento suceda.
¡Manteneos alerta y estad preparados para lo que viene!
Se despide de vosotros de forma afectuosa,
Christina Thousand Eyes.
Como bien había escrito Christina Thousand Eyes en su artículo anunciando y publicitando el evento de la temporada; incluso por encima del baile de disfraces de lady Mushroom, lady Richfull no había escatimado en gastos en lo que a esta fiesta se refería y había invitado a todos y cada uno de los miembros de alta y baja aristocracia británica.
Y todos eran todos.
No solo los primogénitos de cada una de las familias que componían ese estamento; también los segundos hijos como Christian Crawford o Joseph Harper, los terceros como Graham Gold sino que también los cuartos hijos, como era el caso de Henry Harper.
En muchos casos, se daba la especial circunstancia y ocasión en que familias aristocráticas enteras coincidían en un evento fuera del ámbito familiar.
Y el motivo, como bien había apuntado la reportera de cotilleos de sociedad era que nadie quería perderse la oportunidad de asistir al evento en el que conocerían por fin personalmente a la futura esposa de Martin Richfull; no porque éste les cayese simpático o fuera su amigo, en absoluto. El verdadero motivo que les movía era que todos querían ver y ser testigos del inicio de infortunio que le esperaba a la pobre e inocente mujer; quien desconocía en qué lío se había metido.
Cabe resaltar que dicho baile sucedió justo dos días después del último combate familiar protagonizado por los “primos” en Saint James Park y que tras eso, ambos esperaban que su próximo encuentro se produjese en The Eye. En el nuevo combate que enfrentaría a Doble H con Ben Smith.
Un combate del cual se desconocía la fecha y el día exacto de su convocatoria.
De ahí la sorpresa mayúscula e incapaz de ser disimulada por mucho que ambos lo intentaron, de los susodichos cuando se reencontraron en el baile de los Richfull de manera fortuita frente a frente en la inmensa mesa donde se habían dispuesto todo tipo de comidas: Sarah del lado de los dulces y Henry del lado de lo salado, picante, ácido y amargo.
Sus miradas se encontraron y ambos evaluaron el contenido de los platos del otro, con evidente desagrado.
-          ¿Se puede saber qué demonios haces aquí? – preguntó Sarah, enfadada desde el mismo momento en que lo vio y por tanto, apretando la mandíbula.
-          Comer – respondió él, mostrando y acercándole su plato; con el consecuente retroceso por parte de Sarah. – Llámame raro, excéntrico o loco pero…normalmente suelo realizar la acción de ingesta de comidas más de tres veces al día – añadió cogiendo un panecillo untado de ajo y mantequilla y comiéndoselo de dos bocados. – Te sugiero querida prima, que añadas un par de dulces más a tu plato – le recomendó señalándole la bandeja con las magdalenas cubiertas de tiramisú. – Con suerte los mimetizarás y tu carácter se dulcificará – añadió, sonriéndola con condescendencia.
Si Henry pensaba que Sarah no aceptaría el reto velado que tan amables palabras y recomendación escondían, estaba muy equivocado. Ya que ésta siguió su consejo y a imitación de su “primo” tomó uno de los dulces de la bandeja que él le había indicado y como él, se lo comió en dos bocados; asintiendo satisfecha y orgullosa de la pueril acción que acababa de realizar.
-          Aquí la pregunta correcta es ¿qué haces tú aquí? – preguntó él extrañado, solo cuando terminó de comerse el dulce. – Porque que yo recuerde insultas a los nobles y nos crees esnobs y estúpidos pero sin embargo, tienes amigos de la nobleza, estás enamorada de un noble y encima ahora asistes a los eventos a los que solo nosotros estamos invitados, vestidas como una de los nuestros – añadió. – Ante tal contradicción de palabras y hechos, he aquí la pregunta que me surge… ¿por qué? – preguntó mirando al techo mientras intentaba buscar una respuesta convincente. Al instante, bajó la mirada y la detuvo en Sarah para decirle, lleno de estupor e incredulidad: - No me digas que por fin Pitágoras se ha atrevido a dar un paso al frente y te ha pedido que vengas con él -.
-          No – negó Sarah de inmediato. – Yo he venido acompañando a Penélope porque su esposo está en Hove ocupándose de los asuntos propios del ducado y como status importante de duquesa, no podía permitirse asistir sola – explicó. – El vestido es suyo – aclaró, de forma innecesaria por otra parte.
-          Ya me parecía a mí… - dejó caer mientras buscaba a Christian con la mirada y lo encontraba formando parte de un círculo formado únicamente por hombres riendo y charlando de forma ostensible sin ser consciente en ningún momento de la presencia de Sarah allí. – Al menos sabe que estás aquí ¿cierto? – le preguntó, no muy convencido de que así fuera.
-          Em… no – confesó, negando con la cabeza.
-          ¿Y es así como piensas conquistar a tu enamorado y perder tu apreciada virginidad? – le preguntó, sorprendido, elevando un poco el tono de voz sin quererlo y conteniendo a duras penas las ganas que tenía de reír.
-          ¡Baja la voz! – le ordenó, siseante.
-          Como quieras – dijo, materializándose de la nada a su lado; provocando que ella diera un respingo y que a punto estuviera de verter todo el contenido de dulces que tenía en su plato. Un plato que cambió de posición por consideración y buena educación hacia la mano más alejada de Henry y en la cual por tanto, le resultaría mucho más difícil olerlos; evitando así náuseas y vómitos. – Si quieres te acompaño y le hago ver tu presencia aquí – le informó, susurrándoselo al oído.
-          No hablas en serio – replicó ella. - ¿Y ser la causante de un enfrentamiento público entre ambos? – le preguntó. – Olvidas que yo estuve en Saint James Park antes de ayer y si bien no vi si escuché vuestra interesante conversación – incidió. – Así que, no gracias – concluyó.
-          Que conste que por ti lo haría – dijo Henry levantando el dedo índice. – Todo sea por la familia – añadió, con un suspiro y fingiendo cansancio.
-          ¡Qué considerado! – exclamó Sarah mordaz.
-          Considerado o no, hoy es tu día de suerte Summer – le respondió él. – Afortunadamente para ti, yo tengo la solución a tu problema – explicó.
-          ¿Por qué será que no me gusta en absoluto en lo que puede derivar tu ayuda? – se preguntó dubitativa, enarcando una ceja e ignorando deliberadamente su presencia allí.
-          Voy a ser tu Cupido personal – anunció.
Y Sarah se atragantó con la limonada que estaba bebiendo en ese momento. Quizás no era la bebida que mejor acompañaba a los dulces, pero a ella le gustaba el contraste de sabores tan extremos que se producían en su boca al mezclarse.
-          ¿Có…cómo di…di…ces? – consiguió preguntarle entre toses y golpeos en el pecho (porque Henry le había quitado el vaso y lo había arrojado el líquido que contenía a la planta más cercana a ellos del salón) completamente roja por lo repentino de su tos y mirándole con una mezcla de incredulidad y extrañeza ante lo que acababa de escuchar.
-          He decidido que también voy a ayudarte en el terreno amoroso, en vista del desastre que parece ser tu vida – le recriminó de manera divertida.
-          No gracias – repitió ella de forma suave y negando levemente con la cabeza. – No te necesito como Cupido porque para empezar tú no eres un crío rubio de ojos azules y pelo ondulado gordito que va a todos lados cargado con un carcaj y flechas de amor – añadió, no sin cierta pedantería.
-          Olvidas – dijo él de manera seductora y revoloteando a su alrededor con una sonrisa seductora que aceleró los latidos del corazón traicionero de Sarah. – Y eso demuestra que no prestaste mucha atención a los comentarios y explicaciones mitológicas de tu amiga Penélope, de lo cual me chivaré – aseguró. – Que hay otro tipo de Amor y Cupido; el Cupido que se enamora de Psique – le recalcó.
-          Ya lo sabía – refunfuñó.
-          ¿Y entonces no crees que yo pudiera pasar perfectamente como Cupido adulto? – le preguntó con tono lastimero, haciendo pucheros y sacando morritos.
-          Henry… - dijo Sarah armándose de paciencia con un suspiro. – Si quisiera alimentar tu ya de por sí inconmensurable e inabarcable ego, te diría que sí, de todos los hombres que conozco eres el que mejor podría pasar por la imagen mental que de Cupido tengo – explicó, causándole una enorme satisfacción con ese comentario. – Pero como la confianza da asco y ya hace algún tiempo que nos conocemos, primo – añadió, poniendo especial énfasis en el grado el parentesco familiar que los unía. – El verdadero Cupido se tomaría varios chupitos y se emborracharía antes de que yo te permitiera que actuases de Cupido personal para mí – añadió, firme antes de encaminarse y comenzar a buscar a Penélope entre el salón abarrotado de gente.
-          Olvidas que podría serte muy útil dado mi estado de libertino y Hércules de los bajos fondos – le recordó con sorna.
-          No lo he olvidado, lo he obviado a propósito – le informó ella.
Sarah iba a añadir algo más a su réplica; la cual consideraba que no había estado a la altura de las anteriores, no obstante las primeras notas de un vals se lo impidieron,
-          ¡Ah! – exclamó Henry deteniendo su paseo y plantando una sonrisa enorme de felicidad en el rostro mientras señalaba al techo de la mansión de los Richfull. – Un vals – añadió, entusiasmado. – Ahí tienes tu oportunidad – concluyó.  Ante la cara y el gesto de incomprensión que Sarah le dedicó, Henry añadió:
-          Ve a pedirle a Christian que baile contigo el vals –
-          ¿Bromeas? – preguntó escandalizada. - ¡Yo no puedo hacer eso! – exclamó.
-          No digo que vayas y le repitas la orden que acabo de sugerirte de manera literal, solo… - dijo, dándole la vuelta y encaminándola en la dirección “correcta” – Déjaselo caer de forma sutil – añadió, antes de darle un leve empujoncito y aprovechar esa tesitura y coyuntura para “desaparecer” (entendiéndose desaparecer como recuperar su anterior posición junto a la mesa para seguir comiendo gratis) pues era lo único bueno y ventajoso que hasta ahora había sacado de su asistencia obligatoria y en absoluto forzada (mentira, Rosamund utilizó todos sus trucos y armas para convencerle) al baile de los Richfull.
Probablemente fuese la única persona en toda la mansión que no estuviera interesado en conocer la identidad de la futura mujer de Martin Richfull; una santa que debería ser canonizada con la mayor brevedad de tiempo en su opinión.
-          ¿Qué parte de no puedo hacer eso no has entendido? – le preguntó Sarah furibunda apareciendo ella de la nada en esta segunda ocasión.
-          ¡Vaya vaya vaya! – exclamó divertido para disimular en algo su respingo. - ¿Quién persigue ahora a quién Solange? – le preguntó, con una sonrisa. – No te ha visto ¿verdad? – le preguntó, comprensivo.
-          Ni siquiera me he acercado – le respondió ella.
-          ¿Por qué? – le preguntó confuso ahora.  Y añadió: - ¿Sabes? – Deberías ponerte uno de los corsés que utilizas para venir a verme a The Eye – le recomendó. – Si incluso con esa prenda de vestir no es consciente de tu presencia a su alrededor es evidente que no le interesas y… - dejó en el aire.
-          ¿Y? – le preguntó, ella inquisitorial.
-          Y confirmaría mi teoría de que le gustan los hombres – explicó, con superioridad.
-          ¿Ya estamos otra vez con lo mismo? – le preguntó Sarah amenazante.
-          ¡Oh vamos! – protestó él. – Admito que lo de sugerirte que fueras tú quien diera el primer paso ha sido una mala idea porque con esa acción pones en riesgo y en duda toooda su potencia viril y exudante masculinidad – añadió, con evidente tono y gesto de recochineo hacia sus palabras. – Pero, lo de los corsés es una idea excelente – añadió con orgullo. – Tus dos amigas – dijo, colocándose dos mangos por dentro de la chaqueta antes de situar a su vez sus manos por encima de ellos y balancearlos suavemente arriba y abajo, imitando el gesto que ella le dedicó en The Eye poco tiempo atrás – Te abrirían las mismísimas puertas del infierno ¿no? – le preguntó, retándola. – Pues inténtalo con Christian – concluyó, fingiendo gemir de placer de forma muy exagerada con los ojos cerrados y mordiéndose el labio inferior, simulando que le gustaba lo que estaba haciendo.
-          ¿Quieres dejar de hacer el bobo? – le preguntó Sarah enfadada y metiendo las manos por dentro de su chaqueta para quitarle los mangos de ahí, dando una imagen bien distinta de lo que estaba haciendo a cualquier espectador que hubiera permanecido atento a ellos. - ¿Por qué no me haces feliz y te vas a molestar o a fornicar con otra persona por ahí? – añadió, con un bufido y un mango en cada mano.
-          ¿Y por qué iba a irme si no es tu casa? – le preguntó, enfadado. – Si tanto empeño tienes en alejarte de mí, vete tú pues esta vez has sido la que has venido a mí – añadió, nuevamente comiendo otro panecillo, relleno esta vez de foie.
Y Sarah, como una buena niña que era obedeció sin rechistar y comenzó a alejarse de allí mientras maldecía su estupidez por haber creído poder pasar una velada agradable junto a Doble H sin que la avergonzara, insultara de una manera más o menos velada o sin que consiguiera hacerle rabiar o enfadar como si de una niña pequeña se tratase.
No aprendía nunca con este hombre al parecer.
-          Sofía espera – la llamó apenas si había caminado diez pasos.
Y Sarah, como bien acababa de decirse, parecía no haber aprendido ya que, pese a que no la llamó por su nombre y, a riesgo de ser una presuntuosa o una creída, detuvo su marcha y se giró en su dirección.
Para cuando fue consciente de todos los actos que había realizado era demasiado tarde.
-          ¡Mierda! – maldijo para sí.
-          Baila conmigo – dijo, ofreciéndole la mano.
-          ¿Perdón? – preguntó ella con incredulidad y boquita de piñón.
-          Baila conmigo – repitió con más énfasis y situándole la mano más cerca para que la acepase finalmente.
-          De ninguna manera – negó con rotundidad.
-          He pensado que como tú no vas a ser quien dé el primer paso porque al parecer eres una romántica empedernida a la espera de su príncipe azul y él está más ciego que Tiresias[4] y por tanto, no se entera de la misa la mitad, creo que lo más conveniente en este caso es que le dé celos para conseguir algún tipo de reacción por su parte – explicó, paseando su mano justo por delante de sus narices.
Misma mano que ella apartó de un sonoro manotazo, como si estuviera cazando mosquitos.
-          ¿Pretendes decirme que te ofreces como voluntario para bailar un vals conmigo delante de Christian para conseguir atraer su atención sobre nosotros? – le preguntó, descreída.
-          Sobre ti – corrigió. – Y para bien – aclaró. – Pitágoras y yo ya nos conocemos demasiado  – concluyó. – Y con esto yo solo pretendo que consigas tu objetivo, ya que al fin y al cabo es tal nuestra antipatía que nadie creería que tú y yo podríamos mantener algún tipo de relación o que nos atrajésemos físicamente en lo más mínimo ¿verdad? – le preguntó, curioso. Sarah negó con vehemencia. -  Por no hablar de que somos familia y el incesto es un tabú en nuestra religión – añadió, nuevamente con sorna.
-          Muy amable por tu parte pero no voy a bailar contigo – explicó. – Y por tercera vez en la noche, no quiero que seas mi Cupido personal – añadió.
-          ¡Hala! – se quejó él al ver que el vals se había terminado. – Ahora tendremos que esperar a la aparición de la futura señora de Richfull para poder bailar el vals y que tú te luzcas – añadió, intentando crear culpabilidad en Sarah; dado que únicamente era culpa suya que no se hubieran integrado en la pista de baile. – A no ser que te ofrezcas voluntaria para la contradanza que está iniciando… - sugirió.
Fue tal la mirada furibunda que Sarah le dedicó que inmediatamente Henry retiró lo dicho. Y dado que no tenía más hambre (de momento) en vez de volver a dirigirse hacia la mesa del comedor, se dirigió hacia uno de los numerosos balcones que dicha casa tenía porque pese a que estaban en pleno noviembre era tal la aglomeración de personas que había en el salón principal que el calor allí dentro era sofocante.
-          ¡Espera! – gritó Sarah corriendo tras él.
-          Correr no es de señoritas educadas – le amonestó. – Sean o no aristócratas – aclaró. - ¡Cuidado primita! – le susurró al oído una vez estuvo a su altura. – Cualquiera puede pensar que no puedes vivir sin mí – añadió, de forma seductora.
-          ¡Idiota! – gruñó, perdiéndose entre la multitud a propósito.
No obstante, la buena suerte nunca fue una aliada de Sarah y pese a que intentó con todo el ahínco que pudo encontrar a Penélope, al final acabó hallando nuevamente de manera infortunada fue  a Henry Harper.
Un Henry Harper que, en esta ocasión estaba apoyado sobre una de las columnas, perfectamente visible a ojos de todo el mundo y, aunque estaba mirando en dirección a la pista de baile, en realidad no estaba prestando nada de atención a lo que allí estaba ocurriendo, pues lo único que él quería era que la dichosa mujer misteriosa en cuyo honor celebraban la fiesta apareciese, él brindase por su felicidad de forma falsa y pudiera marcharse a casa cuanto antes.
-          ¡Ay! – exclamó una Sarah exhausta y emitiendo un gran suspiro mientras se apoyaba justo por la cara no visible de la columna mientras maldecía mentalmente y expresaba su desagradable opinión acerca de las multitudes y las grandes aglomeraciones de gente; de las que no era partidaria.
-          ¿Debería preocuparme porque me estés siguiendo? – le preguntó Henry, asomándose por detrás de la columna. – Porque te recuerdo que mi hermano es el jefe de los ocho de Bow Street y no hay nada en el mundo que le guste más que mandar personas a la Torre – le hizo saber.
Sarah iba a replicarle que había sido casualidad que se reencontraran justo en esa columna, pudiendo haber escogido entre tantas  que desde luego que lo que menos se le pasaba por la cabeza era seguirle, aunque con respecto a esto último le daba la sensación de que a más insistiese, menos le creería.
No obstante, no le dio tiempo a hacerlo porque justo en el momento en que abrió la boca para dirigirse a él, algo le golpeó una cuarta por encima por detrás de su cuello. Obviamente, este contratiempo provocó un cambio en sus prioridades inmediatas y ceñuda y determinada intentó descubrir de dónde había provenido lo que sea que le hubiera golpeado o al menos, el objeto que lo había hecho.
Henry, expectante se quedó con ganas de saber qué era lo que su “prima” tenía que decir al respecto y por ello le instó a que lo hiciera.  Creyendo que todo había sido una confusión o un descuido (doloroso por otra parte), Sarah se dispuso por segunda vez a darle tan ansiada réplica que pugnaba por salir de su boca. Pero, como había sucedido justo la única vez anterior, en el mismo instante en que hizo el amago de abrir la boca para hablar con él, otro objeto le golpeó; esta segunda vez en la espalda. Además, en esta segunda ocasión también golpeó en el pecho de Henry.
Un Henry que no entendió nada de la situación y por ello buscó en la mirada de Parker algún indicio que le indicara alguna información al respecto;  pero ella estaba tan perdida (o más) que él.
La buena noticia para ambos era que habían descubierto qué les había golpeado gracias a que tras ambos rebotes había aterrizado justo en el centro entre ambos. El objeto en cuestión era una pequeña bola de tela.
Para la tercera vez que dicha acción se repitió apenas si tuvieron que esperar. Incluso en esta tercera ocasión, otra bola de tela rebotó en ambos e incluso Henry estuvo a punto de capturarla. Fue una lástima que cerrase la mano antes de tiempo y de que por tanto, ésta rebotara y se perdiera entre la multitud del salón de baile.
Tras este intento fallido, ambos dirigieron sus miradas curiosas y escrutadoras a la única prueba física y rastro de los ataques anónimos que estaban sufriendo. Por ello, y tras asegurarse que no había nada que manchase o que tuviera una solidez fuera de lo común, Henry se agachó en un visto y no visto, desenvolvió la tela del papel que cubría y pudo comprobar que lo que ésta cubría no era ni más ni menos que una bola de papel.
Curioso, estiró el documento y con bastante satisfacción pudo comprobar que era una nota especialmente dirigida hacia él y demasiado explícita en lo que al contenido y los deseos de quien se la enviaba.
Irguió la cabeza como si de una jirafa se tratase y apenas tardó cinco segundos en averiguar de  quién era la nota que había recibido. Apenas fue un discreto y disimualdo movimiento de manos pero lo suficiente como para que él se diera cuenta.
-          Parece que hay mujeres a las que no les molesta ni les avergüenza ser ellas quienes lleven la iniciativa – dijo, sonriendo y devolviéndole el saludo de forma casi tan imperceptible como el que ella le había enviado primero. – Y hombres a los que no les molesta ni lo más mínimo que lo hagan – añadió, ensanchando su sonrisa al descubrir a otra mujer que le hacía ojitos; esta de forma mucho más descarada.
Tanto, que incluso Sarah; quien era tremendamente despistada en estos asuntos, fue consciente de ello.
-          ¡Genial! – exclamó, loca de contenta. Casi tan contenta como el propio destinatario de las misivas secretas; hecho que le desconcertó. – Adelante – le instó, dándole pequeños empujones que cada vez lo separaban más de la columna. – Ve a divertirte con tus amigas – le dijo, en un tono bastante maternal. - ¿Por qué perder el tiempo conmigo cuando te lo podrías pasar mucho mejor con ellas? – se preguntó en voz alta. – Así, dejarías de creer que te estoy siguiendo y yo acabaré la noche en la comodidad de mi calentita cama y no detenida en la Torre por acoso – concluyó bastante satisfecha y feliz.
-          ¿He dicho yo en algún momento que quiera irme con ellas? – preguntó él, plantándose firme en el suelo de mármol del salón de los Richfull.
-          Pero Henry… las decepcionarás – le hizo saber.
-          ¡Al contrario, querida! – exclamó. – Lo único que conseguiré con esto es dejarlas con ganas de más y aumentar su interés hacia mí – le hizo saber, guiñando un ojo a su audiencia femenina. – Además, disfruto mucho más con la perspectiva de que te conviertas en el blanco de sus iras porque eso me lo deja todo mucho más sencillo – concluyó, riéndose.
Sarah iba a girarse para golpearle nuevamente. No obstante, Henry, conocedor de su modus operandi se separó de la columna y se dirigió esta vez sí al balcón de los Richfull, conocedor de antemano de que su prima le seguiría.
Pero su prima tardó más tiempo del que él creyó. Tanto que incluso pensó que no lo había seguido y de que por tanto, esa había sido la última ocasión en que la vería esa noche.
Por fortuna para él, no fue así y Parker reapareció ante él pasados al menos veinte minutos. La razón de esto no hizo falta que se la preguntara, ella misma reconoció que le había perdido de vista porque no se había preocupado de asegurarse que ella le seguía durante su caminata, de muy malas maneras; todo sea dicho.
-          Te pido disculpas – le dijo él, desconcertándola por completo. Tanto, que detuvo su retahíla sinsentido de reproche. - ¿Sabes? – le preguntó. – Tu tardanza me ha dado que pensar y ya sé el por qué de tu negativa tan rotunda a pedirle un baile a Pitágoras – añadió. Y explicó antes de darle tiempo a replicarle: - No por vergüenza a su negativa o por temor – explicó. – O bueno, sí que había algo de temor en tu motivo – rectificó. – Te he visto tan de seguido en eventos nobiliarios y aristocráticos que he olvidado que tú no eres uno de los nuestros y por ello te pido disculpas – repitió.
Sarah se quedó muda por la doble disculpa y además porque no entendía el por qué de la misma justo ahora, cuando no hacía falta ser muy avispado para darse cuenta de que disfrutaba enormemente provocándola y haciéndola rabiar continuamente. Comportamientos sin duda potenciados porque ella era especialmente fácil de irritar.
-          No eres noble y por tanto, no sabes bailar el vals ¿cómo ibas a acercarte a él y a pedirle precisamente ese baile? – le preguntó, comprensivo. – Por cierto, deberías pedirle ayuda a Penélope en este sentido – le recomendó. – Estoy seguro de que estará más que encantada – aseguró.
Henry hubiera continuado proporcionándole argumentos a favor de su teoría; la cual por otra parte era cierta. Pero calló cuando comenzó a escuchar por segunda vez en la noche los primeros acordes de un vals. Eso quería decir que por fin, la futura señora de Richfull había hecho su aparición y gran entrada en la fiesta.
En consecuencia, no era el mejor momento para reincorporarse a ella, puesto que las actividades de todas las mujeres en esa fiesta se concentrarían en dos objetivos: el visionado para comentar (de forma bien o malintencionada) a la pobre mujercita extranjera en un país extraño y el segundo, conseguir una pareja de baile masculina para bailar en la pista central del salón y… visionar de manera más cercana a la pobre recién llegada de forma bien o malintencionada.
Y dado que él sabía bailar el vals y encima era atractivo, si entraba en ese momento en el salón principal de la residencia Richfull, tenía bastantes posibilidades de convertirse en otra más de los sempiternos acompañantes para tan absurda acción y actitud.
Por eso no iba a entrar ahí ahora de ninguna de las maneras.
A Henry, al contrario que a otros hombres le gustaba bailar, pues eso le permitía salir de la apatía y el hastío que sentía cada vez que tenía que asistir a eventos de este tipo donde un hombre no tenía gran cosa que hacer para divertirse. Es por eso que él entendió a la perfección el comportamiento del duque de Silversword cuando descubrió que había permanecido “oculto” durante tres años en las bibliotecas de los principales nobles para evitar el asalto de las mujeres enloquecidas hacia su persona y porque se aburría sobremanera antes de marcharse a la guerra.
Había música de fondo, le gustaba bailar y tenía una mujer hermosa y atractiva a menos de cinco pasos de él.
No pensó, simplemente actuó.
Redujo la corta distancia que los separaba, se plantó frente a ella y sin decir ni una palabra le ofreció nuevamente la mano izquierda. Dados los antecedentes nocturnos entre ambos no hacía falta decir nada; el mensaje era obvio.
Sorprendentemente, ella no rechistó y aceptó su mano.
Solo que no supo las verdaderas intenciones de Henry hasta que fue demasiado tarde y ya no pudo liberarse de su “abrazo”. El movimiento que se lo indicó y que despejó cualquier género de dudas al respecto fue que Henry colocó su mano derecha por debajo del omoplato. Como si de un acto reflejo se tratase, Sarah cerró el círculo y colocó su mano libre justo a la altura del omóplato de él.
-          Henry… - inició.
-          ¿Qué, primita? – le preguntó divertido. - ¿Es que tienes miedo de que alguien te descubra? – añadió, burlón. Acto seguido echó un vistazo a su alrededor para confirmar que estaban solos en el balcón y que por tanto, nadie los vería. A su vez, Sarah siguió los movimientos de Henry y por tanto, confirmó lo que ya sabía: es decir, que no había nadie.
-          Henry… - repitió ella.
-          No sabes bailar el vals y te da la suficiente vergüenza además de que eres lo bastante testaruda como para aprender a bailarlo en público pues temer hacer el ridículo y que se note tu inexperiencia – declaró. – Afortunadamente para ti, soy un hombre, sé bailar el vals, estoy dispuesto a enseñarte y estamos completamente solos aquí por lo que nadie verá lo mal que lo haces ni será testigo de cómo puedo echarte la bronca en público – añadió. – Ya hemos dado el primer paso – anunció, señalándose  a ambos con la mirada. – Ahora depende de ti ¿quieres aprender a bailar el vals? – le preguntó, firme. Sarah asintió de forma vigorosa. - ¿Confías en mí para que te lo enseñe? – le preguntó otra vez.
Sarah tardó algo más en responder a esa segunda pregunta. De hecho, se puso nerviosa ante la misma e incluso se negó a mirarle a los ojos, paseando sus pupilas de forma nervios por todo el paisaje de su alrededor.
-          ¿Confías en mí para que te lo enseñe? – repitió, apretando su mano y sacudiéndola de forma apenas perceptible.
La sacudida surtió el efecto deseado porque Sarah asintió nuevamente. Eso sí, mucho menos entusiasta que en la primera ocasión.
-          Entonces cállate y sigue mis instrucciones – ordenó. Sarah abrió la boca para protestar, pero Henry se apresuró a añadir: - Es el hombre quien marca el ritmo en el vals -.
Desde ese momento, ya no hubo más palabras en el balcón de la mansión de los Richfull y la pareja actuó basada en los movimientos corporales que Henry iniciaba y que Sarah ejecutaba por mimetismo; aunque también guiada por instinto.
No sabía cómo explicarlo, pero bastaba el mero hecho de mirar a los ojos de Henry para saber exactamente qué debía hacer o cuál sería el próximo movimiento a ejecutar en la danza.
Por eso, apenas tuvo dificultad para seguirle el ritmo cuando comenzaron a deslizarse por la marmórea superficie que era el suelo del balcón realizando siempre el mismo movimiento: un paso hacia el costado y un cambio de peso de un pie a otro describiendo un círculo en el sentido contrario a las agujas del reloj.
Tan rápidamente aprendió Sarah los pasos básicos que a Henry no le quedó más remedio que añadir los giros; coronándola con la mano izquierda y a su vez sin dejar de moverse como antes.
Controlados los pasos del primer tiempo, y viendo que su prima estaba especialmente perceptiva y participaba de manera entusiasta, Henry le enseñó que dependiendo de los tiempos que marcaba la música, el peso del cuerpo se apoyaba en partes distintas del pie: en el primero, dado que era el introductorio, el paso se apoyaba sobre todo el pie, en el segundo el peso caía solo la punta, dando sensación de ligereza a ambos bailarines y en el tercero y último el peso caía sobre el talón. Con este último movimiento en el tercer tiempo se daba la sensación al espectador de los bailarines que ambos flotaban.
Mientras enseñaba todo esto a Sarah mediante órdenes silenciosas y observación únicamente, Henry agradeció por primera vez en toda la noche la llegada de la condesa de Cleves porque de esta manera, la orquesta contratada tocase el vals completo; cosa poco común en las últimas fiestas a las que había asistido.
Además de que no podía dejar de maravillado la expresión de gratitud, agradecimiento y felicidad absoluta que Salomé tenía plantada en el rostro en ese momento.
-          Enhorabuena – la felicitó entre susurros. – La alumna ha superado al maestro – añadió.
Sarah ni siquiera abrió los ojos ante tan favorable comentario. Simplemente continuó sonriendo mientras disfrutaba del baile y no dejaba de girar. En ese momento, a Henry ella le pareció la criatura más adorable que había sobre la faz de la tierra e incluso sintió unas enormes y casi irrefrenables ganas de besarla; aprovechando la coyuntura favorable que le proporcionaba la ausencia de testigos.
Aún así, se contuvo.
No era buena idea que ella se implicara con él.
Ni ella ni nadie en general.
Vista su situación actual, la cual no tenía perspectiva alguna de mejora, lo mejor era permanecer solo. Sin ataduras ni relaciones sentimentales.
Únicamente sexuales.
No podía ni quería obligar ni arrastrar a otra persona inocente a compartir sus peculiares circunstancias.
Mucho menos a ella; quien pese a ser y vivir en un barrio de delincuentes, alta peligrosidad y pésima fama, era una de las criaturas más inocentes e ingenuas con las que se había encontrado en su vida. Por mucho que intentara camuflarse con provocativos atuendos y solo fuera a verlo a los combates para desconcentrarle por completo y volverle loco de deseo.
Fueron estos los motivos que le llevaron a decirle:
-          Si lo que tenías era miedo a hacer el ridículo en público por no saber bailar, la elección de Pitágoras no era tan mala y descabellada pues es un excelente bailarín – le informó. – Ese dudoso honor le corresponde a mi cuñado Grey – explicó. – Así que, visto tu talento natural para la danza yo no tendría vergüenza en ir a pedírselo, Christian baila muy bien – le instó y repitió información. – Eso sí, ten cuidado – le advirtió. – Ahora eres una experta en el vals y ése es el baile de los amantes… dado su carácter ¿quién sabe lo que podría pensar de ti? – le preguntó.
Sarah apenas pudo creer que Henry alabase y dijese un comentario favorable a favor de Christian, conociendo y siendo testigo a medias de su mutua antipatía. Encima, que lo repitiese e incluso utilizase su nombre de pila fue lo que la desconcertó por completo.
Algo no encajaba aquí.
Y por ello, no le extrañaron en absoluto las palabras que dijo a continuación:
-          De hecho, baila casi tan bien como nuestro profesor de baile – explicó. – Era francés – añadió, dejando entrever con esa adición nuevamente que a Christian podrían gustarle los hombres. Pues era un hecho conocido universalmente aunque nunca reconocido en público que a la inmensa mayoría de profesores de bailes (los cuales solían proceder de Francia y ser extremadamente femeninos) le gustaban los hombres.
Cuanto más masculinos, rudos y atractivos mejor.
-          No voy a caer nuevamente en tu juego – le advirtió ella, aunque por dentro bramaba de furia.
-          ¿No? – le preguntó él, no sin cierta desilusión y decepción en la voz. Ella volvió a negar. – Entonces… ven conmigo a dar una vuelta por el jardín – le retó.
-          ¡Ah no! – exclamó ella enfatizando sus negativas con gestos de negación de la cabeza al igual que balanceando su dedo índice justo delante de sus narices. Gestos que al principio realizó a la misma velocidad, pero que acabaron por confundirla y desorientarla de tal manera que acabó por negar en direcciones opuestas con la cabeza y con la mano y no le quedó más remedio que reducir de manera ostensible la velocidad de sus negativas con la testa ya que se había mareado ligeramente.
-          ¿Por qué no? – quiso saber.
-          Puede que no haya asistido a muchos bailes de alta sociedad – inició. (De hecho, solo había asistido como tal a uno) – Pero no soy tan ignorante o estúpida como para no saber qué es lo que pasa en los jardines de dichos eventos – añadió.
-          ¿Y qué es lo que pasa en los jardines de estos eventos? – preguntó con la ceja enarcada y fingiendo una inocencia de la que carecía su posesión.
-          ¡Escándalos! – gritó ella con horror. – Se ha producido mucho más arreglos matrimoniales en los jardines de las mansiones aristocráticas que en los propios salones de dichos eventos nobiliarios – explicó con suficiencia y orgullosa de poseer ese tipo de conocimiento. – Así que mi respuesta a que me lleves de “paseo” – dijo esto realizando las comillas en la última palabra de la frase – Es no – concluyó, cruzándose de brazos y dando un gran salto hacia atrás para alejarse de Henry.
-          ¡Vaya! – exclamó Henry boquiabierto. – Dices que mi ego es grande, pero te aseguro que el tuyo no le va a la zaga primita – añadió, con ironía. – Admito que tienes razón y que en muchas ocasiones lo que has relatado pero…estás muy subidita con respecto a nosotros ¿no te parece? – le preguntó. – Solo porque te haya dicho una vez que eras guapita de cara, mona y que tenías buen cuerpo eso no quiere decir que quiera llevarte a dar una vuelta por los jardines solo para robarte tu virtud o besarte hasta dejarte sin aliento metiéndote la lengua hasta la campanilla – añadió. – Te has equivocado, preciosa – le informó, disfrutando enormemente del gesto de desolación que ella tenía en el rostro. – El único motivo que me ha llevado a preguntarte eso ha sido porque creo que deberías descansar después de nuestra intensa sesión de baile – explicó. – Aquí no hay bancos para que te sientes – dijo, señalando lo obvio. – Pero el jardín de los Richfull está lleno de ellos debido a lo poco que les gusta moverse – concluyó. – Además, si quisiera haberte besado – inició. – Cosa que no quiero en absoluto – incidió. – Hubiera aprovechado el instante en que estábamos bailando ya que estábamos solos – relató, con algo de condescendencia antes de comenzar a descender los escalones que bajaban al inmenso jardín de los Richfull.
Si existiera un premio para la estupidez más absoluta y dedicado a la persona que más creído se lo tenía sin tener ningún motivo para ello, sin duda que se lo hubieran concedido en ese momento a Sarah Parker.
No solo había quedado como una presumida y creída redomada ante Henry, creyendo erróneamente que se le había insinuado descaradamente; cuando no era así. En su defensa debía decir que el ambiente circundante – el jardín – era el más propicio para que hechos de este tipo sucedieran y de que ya la había besado en ocasiones anteriores.
“Por protección” le recordó su mente, tomando al pie de la letra su explicación.
Instintivamente, se llevó la mano a la zona donde le había dejado la marca y posó los dedos por encima de la misma, comprobando que ya apenas la sentía.
A ese primer gran error garrafal, debía añadir que además Henry tenía razón y que su sesión de baile la había dejado agotada. Aunque quizás eso debía también a que llevaba caminado de un lado para el otro del salón de baile de los Richfull intentando esquivar a una enorme multitud de personas cuando sus noches se caracterizaban por una quietud y un reposo casi total.
Hoy no, y de ahí su cansancio por la falta de costumbre.
Y por si fuera poco, también comenzaba a sentir nuevas punzadas de hambre en su estómago ya que, gracias a las continuas provocaciones y comentarios de Henry no había podido comerse todos los dulces que había en su plato.
Desolada, con la cabeza gacha y los hombros bastante encorvados, Sarah comenzó a seguir a Henry; quien al parecer se había convertido en su salvador esa noche y en su único guía para moverse por la casa de los Richfull en todas y cada una estancias interiores y exteriores. Con la esperanza también de que quizás, tuviera algo de comida con la que abastecerla; cosa bastante improbable.
Para su total desconcierto, los bancos a los que Henry había hecho referencia en su conversación anterior, brillaban por su ausencia.
“Quizás se había perdido en los jardines…” pensó. Aunque era bastante improbable de creer dada la seguridad y firmeza con la que caminaba. “Entonces ¿adónde me lleva a propósito” se preguntó intrigada.
Pronto encontró la respuesta a su pregunta: la había llevado a que viera una obra de arte de las muchas que el jardín de los Richfull tenía y por el cual era conocido. Por todos era conocida (y más después de la crítica que Christina Thousand Eyes realizó a su colección situada al aire libre) la afición de lord Richfull por el arte y las estatuas. En ocasiones de mejor gusto que otro.
Este gigantesco; dado que las dimensiones de las personas allí representadas duplicaban el tamaño de cualquier persona normal que no sufriera de gigantismo, grupo escultórico era una muestra del mal gusto ocasional del lord.
En opinión de Sarah no podía considerarse arte algo que era tan explícito y soez. Si ya le había horrorizado y había reprobado la archiconocida estatua de la campesina que mostraba sus enaguas mientras apagaba un fuego (y de la cual no entendía la utilidad decorativa), ésta sin duda alcanzaba el primer puesto de su clasificación de lo que no debía ser una obra de arte por mucho que la sociedad y el autor material de la misma así la considerasen.
La escena en cuestión que se representaba (y de la cual Sarah se enteró que había sido el propio Lord Richfull el escultor) era una escena “campestre”  aprovechando el entorno donde una mujer noble estaba sentada en un columpio balanceándose hacia delante y un hombre la observaba con atención.
Hasta ahí todo era normal y nada reprobable. Sino llega a ser porque estas estatuas estaban completamente policromadas a imitación de las estatuas de la Antigua Roma y Frecia y sobre todo, porque el hombre observado no solo estaba mirándola sino que también tenía agarrado el borde de su falda con una mano y lo que observaba con tanto interés y una mirada cargada de deseo y lascivia solo apreciable tras acercarse (al igual que un pequeño hilillo de babas que se le escapaba de la boca) era justo lo que había por debajo de esas faldas.
Movida por la curiosidad, Sarah siguió la mirada del joven apasionado y en éxtasis y se agachó para ver qué era exactamente lo que había debajo de las mismas.
Ahí fue cuando descubrió el súmmum del horror y del escándalo. Inocente e ignorante había creído que el interior de las mismas bien estaría liso conformada por un solo bloque o bien estaría ornamentado sin tanto detallismo como el resto de la obra.
Crasos errores y pensamientos del todo equivocados.
Porque, continuando con la dinámica del exterior de la señora, el interior de su vestuario lleno de vuelo estaba perfectamente representado y detallado en exceso.
Demasiado en exceso, aunque esto pudiera parecer una contrariedad.
¿Por qué?
Porque la susodicha señora no llevaba ropa interior alguna y dejaba sus vergüenzas completamente a la vista de todo observador curioso. Vergüenzas que carecían de pelos pero las cuales sí que conservaban un tono algo más oscuro que la piel del interior de los muslos que estaba a su alrededor.
“¡Puag!” retrocedió escandalizada y con unas ganas horribles de vomitar mientras que pensaba para qué demonios quería alguien como lord Richfull unas estatuas como éstas si estaba felizmente casado y explicaba a todo aquel que quisiera (o no) la intensa vida sexual de la que disfrutaba. “Lo bueno de esto es que se te ha quitado el hambre de raíz” añadió, como “consuelo”
Incapaz de creer que la señora Richfull se hubiera prestado como modelo para la mujer irreal tras comprobar que el hombre guardaba un parecido asombroso con el propio lord Richfull, Sarah fijó su atención en el rostro de su acompañante y descubrió que éste no se correspondía con el de su esposa. Aunque sí que le sonaban un montón las facciones de dicha mujer.
Cuando iba a preguntarle a Henry acerca de los motivos que le habían guiado a traerla aquí, descubrió que estaba trepando por la estatua.
-          ¿Qué haces? – preguntó corriendo para evitar que realizase esta acción y agarrándole la pierna para impedir que se subiese del todo.
-          ¿Qué haces tú? – le preguntó Henry mientras pataleaba para soltarse.
-          ¡Bájate de ahí! – ordenó. - ¡Vas a romper la estatua! – añadió gruñendo y Henry aprovechó tan favorable tesitura para escaparse y terminar de trepar hasta sentarse en la mano que agarraba la falda con los dedos índice y pulgar; utilizando el dedo índice (que también estaba levantado) como apoyo para su espalda antes de responderle a Sarah:
-          ¿Y? – le preguntó con los hombros encogidos. - ¿Pasaría algo porque esta estatua se rompiera? – añadió. – Yo creo que muchas mujeres me lo agradecerían – explicó.
Sarah le miró sin entender muy bien qué querían decir sus palabras, así que a Henry no le quedó más remedio que explicarle que esta estatua era una representación escultórica personal y subjetiva del famoso cuadro del francés Fragonard[5] titulado El columpio. Un cuadro del que el hombre tenía una copia en su despacho ya que representaba a la perfección su avatar vital ya que había tenido un matrimonio concertado con su actual esposa cuando él estaba enamorado de una mujer a su vez casada.
-          Ya ves primita. Esto es un homenaje a la infidelidad, aunque hay quien también lo cree un homenaje público al romaticismo – dijo tocando el dedo índice con tanta fuerza que a Sarah le pareció escuchar un crujido.
-          Sí que eres un buen partido señor Harper – asintió ella. – Eres noble, perteneces a una de las familias aristocráticas de más renombre, sabes bailar y de arte – añadió. – No entiendo cómo no te has casado todavía – dejó caer.
-          Porque no he encontrado a la mujer adecuada – le respondió guiñándole el ojo y lanzándole un beso antes de sacar una servilleta llena de frutos secos del bolsillo y comenzar a comérselos.
Fue tal la expresión de enfurruño y odio que Sarah puso en el momento en que comenzó a masticar el primer puñado que a Henry no le quedó más remedio que ofrecerle unos cuantos. De ahí su desconcierto cuando ella se negó. Un desconcierto que incluso aumentó cuando le ofreció ayuda para que subiera, se sentara en la estatua y juntos romperla; pues a él también le desagradaba bastante o sino que se sentase en el césped pues sabía que estaría cansada y ella se negó encarecidamente.
Sarah odiaba a Henry con todas sus fuerzas en ese momento.
No solo por haber sacado los frutos secos justo en ese momento y restregarle su inteligencia y capacidad de previsión con la acción de comérselos y masticándoselos sino porque debido al tono de seducción involuntario e inconsciente que había utilizado en todo el relato y explicación de la escultura había despertado una serie de sensaciones en su estómago que habían permanecido dormidas y contenidas durante toda la noche y sobre todo, había conseguido que su mente se imaginase escenas donde la besaba de manera igual de apasionada que en el último combate de boxeo.
Tan vívidas y reales habían sido sus escenas que incluso llegó a imaginarse que ambos eran la mujer y el hombre del grupo de estatuas y no sintió ningún tipo de pudor o vergüenza por lo que habría sucedido cuando ella hubiera puesto punto y final a sus balanceos en el columpio.
Afortunadamente, había detenido este hilo de pensamientos nada habitual en ella a tiempo. Lo que no quería decir que no estuviera igual de enfadada y frustrada que si lo hubiera concluido porque este tipo de pensamientos lo que venían a reflejar y manifestar era que deseaba que Henry la besara. E incluso que hiciera algo más.
De inmediato el punto número tres de su lista mental acerca de cosas a realizar con la mayor brevedad posible resonó en las oquedades de su mente.
Y Sarah decidió considerar seriamente a Henry como un candidato con el que cumplir dicho punto por apenas… un segundo y medio.
“¿Acostarme con Henry?” se preguntó, escandalizada consigo misma. “¡De ninguna manera!” añadió.
Dio un respingo y fue consciente de que su presencia la afectaba para mal pues se estaba convirtiendo en un monstruo. Un monstruo de enormes apetencias sexuales y pensamientos excesivamente vívidos y detallados en este sentido.
Necesitaba poner distancia entre ellos.
Solo había una manera de hacerlo y ésta era alejarse allí y de él lo antes posible.
Además de que por otra parte era necesario que lo hiciese ya que le había prometido a la señora Anchor que regresaría a una hora prudente y razonable cuando se negó a decirle dónde iba tan elegantemente ataviada. Y Sarah no sabía por qué pero le daba el presentimiento de que no era una hora ni prudente ni razonable, sino más bien al contrario.
¡Cuánto echaba de menos y en falta el no tener un reloj de bolsillo!
¡Debió habérselo comprado cuando tuvo la ocasión y el dinero en vez de despilfarrarlo todo en ropa y zapatos!
Ahora pagaba las consecuencias y era perfectamente consciente de ello.
-          ¿Qué hora es? – le preguntó.
-          ¿Por qué Cenicienta[6]? – le preguntó burlón. - ¿Es que tienes que llegar a casa antes de las doce para evitar que tu precioso vestidos se convierta en un montón de harapos? – añadió en el mismo tono. – Porque en ese caso… siento comunicarte que llegas tarde porque van a dar casi las dos – explicó, sacando su reloj.
“¡Ay madre!” exclamó, tragando saliva. “¡Las dos!” añadió. “Miss Anchor va a matarme” concluyó temerosa.
-          Debo irme – anunció.
-          Muy bien – respondió él al instante.
-          Debo irme – repitió.
-          Hasta pronto – se despidió él.
-          Que… debo irme – dijo Sarah por tercera vez, aumentando sus gruñidos.
-          ¿Intentas transmitirme un mensaje oculto con tus palabras? – le preguntó, inseguro.
-          ¿Es que no piensas acompañarme a casa? – le preguntó ella.
-          ¿Es que debería hacerlo? – rebatió él, sorprendido porque desconocía ese dato y que había aceptado ejercer de protector con su prima esa noche.
-          ¡Por supuesto que sí! – exclamó ella enfadada, asintiendo varias veces para enfatizarlo.
-          Yo digo que no – estableció él.
-          ¿Cómo que no? – le preguntó ella, furibunda.
-          No es no – repitió. – Negación – enfatizó.
-          Sé perfectamente lo que significa un no, gracias – siseó enfurruñada.
-          Pues yo lo dudo – rebatió él. – Ahora mismo pareces no entenderlo muy bien… - dejó caer.
-          ¿Realmente no piensas acompañarme a casa? – preguntó ella poniendo morritos para intentar hacerle cambiar de opinión.
-          ¿Cuántas veces tengo que decirte que no para que lo entiendas? – le preguntó él, suspirando para aumentar su paciencia con ella.
-          ¡Pues no entiendo por qué no! – bufó ella. – Tú mismo me has dicho las horas que son – explicó. - ¿Es que no entiendes que las calles son peligrosas a estas horas de la noche para una mujer soltera? – le preguntó, intentando ahora crearle un sentimiento de preocupación e incertidumbre para con ella.
-          ¿Quién fue la mujer que me dijo que era autosuficiente y que no me necesitaba? – se preguntó intentando parecer pensativo. - ¡Ah! – exclamó, focalizando su mirada en ella. – Eras tú – le dijo, con un clarísimo tono de reproche a modo de recordatorio.
Y por segunda vez en la noche, Sarah hubo de cerrar la boca y tragarse sus propias palabras.
 Henry tenía razón.
Ella misma había sido quien le dijo que era autosuficiente y que no le necesitaba en Saint James Park. Cierto que había sido a media mañana y en un lugar que estaba muy cerca de donde vivía; al contrario que en esta segunda ocasión, donde era bien entrada la madrugada y estaba bastante lejos de Orange Street.
Y por tanto, aunque no le gustaba en absoluto reconocérselo, era lógico y muy razonable que ahora no quisiera acompañarla a casa como método de escarmiento y lección.
Lo comprendía también perfectamente.
Otra cosa es que fuera a reconocérselo a la cara, por supuesto.
Profundamente decepcionada, se encaminó hacia las escaleras que ascendían en este caso, desde el jardín hacia la mansión de los Richfull recordando en todo momento las indicaciones que Henry le había ido diciendo por el camino hasta la estatua.
Dio cinco pasos y se giró… solo para ver cómo Henry continuaba sentado en la mano de la estatua y se despedía de ella agitando la mano mientras ensanchaba la sonrisa y continuaba comiendo y masticando frutos secos.
El visionado de esta acción tuvo como respuesta un gruñido del estómago de Sarah, quien se moría por ser alimentado de nuevo.
-          ¿Sabes Doble H? – se preguntó para sí entre gruñidos. – No eres para nada un caballero – añadió.
En teoría, el tono de queja que Sarah había empleado había sido tan bajo que Henry no tenía por qué haberlo escuchado.
En teoría, ya que la realidad era que debido a que el viento y la corriente corrían en dirección hacia donde Henry se hallaba y éste lo escuchó con total claridad.
A Henry, esas palabras no le dolieron en absoluto. Es más, le causaron una gran indiferencia porque sabía que en esta ocasión tenía razón. Y lo que era más importante, que su prima también era consciente del hecho.
Es por eso que le respondió a voces:
-          ¡Nunca dije que lo fuese! – Sarah volvió a detenerse y a mirar en su dirección, lo que le brindó a Henry para repetir la misma oración, solo que en un tono mucho más normal: - Nunca dije que lo fuese –
Sarah deshizo lo andado y solo cuando estuvo frente a él, le dijo señalándole con el dedo y utilizándolo como instrumento de amenaza:
-          ¡Déjame terminar! – exclamó muy seria y severa. – No eres para nada un caballero y sobre ti y tu conciencia recaerán el sentimiento de culpa o resentimiento si esta noche me sucede algo – añadió, esta vez sí en un clarísimo tono de reproche. – Pero… - titubeó. – Eso no quiere decir que haya disfrutado del evento en tu compañía esta noche – concluyó, con una enorme sonrisa que provocó la aparición de los hoyuelos en sus mejillas.
-          Sabes que iría encantado pero… tengo otras cosas más importantes y placenteras que hacer por aquí – se justificó.
Sarah asintió y comprendió la totalidad de sus palabras y la significación de las mismas, recordando el momento del lanzamiento de las bolas de papel. Cuando levantó la mirada hacia Henry, observó cómo este volvía a despedirse de ella realizando el saludo militar con dos dedos. Un gesto que parecía haberse convertido en su manera simbólica y familiar de despedida.
-          Buenas noches Savannah – escuchó Sarah desde la lejanía que le separaba de Henry al haber cambiado el viento de dirección; esta vez favorable a ella. – No sueñes mucho conmigo porque sabes que podrían hacerse realidad – añadió satisfecha.
Y Sarah agradeció en ese instante la lejanía entre ambos y que Henry no le viese el rostro; el cual estaba rojo con un tomate.
¿EL MOTIVO?
Que con esas últimas palabras Sarah había descubierto que Henry había sido perfectamente de los pensamientos e imágenes lujuriosas que habían cruzado por su mente con ellos dos de protagonistas y que aún así, la había respetado y no había actuado como en veces anteriores besándola apasionadamente.
¿Que no era un caballero?
Todo lo contrario.
Con acciones como ésa, Henry había demostrado que era todo un caballero.





[1] Cleves: El ducado de Cleves fue un territorio del Sacro Imperio Romano Germánico correspondiente a los actuales lugares y territorios de Alemania y los Países Bajos y fue mencionado por primera vez en los textos en el siglo XI.
[2] Dentadura de Waterloo: Dentadura postiza de persona joven que se conformaba y confeccionaba robando los dientes de los soldados jóvenes que habían participado en las guerras napoleónicas y que los “transplantados” lucían con verdadero orgullo.
[3] Adonis: Joven de la mitología griega tan sumamente hermoso que las diosas Afrodita y Perséfone se pelearon por su compañía. De hecho y pese a que Zeus dio un veredicto igualitario entra ambas, Afrodita hizo trampas y consiguió que éste pasara más tiempo con ella. Ése también fue el motivo por el cual, Ares celoso del joven, mandó un jabalí  para que lo matase. De sus sangre brotó la flor de la anémona.
[4] Tiresias: Adivino ciego de la mitología griega el cual se quedó en ese estado cuando ejerció de juez en una de las múltiples disputas conyugales entre Zeus y Hera y afirmar que el hombre experimenta más placer sexual. Y lo decía de buena tinta ya que había sido tanto hombre como mujer. En recompensa a su ceguera, Zeus le otorgó una larga vida y el don de la profecía.
Fue él quien recomendó a Edipo enfrentarse al acertijo de la Esfinge y también le sugirió cuál era la verdadera historia de su nacimiento y le informó sobre sus crímenes involuntarios.
También Ulises recurre a él en la Odisea y para ello tiene que descender al Hades, a fin de preguntarñe cómo debía regresar a Ítica
[5] Fragonard: Jean Honoré Fragonard (1736 – 1806) fue un pintor y grabadista francés de estilo rococó que cultivó todos los géneros pictóricos: desde el retrato a las escenas familiares, paisajes y temas galantes. Utilizando también temas mitológicos y cotidianos.
[6] Cenicienta: Es un personaje de cuento de hadas conocido en multitud de países como cuento de tradición oral. Pese a que hay versiones de la historia desde el Antiguo Egipto y su Ródope, son dos sus versiones más conocidas y las que incluyen la transformación del vestuario y el regreso temprano a casa: la del francés Perrault de 1697 y la de los hermanos Grimm de 1812.

5 comentarios:

  1. me meo con estos dos y sus batallas dialecticas es q estan hecho el uno para el otro q churris mios ambos dos chatis q no lo negueis que saltan chispas cada vez q os veis y discutis q vamos ponen una central electrica a vuestro lado y creo q tenemos luz 700 ciudades con la electricidad y chispas q saltan a vuestro alrededor jaja asi q chatis quiero q me proporcioneis carnaza eee q la quiero asi q dejaros de pamplinas y al rollo bollo q quiero y palabras textuales q han salido x aqui que hh le meta la lentgua a sarah hasta la campanilla eee carnazaaaaa de la buena pero yaaa
    y bueno como siempre aaaaaiiiiiisss mi supremo willy willy q me lo como maadre mia q bueeeno q estaaa aaaggh babeante boba babuina me pongo solo con q se le nombre y esto viene a colacion de q tengo la intriga de q hace en clun q x cierto ha salido hoy en un capi de robin hood q me he quedado muerta cuando lo he escuchado jaja y tuerta jaja y bueno el momento magico q me ha hecho q se me salgan x los ojos corazones cuando le enseña a bailar el vals es q he hecho aaaiiss (suspiro) y q morrantico y q yo pensaba q hh la besaba q entonces lo hubiera flipado en colores xD
    bueno chin como tu bn sabes ya soy historiadora de arte aunq no tenga el titulo pero me encantan las refencias artisticas que aportas en tus libros q es una cosa q me encanta y ademas de proporcionarnos otros datos curiosos con los que siempre se aprende ee q con tus libros yo estoy aprendiendo un monton de cosas q no sabia antes =)
    mas cosas momento de mearme de la risa literal cuando hh se ha metido los dos mangos debajo de la camisa e hizo el gessto de sarah que ella le hizo en the eye jaja me he meado y la otra sacandole los mangos en plan madre jaja y el momentazo el otro subio en to lo alto de la escultura y ella baja q te partes la crisma jajaja muy maternal xD
    y me meo anda acompañame a casa y el otro noooo vete sola q eres mayorccita y la otra pues como me pase algo pesara sobre tu conciencia me meo parecen dos niños chicos xD
    en fin me meo con el capi y quiero mas maligna q me dejas a medias e impaciente me hallo y picada la curiosidad tengo por leer el capi de transicion asi q musas inspiradla mucho eee q tengo ansia viva de leer jaja
    he dicho xD

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  2. me has dejado muuuuuyyyyyyyy insatisfecha chin!!! si a car le has prometido un orgasmo, yo quiero el mio!! XD ahora en serio, me gusta el capítulo, pero necesito más condumio aquí...

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  3. A ver ladies mías... os dije que esta historia era diferente, y aquí las cosas van paso a paso y poco a poco (por cierto, inciso que os haya dejado indiferente que Martin Richfull el hombre que quiso aprovecharse de Lops de mala manera se case y ahí estáticas que estáis ambas) y aún no sale pero el honor de Henry hace que tenga mucho que ver en esto; no se ve alguien lo suficientemente importante y bueno para Sarah aunque le gusten... además de que es mu tierno y muy romántico... poco a poco pero todo llegará...

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    1. A ver, lo de la boda del hombre éste, más allá de que haya pensado, el payaso éste... XD pq si que recuerdo el capítulo de Lops, pues no me ha afectado más allá, sorry me! Y luego, lo que se me ha sorprendido el pensamiento de Henry tipo: No soy bueno para nadie, que he dicho... tiene un poco sentimiento de inferioridad este chico... con echado para adelante que parece...

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  4. aaaaaaaaaaiiiiiiiiss q mono mi hh aaaaiiis q me lo como di q si ganas puntos conmigo me gusta q sea morrantico el muchacho y si es en ese aspecto pues q la corteje como dios manda =D y lord ricchfull este es un hijo................... xD

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