jueves, 25 de abril de 2013

Amor a golpes Capítulo XIX


CAPÍTULO XIX
Doctor Harper
¡Toc! ¡Toc! ¡Toc!
El sonido de los golpes en la puerta provocó que Henry diese un pequeño respingo en el sitio y se girase mirando con furia hacia la puerta.
Tanta furia que incluso le gruñó. Y no un gruñido leve o apenas audible, no. Un gruñido bastante similar al de los perros cuando tenían la rabia.
Sabía y había entendido a la perfección la prisa y prestanza con la que requerían su presencia cuando habían ido a buscarle a su casa. Así como también le había quedado igual de claro cuando le habían enviado la nota a modo de segundo aviso. Por tanto, éste tercer aviso era del todo innecesario.
Además de que tampoco era culpa suya el retraso. Al menos, no era el culpable directo.
Toda la culpa era de su maletín y sobre todo, de los instrumentos que debían estar en su interior.
“¿Por qué cuanta más prisa por llegar a un lugar, más difícil te resultaba dar con aquello que estabas buscando?” se preguntó, exasperando y buscando frenético su foneidoscopio[1], transformando su hasta ahora perfecto, impoluto y muy ordenado vestíbulo en poco más que una porqueriza. “Te odio” añadió, amenazante.
Y entonces lo vio.
Puede que fuera producto del miedo o de la amenaza mental que le dedicó, pero ahí estaba el dichoso aparato; materializado ante sus ojos en ese preciso instante cuando hasta ese momento había permanecido oculto o camuflado cerca de la pared y junto a su maletín de cuero.
Se acercó para cogerlo con firmeza antes de que volviera a desaparecer ante sus ojos cuando… nuevamente volvieron a sonar los golpes en la puerta.
-          ¡Ahhh! – gritó Henry, furioso antes de agarrar de mala manera el foneidoscopio y abrir la puerta de forma brusca e inesperada para la persona que había llamado; la cual se quedó a mitad de camino con el puño en el aire ante sus ojos.
No obstante, el único que se llevó una sorpresa mayúscula con la situación fue Henry; quien no esperaba de ninguna de las maneras la visita que había recibido justo en ese momento.
Una visita de lo más inoportuna, dadas sus presurosas circunstancias.
Aún así, de inmediato cambió su gesto malhumorado por el de desconcierto y sorpresa antes de preguntar:
-          ¿Qué haces aquí Sergia? –
“¡Mierda!” maldijo mentalmente.
Sabía y se acordaba perfectamente que se llamaba Sarah, entonces ¿por qué era incapaz de llamarla por su nombre? No tenía ni la más remota idea pero continuaba haciéndolo.
Sarah.
Había esperado volver a verla desde la lejanía en su próximo combate en The Eye; combate que no debía tardar mucho en producirse o, con suerte encontrarse con ella para saludarla personalmente tras acabar el combate. Pero lo que no esperaba de ninguna de las maneras; de hecho, ni siquiera se lo había planteado o pasado por la cabeza era que ésta se presentara y llamara a la puerta de su casa, viniendo sola desde el Soho.
Que esa era otra cuestión ¿cómo había dado con su lugar de residencia?
Muy pocas personas conocían dónde vivía en Londres, por su propia seguridad.
De hecho por ejemplo, de sus hermanos, solo Joseph lo sabía. Aunque Joseph era un caso especial, pues sabía tantas cosas de él que la mayoría de las personas desconocían...
Y entonces cayó en la cuenta.
Albert.
O mejor dicho Eden a través de Albert se lo habían dicho.
“A partir de ahora tendré mucho más cuidado con lo que digo o dejo de decir delante de Albert y de la cotilla de su novia Eden” afirmó.
-          ¡Gracias a Dios! – exclamó Sarah con un sonoro suspiro y resoplando, presa del agotamiento antes de apoyarse con el codo en la pared de la fachada de su casa. – He llamado a nueve casas antes que a esta – le informó con la lengua fuera, aunque no por ello menos enfadada. - ¡Los de esta zona se explican como un libro cerrado! – refunfuñó. – No me han tomado en serio por cómo voy vestida – explicó, desilusionada. – Si me hubiera puesto uno de mis corsés la cosa hubiera sido bien diferente, sí… - dejó caer, como si estuviera planeando una venganza conjunta y múltiple contra todos aquellos que no le habían ayudado a dar con la casa de Henry.
Henry la miró divertido y fue incapaz de no esbozar una sonrisa ante los comentarios que soltaba por la boca pues estaba adorable.
-          ¿Qué haces aquí? – volvió a preguntarle, cruzándose de brazos y sin soltar el foneidoscopio del demonio.
-          No, aquí la pregunta es ¿qué haces tú viviendo aquí? – le preguntó, regañándole.
-          Con el dinero que ganas por los combates de boxeo ¡deberías vivir en la mejor y más lujosa mansión de Mayfair! – exclamó.
-          ¿Y vivir a escasos metros o manzanas de mi padre? – le preguntó él, horrorizado ante esa perspectiva. – No gracias – añadió. – Además, soy un vago, un vividor y un hombre carente del honor familiar ¿qué mejor para vivir de todo Londres que vivir que la Isla de los Perros[2]? – le preguntó, riéndose de sus peculiares circunstancias vitales.
-          He venido a hablar contigo – le anunció.
-          Lo he supuesto cuando te he visto aparecer ante mi puerta – le respondió él burlón. – Pero no puedo enseñarte más vocabulario sobre boxeo, lo siento – añadió, comenzando a cerrarle.
-          Sabes perfectamente que no he venido a aprender más cosas sobre el boxeo – dijo, cortando la acción que estaba realizando posando la mano sobre la puerta y ejerciendo como fuerza de contrapeso. – Quiero conocer tu versión de los hechos – añadió.
-          ¿Por qué? – preguntó él, receloso y desconfiado de sus intenciones.
-          Porque como bien sabes soy periodista y necesito escuchar a ambas partes implicadas para sacar mis propias conclusiones y tener mi propia opinión al respecto – explicó. “Además de que sé que Christian no tiene toda la razón en el asunto gracias a una corazonada” añadió mentalmente.
-          ¿Tiene que ser ahora? – preguntó temeroso y para nada dispuesto a contarle y desvelar sus más íntimos secretos para que ella sintiera lástima y sintiera compasión de él.
-          No, cuando tú quieras – dijo con ironía. – Solo me he pasado buscándote como una loca por todo Londres para venir a la puerta de tu casa a preguntarte cuándo podías y cuadrar nuestras apretadas agendas matutinas, no te fastidia – refunfuñó con el mismo tono de ironía que antes. - ¡Pues claro que tiene que ser ahora! – exclamó, enfadada y con aspavientos de los brazos.
-          Es que ahora mismo…no puedo – explicó.
-          ¿Cómo que no puedes? – preguntó confusa. - ¿Por qué no puedes? – añadió, contrariada.
-          Tengo que ir a trabajar – explicó.
-          ¿Trabajar? – volvió a preguntar confusa. – Creía que los combates solo eran por la noche – musitó. – Pero ¿por qué no me avisas para que vaya a cubrirte? – le preguntó enfadada.
-          Porque como tú bien has dicho los combates son por las noches y aunque parezca lo contrario, es uno de mis hobbies – le informó. – Yo me voy a trabajar para ganarme la ida de manera honrada – añadió.
-          ¿Tú trabajas? – preguntó boquiabierta. - ¿De qué trabajas? – añadió, inmediatamente.
-          En contra de la creencia pública y popular, yo, Henry Harper trabajo – anunció, de manera solemne. – Soy médico – añadió, agitando ante sus ojos el foneidoscopio. – Y lo lamento pero has llegado en un pésimo momento porque tengo un aviso que atender – explicó, entrando en su casa para coger el maletín, guardar el foneidoscopio en él, ponerse su bufanda y su sombrero y cerrar la puerta antes de echar a caminar.
-          ¡Espera! – gritó ella, echando a correr tras él pasado un largo instante. – Eres médico – añadió, bastante sorprendida, afectada y estupefacta por la revelación de la que acababa de ser testigo.
-          ¿Sorprendida? – le preguntó él, divertido. – Tienes que prometerme que guardarás mi secreto – le pidió. – No quiero que Christian o mi padre se enteren de esto y se les rompa la idílica imagen que tienen de mí – añadió, con un susurro.
-          Pero ¿cómo? – preguntó, nuevamente sorprendida.
-          Te lo explicaría pero como ya te he dicho, tengo una urgencia que atender – repitió.
-          Puedo esperar – aseguró ella.
Henry suspiró y miró con atención mientras pensaba y decidía si era una buena idea o no, el plan que se le había pasado por la cabeza.
“Ha venido porque quiere hablar conmigo” dijo. “Se ha molestado en preocuparse por mí” añadió. “¡Qué demonios! ¡De perdidos al río!” exclamó, envalentonado.
Suspiró y le dijo:
-          Por favor, dime que no te da asco o miedo y la sangre –
-          No lo tengo – respondió ella al instante. – De hecho, estoy bastante acostumbrada y tolero su visión bastante bien – añadió, recordando con ello las felicitaciones del doctor Phillips por su dureza y aguante cuando ejerció como su ayudante temporal.
-          Y ahora me dirás que has ayudado a asistir algún parto – añadió él incrédulo ante esta posibilidad.
-          Exactamente – asintió ella. – No solo he ayudado a mujeres del Soho sino que también estuve presente en uno de los partos de Penélope – añadió. – Pídele mis referencias al doctor Phillips si no me crees – le retó.
-          ¡No hay tiempo para eso! – exclamó Henry con premura. - ¡Confío en tu palabra! – añadió, agarrándola de la mano y comenzando a andar; callejeando por las tortuosas y laberínticas calles de la Isla de los Perros.


Fue tal la prisa que Henry tenía por llegar y que traspasó por tanto, a la manera y ritmo de su caminata que, el trayecto que iba desde su casa situada en Parsonage Street[3] a la de su paciente en Stattondale Street[4] y que habitualmente a un paso normal se realizaba en poco más de quince minutos lo hicieron en nueve. Caminaron tan rápido que a Sarah apenas le dio tiempo a ser consciente de la existencia del inmenso parque de Mudchute.[5]
Sin resuello fue como éste llamó a la puerta a la espera de que le abriesen.
Y mientras esperaban a que esto sucediese, Sarah se permitió echar un vistazo a las casas de alrededor de la vivienda a cuya puerta habían llamado y comprobó que la imagen mental de las construcciones y del barrio en general, que se había hecho en su mente no se correspondían en nada con la realidad porque en buena parte de los casos, las casas no respondían a la misma tipología. En su mayoría eran: de dos o tres plantas más sótano. La primera diferencia evidente entre ellas era que algunas (como a la que habían llamado) tenían lavadero y otras no. La segunda gran diferencia era la posesión o no en las fachadas de parapetos[6]; muchas de las cuales no lo tenían.  Henry fue quien le explicó el motivo de tantas diferencias en tan reducido espacio: respondía a que la arquitectura y construcción de la Isla de los Perros no la había realizado una sola persona sino varias y cada uno con estilo único y personal que plasmó en sus edificios.
Las sorpresas no acabaron ese día para Sarah. Al contrario no hicieron más que continuar. Si ya la noticia del descubrimiento de la profesión real de Henry la había descolocado por completo, no pudo evitar quedarse boquiabierta cuando vio quién era la persona que les abrió la puerta. En realidad, cuando vio la manera de actuar de la persona propietaria de la vivienda con Henry.
Una persona que no era ni más ni menos que ¡Harold Matthews! ¡Butch el carnicero!
¡Uno de los rivales de Henry en los combates!
“¿En teoría no se llevan mal los rivales deportivos?” se preguntó confusa. “¿Entonces por qué se abrazan tan efusivamente?” añadió. “¿Es que son amigos?” concluyó cada vez más desconcertada.
-          ¿Vienes Park? – le preguntó Henry ya desde el interior de la casa.
Sarah asintió vigorosamente y esbozó una sonrisa que dedicó especialmente a Harold mientras también entraba en la casa. Mientras caminaba no dejó de sentir la mirada fija y escrutiñadora de Butch sobre ella. Sarah sabía a qué respondía esa mirada: su cara le sonaba pero no estaba seguro de dónde, lo cual era muy lógico por otra parte porque la vez anterior que la vio iba vestida con su ropa de trabajo y sobre todo, porque recibió uno de los ganchos de Skin HH Skull tras verla; algo que dejaba medio tonto a todo aquel que lo sufría.
Una vez dentro lo primero que impactó de lleno en sus sentidos fue el olor a moho y a humedad que había en ella. Olor comprobado cuando miró al techo de la misma y lo vio cubierto en buena parte de esto y con pequeñas gotas de agua que caían a modo de goteras continuas para ser recogidas en recipientes varios de cobre. Además, el suelo carecía de moqueta y por tanto, la madera se estaba pudriendo poco a poco y crujía bajo sus pies, otorgando al suelo la categoría de inseguro y poco higiénico. Por si éstos no fueran suficientes indicadores del umbral de pobreza en el que la familia Matthews vivía, el papel de las paredes (o quizás era pintura) aparecía desconchado casi en la totalidad de las mismas.
Gracias a esto, Sarah fue consciente como si un golpe de boxeo se tratase de la situación real de necesidad en la que vivían muchas personas de su ciudad pues aunque ella vivía en el Soho y éste también era un lugar de pobreza y mala reputación, el bloque de apartamientos de miss Anchor no lo era y emergía como un bloque de hielo de confort en las profundas aguas que eran las insalubres y hacinadas calles del Soho londinense. De hecho, por su interior podría pasar perfectamente como la casa de un comerciante acomodado que como una vivienda de mujeres casi sin recursos. Incluso por este motivo había ganado premios dentro de su barrio.
-          ¿Quién es tu amiga Henry? – le preguntó Butch, mirándola con desconfianza al no poder ubicarla correctamente.
-          Es mi prima Segismunda – explicó él, maldiciendo su incapacidad para llamarla Sarah otra vez. – Y hoy será mi ayudante – anunció. – Tranquilo, es de confianza – aseguró.
“Al menos solo están ellos dos” pensó, intentado consolarse y bastante afectada por el estado tan deplorable en que se encontraba el interior de la casa.
Nuevamente, Sarah se equivocó ya que en cuanto escucharon la voz de Henry, una pequeña legión de niños de no más de cinco años corrieron hacia su persona con el propósito de llamar su atención.
Fue tal el ímpetu y fuerza con el que aparecieron que el sombrero de Henry salió volando y fue motivo de pelea entre dos de los hermanos. El segundo motivo de pelea entre ambos se produjo cuando Henry cedió a las repetidas súplicas y tirones de sus pantalones para alzarlo.
No obstante, pronto Henry fue reemplazado como el centro único de su atención cuando la descubrieron a ella allí plantada en el vestíbulo y en apenas un instante se vio rodeada de gritos y preguntas agudas procedentes de las voces de cinco niños pequeños, más o menos mellados y aseados.
-          Niños, dejad a Segismunda que ha venido a ayudar a Henry – dijo Harold y de inmediato, los niños la dejaron paz y volvieron en fila india al salón.
-          Hablando de ayudar… ¿qué quieres que haga primero? – le preguntó.
-          Lo mejor es que vayas a ver al pequeño David porque Moira continúa con los dolores regulares de parto y me momento no ha empezado a blasfemar contra mí o a arrojar objetos contra la puerta para manifestar su grado de dolor por lo que lo lleva bien – explicó.
“¿Pequeño David?” se preguntó Sarah. “Espero que sea el nombre de un gato o un perro y no el de otro niño…” añadió, temerosa antes de seguir a Henry; quien se lo indicó con un gesto de cabeza.
Entraron en una habitación en la planta de arriba tras subir unas escaleras que inexplicablemente para Sarah aguantaron el peso de tres personas subiéndolas a la vez y Sarah comprobó que ese no era el día de sus vaticinios más acertados porque David no era una mascota, sino que era otro hijo del matrimonio.
Un niño con la pierna entablillada por entero y por tanto, incapaz de moverse. Siendo ese el motivo único y principal por el cual no estaba abajo junto a sus hermanos ni había salido a recibirle de manera tan efusiva.
Henry se acercó a él, depositó el maletín en el suelo junto a él y le tiró la bufanda antes de chocarle los cinco y alborotarle el pelo a David antes de centrarse en la pierna del pequeño.
Nada más tocarla, el niño siseó de dolor y contuvo las lágrimas. Por eso, Sarah se agachó junto a Henry, se presentó y cuando sintió que se había ganado su confianza (pues siempre había tenido la capacidad de conectar rápido con los niños pequeños) le tomó la mano y comenzó a contarle algunos de los cuentos que se sabía, como el de Los dos Elefantes[7] o La Gallina Rubia[8] para mantenerlo distraído, tranquilo, relajado y centrado solo en ella mientras Henry realizaba su trabajo; consistente al parecer en quitarle las tiras de tela y la tablilla para comprobar la evolución de la fractura (o al menos eso creía ella que era a simple vista).
Para cuando David quiso darse cuenta, Henry había concluido y había sustituido su tablilla de yeso por tilas de tela simplemente; lo cual significaba que la evolución y cicatrización de las fracturas del niño iba muy bien. Y así se lo hizo saber:
-          ¡Muy bien David! – exclamó, chocado por segunda vez su mano; gesto que a su vez hizo con Sarah; quien le sonrió y le dio un beso en la mejilla haciendo que niño muriese de vergüenza ante ambos. – Veo que te has portado y no te has movido de aquí en todo este tiempo – añadió. – Y gracias a eso tu fractura ha mejorado mucho – explicó. - ¿Te acuerdas de qué era exactamente lo que tenías? – le preguntó. – Porque mi prima la contadora no sabe qué es lo que te pasó y lo valiente y campeón que eres al haber aguantado todo esto sin dolor – le recordó.
-          Tengo una fractura de Maisonneuve[9] – anunció con orgullo a Sarah; a quien esa explicación le resultaba insuficiente; dado que no tenía idea de medicina.
-          Una fractura consistente en la fractura del maleolo medial o, como en el caso del travieso David, del ligamento deltoideo profundo y eso es motivo de que le quede una buena cicatriz que se lo recuerde por siempre, de que tenga visitarle semanalmente para comprobar cómo está curándose – explicó, mirándole con aprobación - Y de que aún le quede mucho más tiempo con la pierna entablillada con tela de la manera en que ves[10] - concluyó.
-          ¿No hay ningún premio por buen comportamiento? – le preguntó ella. – Ha sido muy fuerte y valiente – añadió, intentando convencerle de que le diera alguno de los caramelos que había descubierto en una de sus miradas furtivas al interior del contenido de su (completísimo) maletín de médico.
Henry claudicó y acabó por entregarle uno de los caramelos antes de cerrar su maletín y despedirse de él pues aún le quedaba otro trabajo que realizar en esa casa. Uno mucho más duro y largo.
-          Ahora es cuando te voy a necesitar como parte activa – le indicó antes de suspirar y abrir la puerta para encontrarse con la señora Matthews resoplando y maldiciendo casi en igual número de veces y descubrir a su marido, escondido y achantado en una de las esquinas de la habitación.
-          Espera, espera, espera ¿vas a ser la partera? – le preguntó. - ¿Tú? – añadió pasados varios segundos con especial énfasis.
-          ¿Algún problema con eso? – preguntó él, volviendo a dejar el maletín en el suelo y comenzando a remangarse las mangas de su camisa.
-          ¡No puedes hacerlo! – negó vehemente. Y añadió al sentir tres miradas de incomprensión sobre ella: - ¡Es un hombre! - ¡Este es un trabajo que sólo pueden hacer las mujeres! – protestó.
-          ¿Quieres hacerlo tú sola entonces? – le retó.
-          ¡No! – exclamó horrorizada ella ante esa perspectiva. Había sido ayudante de partera. Pero nada más.
-          Entonces lamento desilusionarte e informarte de que no me queda de otra que hacerlo yo – anunció, levantando las faldas de la señora Matthews para comprobar el grado de dilatación exacta que tenía. – Y déjame informarte de que tengo bastante experiencia en este tema y con esta parturienta en particular porque he ayudado a traer al mundo y soy padrino de  todos los niños que has visto ahí abajo – añadió. – Y como has podido comprobar por ti misma, están todos perfectamente sanos – concluyó. – Lo de David es fruto de su travieso comportamiento y ha sido después de nacer – se defendió, por si acaso le atacaba por esa zona.
-          Increíble – consiguió decir sorprendida y llena de orgullo mientras se preguntaba cuánto tiempo llevaba dedicándose a la medicina exactamente Henry.
-          Ahora por favor, tráeme toallas y agua caliente y fría para desinfectar porque el bebé está a punto de venir al mundo – anunció, para inmensa alegría del futuro padre y nuevas maldiciones por parte de la madre.
Y cuando Sarah iba a salir de la habitación, Henry le preguntó:
-          ¿Todo bien,  Sarah? –
Como era lógico, al escuchar la mención de su nombre Sarah se detuvo y se giró hacia él presa de una total y absoluta incomprensión.
“¿No me ha mandado a por agua y toallas?” se preguntó. “¿Para qué quieres saber si estoy bien?” añadió. “¿Es que no ha visto que no me he mareado, puesto blanca o vomitado al conocer todo el interior de esta buena mujer?” añadió, enfadada porque dudase de su fortaleza.
-          ¿Se puede saber qué haces ahí? – le preguntó Henry, una vez fue consciente de su presencia en el interior de la habitación, aún.
-          ¿Se puede saber qué haces tú? – le respondió ella enfadada. – Primero me mandas primero a por toallas y agua fuera de la habitación y luego me preguntas qué tal – añadió. - ¡Aclárate hombre! – exclamó.
-          Pero ¿qué dices? – preguntó él extrañado.
-          Tú me has preguntado todo bien Sarah después de ordenarme que te trajese tus demandas – explicó.
-          ¡No a ti, egocéntrica! – exclamó. – A Sarah – añadió, señalando a la parturienta.
-          ¿Te llamas Sarah? – preguntó Sarah Parker. Y la señora Matthews levantó la mano para indicar que su respuesta era afirmativa. - ¡Yo también! – exclamó inmensamente feliz ignorando la mirada ceñuda que le dedicó; quien la conocía como Segismunda. - ¡Somos tocayas! - añadió. - ¡Enhorabuena! – gritó, presa de una felicidad y energía ausentes hasta ese momento.
-          Faltan toallas y escasea el agua – canturreó Henry dejándoselo caer de manera nada disimulada. - ¡Ah no! – exclamó. – Que aún no las has traído – añadió, mirándola fijamente.
A Sarah Parker el mensaje no pudo quedarle más claro e incluso no le hizo falta que se lo repitiese para salir de forma precipitada de la habitación.
Cuando regresó (Acción que hizo lo más rápido que sus piernas y brazos le permitieron) la apacible, tranquila y pseudo silenciosa (dado que el silencio quedaba roto a intervalos por los gritos de dolor de la señora Sarah Matthews) habituación, se había transformado por completo en el caos más absoluto.
En efecto, para cuando quiso regresar el parto ya había comenzado.
Ese fue el motivo por el que Henry le miró ceñudo cuando se agachó a su lado y le quitó de mala manera uno de sus paños de las manos.
-          Harold, ahora que mi prima… - inició.
-          Segismunda – dijo Butch.
-          Ahora que mi prima Segismunda ya ha venido te quiero fuera del cuarto – ordenó con firmeza.
-          Pero… - protestó.
-          ¿Quieres que volvamos a tener esta conversación por séptima vez? – le preguntó exasperado. – Fuera – repitió. – Ve a cuidar de los niños – sugirió. – O mejor, ve a ayudar en la carnicería al pequeño Harry – añadió.
-          Si quieres puedo ser tu hombre en la espera – propuso Sarah. – No sería la primera vez y no lo hago nada mal – añadió, satisfecha de sí misma.
-          Tú te quedas aquí, Segis – ordenó Henry.
Como Henry requería su presencia allí de manera indispensable, la única acción de hombre en la espera que Sarah pudo hacer fue acompañarle hasta la puerta para que saliera.
Cuando escuchó el ¡clic! de la cerradura de la puerta, Henry le dijo a Sarah:
-          Bien Sarah, ahora empuja –
-          ¿Que empuje? – preguntó Sarah Parker ceñuda. - ¿Yo? – preguntó, señalándose.
-          Sí, tu – dijo él con ironía. – la mujer que está embarazada de nueves meses – añadió con el mismo deje en la voz. – Sarah – repitió, señalándola con la mirada.
-          Te prometo que esta vez será diferente y prácticamente indoloro para ti, de tan dilatada y acostumbrada a este proceso como estás – aseguró.
-          Eso…eso…dijiste con… Lucas… y era men...tira – dijo, mientras empujaba provocando un sonrisa en su doctor.
-          ¡Ay Dios! – exclamó Sarah pegando un bote, pisando la palangana llena de agua sucia con sangre y provocando que ésta saliera volando por los aires y volcase su contenido sobre ellos.
-          Muy bien – dijo Henry asintiendo, felicitándola por tan afortunada acción en tan adecuado momento.
-          ¡Le veo la cabeza! – dijo señalándole boquiabierta y muy nerviosa, pues en ese momento se dio cuenta del importante y milagroso acto que estaba a punto de presenciar.
-          ¡Un último esfuerzo Sarah! – le pidió Henry, cacheteándole en el trasero.
-          ¡Sal ya pequeño trozo de mierda! – gritó. - ¡AAAAAHHHHH! – añadió, empujando con todas las fuerzas que le quedaban en su interior; fruto de las cuales el bebé salió hacia fuera totalmente.
-          Ya está Sarah – exclamó, Henry. – Ya puedes descansar – añadió en tono suave.
Esta vez no hizo falta que Henry le dijese (más bien ordenase) nada, Sarah Parker se adelantó a los acontecimientos y le pasó unas tijeras con las que cortar el cordón umbilical así como un trapo limpio con el que arroparle y un imperdible (que tuvo que quitarle de la boca en lo que a ella le pareció como uno de los gestos más eróticos del mundo) para que se lo pusiese sobre el cordón y que el ombligo del niño comenzase a cicatrizar.
Un niño.
El sexo del bebé era masculino.
Y Sarah aprovechó esta circunstancia para salir corriendo a anunciárselo al señor Matthews.
No hizo falta que fuera muy lejos, dado que éste se hallaba tras la puerta y literalmente, se lo comió cuando inició su carrera.
-          ¡Es un…! - inició. - ¡Uy! – añadió. – Creo que los pajaritos que veo son un indicador de que me estoy mareando – añadió, no sin razón porque en ese momento se mareó y todo lo que había a su alrededor comenzó a girar y dar vueltas.
No cayó al suelo para su buena fortuna porque Butch la cogió y la tomó entre sus brazos, entrando en la habitación con ella en su regazo a imitación de cómo las parejas recién casadas debían cruzar el umbral.
Cuando Henry fue consciente del estado de Sarah, depositó al niño (ya aseado y curado con yodo en la zona del ombligo) suavemente sobre la mesita donde lo había lavado; un lugar que devbió encantarle pues empezó a patalear como un loco y se dirigió preocupado hacia Sarah.
-          ¡Ey Park! – exclamó. - ¿Estás bien?  - le preguntó tocándole la frente.
-          Se ha chocado conmigo y se ha mareado del fuerte impacto – explicó Butch, tranquilizándolo.
-          ¡Es…un niño! – exclamó ella aún mareada elevando y trazando un círculo con el dedo índice en un tono muy parecido al de una persona muy perjudicada por el alcohol.
-          ¿Otro niño? – preguntó Sarah Matthews. - ¿Y para cuándo una niña? – protestó.
-          Tendrá que ser para la próxima vez ya cariño – respondió Butch.
-          ¡Que te has creído tú que va a haber una próxima vez! – le advirtió ella. - ¡Tú a mí no me vuelves a tocar ni con un palo! – añadió, con un bufido al que agregó la demanda de tener a su hijo con ella en brazos en ese momento.
-          ¿No… lo sabíais? – preguntó la ebria mental  y mareada física de Sarah.
-          No hay forma de saberlo – explicó Henry, ahora con ella él en brazos.
-          Te equivocasssssss – dijo ella. – Penélopppe me la enseñó – añadió, con mucha satisfacción. – Tienesss que mear sobre trigo o sebada cuando ssepasss que estásss encinnnta y si es trigo esss niña y si no puesss niño – explicó.
Henry hizo gesto de locura con la mano, evidenciando con ello que no la hicieran caso. Sin embargo, Sarah le pilló in fraganti y le dio un tortazo antes de gritar y pronunciar perfectamente:
-          ¡No estoy loca ni me lo he inventado! – Y ¡bájame! – ordenó pataleando, indicando que ya se encontraba en perfectas condiciones.
Él lo hizo y preguntó, curioso:
-          ¿Y bien? ¿Cuál va a ser el nombre de mi próximo ahijado? – quiso saber.
El matrimonio Matthews se miró cómplice mientras ambos se encogían de hombros a la vez.
-          No tenemos ni idea – reconoció Butch para total incredulidad de Henry y Sarah.
-          Creímos que esta vez sí que sería la definitiva y que tendríamos una niña y nos centramos sólo en nombres de chica – explicó Sarah Matthews. – No creímos que esto pudiera pasar – añadió acunando a su hijo.
-          ¿Y ahora qué hacemos? – preguntó Sarah Parker preocupada e incómoda a Henry.
-          Por lo pronto, buscarle un nombre adecuado al bebé – dijo Henry con firmeza. – no podemos llamarle eso o ella para siempre – añadió.
-          ¿Cómo dijiste que te llamabas? – le preguntó Sarah a su homónima.
-          Sarah  respondió la susodicha.
-          Segismunda – respondió Henry a la vez.
-          ¿Sarah o Segismunda? – preguntó la señora Matthews confusa y desconfiada.
-          Ambos – respondieron los dos a la vez; aunque Sarah con mucha más desgana.
-          Ahí lo tienes Harold – le dijo Sarah Matthews a su marido. – Le pondremos la forma masculina de su nombre – anunció.
-          ¿Segismundo? – preguntó Sarah titubeante, horrorizada por la perspectiva de ser la culpable de ponerle un nombre tan feo al inocente bebé recién nacido.
-          ¡No! – negó Sarah Matthews. – El masculino de tu otro nombre – añadió.
-          ¿Vas a llamarle Saro? – preguntó Butch, sorprendido.
-          ¿Existe Saro? – preguntó Sarah, no muy convencida de que su nombre tuviera versión masculina.
-          ¿Saro? – preguntó Henry mirando directamente a Sarah Parker y conteniendo la risa al ver la expresión mitad de horror y mitad de honda culpabilidad que ésta tenía en ese momento en el rostro. Expresión que por otra parte a él le pareció adorable.
La más adorable de todas las que había visto en ella. ¡Y mira que había visto diferentes gestos o expresiones pese al poco tiempo en que la conocía!
Quizás tenía mucho que ver en el grado de adoración que sentía por ella en ese momento que, pese a que estaba algo despeinada, aún se notaban los esfuerzos por ayudarle lo más rápido posible en el parto y los últimos coletazos del amreo que había sufrido y sobre todo, a que estaba sucia y manchada de sangre en una de sus mejillas y en el vestido estaba bellísima.
Tan guapa que lo que más le apetecía en ese momento era besarla de manera suave y romántica para celebrar de esa manera tan especial el primer hijo que ambos habían traído juntos al mundo.
No obstante, se contuvo.
No eran lugar ni momentos por muy celestial y divina que pareciese.
¿Divina?
¿Celestial?
-          Llámale Ángel – dijo, sin dejar de observar el perfil de Sarah, completamente embelesado con el rostro de su “prima”
-          ¿Ángel? – preguntó Sarah Matthews dubitativa. - ¿Por qué? – añadió.
-          Porque es un nombre bonito y va muy acorde con un bebé recién nacido – explicó mirando al matrimonio. – Y porque una vez no hace mucho tuve la suerte de conocer a uno – añadió, mirando nuevamente al perfil de Sarah; quien por alusiones enrojeció ligeramente.
-          Se llamará Ángel entonces – estableció la señora Matthews.
-          Esperaré con impaciencia este bautizo – dijo Henry sonriendo feliz, frotándose las palmas de las manos.
-          Esperaréis – corrigió Butch. – Acabáis de ser seleccionados como los padrinos de esta maravillosa criatura – les anunció.
Henry y Sarah se miraron el uno al otro sin saber muy bien qué decir al respecto. Y por tanto, acabaron asintiendo al unísono.
-          Estaremos encantados – corroboró Henry, elegido portavoz  del dúo de forma autoritaria. – Pero hasta que eso suceda y sintiendo mucho separarme de mi futuro ahijado recién nacido y conocido tengo que trabajo que hacer y combates que ganar – añadió, recogiendo las cosas de su maletín y recolocándose su bufanda tras despedirse del matrimonio y del bebé con un beso para cada uno antes de abrirle puerta; seguido en todo momento por Sarah Parker, quien repitió las acciones.
-          Henry – le dijo Butch, provocando que el dúo de médicos se detuviera en la puerta. – Hacéis muy buen equipo Sarah Segismunda y tú – añadió, dando su aprobación y satisfacción con el trabajo realizado en el séptimo parto de su esposa.
-          Sí que lo hacemos, sí – repitió Henry mientras limpiaba los restos de sangre de la mejilla de Sarah con mimo y ternura; aún más enamorado de esa mujer, si eso era posible


[1] Foneidoscopio: Foneidoscopio, fonendoscopio o estetoscopio, es un instrumento médico inventado y patentado en Francia por el médico René Theophilé Hyacinthe Laënnec en 1819.
Por las fechas, no es una licencia literaria de la autora.
[2] Isla de los Perros: Antigua isla del este de Londres que está rodeadas por tres de sus lados por el río Támesis, parte del distrito de Tower Hamlets londinense y parte de los Docklands. Se drenó por primera vez en el siglo XIII pero se abandonó en el siglo XV tras una inundación. Se redrenó en el siglo XVIII de mano de los holandeses. No obstante, la urbanización de esta pantanosa zona se produjo en el siglo XIX con la ubicación en la misma de la West India Docks en 1802.
Con respecto a tan peculiar y original nombre que se registró de manera oficial en 1588, hay varias teorías:
-          Hay quienes dicen que es una confusión y mala transcripción del nombre de Isla de los Patos (Ducks en vez del actual Docks)
-          Otros le dan su autoría a los holandeses que redrenaron la zona.
-          La presencia de Gibbets  (horcas, forma de dar muerte a los “perros”) en esta orilla del río, justo frente  a Greenwich
-          A un agricultor llamado Brache, quien mantenía allí a sus perros de caza.
-          Al rey Enrique VIII quien mantenía a sus ciervos en el parque de Greenwich, justo enfrente siendo esta zona por tanto la destinada para los perros de caza encargados de cazarlos.
A día de hoy, aún no están claros esos orígenes.
[3] Parsonage Street: Una de las calles de la Isla de los Perros situada en el distrito de Tower Hamlets que está situada en la misma manzana que la Iglesia de Christ and St John, apenas a cinco minutos caminando
[4]  Stattondale Street: Una de las calles de la Isla de los Perros situada en el distrito de Tower Hamlets. Debemos remontarnos al año 1802 para encontrar los primeros permisos de construcción en la zona. No obstante la mayor parte de la superficie desarrollada se extendía entre la parte oriental de Ferry Road y la parte trasera de las casas de Stattondale, donde Galbraith, Plevna, Castalia y Atsworth Street se establecieron.
[5] Mudchute Park: Parque localizado en el sur de la Isla de los Perros de Londres.  Su nombre significa literalmente “tobogán de barro” y ya aparece recogido como tal en el testamento del ingeniero que estaba construyendo un muelle que evitara el desbordamiento del río Támesis en la zona.
Dicha excavación y obra conllevó el traslado de una enorme cantidad de tierra y cieno procedente de los canales cercanos utilizando cursos de agua artificiales como método de transporte donde al final del mismo, se depositaba el rico lodo del río formando una montaña de tierra fértil similar a un tobogán.
Desde ese momento, el área se estableció como hábitat de vida silvestre y zona de juegos para niños.
[6] Parapeto: Elemento arquitectónico de protección para evitar caídas al vacío de personas, animales u objetos de un balcón o terraza. Pueden construirse en: piedra artificial o natural (balaustradas), mampostería u hormigón armado, metal (barandillas) o madera.
[7] Cuento popular inglés que dice lo siguiente: Un día un entusiasta explorador iba caminando por la selva cuando se encontró con un elefante después de mucho rato caminando. El elefante estaba sentado absolutamente quieto y silencioso. El explorador lo miró pero el elefante no se movió y por ello continuó con su camino. Muchas millas después el explorador se encontró con otro elefante que estaba de espaldas a él pero en la misma posición que el anterior. El explorador estaba tan sorprendido por esto que les preguntó a gritos: - ¿Qué estáis haciendo? - . A lo que él elefante respondió: - ¡Shhh! No nos molestes. ¡Estamos jugando a ser sujetadores de libros! -
[8] Cuento popular inglés que dice lo siguiente: Un día la gallinita rubia vio un grano de trigo y dijo: - Topo, toma el grano de trigo y plántalo en la tierra - /No puedo, me duele el codo respondió el topo. Y la gallinita rubia plantó el grano en la tierra ella. La gallinita vio una espiga de trigo en el patio y le dijo a la paloma: - Paloma, coge la espiga y ve al molino -/No puedo, me duele el ala, respondió la paloma. Y la gallina cogió la espiga al molino y fue ella quien la llevó al molino. Otro día, la gallinita rubia vio la harina en el patio y le dijo al pato: - Pato, coge la harina, amada el pan y mételo en el horno -/No puedo, me duele la pata, respondió el pato. Y la gallinita rubia, cogió la harina, amasó el pan y la metió en el horno.  La gallinita vio a los tres animales y dijo: Topo mira mi pan, pero como te duele el codo no comes. Paloma mira mi pan, pero como te duele el ala no comes y pato, mira mi pan pero como te duele la pata, tú no comes. ¿Por qué? Porque había sido la gallinita rubia quien había plantó el grano de trigo en la tierra, quien había cogido la espiga de trigo y la había llevado al molino y cogió la harina, amasó el pan y lo metió en el horno; solo la gallinita rubia y sus pollitos comieron lo que había preparado.
[9] Jules Germain François Maisonneuve: (1809-1897) Fue un cirujano francés, conocido por ser el primer cirujano que describió el papel de la rotación externa en las fracturas de tobillo. Así mismo, la fractura de Maissoneuve que lleva su nombre epónimo, describe una lesión específica del peroné.
N. Aut: Es una licencia artística porque aunque descubrió esta fractura en su juventud, sus resultados no se vieron publicados y divulgados hasta 1840
[10] La férula de Maisonneuve es un tipo específico hecho en tela y enyesada para la sujeción del muslo, pierna y pie en un número de dos: una posterior para la pierna, el muslo y la planta del pie y otra lateral que recorre el miembro y pasa por debajo del pie a modo de estribo.

Capítulo XVIII Amor a golpes


CAPÍTULO XIX
La imagen pública de Henry Harper
-          En lugar de decir que me muevo continuamente por el ring aunque pego  corta distancia, en tus artículos debes escribir que mezclo los estilos de los dos tipos de boxeo existente; es decir el del fajador[1] y del estilista[2] – dijo Henry. Ahí, Henry  detuvo la caminata de ambos por Saint James Park, pues ambos caminaban con los codos entrelazados (y habían salido aprovechando que hacía buen tiempo y sorprendentemente todavía no se había producido la primera nevada del año) para mirar de manera disuasoria y con los ojos entrecerrados a Sarah, antes de advertirle, diciéndole: - No te atrevas a reírte del nombre – añadió. – Y por favor ¡deja de decir que le golpeo con puños! – exclamó, horrorizado por su falta de conocimiento de vocabulario pugilístico. – Llámalo hook[3] o simplemente, gancho pero no puño, por Dios – concluyó.
-          Toda esta retahíla de nombres técnicos y lecciones magistrales de boxeo están muy bien – le interrumpió Sarah enfurruñada y bastante avergonzada al descubrir con estas charlas matutinas lo poco que se había documentado en el boxeo. – Pero… ¿cuándo voy a poder aplicarla en mis artículos si tú ya no peleas? – le preguntó. - ¿Por qué ya no peleas? – quiso saber, contrariada.
-          ¡Pero yo sí que peleo! – exclamó él, defendiéndose.
-          No desde hace tiempo – rebatió ella. – Sé que dependes de la organización de los combates de Albert pero… ¿no podías meterle un poco de prisa? – le pidió, con cara de lástima. -  Quizás para ti el dinero no sea importante porque eres noble pero para mí es vital para poder pagar el alquiler de miss Anchor y vivir ¿sabes? – le preguntó. – Y no puedo vivir mínimamente bien si no trabajo, lamentablemente mi trabajo está ligado a tu persona, así que si tú no peleas, yo no trabajo y si yo no trabajo no cobro sueldo y si no cobro sueldo de seguido me despiden, vuelvo al umbral de mi pobreza y me despedirán con bastante probabilidad así que ¡pelea ya! – ordenó, gruñendo.
-          Ya te he dicho que continuo peleando – explicó él haciendo caso omiso a las palabras suplicantes de Sarah. – Y de hecho, no hace tanto de mi último combate - añadió.  – Combate que se produjo el día del baile de los Richfull – concluyó, satisfecho y conocedor de que esta revelación le causaría una sorpresa mayúscula.
-          ¿Qué? – preguntó ella, siendo ahora la responsable de la detención del paseo mientras echaba cálculos mentales. – Pero… pero… pero… - tartamudeó hasta que le salieron las cuentas: Henry peleó hacía cinco días. – Pero… eso es imposible – consiguió decir finalmente con un hilo de voz. – Yo no estuve allí – explicó, elevando la mirada hacia él para que comprobase lo furiosa que estaba.
-          ¿Recuerdas que te dije que tenía cosas que hacer? – le preguntó. – Pues esa era mi tarea de esa noche, no la seducción de algunas de las mujeres que se me insinuaron como te hice creer – añadió.
-          Eres… eres… eres… - volvió a tartamudear, mirándole de manera aún más furibunda y apretando tanto los dientes hasta que le dolieron.
-          Un impresentable, un liante y un mentiroso – concluyó. – Lo sé – añadió con petulancia. – No es nada que no me hayan dicho antes – concluyó, guiñándole un ojo y provocando que emitiese un pequeño gritito con el que manifestó de manera sonora su enfado.
-          ¿Has incluido en tu acertada descripción la palabra egoísta? – le preguntó con ironía. – Porque creo que ese adjetivo también es perfectamente aplicable a ti – bufó. - ¿Es que no has escuchado lo de que necesito el dinero? – le preguntó.
-          Con total claridad – aseguró él. – En mi defensa debo decir que éste era un combate privado y que como puedes comprobar, gracias a tu ausencia allí estoy incólume y sin un rasguño – explicó. – Así que puedes ahorrarte tu preocupación hacia mí – añadió mordaz. – Además ¡el combate tampoco duró tanto! – exclamó. – A los pocos minutos yacía en la lona del ring gracias al jab[4] que le asesté – explicó
-          Egoísta – refunfuñó ella, cruzándose de brazos.
-          ¿Egoísta yo? – le preguntó, fingiendo estar ofendido. – Si yo soy un egoísta, tú eres una consumista – la insultó. - ¡Solo pensando en el dinero! – exclamó.
-          Claro, ¡como tú ya atienes tu asignación mensual solo por ser noble…! – dejó caer. - ¡A los demás que nos zurzan! – añadió, esta vez sin disimular su enfado.
“¿Asignación mensual?” se preguntó con una sonrisa a medias. “¡Si tú supieras…!” añadió para sí.
-          Te sorprenderá saber querida prima Simeona que la mayor parte de mis ingresos provienen del boxeo, no de mi asignación mensual – se limitó a explicar.
-          ¿Ah sí? – le preguntó ella burlona. – Y ¿qué tan rentable es el boxeo como para que vivas de manera holgada gracias a él? – añadió, con los brazos en jarras.
-          Rentable en el sentido a que solo gracias al dinero de las apuestas gano al menos treinta libras fijas por combate – explicó.
Sarah se quedó boquiabierta ante esta revelación.
“Knock Out”[5] pensó bastante orgulloso Henry.
-          ¿T…tt…ttt…trrr…ttrrree….tttrrreeeeinnn…? – tartamudeó, aunque intentó de todas las maneras posibles que el descubrimiento de la pequeñas fortuna que ganaba por combate no se reflejase ni en la expresión de su rostro ni en su voz; fracasando obviamente. – Treinta – consiguió decir finalmente de forma muy parecida a la tos de una persona que fumaba. - ¿Treinta libras fijas? – preguntó finalmente con un tono de sorpresa y estupefacción bastante latente.
-          ¿Sorprendida eh? – se regodeó. – Te dije que deberías apostar más a menudo, no sabes el negocio tan rentable que puede llegar a ser -  concluyó.
“¡Desde luego que sí!” exclamó ella con rotundidad.
Y a partir del próximo combate lo haría porque unos ingresos extras nunca venían mal. Máxime cuando gracias a esta otra segunda actividad podía ganar mucho más dinero que su sueldo habitual le proporcionaba.
Sarah no sabía a ciencia cierta cuánto era el tiempo exacto que Henry llevaba peleando pero… echando cuentas… (algo en lo que era una alumna aventajada y tardía, gracias a las lecciones de matemáticas que Christian le había impartido) si solía tener más de un combate por semana, un mes tenía cuatro semanas y un año tenía cincuenta y dos semanas…
“¡Madre de Dios!” exclamó, con los ojos fuera de las órbitas. “¡La fortuna de Henry era superior a la de los Crawford!” añadió. “¡Mayor incluso que la del rey!” añadió, incapaz de creerlo.
De forma repentina le entraron unas ganas increíbles de visitar su más que lujosa mansión…
-          Desde luego es mucho más que lo que te paga tu querido Christian por trabajar en el periódico como cronista de boxeo ¿no? – le preguntó, sacándola de sus ensimismamiento y continuando con el regodeo hacia su persona.
-          Hablando de boxeo… - dijo ella. - ¿Por qué no hay mujeres boxeadoras? – le preguntó ella curiosa e ignorante en el tema.
-          Porque no hay ropa adecuada y adaptada para vosotras en este deporte y por tanto tendríais que luchar con calzones y el pecho descubierto – explicó él, inventándoselo sobre la marcha dado que ignoraba la respuesta a esa pregunta.
-          ¿Y? – preguntó ella sin entender. – Estoy segura de que Albert estaría más que encantado de que eso sucediera – añadió.
-          Albert sí, los hombres también… pero dudo mucho de que a las mujeres os hiciera mucha gracia – explicó. – Es más, creo que serían muy pocas las que aceptarían participar en este tipo de combates precisamente por eso – añadió.
-          Yo creo que si le buscaran una solución intermedia, con gusto habría mujeres que serían boxeadoras – opinó Sarah. – Vosotros imitáis a los gladiadores y ya hubo gladiadoras[6] en la antigüedad así que solo sería dar un paso más – añadió. – Además, hay mujeres que sí que saben cómo golpear con contundencia – incidió. – Mira tu hermana – apostilló intencionadamente para ganarse du favor.
-          ¿Adónde pretendes llegar con la recomendación de este tema de forma tan “inocente”? – preguntó con suspicacia. – Porque pese a que no te conozco desde hace mucho, dudo que hablar sobre gladiadoras responda a un afán de conocimiento repentino por tu parte sobre este tema, sobre todo cuando es obvio que te estaba aburriendo hasta la saciedad cuando te explicaba la terminología pugilística – le hizo saber.
-          Quiero pelear – anunció.
-          No – respondió él.
-          ¿No? – preguntó ella. - ¿Por qué no? – añadió, confusa y enfadada.
-          Porque eres una mujer – se limitó a responder en esta ocasión.
-          Soy perfectamente consciente de ello – rebatió ella. - ¿Y? – añadió.
-          Y dudo que tengas un afán exhibicionista tan desarrollado es bastante evidente lo incómoda que te sientes cuando la tela de tus corsés es inferior a la mitad de tus llaves del infierno – añadió, descendiendo su mirada a sus senos, por si no entendía bien el símil.
-          Pero… ¡necesito saber pelear! – protestó agitando los brazos y moviendo las faldas evidenciado su frustración.
-          Yo creo que no – añadió con ironía.
-          Necesito protección desde que hiciste desaparecer a Marc de mi lado – le acusó. - ¿Qué le has hecho? – exigió saber.
-          Yo no le he hecho o dicho nada – se defendió él. – A lo mejor has sido tú quien le ha espantado con tu desobediente comportamiento y rebelde actitud – le acusó.
-          ¿Desobediente yo? – preguntó realmente ofendida. - ¡Pero si soy un ángel! – exclamó. – Incluso tú mismo me llamaste así durante un tiempo – le recordó.
-          Pero por eso mismo, tú dices que soy desobediente y rebelde y con ellos dejas caer de forma no muy sutil que soy un peligro y un foco de atracción de problemas; sobre todo ahora que gracias a Dios se me ha borrado tu marca de posesión – dijo.
-          Si quieres te hago otra ahora mismo encantado – le interrumpió.
-          No gracias – dijo entre dientes, enfadada porque hubiera cortado su argumentación (aunque bien es cierto que una parte de sí misma quiso que se la hiciera de nuevo si ello conllevaba volver a ser besada por Henry) – Y además, dices que mi mera presencia en The Eye te distrae – le recordó. – Pues bien, piensa ¿no te preocuparás mil veces más por mí sabiendo que voy allí sola y que estoy indefensa ante el ataque de cualquier hombre más alto y fuerte que yo porque no sé defenderme? – le preguntó. - ¿Realmente quieres que eso caiga sobre tu conciencia? – añadió, causando el efecto deseado.
-          Joder… - masculló Henry entre dientes mientras maldecía y echaba pestes sobre la enorme y gigantesca figura de Marc; quien no había encontrado otro momento más oportuno para desaparecer que este.
En ese momento Sarah supo que había vencido pero por si acaso decidió darle un argumento más, favorable a su causa.
-           Míralo por el lado bueno; podrás enseñarme de forma práctica todas esas palabrejas que me defines de forma tan magistral como aburrida – Seguro que así ya no se me olvidarán – añadió.
-          Lo haré – pronunció un Henry derrotado mientras suspiraba de forma sonora.
-          ¿Cómo dices? – preguntó ella fingiendo no haber escuchado bien y saboreando su nueva victoria en el combate dialéctico.
-          Que lo haré – repitió más alto. – Y no me hagas volver a repetirlo porque sé de sobra que me has escuchado perfectamente – le advirtió, amenazante.
Pero Sarah no le pidió que se lo repitiera.
Llena de una energía desconocida e inmensamente feliz bien fuera por haber conseguido su objetivo o bien porque nuevamente había derrotado a Henry en una de sus agudas y mordaces charlas, recuperando con ello el honor perdido tras haber quedado como una boba al enterarse de su sueldo; Sarah se lo agradeció abalanzándose sobre un bastante más que sorprendido por el hecho Henry y le abrazó con fuerza.
Era tal la energía y el ímpetu que contenían ese abrazo que inevitablemente comenzaron a girar sin dejar de reír, sin saber ninguno muy bien el por qué.
De esta manera fue como se los encontró Christian Crawford; estupefacto por la visión.


Las apariencias engañan.
Las apariencias engañan.
La realidad supera a la ficción.
Ese fue el hilo de pensamientos de Christian Crawford cuando se encontró con semejante atípica visión antes sus ojos.
Sus peores temores se confirmaban con esta acción: Henry Harper se había adueñado y había pervertido tanto del carácter de su Sarah que a ésta ya no le importaba lo más mínimo realizar acciones como abrazar a un hombre en público cuando estaba terminantemente prohibido gracias a las estrictas normas de protocolo y que la gente pensase que era una cualquiera cuando comprobasen y se cerciorasen de que no llevaba anillo alguno en su dedo.
“Si tan solo hubiera llegado antes…” maldijo, tomándole una inquina especial a Saint James Park ese día.
En cualquier otro momento y bajo cualquier otra circunstancia Saint James Park era un lugar de Londres que le gustaba especialmente: era grande, estaba cuidado, podía respirarse aire puro y además, estaba cerca de su casa.
Sin embargo, las dimensiones del parque hoy se le habían hecho casi interminables y por ello, se había vuelto loco intentando dar con ellos por todos y cada uno de los rincones y parajes ocultos y secretos que dicho recinto ofrecía.
Se equivocó por completo cuando pensó que ambos ocultarían a ojos de los demás su ilícita relación. Sobre todo cuando se encontró con ellos frente a frente riendo y abrazados dando vueltas casi justo en la mitad del parque; a ojos de todos.
No supo qué le fastidió más: si  el estado de trance y felicidad en el que ambos se hallaban; el cual parecían restregar con ese comportamiento público casi libidinoso a todos los paseantes del aparque a esas horas o la complicidad de las miradas mientras lo hacían.
Unas miradas que reflejaban… ¿amor?
¿Estaban enamorados esos dos?
Imposible.
¡Pero si no podían ser más opuestos!
¿Qué demonios iba a hacer Sarah con un perdedor y un vago como era Henry?
¿Por qué alguien como Henry; que podía acostarse (y de hecho lo hacía) con cualquier mujer sin importarle su condición social (dado que todas estaban igual de dispuestas a abrir las piernas para él) iba a elegir de entre todas las componente del sexo femenino a alguien tan normal y corriente como Sarah Parker?
Daba lo mismo porque su historia de amor (incipiente esperaba) iba a acabar ahora mismo.
Él mismo iba a encargarse de ello.
Y por eso, no le importaría utilizar cualquier truco (por muy sucio, bajo o ruin que fuese) con tal de mantener la seguridad y la reputación de su amiga impoluta.
Dime con quién andas y te diré quién eres ¿no?
Pues ella no andaría con este…este perdedor.
-          ¡Sarah! – gritó furioso y echando espuma por la boca mientras se acercaba a ellos pisando de manera firme (así lo manifestaba el rastro de sus pisadas sobre la tierra) y con los puños apretados.
La mera mención de su nombre sirvió para que Sarah se ubicase en la realidad, parpadease varias veces, frenase el impulso de su carrera y con un suave toquecito en el hombro de Henry le pidió que detuviese sus giros y la depositase en el suelo.
Henry obedeció en silencio. No obstante, conocedor de que el número de vueltas había sido tanto y tan de seguido que probablemente se marearía ligeramente al apoyar los pies en el suelo y preocupado porque pudiera hacerse daño al intentar mantenerse erguida, la agarró de la cintura; evitando así cualquier tipo de daño.
Su intuición estuvo en lo correcto cuando Sarah tardó más de lo que acostumbraba en reconocer a quién pertenecía la voz que la había llamado a voces en Saint James. Eso solo podía significar que había estado ligeramente mareada porque en cuanto se recuperó y se mantuvo rígida, sugirió con un hilo de voz:
-          ¿Christian? - ¡Christian! – exclamó horrorizada y liberándose con manotazos del agarre de Henry. Un gesto que encantó a Christian, quien pensó que quizás no todo estaba tan perdido y que esto iba a resultarle mucho más fácil de lo que había pensado en un principio.
-          ¿Qué crees que estás haciendo? – le preguntó directamente a Henry; culpable e instigador sin duda de la situación, ignorando a Sarah deliberadamente.
-          Lo primero de todo educación Pitágoras – le dijo. – Buenos días para ti también – añadió con ironía. – Y respondiendo a tu pregunta, estoy caminando – concluyó, como si nada.
-          ¿Con mi amiga Sarah? – preguntó, con rin tintín.
-          Confieso que he descubierto recientemente tu amistad con Sarah – explicó. – Ella no me había dicho nada al respecto – añadió, guardando el secreto de su enamoramiento hacia él. – Aunque… muy buenos amigos no deberíais ser cuando me lo ocultó un detalle tan importante como ese ¿no crees? – le preguntó.
-          Opino exactamente lo mismo que tú – dijo, esbozando una sonrisa maliciosa en el rostro mientras asentía. - ¿Y vosotros? – preguntó. - ¿Cuál es vuestro grado de amistad? – quiso saber, intentando parecer desinteresado.
Henry miró a Sarah y dijo:
-          Nos estamos conociendo –
-          ¿Qué haces aquí Christian? – preguntó Sarah, confusa por su presencia allí y sobre por la temática que había escogido para la conversación.
-          Salvarte – respondió mirándola de manera furiosa; confundiéndola aún más. – O sea que aún no se lo has contado – añadió, mirando ahora a Henry.
-          ¿Contarme qué? – quiso saber Sarah.
-          Lo que debería haberte dicho para evitar crearte una imagen completamente equivocada de él – explicó. Sarah miró ceñuda primero a Henry y luego a Christian mientras un único pensamiento cruzaba por su cabeza: Henry estaba casado y con hijos y ella no había sido más que un divertimento y entretenimiento (besos incluidos) para una de sus crisis matrimoniales.
Envalentonado por la ausencia de reacción de Henry, Christian siguió hablando:
-          Te relacionas con muy malas compañías últimamente Sarah – le regañó. - ¿Sabes cómo se gana la vida aquí el señor? – le preguntó, manifestando en la palabra señor el asco que Henry le producía. Sarah iba a responderle pero Henry le agarró y apretó fuerte la muñeca, manifestando con esa acción que no debía responderle y que le dejase continuar; dado que parecía que era bastante lo que tenía que decir. – Es imposible que lo sepas dado que no se dedica a nada más que vaguear y perder el tiempo junto a Albert, el hijo de lord Chesterfield – respondió. – Dios los cría y ellos se juntan ¡Menudo par! – exclamó con desprecio. – Y dime Sarah ¿te ha contado tu amigo… - dijo poniendo especial énfasis en la última palabra - … que abandonó sus estudios universitarios de derecho sin haberlos concluido para alistarse en el ejército? – le preguntó.
Sarah negó con la cabeza y volvió la vista hacia Henry mientras las palabras de Christian resonaban de fondo y comenzaban a hacer mella en ella:
-          Como lo oyes Sarah, estás ante un iletrado por elección personal –
En ese momento, la expresión serena y amable de Sarah hacia él cambió. Henry no lo sabía pero si existía algo que molestase a Sarah por encima del resto de cosas en el mundo eran aquellas personas que abandonaban sus estudios por propia voluntad teniendo la posibilidad y la capacidad económica para completarlos. Con esto demostraban una falta de interés y un desprecio sobre el resto de personas; algunas como ella, que pese a que querían no podían desarrollarlos.
-          Pero aún hay más ¿verdad Henry? – le preguntó con una sonrisa. Una sonrisa que éste le devolvió. - ¿Sabías Sarah o te ha contado que una vez abandonados sus estudios y alistado en el ejército abandonó las filas casi recién iniciado, desertando y dedicando desde ese momento y hasta la finalización del conflicto su vida a no hacer otra cosa que beber, fornicar y viajar escondido porque le buscaban por traición de uno a otro país europeo? – añadió, con gesto victorioso.
La estupefacción e incredulidad de Sarah a medida que Christian abría la boca iban en aumento. Tanto que, inevitable e inconscientemente puso distancia entre ambos. El segundo motivo por el que lo hacía era para poder mirarle a los ojos e intentar escudriñar qué se escondía tras la pétrea expresión que tenía plantada en el rostro en ese momento. No consiguió desentrañar nada. Él continuaba impasible e incluso, podría decirse que ¿ausente?
-          Sin embargo, eso no es lo más destacable de todos los avatares vitales de Henry ¿verdad Henry? – volvió a preguntar burlón y atrayendo nuevamente la atención de Sarah en el monólogo de humillación que estaba interpretando. - ¿Sabías mi querida Sarah que Henry tiene un segundo nombre? – le preguntó. – Espera, mejor tenía – rectificó. Sarah negó nuevamente con la cabeza. Sin embargo, la adición de información fue tan rápida que apenas le dio tiempo a cambiar el movimiento de su cuello por el de la incomprensión. En consecuencia de lo mismo, tuvo un fuerte tirón en el cuello.
-          Como lo oyes Sarah, el segundo nombre de Henry era Honorius – anunció.  – Y digo era porque su padre, lord Harper se lo anuló una vez conocido los valientes y honrosos actos que protagonizó su hijo en el continente – agregó. – Además, también le dijo que era la vergüenza de la familia Harper y que era el único indigno de llevar ese apellido – apostilló. – Creo recordar que también te dijo que por tu culpa el honor familiar de los Harper había quedado empañado para todas las generaciones ¿verdad? – le preguntó fingiendo no saberlo cuando en realidad era plenamente conocedor de todo lo que le había sucedido. Henry volvió a asentir de forma apenas perceptible e ignorando las inmensas ganas que tenía de golpearle y romperle la mandíbula para que dejara de intentar humillarle públicamente. – Obviamente, tras semejante episodio de drama familiar, Henry fue expulsado Harper Mansion y desde entonces malvive en las calles de los bajos fondos londinenses sin oficio ni beneficio aprovechándose de su belleza para ejercer de puto de las nobles y mujeres acomodadas que no son felices en sus matrimonios y respectivas relaciones amorosas, lo cual le permite tener un estilo más o menos refinado – concluyó.
Ahí Sarah estuvo a punto de contradecirle y explicarle al menos cuál era uno de los principales ingresos monetarios de Henry; pues ella misma era testigo cada vez que asistía a uno de sus combates. Era luchador por tanto y no prostituto; si es que esa palabra existía. No obstante, cuando iba a hacerle y como en la ocasión anterior, Henry la detuvo con un apretón de su muñeca aún más fuerte que el anterior.
-          ¿Me he equivocado en algo? – le preguntó, satisfecho como nunca había estado antes por haber podido desquitarse. – Atrévete a contradecirme si puedes – le retó.
Y por primera vez, Henry abrió la boca en toda la conversación para responderle:
-          Te felicito Christian. Te conoces mejor mi vida que incluso yo mismo – Todo lo que has dicho es cierto – añadió y volvió su cabeza hacia Sarah para mirarle de manera amenazante y advertirle de manera silenciosa de que no dijera ni una sola palabra de lo que sabía.
Christian bufó por la respuesta que éste le había dado y odió aún más a Henry; ya que con solo una frase había sido capaz de dejarle en ridículo.
A Sarah no le gustaban las injusticias.
Era algo que tampoco podía soportar.
Y ahora mismo, su amigo Christian; del cual no le había gustado en absoluto la manera de tratar y comportarse con Henry había cometido una muy grande.
Además de que no era cierto y por ello rabiaba y clamaba mentalmente a Henry lanzándole miradas igual de duras que las que recibía por su parte para que la soltase y pudiera ejercer como su defensora. Por si no le quedaba suficientemente claro, se retorcía para intentar liberarse del grillete que tenía por muñeca para poder cantarle las cuarenta a Christian en ese sentido. Pero era en vano.
Se notaba a la perfección la diferencia de estatura y peso y sobre todo quién realizaba deporte con asiduidad, tanta que se había convertido en el campeón de los pesos medios de Gran Bretaña y quien no realizaba ningún tipo de actividad física diaria.
Fue uno de esos movimientos de liberación el que captó la atención de Christian quien; de inmediato se acercó a ellos con la clara intención de liberarla. No obstante, el mero amago de acercamiento hacia ambos provocó que éste la soltara, extendiera y elevara la mano en señal de rendición.
Poco tiempo duró la libertad de Sarah.
Apenas unos segundos.
El tiempo que transcurrió desde que Henry la soltara sin oponer resistencia; lo cual le sorprendió sobremanera, y que Christian la agarrase por encima del codo y comenzara a llevársela a rastras de allí maldiciendo, diciendo palabras malsonantes acerca de Henry y refunfuñando una y otra vez que lo hacía por su bien y que le había salvado de la perdición y de caer embaucada en las garras de Henry Harper, un ser odioso y para nada recomendable.
Por más oposición que intentó poner Sarah fue imposible liberarse de este nuevo agarre; nuevamente por los motivos reseñados. Y eso le fastidió sobremanera porque ni siquiera pudo despedirse de Henry como Dios y el protocolo mandaban y sobre todo, porque no le habían dado opción o margen a que se explicase.
Y ¡desde luego que tenía cosas que explicar!
Al menos a ella.
Llámese intuición, pálpito o presentimiento pero Sarah tenía la corazonada y por tanto, creía firmemente que Christian no decía completamente la verdad en este asunto, pese a que no hacía mucho tiempo que conocía a Henry Harper. Un Henry que podía ser un poco egocéntrico y creído (por motivos evidentes por otra parte) pero además era respetuoso, amable, atento y gracioso con ella. Le caía bien y no le había dado una mala impresión de inicio y solo por eso, Sarah quería saber qué era lo que él tenía que decir al respecto. Además de que había cosas de él que Christian desconocía, como lo del boxeo y que no malvivía; al contrario, poseía una pequeña fortuna.
Multitud de cuestiones venían a su mente mientras se alejaba cada vez más de él y no dejaba de mirar su bello y ausente de reacción rostro.
¿Por qué no se había defendido?
¿Por qué no le había contado su verdadera ocupación actual?
Y sobre todo ¿por qué dejaba creer a todos tener tan mala opinión y creencia de su persona cuando era obvio que se había reformado? ¿Se avergonzaba de sí mismo o de sus actitudes pasadas? ¿Qué fue realmente lo que le motivó a abandonar el ejército apenas empezó la contienda? ¿Se había prostituido para sobrevivir?
“Adiós Parker” se dijo mentalmente mientras la veía forcejear para intentar liberarse del agarre de Christian y alejarse a pasos agigantados de su posición.
Conociéndola como la conocía (aunque ella parecía no ser muy consciente de ello) estaba seguro de que tenía multitud de preguntas surcando por su mente ahora mismo. Todas provocadas y motivadas por la descripción tan acertada y cierta que Christian había hecho de su persona y unas preguntas de las que sólo él por ser el generador, debía ser el encargado de resolverle.
Era mejor así.
Él no era bueno para nadie.
¿Quién querría estar cerca de alguien o ser amigo de alguien a quien la necesidad le llevó a ejercer la prostitución como forma de supervivencia a riesgo bastante serio de perder la vida sino lo hacía? ¿Quién querría estar con un hombre marcado con el estigma psíquico y físico de ser la vergüenza de la familia o del ejército británico por salir en defensa de unas pobres muchachas europeas evitando con esto que fueran violadas aún riesgo de su propia integridad física como así había sido?
Nadie.
Le habían dicho en numerosas ocasiones que era un héroe por acciones como ésa. E incluso también cuando generaba la ilusión y la esperanza en aquellos pequeños niños a los que los padres colaban en los combates para que le vieran luchar pero él no se consideraba un héroe.
Al contrario, su padre y Christian tenían razón y era una escoria indigna y sin honor. Por eso, en cierto modo se alegraba de que por una vez Christian le hubiera vencido en algo y por fin, se hubiera desquitado con él.
Christian que se estaba llevando  a Shana de su vida para siempre.
Christian y Shawna. Silvana y Christian.
 Hacían muy buena pareja vistos desde la lejanía.
Pero por una vez ¡hubiera estado tan bien que alguien se acercase a él por su carácter y no por su físico!
¡Su maldito y no otorgado de forma voluntaria don de la belleza!
¡Pero lo que él quiso siempre fue ser normal!
¡Hubiera estado tan bien tener una amiga!
Henry, pese a estar triste sonrió ante las ironías de su vida.
Ahí fue cuando notó aún la mirada inquisitorial de Sarah sobre él y para tranquilizarla, la saludó de la manera y forma que ambos compartían y que parecía se había convertido en su saludo secreto: el saludo militar con dos dedos sobre el lateral de la frente. Un saludo secreto que nunca más realizaría para ella y por el cual, esta vez, lo realizó de manera aún más exagerada permitiéndole que fuera perfectamente consciente del gesto antes de girarse y emprender el camino de regreso a su hogar con el telón ambiental que le proporcionaron los primeros copos de nieve de ese invierno, que se manifestaban y en consecuencia manifestaban a su vez el estado anímico de tristeza de Henry.
“Quizá nos veamos en The Eye, Sarah” se despidió mentalmente por segunda vez como consuelo.
Tardó al menos diez segundos en ser consciente de lo que había dicho.
¡Se había acordado de su nombre por primera vez desde que la conoció!
Pero ¿cómo no iba a hacerlo si en ese momento se había dado cuenta de que estaba total, completa y absolutamente enamorado de Sarah Parker?


[1] Fajador: Boxeador que prioriza el combate el combate a corta distancia de su adversario y los intercambios de golpes.
[2] Estilista: Boxeador que privilegia el combate a corta distancia y el desplazamiento continuo sobre el ring
[3] Hook o gancho: Golpe lanzado con el brazo a la altura del hombro y el codo doblado. Es un ataque corto que trata de hacer contacto con la frente, la mandíbula, zona de las costillas o del hígado del oponente.
[4] Jab: Golpe recto al oponente con la mano proyectada a la altura del mentón.
[5] Knock Out o K.O: Derribar al oponente e incapacitarlo para reincorporarse a la pelea una vez terminada la cuenta de diez por el réferi. Éste otorga la victoria instantánea.
[6] Existen apenas unas pocas menciones a la existencia de las mujeres gladiadoras pero hallazgos escultóricos, epigráficos y arqueológicos confirmas su existencia además de la literatura y la legislación romana. Así se sane que existieron combates de mujeres gladiadoras en tiempos de Nerón y que Domiciano promovió este tipo de luchas pero que tanto Trajano como Septimio severo las prohibieron.
Con respecto a éste último cabe reseñar que el motivo por el cual prohibió este tipo de combates entre mujeres fue porque muchas veces éstas eran incluso aún más feroces que los propios hombres y hacían parecer y lucir como gatito indefensos a los soldados romanos gracias a que eran muy masculinas; dejando en ridículo y poniendo en cuestión la virilidad del ejército.
Con respecto a la sexualidad y el origen social de las gladiadoras hay multitud de teorías: se cree que eran prostitutas, amantes de gladiadores o mujeres esclavas obligadas a luchar. Incluso que eran lesbianas o transexuales.