jueves, 14 de marzo de 2013

Amor a golpes Capítulo III Primer golpe


CAPÍTULO III
Primer golpe

Cuando Henry abrió los ojos y descubrió quién era la persona que se había estado riendo de él (y que desde luego no era Edward) se quedó sin palabras.
Únicamente se dedicó a observarla con atención.
Justo enfrente, Sarah Parker ahogó un grito cuando él abrió los ojos.
“Azules” pensó, respondiendo a la pregunta que se había hecho a sí misma momentos antes.
Pero tampoco dijo nada: se dedicó a observarlo también.
En silencio fue como estuvieron durante un incómodo momento.
Hasta que ambos reaccionaron de la misma manera: dando un grito.
-          ¡Ahhh! –gritaron al unísono.
Además Henry le soltó el brazo. Hecho que provocó que Sarah diese un gran salto hacia atrás, alejándose de él lo más que pudo e impidiendo que la alcanzase de nuevo en el caso de que quisiera alargar el brazo nuevamente en su dirección.
-          ¿Quién eres? – le preguntó, con total claridad mientras se frotaba los ojos con fuerza y parpadeaba compulsivamente para cerciorarse de que la borrachera y efectos secundarios del cóctel explosivo que había “degustado” esta noche y para ver mejor y enfocar de forma más clara a la mujer desconocida que estaba frente a él.
Con este esto además, la sábana que le cubría el tronco superior del cuerpo  (y que hasta ahora se había mantenido más o menos sobre él) cayó, revelando con esto que a George no le había dado tiempo a vestirle adecuadamente.
-          ¡Ah! – volvió a gritar Sarah de manera ahogada mientras retrocedía horrorizada hasta tocar la pared con las manos a su espalda.
“¿Qué tipo de pijama usa George?” se preguntó enfadada mientras luchaba con todas sus fuerzas y los ojos apretados para no mirar en la dirección del desconocido semidesnudo.
-          ¿Quién eres? – volvió a preguntar él mientras maldijo en voz baja debido al intenso dolor de cabeza que sentía.
-          ¿Quién eres tú? – preguntó ella también abriendo los ojos y cruzándose de brazos como estrategia de autodefensa.
-          Touché querida – dijo él. – Es lógico que quieras saberlo – añadió.- Es más, tendrías que saberlo – le recordó. – Deberías – se corrigió inmediatamente. – Pero da la casualidad de que te lo pregunté primero así que es tu turno decirme dónde estoy – concluyó, mirando confundido a su alrededor, ya que no le sonaba nada el lugar.
-          ¿Ya no quieres saber cómo me llamo? – le preguntó ella haciéndose la ofendida.
-          Por supuesto que quiero saberlo – respondió el automáticamente. – Pero también dónde me encuentro – añadió. - ¿Dónde está Edward? – añadió.
-          ¿Edward? – preguntó ella sin entender y con la ceja enarcada.
-          Sí, Junior – respondió él. - ¿Dónde está? – le preguntó de nuevo.
Un encogimiento de hombros fue su respuesta, dado que no tenía ni idea de quién era ni dónde se encontraba en ese momento.
-          Creo que debería irme – dijo Henry levantándose de la camilla de un salto, quitándose la sábana que le cubría (y que revelaba que llevaba calzones) y con la firme intención de irse ante la falta de respuestas por parte de la joven.
“¿Irse?” se preguntó Sarah alarmada. “¿Ahora?” añadió, temerosa, “¡No!” exclamó con rotundidad. “No puede irse” concluyó.
Sarah taragó saliva ante la perspectiva de la marcha del desconocido. No por el doctor Phillips quien siempre se mostraba muy comprensivo con ella y al que le entusiasmaría la noticia de no encontrárselo allí pues significaba que no era nada grave y que estaba recuperado.
No.
El problema venía de la mano de la posible reacción del idiota y siempre enfadado con el mundo de George. Por él precisamente no podía irse y así se lo hizo saber:
-          ¡No! – exclamó, dando un salto hacia delante en su dirección. – No, no, no, no, no, no, no, no, no, no, no, no, no, - añadió negando con la cabeza y haciendo gestos de negación también con las manos. - ¡Ah! – volvió a gritar al darse cuenta de su cercanía al pecho desnudo  del desconocido  y saltando hacia atrás nuevamente antes de añadir con falso tono de tranquilidad: - No puedes irte –
-          ¡Desde luego que no puedo irme! – exclamó él, enfadado. - ¡Estoy desnudo! – añadió, exclamó tapándose los calzones con la sábana. - ¿Dónde está mi ropa? – exigió saber.
-          No lo sé – musitó ella agachando la cabeza.
-          ¿Quién demonios eres tú que no sabes nada? – le preguntó, enfadado.
“Ya está bien” pensó Sarah harta. “No voy a consentir ni a tolerar que siga menospreciándome” añadió, enfadada. “No después de haber sido yo quien le rescató” concluyó.
-          ¿Que quién soy? – le preguntó. - ¿Qué quién soy? – repitió alzando la voz. - ¡Pues soy la mujer que te ha salvado la vida esta noche! – exclamó, orgullosa.
“¿Qué?” se preguntó. “¿Salvarme la vida?” se preguntó. “¿Cómo que salvarme la vida?”  se preguntó bastante sorprendido.
-          Y ¿eso es impedimento para que me devuelvas la ropa? – le preguntó mordaz e irónico.
Sarah enrojeció por esta pregunta, no de vergüenza sino de furia.
“¡Ojalá supiera dónde te han escondido la ropa para que te marchases de aquí cuanto antes!” pensó enfadada.
-          ¿Y bien? – preguntó él, captando su atención. - ¿Vas a responderme de forma clara a alguna de las preguntas? – añadió. - ¿O al menos a mirarme mientras hablamos?  - concluyó, cruzándose de brazos.
Sarah quería, realmente quería mirarle a la cara mientras hablaban pues al fin y al cabo era una falta de educación no hacerlo.
Sin embargo, por más que quería no podía.
¿Por qué?
Fácil.
Estaba medio desnudo y a pecho descubierto.
Y ella nunca había visto a un hombre de esta guisa.
Ese era el motivo por el cual estaba avergonzada y se sentía cohibida. Además de que, por mucho que había intentado no fijarse, no había podido evitar fijarse en el atípico pecho e este desconocido.
Atípico en el buen sentido de la palabra, no en el de raro.
Es decir, no tenía tres pezones, senos abultados o alguna otra anomalía físicaque llamara la atención.
No.
Lo “raro” del torso de este hombre era que lo tenía completamente depilado.
Y eso no era muy normal y habitual entre los integrantes del sexo masculino.
Ella lo sabía no porque lo hubiese comprobado con sus propios ojos, sino por las conversaciones furtivas que había escuchado a Eden y al resto de las chicas de su bloque.
Además, aparte de estar depilado, el pecho de este hombre también destacaba porque estaba tatuado.
No completamente tatuado; pero sí con más de uno.
Concretamente tres.
1.      Una cruz celta con el palo vertical más largo que el horizontal con un anillo que rodea ambos extremos y grabada con entrelazados y diseños geométricos.
2.      Y dos oraciones a modo de brazaletes que rodeaban sus bíceps: en el derecho una cita célebre de Aristóteles “El hombre más poderoso es aquel que es dueño de sí mismo” (Cita con la que estaba bastante de acuerdo) y en el izquierdo: “El arte de amar se reduce a decir exactamente lo que el grado del momento de embriaguez lo requiera”. (Frase, con la cual obviamente no estaba tan de acuerdo y pro la que puso un evidente gesto de disgusto).

-          Adelante – le dijo él con tono burlón, sacándola de su ensimismamiento.
-          ¿Eh? – preguntó ella ya en el mundo real.
-          Adelante – le repitió él con voz tranquila. – Puedes mirar – añadió. – No entiendo por qué eres tan tímida ahora si al fin y al cabo nos hemos acostado esta noche – concluyó sonriendo satisfecho.
-          ¿Qué? – se preguntó Sarah indignada. - ¿Qué tú y yo…? – añadió, incapaz de terminar esa frase. - ¡No! – exclamó, negando con la cabeza.
-          ¿No? – preguntó, confuso y sorprendido. ¿A qué te refieres entonces con salvarme la vida? – añadió.
-          ¡A traerte aquí! – exclamó señalando la consulta del doctor Phillips.
-          ¿Dónde es aquí? – preguntó mirando a su alrededor. -¿Quién eres? – preguntó otra vez. - ¿Por qué estoy medio desnudo y te niegas a devolverme la ropa? – quiso saber. – Y sobre todo ¿dónde está Edward? ¡Voy a matar al maldito duendecillo del demonio! – gruñó entre dientes.
-          ¿Podrías…? – inició levantando el dedo índice. - ¿centrarte en un único tema de conversación? – concluyó. – Por favor – le pidió. – Es bastante frustrante y difícil para mí intentar seguirte con tantos giros de conversación – explicó.
-          Está bien – dijo él, levantando las manos en señal de rendición.
-          Y no… no hagas ningún movimiento que me muestre más carne de la necesaria de tu cuerpo – le advirtió.
-          ¿Mi pecho? – preguntó llevándose la mano precisamente a esa parte de su anatomía. - ¿Qué pasa con mi pecho? – preguntó frunciendo el entrecejo y ofendido.
Aunque pronto comprendió el punto de vista de la mujer en la situación: estaba incómoda y avergonzada.
“Te pongo nerviosa” pensó sonriente y satisfecho. “Muy bien, puede que tu tengas todas respuestas que necesito esta noche, pero yo también puedo jugar y divertirme” añadió.
-          Además ¿qué harás? – Ante su cara de desconcierto, añadió: - ¿Qué harás si me niego a cumplir tu segunda petición? – le preguntó con tono burlón.
-          Que hablaré contigo dándote la espalda -  respondió.
-          ¡Qué cruel! – dijo él con sarcasmo.
-          Lo sé – respondió ella satisfecha y orgullosa sin haber captado el sarcasmo.
-          Eres mala – volvió a hablar él en el mismo tono, provocando que la sonrisa de orgullo de ella se ensanchara. - ¡Mira cómo tiemblo! – añadió nuevamente sarcástico mientras sacudía el cuerpo de forma leve; provocando que la sábana cayese al suelo nuevamente.
-          ¡Te has estado burlando de mí! – exclamó acercándose a él mientras le señalaba con el dedo índice para echarle un buen rapapolvo sobre la educación. Sin embargo, en cuanto se dio cuenta del estado de semidesnudez del desconocido , frenó en seco su acercamiento y justo como dijo, le dio la espalda y se cruzó de brazos.
-          No me has dejado terminar – dijo ella con suficiencia. – Te daré la espalda y me marcharé de aquí dejándote solo con las ganas de saber las respuestas a tus preguntas – le informó, dirigiéndose hacia la salida de forma altiva.
-          ¡No! – exclamó él con la mano extendida para detenerla – No, no, no, no, no, no, no, no, no, no y no – añadió. – No te vayas ¡Por favor! – le pidió con tono lastimero. – Está bien – cedió, levantando las manos nuevamente en señal de rendición. – Lo haremos a tu manera – le informó. - ¿Nada de pecho descubierto? – le preguntó. – Pues nada  de pecho descubierto – se respondió y volvió a coger la sábana que estaba en el suelo y la envolvió alrededor de su cuerpo como si de una túnica se tratara.
Mientras Sarah observaba aún en la puerta y por el rabillo del ojo  cómo el desconocido acataba sus órdenes sin rechistar.
-          ¡Hala! – exclamó, sacudiendo las manos como si las tuviera llenas de polvo. – Ya puedes darte la vuelta y mirar porque no hay nada que ver – añadió.
Sarah se giró totalmente y comprobó cómo efectivamente é había cumplido con lo que le había pedido y no había nada en su pecho que la escandalizase, distrajese o atrajese a partes iguales.
Otra cosa eran sus calzones.
Demasiado cortos, apretados e insinuantes para su ignorante mente en esos aspectos. Pero claro, ella nunca había visto antes a un hombre en calzones así que no podía opinar al respecto. Por eso mismo decidió no concentrarse en ese detalle nimio ni en esa zona en particular de su anatomía porque si no, no hablarían nada esa noche.
Y ella quería conocer la identidad del hombre al que habían salvado la vida, pues también estaba ansiosa de respuestas. Acto seguido, agarró una de las sillas de la sala, la arrastró hasta situarla frente al hombre allí presente, se sentó y solo entonces le preguntó:
-          Muy bien ¿qué quieres saber? –
-          No nos hemos acostado esta noche – afirmó.
“Típico masculino” pensó con fastidio. “Preguntar primero por lo que pone en duda su hombría” añadió, bufando antes de negar con la cabeza.
-          Y no conoces a Edward – añadió Henry.
-          Aunque es un nombre muy común y corriente, no, no conozco a ningún Edward – respondió. De una manera tan sincera que esta vez la creyó.
-          ¿Dónde estamos? – preguntó algo asustado por la respuesta que podría proporcionarle.
-          En el Soho – le informó ella.
“¡Oh claro!” exclamó él sonriente. “En el Soho” se repitió. “Ahora está mucho más claro el motivo de por qué no quiere devolverme la ropa” añadió. “Mucho más claro…” dejó caer.
¿Cuál era ese motivo en opinión de Henry?
Su propia identidad.
No la de Henry Harper; hijo lord Edward Harper; marqués de Harper.
La otra.
La de Skin HH Skull, el boxeador invencible y más famoso de todo Londres. Luchador que participaba de forma exclusiva en peleas organizadas en el Soho.
Barrio donde tenía docenas de seguidores… y seguidoras.
Unas seguidoras muy acérrimas en ocasiones demasiado exaltadas con él, llegando incluso algunas al punto de la obsesión hacia su persona.
Este parecía ser el caso de esta desconocida; quien al parecer era una seguidora suya con tendencias fetichistas.
“Podría ser peor” se consoló mentalmente. “Podría haber estado obsesionada físicamente conmigo” añadió. “Y eso sí que hubiera sido difícil de sobrellevar”. Volvió a mirarla y sonrió. “Pues no tiene pinta de fetichista” concluyó.
-          ¿De qué te ríes? – quiso saber ella frunciendo el entrecejo.
-          Creía que solo yo podía plantear las preguntas – dejó caer él.
-          Esto es una conversación, señor – explicó, señalando lo obvio. – Y en una conversación la interacción entre todos los participantes es básica para que funciones y se denomine como tal – añadió con un mohín.
-          Así que estamos en el Soho – repitió asintiendo, dándole la razón.
-          Sí – repitió ella, algo cansada de tener que decirle las cosas varias veces para que las entendiese porque estaba borracho. – En la consulta del doctor Phillips – explicó.
-          ¿En la consulta del doctor Phillips? – preguntó a voces, alarmado. - ¿Qué demonios hacemos en la consulta del doctor Phillips? – repitió, poniéndose en pie de un salto.
-          Hasta hace un momento tú dormías y yo te velaba el sueño – respondió ella. – Ahora charlar – añadió, por si no había quedado suficientemente claro. – Charlar y esperar – apostilló entre dientes, quejándose por la tardanza de los hombres.
No es que le estuviera resultando un fastidio estar con el desconocido en tan reducido espacio. El problema era que éste le resultaba demasiado atractivo y por tanto, la ponía muy nerviosa y temía quedar como una estúpida ante él. Además, sería la única y última vez que se verían y por tanto, no deseaba de ninguna de las maneras causarle una mala impresión.
-          ¿Por qué estaba dormido aquí? – preguntó, sentándose sobre la camilla.
-          Porque te salvé la vida – repitió; suspirando.
-          Explícame mejor eso – le pidió. – Si no te has acostado conmigo ¿cómo dices entonces que me salvaste la vida? – preguntó, sin entender.
-          ¿Qué pasa? – preguntó. - ¿Qué para salvarte la vida es obligatorio acostarse contigo? – preguntó, irritada por la petulancia y el inmenso ego de este hombre.
-          Sí – respondió él ligeramente desconcertado por la reacción de ella ante esa respuesta. – Normalmente eso es lo que me devuelve la vida – añadió, omitiendo a propósito las circunstancias en las que el sexo era el revulsivo y el reconstituyente de su monótona vida.
-          Bueno, pues siento comunicarte que este no es el caso – explicó aún enfurruñada. – Te salvé la vida porque yo te he descubierto y te saqué de la calle – añadió. – Antes preguntabas quién era ¿no? – le preguntó. – Pues ¡ea! – exclamó con una palmada. – Ahí lo tienes. Yo soy la mujer que te sacó de la calle de Carlos II – concluyó.
-          ¿Tú? – le preguntó incrédulo.
-          ¡Yo! – exclamó rotunda. Y tras una breve pausa añadió en voz baja: - Con ayuda -.
-          ¿Cuánta ayuda? – le preguntó él mordiéndose el labio para no reírse.
-          Pues bastante – replicó orgullosa. – Ellos cargaron contigo y yo… -
-          ¿Ellos? – preguntó, interrumpiéndola.
-          Sí, ellos – asintió ella. – El doctor Phillips y el idiota de George, su ayudante – explicó.
-          Si ellos hicieron el trabajo pesado… ¿qué hiciste tú exactamente? – preguntó, curioso.
-          Pues algo muy importante – respondió ella en tono infantil. – Yo les alumbraba el camino – añadió.
-          ¡Oh sí! – exclamó él. – Muy importante – dejó caer mientras se reía (sin dolor de cabeza)
-          ¡Cállate! – le ordenó ella lanzándole un trapo sucio. – No estarías aquí si no me hubiese tropezado contigo – le recordó amenazándole con el dedo.
-          Así que… eres un ángel – le dijo.
-          ¡Oh sí! – exclamó ella con ironía. – Un querubín[1] – añadió. Mientras recordaba las clases de teología con el matrimonio Cross y cómo estos se burlaban de ella por no ser la única rubia de ojos claros y por tanto, no se parecía nada físicamente a los ángeles y no formaba parte del grupo de querubines e iría derecha al infierno.
-          ¿Un qué? – preguntó él frotándose la frente por el dolor de cabeza y el esfuerzo sobrehumano que le estaba costando seguir esta conversación.
-          Un querubín – repitió ella. - ¿Es que no fuiste a la escuela monacal? – le preguntó enfadada.
-          No – afirmó él, como si nada. – Teníamos un profesor particular de teología que venía a darnos clases a casa – le informó él con tono infantil y a punto de sacarle la lengua.
-          Profesor al que obviamente no prestaste mucha atención – apostilló ella como reproche.
-          No tanta como tú – rebatió él.
-          Así pasa luego – se quejó Sarah. – Mucho profesor particular y mucho dinero pero los nobles no prestan atención a nada y por eso salen tantos libertinos – añadió.
-          ¿Nobles? – preguntó él. - ¿Có…cómo sabes que soy noble? – le preguntó sorprendido. – Suponiendo que lo sea – añadió inmediatamente.
-          Lo primero señor es que no debéis olvidar que fui yo os descubrió y que por tanto, vi vuestras ropas y creedme que esa confección y riqueza de los hilos no son muy abundantes en el Soho londinense y segundo, acabáis de delataros a vos y a vuestra “hipotética” – dijo haciendo los gestos de comillas – pregunta – concluyó.
“¡Vaya!” exclamó sorprendido, “Inteligente” añadió. “Inteligente y hermosa” concluyó.
Porque si la señorita desconocida pensaba que él no se había fijado en ella mientras estaban hablando, se había equivocado.
Se había equivocado muchísimo además.
Por supuesto que se había fijado en ella.
Quizás fuese por su lustroso cabello liso que esa noche tenía ondulado por las puntas; fruto sin duda de un moño deshecho; el color marón verdoso de sus ojos, su nariz chata aunque fina salpicada con algunas pecas o su boca; cuyo labio inferior era muy carnoso y por tanto estaba hecho para ser besado y mordisqueado. No sabía, pero era hermosa.
Hermosa y deseable.
Tanto, que había tenido que hacer un gran esfuerzo para que, en el momento en que abrió los ojos y descubrió que la tenía agarrado por el codo (y completamente a su merced) no tumbarla bajo él y poseerla allí mismo en la camilla.
“No estás acostumbrado a la abstinencia” pensó.
-          ¿Qué haces? – preguntó ella borde.
-          Mirarte – le respondió con una sonrisa.
-          ¿Por algún motivo en particular? – le volvió a preguntar, tensa.
-          Para asegurarme de que no eres un querubín – aseguró.
-          ¿Y bien? – preguntó. - ¿Cuál es el veredicto? – añadió.
-          Tienes razón – confirmó él. – No eres un querubín – añadió.
-          Lo sabía – dijo ella triunfante. – Te lo dije – le advirtió.
-          Pero eso no es un impedimento para que seas un ángel – añadió.
-          ¿Eh? – preguntó desconcertada.
-          Sí, señorita desconocida – la señaló con el dedo. – Eres un ángel – añadió. – Eres mi ángel de la guarda y cómo te niegas a decirme tu nombre real… te llamaré Ángel – estableció.
“¿Ángel?” pensó con desagrado.
-           Yo no me llamo Ángel – dijo ella enfadada.
-          Me he dado cuenta por la expresión de tu rostro – respondió él, con una sonrisa.
-          No quiero que me llames Ángel – exigió. – No me gusta – recalcó.
-          Yo tampoco quiero hacerlo – aseguró, llevándose la mano al pecho. – Pero no me queda más remedio – añadió, condescendiente. Sarah le lanzó una mirada de furia y le gruñó, provocando que comenzase a reír a carcajadas.- Esto tiene una solución muy sencilla – anunció. – Dime cómo te llamas y dejaré de llamarte ángel – pidió.
-          No hasta que me lo digas tú primero – replicó ella de inmediato. - ¡Y no vale que me digas Doble H! – le advirtió, señalándole con el dedo.
-          ¿Doble H? – preguntó enarcando la ceja. Y entonces se acordó de que esa noche se había puesto su chaqueta favorita; la que llevaba bordada con hilos de plata las dos H bordadas. – Pero es así como me llaman mis amigos – explicó inocentemente.
-          Uno, yo no soy tu amiga. Dos, quiero saber qué nombre y apellido hay detrás de cada una de las haches y tres ¿para qué quieres saber tú mi nombre? – preguntó desconfiada y desconcertada.
-          Para agradecerte personalmente el que me hayas salvando la vida esta noche impidiendo que muriese de frío – explicó.
Sarah sintió remordimientos de la situación y se mordió el labio inferior mientras dudaba acerca de decírselo o no.
Al final, cedió y habló.
-          Sarah – dijo. – Sarah Parker – suspiró antes de decir por tercera vez  - Mi nombre es Sarah Parker. ¿Cuál es el vuestro? – le preguntó.
-          Puede llamarme Doble H – dijo él, sonriendo.
-          Eres… - dijo, poniéndose en pie. – Eres… - repitió, señalándole con dedo furiosa. – Un… ¡mentiroso y un embaucador! – exclamó, consiguiendo terminar la frase.
Henry rió e intentó ponerse de pie.
-          ¡Ah! – volvió a gritar de forma estrangulada. - ¿Qué haces? – le preguntó horrorizada. - ¡Quédate ahí! – exclamó señalándole la camilla.
-          ¿Qué demonio tienes en contra de que me mueva? – le preguntó él enfadado. – Para tu información ¡se me ha entumido el trasero! – exclamó.
-          Oh – dijo ella entendiendo. – Lo siento – añadió, agachando la cabeza.
-          Pero bueno, está bien – claudicó él. – Si no quieres que me mueva…acércate – le ordenó.
-          ¿Yo? – preguntó ella sorprendida.
-          No, la mujer que está detrás de ti – respondió sarcástico. - ¡por supuesto que tú! – exclamó. – Acércate – repitió.
Sarah obedeció y se sentó junto a él en la camilla.
-          Así que Sarah… - inició, sonriéndole. – Como la mujer de Abraham y la madre de Isaac – añadió suspirando e ignorando las ganas que sintió de besarla en ese instante.
-          Dijiste que no prestaste atención en las clases – murmuró ella mirándole a los ojos directamente y sintiendo el embrujo de sus ojos azules sobre ella.
“¿Por qué tiene que ser un desconocido tan sumamente atractivo?” se preguntó quejándose y enfadada.
-          Eso lo dijiste tú – rebatió él. – Además, que no me sepa de memoria la jerarquía de los ángeles no quiere decir que no sea un buen estudiante – añadió esbozando una sonrisa.
-          Te felicito Doble H – le dijo ella. – Eres un buen estudiante de la Biblia – añadió orgullosa de él.
-          Muchas gracias – respondió él. – Y hablando de gracias… muchas gracias por salvarme hoy, Susannah – le dijo.  – Sin tu intervención, probablemente estaría muerto hoy -.
-          Es Sarah – masculló ella entre dientes.
-          ¿Cómo? – preguntó él sin entender.
-          Que soy Sarah – repitió de la misma manera. - ¡Tanto empeño en saber mi nombre para que lo olvides a la primera de cambio! – protestó exasperada. – Debería haberte dicho uno falso – concluyó con los ojos entrecerrados. -  como tú, solo las iniciales – concluyó.
-          ¿No te llamé Sarah? – le preguntó él, extrañado.
-          ¡No! – gritó ella enfadada.
-          ¡Vaya! – exclamó tragando saliva y queriendo que se lo tragara la tierra. – Lo siento – añadió, mientras se rascaba la cabeza. – Lo siento – repitió. - ¡Dios! – exclamó. - ¡Soy fatal con los nombres! – exclamó, avergonzado. - ¿Me perdonas? – le preguntó, temeroso.
-          Sí – concedió ella a regañadientes.
-          ¡Gracias! – exclamó él, acortando la distancia que los separaba.
-          Eh, eh, eh – se alejó ella y poniendo la mano entre ambos como muralla que los separaba. – No se te ocurra acercarte ni un dedo más – le advirtió.
-          ¿Cómo quieres que te lo agradezca entonces como Dios manda? – le preguntó.
-          No hace falta – respondió ella distante. – Ya lo hiciste – explicó.
-          Como buen noble y caballero londinense, insisto – respondió.
-          ¡Está bien! – cedió. – Discúlpate y acabemos cuanto antes – gruñó.
“Ven cuanto antes doctor Phillips” rogó.
-          Gracias – dijo. – Muchas gracias – añadió.
Y se lo agradeció de la manera que solo él sabía hacerlo y que era la razón principal por la cual le había dado un montón de conversación intrascendente e insustancial y los había distraído a ambos: la besó.
Como estaba aún algo lejos de él, la atrajo en su dirección situando su mano situando su mano por detrás del cuello hasta que por fin los labios de ambos se rozaron y é, por fin pudo desquitarse  de su obsesión y saboreó su carnoso labio inferior.
Al principio ella gimió tensa e intentó zafarse de él debido a la sorpresa. Pero pronto se relajó y le devolvió el beso.
Beso que en este primer tanteo solo consistió en un leve roce de labios, permitiéndole a ella, por ser la que menos experiencia tenía en este contexto, que fuera la que marcase el ritmo, mantuviese el control y pusiera fin al mismo en cualquier momento.
Por este motivo, Henry solo profundizó el beso poco a poco e introdujo su lengua cuando ella entreabrió la boca ligeramente.
En ese momento, retiró la mano del cuello de su ángel y la situó en su cintura para mantenerla mucho más cerca de él mientras juntos exploraban sus bocas.
“Mmm…sabe bien” pensó feliz y satisfecho. “Sabe dulce” añadió. “Sabe a… ¿chocolate?” se preguntó, poniéndose rígido de inmediato.
En ese mismo instante fue Sarah quien notó el cambio de actitud de Doble H mientras se estaban besando.
Un momento.
“¿Besándose?” se preguntó horrorizada. “¿Ellos?” añadió. “¡Oh Dios mío!” exclamó mentalmente sorprendida por la reacción y respuesta que le había dado al beso, separándose de él de inmediato.
Como escasos momentos antes, cuando Henry descubrió que no era su hermano sino la mujer con la que acababa de besarse quien se estaba riendo de él, ninguno de los dos dijo nada y el silencio se apoderó nuevamente de la sala.
Hasta que Sarah decidió hacerlo.
-          ¿Qué te crees que estás haciendo? – le preguntó enfadadísima poniéndose en pie y poniéndose en pie, separándose de él y frotándose la boca con fuerza para limpiarse cualquier tipo de resto que pudiera quedarle, escupiendo varias veces en el cubo que había justo al lado de la camilla. - ¿Es que crees que porque soy del Soho tengo que ser una prostituta o una chica fácil ligera de cascos? – le echó en cara. - ¡De eso nada! – exclamó iracunda.
Lo que no sabía era con quién estaba más enfadad, si con ella misma o con él.
No debería haberse comportado así.
Ella no era así.
Además estaba enamorada. Corrección, muy enamorada.
De Christian Crawford. No de Doble H.
“Entonces ¿por qué he permitido que me besase?” se preguntó. “¡Estúpida!” se insultó. “¿Por qué demonios tiene que ser tan condenadamente atractivo?” volvió a preguntarse enfadada, mirándolo con furia asesina. “¡Doctor Phillips! ¡George!” los llamó de forma mental a voces. “¿Dónde estáis?” se preguntó nerviosa antes de continuar con su charla y bronca consigo misma acerca de la moralidad y el respeto hacia sí misma y las mujeres en general.
Al principio, Henry le prestó atención atentamente pero pronto tuvo que dejar de mirarla, ya que sus problemas parecía aumentar por momentos esa noche.
¿Estaban relacionados con el beso? Sin duda.
Si por él hubiera sido, hubiera pasado horas y horas besándola, ya que aunque apenas tenía experiencia en ese terreno (lo cual había notado al instante) el beso le había gustado tanto que estaba en la primera posición y había recibido la máxima puntuación en su escala de besos personal-
Hasta que notó su sabor.
No es que supiese mal, le oliese el aliento a rayos o algo por el estilo.
Todo lo contrario.
Sabía dulce y extremadamente bien.
Y ahí radicaba precisamente el problema.
Él no toleraba el dulce.
No le gustaba.
Le sentaba mal.
Por eso nunca tomaba azúcar con el café o en el té y siempre se marchaba de las bodas a la hora de comer la tarta-
Y ella. Ella ¡Maldita sea! Sabía a chocolate.
¡Chocolate!
¡A algo dulce!
Los retortijones y ruidos de su estómago (acompañados de un incipiente dolor de barriga) comenzaron a hacer acto de presencia.
Instintivamente, para calmarse se llevó la mano a su abdomen.
“Aguanta chico” pidió. “Sé valiente” añadió.
Pero no aguantó.
Y sus arcadas y náuseas se fueron haciendo más evidentes.
Viendo su estado de cabreo actual, decidió disculparse antes de causar un mal mayo en la situación,
-          No te lo tomes a mal porque me ha gustado mucho – le advirtió levantando el dedo índice.
-          ¿Cómo? – preguntó ella frunciendo el entrecejo sin entender ni una sola palabra de la última frase.
Y vio con horror cómo Doble H se inclinaba sobre el cubo donde antes había escupido ella y vomitaba todo el contenido líquido y sólido que almacenaba en su estómago.
Tapándose la nariz con una mano, la boca con la otra y con el hombre vomitando, así fue como el doctor Phillips y George se los encontraron.
-          Muy bien, muy bien Sarah – dijo el doctor Phillips asintiendo con satisfacción mientras sonreía de forma amplia. – Veo que has cumplido tu trabajo a la perfección – añadió.
A Sarah le volvió el color al rostro en cuanto los vio aparecer.
¡Incluso le dio el visto bueno a la entrada en escena del idiota, maleducado (pues ni siquiera le devolvió el saludo) mal hablado y seboso de George!
Ésta se apartó de Doble H y comenzó a seguir al doctor para conseguir algo más de información sobre lo ocurrido en el prostíbulo de Miss Naughty y sobre todo, para que le concediese el permiso para abandonar la infernal consulta del doctor Phillips; pudiendo marcharse de una buena vez y por todas a dormir.
Algo que necesitaba desesperadamente.
-          Y bien doctor ¿qué fue? – le prguntó.
-          Lindy tenía razón – le informó. Hubo una pelea con navajas en la entrada del local y hubo heridas muy feas y profundas – explicó limpiándose las gafas con el pañuelo.
“¿Una pelea?” se preguntó Henry mientras vomitaba. “¿Con navajas?” añadió. “¡La madre que te parió, Edward!” exclamó soltando otra gran bolsa de vómito.
-          Afortunadamente ninguno de los dos llevaba armas de fuego – añadió George, aliviado. – Eso sí que hubiera sido un problema – añadió. – Pero eso se ha acabado – apostilló sonriente. – Ambos implicados están ahora detenidos y bajo custodia de los ocho de Bow Street. Final feliz – concluyó.
Sarah le devolvió la sonrisa para intentar ganarse su simpatía y Henry se golpeó la frente con la palma de la mano:
“Edward… ¡eres un maldito idiota!” pensó. “Siempre dije que tus instintos sexuales te meterían en problemas” añadió mientras se secaba el sudor que el vómito le había producido con el antebrazo y suspiraba de alivio y agradecimiento al pensar que él estaría corriendo ahora mismo una suerte idéntica a la de su hermano sino hubiera sido porque Snia le encontró y le salvó.
Intentó mirar hacia ella nuevamente para agradecérselo de manera silenciosa pero en ese instante, un nuevo espasmo estomacal se lo impidió.
-          Ahora lo más grave está en esta consulta – dijo el doctor Phillips mirando hacia Henry.
-          Hablando de eso… - inició Sarah entre susurros. - ¿Yo podría? – volvió a preguntar señalando la puerta con la cabeza indicando que quería marcharse; aunque quedara como una cobarde y maleducada.
No quería pronunciar la frase entera en voz alta por si daba la casualidad de que Doble H la escuchase y exigiese que se despidiera de él como una señorita hace con un caballero; aunque fueran en tan extraordinarias y atípicas circunstancias.
Y ella no quería despedirse de él; dada su incómoda situación actual juntos.
Por otra parte, sospechaba que él no iba a dejarla marchar tan fácilmente con tantos asuntos pendientes e inconclusos entre ambos.
-          ¡Oh! – exclamó el doctor Phillips dándose cuenta de la situación y la petición silenciosa de Sarah.
Un asentimiento rotundo y lleno de agradecimiento fue la respuesta que le dio.
Sarah casi se golpea contra la mesa de utensilios del salto de alegría que dio, murmurando un lo siento por el estruendo que apunto había estado de causar antes de poco a poco y de puntillas; comenzó a abandonar la consulta.
Pero al llegar a la puerta de salida se detuvo y se giró para contemplar por última vez al hombre que le había dado su primer beso; el cual, por este mismo motivo, se haía gando un hueco en su corazón y en su memoria para siempre.
Un hombre al que jamás volvería a ver en su vida y que en ese mismo instante se encontraba vomitando. Un último recuerdo que por tanto, no sería muy agradable para ella.
Puso los ojos en blanco y un gesto de asco y desagrado apareció en su rostro.
Y pensar que solo un momento antes la había besado…
Unas manos sobre su cintura la devolvieron a la realidad. Sobre todo cuando la levantaron del suelo y la posaron justo al otro lado de la puerta; en la calle y le cerraron con ella en todas las narices.
Sarah, dio las gracias mentalmente al idiota de George; quien, por una vez en su vida había hecho algo útil y le había dado el empujoncito que necesitaba para marcharse de allí.
Ya que, ahora bajo el raciocinio de la objetividad y sobre todo gracias al aire helado de la fría noche de octubre en Orange Street le proporcionaba, tenía que admitir para sí misma que de no haberse producido este gesto por parte de George, ella hubiera seguido allí durante mucho tiempo más y Doble H hubiera terminado por descubrirla en plena huida.
“Buenas noches Doble H y hasta nunca” se despidió mentalmente de él antes de entrar en el bloque de apartamentos regentado por la señora Anchor situado en el número 40 de la calle anteriormente mencionada.



[1]  Querubín: Tipo de ángel; el segundo de los nueve coros o jerarquías angélicos. Se consideran los guardianes de la gloria de Dios y se les representa como un coro con carroza celestial y van siempre juntos.

6 comentarios:

  1. ya sabéis lo que pienso de los capítulo en exceso dialogados...

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  2. Pues me ha gustado mucho y ha conseguido tranquilizarme, que estaba de los nervios! Me ha gustado mucho el besi aunque si sabe a chocolate a Doble H solo le quedan dos opciones: que le acabe por gustar o se lo piense antes de besarla jaja las cinsecuencias pueden ser nefastas, pobre mujer!

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    1. tranqui, lo del chocolate es solo circunstancial de esa noche...
      Aunque le gusta el dulce, Sarah no se harta a comer "comida basura"...

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  3. jajaja, acabara gustandole el chocolate ¡seguro!

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  4. bueno my lady chin siento haber tardado tanto en leerte en esta ocasion q sabes q siempre te leo nada mas q sales pero como bien sabeis ambas ladies cle he estado malucha ayer de la espalda y tremendamente cansada porq no paro pero despues de esta aclaracion me predispongo pues a comentar el capi =)

    BUENO BUENO BUENO GRAN REACCION DE AMBOS DOS CUANDO EL SE HA DESPERTADO ME LA ESPERABA Y ME HA ENCANTADO PARECIAN KAJOL Y SRK CUANDO SE ENFADAN EN KUCH KUCH XD. DEBO DECIR Y SOLTAR UNA DE MIS DERIVACIONES Q CREO Q ESTA VEZ ESTA JUSTIFICADA Y OS IMPLICA A AMBAS LADIES CLE: A VER CHICAS Q ES ESA OBSESION X LA CUAL A VUESTROS PROTAS MASCULINOS LES ENCANTA EXHIBIRSE EN BOLAS O MEDIO EN BOLAS ES DECIR EN CALZONES XQ AQUI TAPARRABOS COMO Q NO AUNQ... NO LO DESCARTO DE UNA FIESTA SALVAJE Q ALGUNO ACABE EN TAPARRABOS (CASO JACKSON ME REMITO EN ERI ELLA SABE XQ... xD Y A TI CHIN A ESTE ME LO PONES EN CALZONES AJUSTAOS Q NO SE YO Q ES PEOR xD) LUEGO ME LLAMAIS HOTTTIE PERO CLAAARO A VER A MI ME PONEIS A ESTOS MACHOS MENES EN CIRCUNSTANCIAS MU SUGERENTES Y CLAARO MI IMAGINACION Q ES CASTA PURA E INOCENTE SE CORROMPE Y LUEGO PASA LO Q PASA Q SALEN COMENTARIOS SUBIDOS DE TONO Q NO SON PROPIOS DE LADIES xD
    luego el dialogo de besugos de los dos casi me da algo de la risa q me ha dado leyendolo xD ha sido en plan maria vas a misa no creia q ibas a misa pues vamons a misa jaja buenisimo
    mas cosas doble h chato a ver eres un pelin bruto y duro de mollera chato moceton a ver si saritisima te dice q ella no sabe nada de nada es porq no sabe nada de nada no te pongas pijotero xq te arreo un mamporro por mucho y muy q seas boxeador ee q te quede claro y otra cosa moceton: Q EMPEÑO EN Q SI OS HABEIS ACOSTAO A VER TO A SU TIEMPO ANSIOSO MAADRE MIA Q ANSIA TIES MACHO CHSS RELAJA RELAJA MACHOTE Q LLEGARA TRANQUI TRONCO DEJA Q ME RELAMAS COMO LA CONQUISTAS CHATO EEE Q VAYA TELA.
    y bueno creo q el spoiler era o bien el beso CON EL Q HE HECHO LA OLA CUANDO LO HE LEIDO Y SE ME HAN PUESTO LOS OJOS COMO PLATOS CUANDO LO HE LEIDO Y HE SOLTADO COMO NO UN PEAZO SUSPIRO EN PLAN AAAAIIISS COMO LOS Q SUELTO CON MI WILLY WILLY AAAIS MI HOMBRETON Q COMO ÑAM ÑAM ESTA MAADRE Q ME LO COMO (VES TU COMO ME DESVIO YO CON ESTE PEAZO HOMBRE) Y CREO Q VA A SER ESTE O BIEN ERA EL MOMENTO COÑO SOHO ¿YO PELEO EN EL SOHO Y LAS CHICAS SE PIRRAN POR MI? APUESTO POR EL BESAZO. y bueno saritisima eso de q no lo vas a ver ai tontina q si lo vas a ver mas veces q se ha quedado tonto cuando te ha visto jaja. creo q no se me olvida nada mas o si lo hago chin se encargara de decirmelo. he dicho

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    1. y como bn me ha recordado chin esta mañana nada mas recien levantarme me he olvidado del momento vomitona de doble h asi q aqui va mi rapapolvo: A VER CHATO ESO DE LA VOMITONA TE PASA UNO POR NO TOLERAR EL DULCE Y SER ALERGICO COSA COMPRENSIBLE Y OTRA POR SER UN BURRO Y BESTIA POR BEBER EN EXCESO Q NO HAY Q FIARSE DE LA GENTE POR MU HERMANITO CHICO Q TENGAS Y HAGA COCKTELES RIQUISIMOS A ESO SE LE DICE CACA ASI Q LA CULPA DEL MAL CUERPO Y LA VOMITONA LA TIENES TU Y MU MALA IMPRESION LE HAS CAUSADO A TU FUTURA CHURRI XQ CHATO NO NOS ENGAÑEMOS VA A SER TU CHURRI Q TE HACE TILIN TOLON Q MAJO ASI Q ALE

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