sábado, 6 de julio de 2013

Capítulo 3 De toda la vida: Presentación en sociedad


Presentación en sociedad
La primera vez que él me beso
Fue sobre estos dedos que ahora escriben
(…)
El segundo pasó más alto que su ancestro
Y buscó la frente, fallando a medias
(…)
Con santificadas dulzuras
Procedió el tercero
Sobre mis labios, presionándolos.
Elizabeth Barrett Browning (1806 – 1861)

Bien fuera porque era el primer baile tras la finalización del conflicto y la gente tenía ganas de festejar su victoria frente a los franceses,  bien porque el clima primaveral invitaba a ello, una combinación de ambas… o ninguna de las razones anteriormente expuestas y el motivo fuese un misterio… el hecho era que ese doce de abril de 1815; Aubrey Hall, la residencia de los marqueses de Aubrey acogió a la flor y nata de la sociedad británica.
De hecho, hacía mucho tiempo que un evento no acogía a tantos grandes, pequeños y medianos nobles, miembros del Parlamento y oficiales de distinta gradación del ejército (algunos de los cuales, como el anfitrión compartían las tres categorías. Por eso este baile hacía las delicias de las mujeres solteras en general y en especial de las debutantes de ese año y de sus madres, al acecho y la caza de un buen partido, sino del soltero más cotizado.
Dos serían las palabras que mejor describirían el futuro evento: nervios y expectación. Y las dos palabras expresaban los sentimientos de la marquesa de Aubrey esa noche.
No solo le había tocado iniciar la temporada ; con el estrés que eso reportaba de ya por sí a una vieja matrona sino que además debía someterse al escrutinio, críticas y opiniones personales durante el mismo.
Ella tenía buen gusto y lo sabía.
O al menos un buen gusto acorde a su edad: era joven, tenía 30 años.
Bien, quizás no era tan joven como una debutante (a las que casi doblaba la edad) pero sí joven para el título que ocupaba y desde luego sí que era más joven  que el resto de las grandes nobles de la sociedad; las cuales en su mayoría no hacían más que criticarla por la espalda al no considerarla lo suficientemente adecuada y preparada para el puesto social que ocupaba. El cual no debía olvidarse, era uno de los más importantes de la sociedad.
Suspiró.
Decidió no darle más vuelta al tema de las críticas. En su lugar, miró a su alrededor y… sonrió satisfecha y con aprobación ante lo que veía.
“Ha sido una buena idea el elegir los tonos crema para decorar la fiesta” pensó. “Conjuntará a la perfección con los vestidos de las debutantes” añadió.
Pero la marquesa de Aubrey no era la única que tenía esos sentimientos esa noche.
Una persona que también los compartía era Verónica Rossi.
Sabía que muchas personas la esperaban con impaciencia. Con suerte, quizás no eran tantas… aunque tampoco tenía por qué estar muy preocupada al respecto ya que a ella únicamente le importaban la opinión de sus amigas, los Gold; a quienes no querían dejar en ridículo y también, por qué negarse a reconocerlo… su antigua familia.
Sin embargo, gracias a la información proporcionada por Katherine escasa horas atrás esa misma tarde y especialmente gracias a la propaganda que tanto ella como lady Dunfield habían hecho de su llegada; le daba la impresión de que ese pequeño grupo de admiradores expectantes había multiplicado bastante su número.
Para colmo, estaba segura de que el estado que reinaría entre ellos sería la impaciencia. Y todo era por culpa de lord Dunfield; quien se había retrasado al quedarse preparando la estrategia para el enfrentamiento político del día siguiente en la sede Tory en el número 30 de Millbank.
Encima.
¡Encima!
Después de que ella había estado lista a la hora indicada (eso sí, después de mucho deliberar acerca de qué era lo más adecuado que debía ponerse en esta ocasión) e incluso había tenido que prescindir de lavarse la cabellera porque si lo hubiera hecho no le hubiese dado tiempo de estar lista tiempo; el anfitrión le hacía esta jugarreta,
Estaba segura de que lady Dunfield le echaría una buena reprimenda en cuanto tuviera la más mínima oportunidad en el transcurso del baile.
Esperaba, deseaba y rezaba que el vestido que había elegido la obnubilase y distrajese de tal manera que acabara de olvidarse por completo del asunto.
Justo lo que le había sucedido a su marido.
Boquiabierto y mudo se quedó desde que la vio descender las escaleras con dirección al vestíbulo de la casa.
Sin embargo, los nervios reales comenzaron a hacer acto de presencia en ella cuando ambos se encontraban en lo alto de la escalera de Aubrey Hall esperando a que el lacayo con librea anunciara sus nombres. Y por ello comenzó a temblar ligeramente y la velocidad a la que iban los latidos de su corazón se triplicó.
. Tranquila querida Verónica – le dijo lord Dunfield apretándole la mano. – Seguro que los deslumbrarás – añadió, para animarla e intentando calmarla.
“Eso espero” pensó Verónica. “Tengo que demostrarle a los Meadows el terrible error que cometieron” añadió. “Se arrepentirán” concluyó firme.
Lord Dunfiel no anduvo muy desencaminado, según pudo comprobar ella; ya que al verlos, el pergamino del lacayo se le cayó al suelo y cuando le dijo su nombre tras varios intentos fallidos de pronunciación y le sonrió, el señor se puso colorado.
“¿Se ha puesto rojo?” se preguntó una bastante sorprendida Verónica. “¿Rojo?” añadió, aún más incrédula y maravillada que antes. “¿Cómo es posible que alguien como él se ponga rojo por una de mis sonrisas amables?” quiso saber. “¡Él! ¡Que debería estar más que acostumbrado a ver desfilar a las mayores bellezas por delante de su persona para que las presentase!” exclamó. “Incomprensible!” concluyó, negando con la cabeza de forma imperceptible.
Le hubiese encantado preguntárselo personalmente en una conversación pero… no tuvo tiempo; ya que, justo cuando se disponía a hacerlo, él dio dos golpes en el suelo con su cayado bañado en oro, carraspeó y anunció con voz clara y firme:
-          ¡Lord Dunfield, duque de Dunfield y la señorita Verónica Rossi! -.
El lacayo volvió a dar dos golpes en el suelo, en señal de que se aceptaba su presencia en el salón y en la fiesta y, con la mano entrelazada en el codo del duque, juntos descendieron las escaleras.
En realidad no eran muchos los escalones (apenas ocho), pero sí los suficientes como para convertirse en el centro de atención y epicentro de murmullos de los asistentes; especialmente del sector femenino aunque con un escaso margen de ventaja sobre el masculino.
Mientras descendía las escalera en mitad de un silencio sepulcral y  a la vez que se infundía ánimos; Verónica fue consciente de de que todo el tiempo que había “malgastado” decidiendo acerca de qué iba a llevar en la fiesta, hecha un mar de dudas y sobre todo la elección final del actual vestido que vestía; todo ese tiempo, había merecido la pena.
Especialmente si tomaba como referencia las reacciones que observo con el rabillo del ojo: personas boquiabiertas (de ambos sexos) y hombres que vertían el contenido de sus copas o lo escupían directamente en ellas. Incluso le pareció escuchar a un par de caballeros murmurar las palabras “impresionante”; lo cual le hacía sonreír muy satisfecha.
“¿Impresionante?” se preguntó, escéptica. “Tampoco es para tanto” se respondió.
Lo cierto es que no entendía el revuelo que había causado su vestuario. A ella le gustaba pero…no era su favorito ni con mucho.
Al final, había decidido continuar con la idea de los hermanos Gold acerca de reintroducirla en sociedad. Por ello…¿cuál era el color de las debutantes?
El blanco, por supuesto.
Y efectivamente, ese fue el color escogido por ella.
Se vistió con el único vestido blanco que se había traído a Inglaterra y que solo se había puesto en otra ocasión anterior. Ocasión en la que ejerció de dama de honor en la boda de unos condes de la Provena, íntimos amigos de su tía Ludovica.
Era un vestido que estaba confeccionado en seda natural color blanco roto cuyos adornos estaban cosidos en hilos de plata. Las mangas que cubrían su brazo justo por debajo del codo eran de fina gasa transparente con tonalidades y reflejos azulados y remataban en volantes.
Esa misma fina gasa estaba presente en el inicio de la parte superior del vestido en forma de pequeñas conchas (de apenas un centímetro) para de inmediato ser sustituida por la seda de nuevo; aunque en este caso cubierto con un corsé, también bordado con hilos de plata y diamantes y adornado con motivos de anclas (y con ello homenajeaban a la familia de la novia; cuyos orígenes se remontaban a la mercaduría genovesa).
La falda de estilo rococó, también blanca era en realidad una superposición de cinco capas de telas (cancán incluido) coronadas por una sexta capa de seda que en este caso estaba decorada con flores de lis (homenajeando así a la familia del novio, de origen florentino). La homogeneidad de la seda se rompía justo en el centro del mismo porque descendiendo desde el corsé la gasa volvió a hacer acto de presencia, plisada llegando hasta los pies.
Por último, los zapatos también estaban forrados con la misma seda bordada en plata y diamantes y, al contrario que el resto de zapatos de baile; éstos tenían cinco centímetros de tacón.
El conjunto se completaba con unos pendientes de perlas en cascada, un camafeo engastado en una cinta de seda negra, pequeñas estrellas en cascada por su cabello suelto (para el cual no había tenido tiempo de que le hicieran un recogido sofisticado) y, el toque final y definitivo: el maquillaje. Entre los que destacaban sus labios pintados de carmín rojo.
Carmín rojo del que había sido manifiesta detractora ante su tía y al que consideraba como el color de las cortesanas y prostitutas y no el de chicas decentes… hasta que, movida por la curiosidad, decidió averiguar qué tal le quedaría a ella.
Desde entonces, modificó su opinión totalmente y de hecho, aprovechaba cualquier ocasión o evento al que asistir para pintárselos.
Pero ¿por qué le gustaba tanto?
Porque así conseguía atraer la atención sobre sus labios; sin duda la zona más débil y menos atractiva de su rostro.
Tenía unos labios finos, insuficientes para su nariz; de perfil claramente piamontés y, obviamente estos eran unos perdedores ante sus enormes y expresivos ojos marrones verdosos enmarcados por unas pestañas larguísimas y tupidas pestañas.
Sin embargo, todo eso cambiaba cuando se les aplicaba un toque de color rojo porque entonces aumentaban su volumen hasta alcanzar el tamaño justo que le daba simetría a su rostro.
“Pues no ha sido tan malo” pensó aliviada cuando ya había descendido las escaleras sin caerse por ellas. “Fue mucho peor cuando tía Ludovica me hizo presentarme en sociedad en el Piamonte” recordó.
En esa ocasión sí que estuvo nerviosa. Tanto, que trastabilló; se tropezó y a punto estuvo de caer rodando por ellas. Además, su vestido no era tan bonito como el que llevaba hoy y apenas sabía caminar con tacones; cabe explicar.
Muy satisfecha por ser una redebutante misteriosa pero que acababa de llamar la atención de todos únicamente por su atuendo, sonrió cuando terminó de convertirse en el punto de fuga y referencia de la fiesta al presentarse haciendo una reverencia a los anfitriones, romper su tarjeta de baile por la mitad y dirigirse directamente a la zona reservada para las solteronas: situada en un lateral del salón y formadas por cómodas sillas forradas de terciopelo.
Pero por si todo esto no hubiera sido suficiente, aumentó su halo de misterio e inaccesibilidad al no pronunciar ni una sola palabra durante todo el proceso.
En el mismo momento en que se sentó había solo una silla ocupada.
Por Rosamund Harper; una de sus amigas.
Por eso mismo, creyéndose en un ambiente de confianza, se sentó a su lado y le sonrió.
Pero antes de que pudiese hablar y saludarla; ésta se volvió hacia ella visiblemente enfadada:
-          ¡Genial Verónica! – exclamó irónica. - ¡Fantástico! – añadió, comenzando a aplaudir. – Absolutamente fantástico – concluyó. Después añadió muy seria: - Si existía alguna mínima posibilidad de que encontrase marido esta temporada acaba de esconderse debajo de tus faldas -.
Dicho esto, gruñó, añadió una palabra malsonante y la dejó sola.
Muda de asombro, con la boca abierta y sin entender absolutamente nada, Verónica se giró y miró hacia la pista de baile; lugar donde se encontraba su amiga Katherine acompañada de un gallardo caballero pero que le hizo un desplante y la miró hostil.
“Otra que se ha enfadado” pensó resignada y sin entender.
Justo en ese momento, notó que alguien ocupaba el asiento contiguo al suyo y sin saber muy bien la identidad de la persona decidió que se convertiría en su paño de lágrimas y confidente.
-          ¿Usted entiende algo? – le preguntó enfadad, bufando y cruzándose de brazos.
-          Bueno… - titubeó. – Yo que tú no estaría preocupada – la tranquilizó. – Al menos en lo que a Rosamund se refiere. Porque no está enfadada realmente – apostilló. – Otra cosa es lo de Katherine… eso sí que puede ser algo más preocupante – concluyó su argumentación la desconocida.
Un desconocida que no era tal.
En realidad se trataba de Penélope Storm, la última de las cuatro amigas a las que Verónica tenía que volver a ver.
Una Penélope que había entrado en el salón de baile por uno de los laterales justo en el instante en que Verónica hizo su gran aparición triunfal. Desde esa perspectiva, pudo observar con todo lujo de detalles (dado que no se había quitado sus lentes en ningún momento)  y estudiar las reacciones y gestos de los asistentes: entre bastante y muy aceptables las de los hombres, aceptables las de las grandes matronas; quienes le dieron su aprobación y entre recelosas, llenas de envidia y enfadadas las de las mujeres casaderas.
En este último grupo se encontraba Katherine; quien, hasta ahora había sido la abeja reina del panal y a la cual no le había hecho ni pizca de gracia el tener una competencia tan dura.
Máxime, teniéndola en su propia casa.
“Esa voz…” pensó Verónica con el ceño fruncido. “Yo conozco esa voz” añadió resuelta.
Por primera vez desde que habían iniciado conversación, se giró hacia ella y… efectivamente, sus sospechas se vieron confirmadas: era Penélope.
Pero no era Penélope.
Es decir sí lo era.
Aunque… en la actualidad no tenía nada que ver con cómo la recordaba: estaba más desarrollada, había perdido bastante peso y ya no estaba tan gordita como en su juventud; ahora tenía un cuerpo curvilíneo “en las zonas estratégicas” justo como decía su tía, tenía un estilo personal vistiendo que le favorecía bastante y sobre todo, esos granitos presentes en todas su cara habían desaparecido.
Ahora sólo había alguna que otra peca.
Eso sí, había algunas cosas que nunca cambiaban; aún llevaba sus sempiternas gafas de lectura.
Como estaba boquiabierta, solo pudo sonreír ante el descubrimiento.
-          ¿Pp…Ppe..? ¿Ppe…né..lo..pe? – consiguió pronunciar al fin, tragando saliva.
-          La misma que viste y calza – respondió ella haciendo lo más parecido a una reverencia sentada en una silla.
-          ¡Caray! – exclamó ella, tapándose la boca con las manos. - ¡Estás… estás…gua..! – inició.
-          ¡Oh no! – exclamó Penélope. - ¡Eso sí que no! – añadió enfadada, interrumpiéndola y amenazándola con el dedo índice; causando confusión en el rostro de Verónica. –No alabes mi aspecto físico – le ordenó. – Su vas a decirme algún cumplido, adelante. Alábame – le instó. – Pero alaba mi cerebro y mi intelecto porque ese va a ser el único cumplido que te voy a permitir al respecto – concluyó.
-          Penélope… ¿tú estás bien? – le preguntó, repentinamente preocupada.
“¡Oh sí!” pensó irónica. “Estoy bien” dijo. “Perfectamente bien” apostilló.                “ Exceptuando el hecho de que acabo de encontrarme con el imbécil más redomado y mentiroso del mundo” añadió. “¿El señor Smith?” se preguntó. “Claro” dejó caer. “Pero todo está bien” repitió. “Fantástico en realidad” concluyó.
Todo ese caudal de pensamientos se resumió en un escueto sí como respuesta a la pregunta de Ronnie.
Haciendo caso a la recomendación de su amiga de momentos antes, Verónica miró el libro que tenía en sus manos y dijo lo más agradable acerca de él que se le ocurrió en ese momento.
-          ¿Las Rimas? – le preguntó, provocando su atención. - ¿Las Rimas de Catulo? – añadió. Penélope asintió. – Interesante – le dijo ella. – Muy interesante – recalcó.
-          Los juramentos de amor son el aliento húmedo de los vientos – respondió Penélope.[1]
-          Un momento… ¡Catulo! – exclamó ella en voz alta, aunque luego se tapó la boca horrorizada por si alguien la hubiera escuchado. – Catulo – repitió con los dientes apretados. - ¿A ti te parece una lectura correcta para una señorita? – le preguntó.
-          No sé si correcta o adecuada pero a mí me parece divertidísimo – dijo comenzando a reírse de forma apenas consciente.
-          ¡Oh sí! – respondió ella irónica. – Os sodomizaré y me la chuparéis Aurelio bujarrón y puto Furio[2] – añadió ella. – Muy divertido – concluyó mordaz.
-          ¡Vamos Ronnie! –protestó Penélope. – Es la única manera que tengo de divertirme en estos bailes, no me riñas por intentar hacerlos lo más levadero posible anda… - protestó. – Además, tienes que reconocerme que cuando escribe como un hombre celoso y posesivo es muy gracioso – añadió. - Aureli, pater esuritionum, non harum modo, sed quot aut fuerunt aut sunt aut aliis erunt in annis, pedicare cupis meos amores. nec clam: nam simul es, iocaris una, haerens ad latus omnia experiris – recitó, provocando risa en su amiga.[3]
-          Tu dominio del latín es excelente – la felicitó. – Casi tan bien como del italiano – añadió. - ¿Cómo es pos…? – le preguntó.
-          Tampoco voy a responderte a esa pregunta – le cortó. – Autodidacta – le explicó. – Así que no me hables en italiano que ahora estás en Gran Bretaña - - terminó de decir.
Harta de no entender a sus amigas esa noche y siendo consciente de que tenían mucho tiempo que recuperar en todos estos años de ausencia, Verónica decidió ser ella la que tomase la iniciativa: se puso en pie, fue a solucionar las cosas y tratar los asuntos pendientes con cada una de ellas empezando por Rosamund.
Ya en pie y antes de dirigirse al lugar donde ésta se hallaba en ese momento, volvió a dirigirse a Penélope.
-          ¿Penélope?
-          ¿Mmm? – le respondió ella sin levantar la vista del libro.
-          Tu sei una piccola farfallina -[4] - le dijo sonriente.
Una mirada furibunda ante la desobediencia de Verónica a su “sugerencia” fue lo que ésta obtuvo por respuesta.

Tras solucionar las cosas con Rosamund; aunque en realidad nunca había estado enfadada con ella (tal y como Penélope había predicho) sino que su exagerada reacción no había sido más que un paripé porque justo en ese instante su padre la estaba mirando fijamente instándole con esa mirada que debía actuar inmediatamente y comenzar a buscar marido.
El tema de Katherine sin embargo era mucho más espinoso porque se notaba que en absoluto estaba interesada en hablar con ella y por ello se había pasado toda la velada bailando en brazos de diferentes nobles. Y cuando no estaba bailando  la rehuía y esquivaba a propósito.
Verónica se sentía cansada y frustrada.
De niñas nunca le había gustado jugar al cogido y esta noche llevaba jugando al ratón y al gato continuamente.
Bufó y maldijo.
Y cuando levantó la vista, casi se choca con Jeremy Gold; quien se había materializado ante ella de repente.
Un Jeremy; quien al contrario que su hermana pequeña no había perdido detalle de Verónica desde que entró por la puerta del salón de baile del brazo de su padre.
Pero ¿cómo no mirarla?
Aparte del atuendo que llevaba expresamente para la ocasión (y que merecía todo el tiempo empleado en él) destacable sobre el resto, sus amigos y compañeros del ejército (que era con quienes había visto la entrada) no habían dejado de hacer comentarios acerca de ella. Comentarios buenos y malos hacia su persona pero todos con el mismo resultado por su parte: no le habían gustado ni un ápice.
Si poca gracia le hacía escuchar los comentarios excesivamente explícitos acerca de qué les gustaría hacer con ella, es decir, auténticas burradas, aún menos le gustaban aquellos en los que la comparaban con un ángel.
¿Por qué?
Porque eran igual de pornográficos y eróticos solo que utilizaban símiles y términos camuflados. Puestos a escoger,él prefería a los primeros ya que al menos iban de frente.
Además ¿un ángel?
¿Se habían vuelto locos?
¡De ninguna manera!
Ella no era un ángel.
Era un demonio.
Probablemente era el mismísimo Lucifer, que había subido desde el infierno para atormentarlo.
-          ¡Caray! – exclamó Verónica impresionada, mirándole con admiración y tocándole los flecos de su chaqueta. – Pareces importante – añadió con una sonrisa.
-          Soy importante – le corrigió él. – Capitán y héroe condecorado por mis hazañas contra los franceses – añadió.
Verónica elevó ambas cejas ante la nueva información. Sabía que debía decirle algo elevado, o al menos felicitarle…pero, lo único que se le ocurrió fue:
-          ¿Sabes? – le preguntó. – El negro de tu chaqueta se complementa perfectamente con el rojo de mis labios-. – Me gusta – añadió, con una sonrisa de satisfacción mientras se acercaba a él para que lo comprobara por sí mismo.
“Y a mí me gustaría quitarte ese color de los labios con un…” pensó. “¡No!” se ordenó. “No” repitió. “Relájate” añadió. “Calma. Piensa en otra cosa” concluyó.
Ante el poco caso que estaba haciendo a su conversación, Verónica volvió a hablar, sombría:
-          Has cambiado – le acusó.
-          Tú también – respondió él. “Estas mucho más…” pensó mirándola descaradamente de arriba abajo. “Mucho más…comestible” añadió, malicioso. “No, no, no, no, no” se ordenó. “Ovejas pastando” pensó, como aquella acción que menos le subiría la líbido o alteraría sus hormonas. “Ovejas pastando” repitió, pareciendo funcionar.
-          Estás más… -inició ella.
-          ¿Guapo? – le preguntó, intentando concluir la frase por ella.
-          Viejo – terminó.
-          ¿Viejo? –preguntó él, sorprendido e indignado.
-          Viejo – repitió ella con firmeza. – Más viudo; siempre vestido todo de negro. Más callado, apenas me has dirigido la palabra y antes tú y yo solíamos hablar bastante a menudo – dijo, señalándolos. –Y más viejo – dijo por tercera vez señalándole la cara. - ¿Cómo se te ocurre dejarte crecer bigote y barba? – le preguntó enfadada.
-          Verónica… - dijo él suspirando. – Voy de negro porque sigo siendo viudo, no he hablado contigo apenas porque acabas de llegar y en cuanto a la perilla y el bigote, me hacen parecer mayor porque soy ocho años mayor que tú – explicó. – Además, que a mí me gusta – añadió, como si éste fuera el argumento explicativo más válido de todos.
“Hay otro motivo para que los lleve, pero eso tú no lo sabrás” pensó.
-          Bien – dijo ella tras asimilar la información. – Pues a mí no me gusta – opinó. – Así pareces…Come se dici? – se preguntó mientras intentaba recordar. – Sombrío – dijo, tras chasquear los dedos.- Pareces sombrío y amargado – le informó, desafiante.
-          ¿Ah sí? –preguntó él, retador. – Pues tú pareces un enorme pastelito de merengue – le acusó con tono infantil.
“Un pastelito de merengue que con gusto me comería, saborearía, lamería…” pensó mientras imaginaba el momento. “Ovejas pastando. Ovejas pastando. Ovejas pastando” pensó la otra parte de su mente, acudiendo a su rescate.
“Un enorme pastelito de merengue” repitió Verónica una y otra vez, palabra por palabra. Y a más lo hacía, más se enfadaba. “Un enorme pastelito de merengue” volvió a decir. “¿Qué está insinuando?” se preguntó. “¿Qué estoy gorda?” añadió. “Porque gorda va a estar su cara de la bofetada que  le dé” añadió, mordiéndose el labio para calmar su ira.
Verónica tenía motivos para estar enfadada y por eso su mente bullía y era un hervidero de actividad en ese momento.
“Tres horas” pensó. “¡Casi tres horas arreglándome para lucir espectacular hoy y a él sólo se le ocurre compararme con un postre” añadió. “¡Un postre!” exclamó, aumentando su enfado. “Y encima un postre con demasiada azúcar” protestó.”¿Eso quiere decir que aún me ve como la niñita dulce que conoció hace catorce años?” se preguntó.”Grr…” gruñó. “¡Dichoso Jeremy!” protestó. “¡Cómo disfruta burlándose de mí y metiéndose conmigo!” exclamó. “Dante jamás me haría una cosa así” concluyó, pensando por primera vez en su prometido desde esta mañana.
Era tal el enfado (sin duda provocado por las distintas situaciones que había vivido a lo largo de esa noche pero sin duda colmatada por esta conversación) que sacó a relucir su sangre y temperamento piamontés, hasta entonces escondido y camuflado bajo una fachada de impenetrabilidad.
-          Me tienes harta ¿sabes? –le preguntó. -¡Harta! – exclamó, con aspavientos de los brazos que provocó que alguna de las estrellas de su pelo se cayeran. – Harta que desde que he llegado no hayas hecho otra cosa que burlarte de mí ni de que me tomes en serio. Pues bien – dijo, señalándole con el dedo. – Que te quede muy claro que he crecido y que para tu información soy una mujer – añadió. – Una mujer muy enfadada con un antiguo amigo y a la que no le gusta en lo que su viudez le ha convertido – concluyó y remarcó estas últimas palabras con un gesto de autosuficiencia.
-          A mí tampoco me gusta que seas un pastelito de merengue – volvió a replicarle él con tono infantil.
-          ¿Ah no? – le preguntó irónica. – Y ¿por qué no? – quiso saber, con los brazos en jarra.
“Ovejas pastando. Ovejas pastando. Ovejas pastando. Ovejas pastando” pensó Jeremy mientras acortaba la escasa distancia que los separaba hasta situarse justo enfrente de ella. Momento en el que pensó: “No hay ovejas en este pasto”
-          Porque… - susurro junto a su boca. – El merengue es mi postre favorito – añadió, antes de estrecharla entre sus brazos y capturar sus labios con los de ella.
Al principio del beso solo participó él, pero como buen seductor que era, consiguió la rendición y participación de Verónica cuando comenzó a darle pequeños y suaves besos en sus labios hasta que ella por fin le dio acceso al interior de su boca.
Un beso que duró muy poco en su opinión pues enseguida Verónica se dio cuenta de lo que sucedía, se separó de él con un brusco empujón, se frotó los labios son el dorso de la mano, escupió de forma muy poco femenina y solo entonces le recriminó:
-          Pero ¿tú pro qué me besas? – le preguntó.  ¿Quién te has creído que eres? – le exigió. - ¿Quién te has creído que soy? – le preguntó, dolida y horrorizada.
Y antes de que tuviera tiempo para reaccionar o responder le arreó un puñetazo en la boca tan fuerte que l partió el labio y le hizo sangrar.
Cuando Jeremy comprobó por sí mismo que, efectivamente su labio estaba sangrando pasándose el pañuelo por él para limpiarse, Verónica volvió a hablarle a modo de advertencia:
-          Te he dicho que soy una mujer no que sea una cualquiera- Y además… ¡estoy prometida! – exclamó, mostrándole el anillo en su mano antes de girarse y regresar al salón de baile a bastante velocidad.
-          ¡Verónica! – la llamó él. - ¡Verón…! Pero no concluyó su segundo grito porque ella ya no le escuchaba al estar tan lejos. - ¡Maldición! – gritó dando una patada a una columna. - ¡Odio a las malditas ovejas! -.
Jeremy supo desde el principio que no habñia sido una buena idea el besarla.
Ya había tenido dos experiencias previas similares: la primera con Rebecca su mujer, con la que tuvo un matrimonio desastroso y la segunda… aún continuaba pagando las consecuencias de ese segundo beso indebido.
Por tanto, era bastante lógico y razonable que la tercera vez tampoco le hubiera salido bien.
“A la tercera no va la vencida” pensó.
Pero no había podido resistirse.
Era algo que deseó hacer desde la primera vez que la había visto esa mañana.
El puñetazo bien había merecido la pena.
Y eso que no había sido el mejor beso que había dado ni con mucho; sobre todo porque se notaba la inexperiencia de ella en este campo, algo que le sorprendió mucho porque estaba prometida. Y  en teoría los prometidos  por amor a esas alturas de la relación ya habían llegado a las manos y no precisamente para pegarse…
Pero hacía tiempo que no deseaba tanto besar a una mujer como a esa en particular y solo por eso, lo había merecido. E incluso repetiría experiencia si le dejara.
“¡Manda narices!” pensó Verónica mientras se alejaba de Jeremy. “Manda narices” se repitió.
Llevaba desde los doce años enamorada de él y soñando con que la besara y él escoge justo ahora.
¡Ahora!
Cuando estaba prometida con Dante Filippi.
“Increíble” gruñó.
Para colmo, sus zapatos de tacón, bastante soportables y cómodos hasta ese momento comenzaron a hacerle daño.
“Justo lo que me faltaba” pensó, con fastidio.
Tan enfadada estaba por lo que le acababa de suceder con Jeremy que no fue realmente consciente de la brusquedad y fuerza con la que empujó al hombre que estaba justo delante de ella para poder salir del salón de baile hasta que éste le llamó la atención y le exigió una disculpa.
En ese momento fue consciente del aspecto físico del hombre con el chocó: pelo rubio platino que, junto al azul tan particular de sus ojos rápidamente lo identificaban como un miembro de la familia Gold.
-          Perdón milady – dijo con una reverencia. – Es que pensé que…-
-          ¿Graham? – se aventuró a preguntar. - ¿Graham Gold? – quiso saber con la ceja enarcada.
-          Sí – dijo él, receloso. - ¿Vos sois…? – quiso saber.
-          Verónica – respondió ella de inmediato.
-          ¿Verónica? – preguntó boquiabierto. - ¿Verónica Meadows, la piamontesa que va a alojarse con nosotros? – añadió, increíblemente feliz de la suerte que acababa de tener.
-          Verónica sí. Piamontesa sí. Meadows no. Rossi – le corrigió.
-          Lo siento – se disculpó él. - ¡Vaya! – exclamó. – ¡No te había reconocido! – añadió. – Es que eres… eres… pareces… - titubeó.
“Oh no” pensó con temor Verónica. “Otro pastelito de merengue no por favor” deseó ella.
-          Pareces… una aparición divina – consiguió decir él por fin.
“Una aparición divina” repitió Verónica una y otra vez palabra por palabra. “Una aparición divina” repitió. “Me gusta” concluyó. E inmediatamente sintió simpatía por el muchacho.
-          Gracias – le respondió con la mejor de las sonrisas. – Pero ¿qué estás haciendo aquí? – le preguntó confusa. – Tu madre te espera mañana – añadió.
-          ¿Mamá está aquí? – preguntó él repentinamente alarmado y nervioso mirando compulsivamente hacia todos lados.
“¡Maldición” protestó. “Que no me vea, que no me vea, que no me vea” rezó.
-          Claro que está aquí – le respondió ella. – Todo el mundo está aquí hoy –añadió. – Al menos todos los que han sido invitados… y algunos más – añadió, acusándole.
-          Bueeeeno… - dijo, pasándose la mano por el pelo. – No sé si lo sabes pero yo soy el heredero del ducado ahora y… he venido con mis amigos – explicó, señalando disimuladamente a un grupo de hombres obviamente más mayores que él, los cuales miraban ahora hacia ellos con expresiones de burla y menosprecio hacia Graham.
Y entonces Verónica lo comprendió.
Graham era el más joven de todos ellos y si las normas de etiqueta y sociedad no habían cambiado desde que ella se marchó eso significaba que sólo podía relacionarse oficialmente y a la vista de todos con gente de su propio status. Aunque éstos le doblaran la edad.
Obviamente éste era el caso.
Y esos hombres, más cercanos a la edad de Jeremy se habían visto obligados a cargar de repente con el “crío”; lo cual no les hacía ni pizca de gracia y se lo hacían saber y manifestar sin ningún tipo de decoro o disimulo.
Probablemente el pobre de Graham se había convertido en el objeto de todas sus bromas y burlas. Bromas y burlas que él tenía que aguantar porque no le quedaba de otra.
“Pobre Graham” pensó con lástima y aumentando aún más su simpatía por él.
Además, le recordaba en algunas cosas al alegre,  inocente, joven y despreocupado Jeremy del que se enamoró cuando era joven. Y si sus cálculos acerca de su edad no eran errados, aún le faltaban aún un par de años para explotar todo su potencial seductor.
Ya se arrepentirían los vejestorios de tratarlo como lo hacían.
Desconocían todo el embrujo y la capacidad seductora de los Gold.
Las carcajadas señalando a Graham de sus “amigos” interrumpieron sus pensamientos y no le gustaron en absoluto.
Y por eso decidió vengarse.
“Vendetta” pensó maliciosamente.
-          Sé de una manera en la cual tu madre no descubrirá tu presencia aquí sin su permiso – le informó en voz baja, como si estuvieran conspirando.
-          ¿Cuál? – preguntó él, mirándola como si realmente fuera una aparición divina. Por lo menos iba a ser su salvadora esa noche.
-          Que vuelvas conmigo a casa – le explicó. – Ahora mismo – apostilló ella, igual de nerviosa ante la perspectiva que Jeremy diera con ella y la “raptase” de alguna manera para charlar.
-          ¿Ahora? – preguntó él. - ¿No es un poco temprano? – quiso saber, frunciendo el entrecejo.
-          Si, pero estoy cansada y me duelen los pies – le explicó ella.
“Y así evitaré al sobón y pulpo de tu hermano mayor” pensó.
Viendo que dudaba y no acababa por decidirse, Verónica decidió forzar la situación:
-          ¿No es esa que viene por ahí? – preguntó con cara de fingida sorpresa mientras señalaba a una mujer al azar situada al fondo del salón y por tanto, indistinguible desde tanta distancia.
-          Vámonos ya – dijo él firme, agarrándole por la muñeca y tirando de ella.
-          No – dijo ella haciendo contrapeso. – Mejor pasemos por allí – añadió, señalando al centro del corro de  los “amigos” de Graham.
Graham tragó saliva y Verónica entrelazó su brazo con el de él.
Cuando estaban justo en el centro del círculo, le sonrió y le pellizcó la mejilla de forma cariñosa antes de darle un beso en el mismo sitio, para total incredulidad de los allí presentes que no concebían cómo un niñato de apenas 21 años acababa de coquetear y hacer que la mujer más bella e inalcanzable de la fiesta cayese rendida ante su simpatía; sin importarle la diferencia de edad que ella le sacaba.
 Aún con las bocas abiertas y sintiendo sus miradas fijas en ellos ambos abandonaron el salón de baile de los Aubrey sin dejar de mirarse el uno al otro ni abandonar su sonrisa.




[1] Frase célebre del autor.
[2] Versos pertenecientes al Crmen 16 de este mismo autor.
[3] Verson Carmen 21 de este autor y que significan: Aurelio, padre de las hambrunas, no sólo de estas, si no de cuantas hubo, hay o habrá en años venideros, quieres encular a mi amorcito. Y no furtivamente: pues con él estás, juegas, experimentas todo, sin despegarte de su costado.
[4]  Trad: Eres una pequeña mariposa

6 comentarios:

  1. bueno bueno bueno jajaja me meo con este jeremy bobalicon y tontorron y joe q mala leche saca la señora veronica q chunga se pone jajaja disfruta del beso maja q hombretones como el no hay q lo se yo mu bn q casi tos estan cogios o son gays aasi q niña nada de pegarle otra vez ee jum y bueno me encantaria tener ese vestido para mi si algun dia llego a casarme q no veo en mi bola de cristal hay interferencias en ella y me meo con lo de las ovejas de jem para evitar tener pensamientos impuros hacia para con por veronica me meo jaja desde luego estos hombres se vuelven unos babeantes bobos babuinos ante una cara bonita y penelope lo dicho se parece a mi en todito todo jiji y bueno mi willy willy supremo ñam ñam me lo como siempre omnipresente y omnipotente todopoderoso q es mencionarlo y me voy por las ramas y me disperso aaaaiss q hombre macho man por dios quiero uno por reyes jajaj uum q mas a si me he reido un monton con la reaccion del lacayo q se ha puesto colorao cuando lo mira vero al pasar jajaja y quiero ir a una fiesta de estas con un vestido pomposo ee jiji y bueno la salida triunfal de ella con el hermano del otro a cuadros y ojos desorbitaddos como los "amigos" de graham q no sabia yo de su existencia ¿y eso xq chin chin? mu mal ee mu mal el no tenerme informada ante un posible ñam ñam q creo q puede q se parezca a ladron de guante blanco (yo lo propongo como candidato muy plausible para el puesto eee asi q toma nota ee toma nota) jiji y bueno q sorpresa q publicaras no me lo esperaba me ha encantado jiji y a ver cuando maas =)

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    1. Pues yo veo muy razonable la manera de reaccionar de Verónica...
      Y vale carmen, cuando te cases te mando el dibujo de cómo es pa que vayas vestida de princesa!
      Ya sabéis qué es lo que pasa inmediatamente después del primer encuentro Lops-Will... jajaja (sabía que te irías por las ramas)
      Y mira que dije que os repasarais el capi anterior eh?
      ¡Ahí YA aparece Graham!
      En cuanto al ladrón de guante blanco... va a ser que no eh? es rubio y con los ojos azules... más bien sería el estilo de Drew van Acker...

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  2. Yo también le habría metido una leche!! Sigo sin aguantar a Kat!!! XD Es que es muuuyyyyy repelente!!! Me encanta el enfado de Lops tras su primer encuentro con el "Señor Smith" jaja Me he reído muuuchoooo con las ovejas, lo tuyo entre los peces, los bichos de Zhetta y ahora este hombre con las ovejas y el prado... XDXDXD y dios, que grande!! La otra en plan... me ha llamado gorda!!! La que le va a caer y luego la besa y toda indignada en plan este tio es gilipollas, toda la vida esperando y va y lo hace ahora!! XD Me gusta también cómo salva a Graham de sus "amigos" :D El vestido de Veronica me ha hecho pensar en jennifer conelly en laberinto :D

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    1. ¿A que sí? ¿a que es perfectamente comprensible cómo actúa?
      Hombre, es que vosotras sabíais el antes, no el enfado que ella tiene después de eso... (recuerda cómo se porta en la biblioteca para llamar su atención...)
      Y en cuanto a lo de las ovejas... a ver, esto lo tenía escrito desde hacía bastante tiempo más que lo de Thon pero, siendo francos... a mí tampoco me suben la líbido las ovejas pastando o el movimiento continuo de los peces...
      Hombre, el de jennifer connelly es mucho más pomposo en las mangas que este...

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  3. "Ovejas pastando. Ovejas pastando. Ovejas pastando. Ovejas pastando" jajajaja

    El vestido impresionante

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