martes, 27 de noviembre de 2012

Final de escena...


Cuando Jeremy salió al jardín en busca de Verónica ni se molestó en llamarla, ya que conocía de sobra que dicha acción provocaba justo el efecto contrario en ella.
En su lugar lo que hizo fue dar vueltas alrededor del mismo (puesto que no era demasiado grande) retrasando al máximo la velocidad de sus pasos y siendo lo más silencioso posible que la conjunción de sus botas, las hojas caídas de los árboles y la gravilla camuflada entre la hierba le permitían.
Su estrategia tuvo recompensa, ya que fue tan silencioso que le pareció escuchar unos sollozos ahogados y el sorber de mocos por la zona adecuada temporalmente (solo por esa noche con motivo del baile) para alojar las estatuas del interior del baile.
Solo al entrar al laberinto en lo que a disposición y colocación de las mismas se refiere, Jeremy se permitió caminar de manera normal, haciendo también patente su presencia allí a Verónica.
-          Es curioso como hay cosas que nunca cambian por mucho que pase el tiempo – dijo en voz alta. – Siempre escoges la estatua más fea para esconderte tras ella – añadió, apoyándose sobre lo que parecía una estatua de temática cotidiano campestre en la que una campesina intentaba apagar un incendio desatado sobre un montón de paja agitándose la falda.
Acción que le costó realizar, ya que durante un buen rato estuvo frente a la susodicha parpadeando compulsivamente e intentando pensar en qué lugar exacto de la casa estaba colocada semejante “obra de arte”.
Verónica contuvo un grito al escuchar las palabras y sobre todo, cómo se acercaba justo en su dirección.
“¿Cómo me ha encontrado?” se preguntó. “¿Es que me huele?” añadió. “¿No entiende que quiero estar sola?” bufó, limpiándose las nuevas lágrimas que cayeron de sus ojos. “A lo mejor si me estoy totalmente quieta y silenciosa me deja en paz” pensó.
Y dejó de respirar, pensando que tenía un oído tan fino que ése era uno de los motivos por los que había dado con ella.
No obstante, hubo un momento en que medio amoratada por esta acción, no le quedó más remedio que volver a respirar. Lo hizo tan bruscamente que le dio un ataque de tos y le proporcionó a Jeremy el lugar exacto de su ubicación.
“¡Genial!” pensó con fastidio.
El ataque de tos provocó que (el recientemente autonombrado protector) Jeremy iniciase la vuelta para situarse junto a ella,pero se detuvo cuando Verónica le ordenó justamente lo contrario.
-          Quédate donde estás – ordenó con voz nasal.
-          ¿Estás bien? – le preguntó preocupado.
-          Estoy bien – repitió ella.
-          No – respondió él. – No lo estás – añadió. – Estás llorando – señaló lo obvio. - ¡Y seguro que no tienes pañuelo donde sonarte el torrente de mocos que brota de tu nariz! – exclamó burlón.
“¿Quién se cree que es?” se preguntó Verónica ofendida. “¿El hombre más inteligente del mundo?” añadió, enfadada. “Seguro que no tienes pañuelo con el que sonarte” le remedó, sacándole la lengua. “¡Claro que lo tengo, listillo!” exclamó. “Está justo en el bolsillo de…” inició, buscando entre las capas de su abultada falda.
Y solo entonces se acordó que este era el único de sus vestidos sin bolsillos ocultos y que sí que había traído un pañuelo.
Un pañuelo que estaba en su bolso de noche.
Bolso de noche que en estos momentos tenía Rosamund.
-¡Fantástico! – exclamó entre dientes señalando al cielo con el pulgar levantado agradeciendo la maravillosa velada que estaba pasando.
No le quedaba más remedio que sonarse los mocos en la falda o en las mangas de su vestido (ya que iba sin guantes) y no sabía cuál era la mejor opción ya que con el color claro que llevaba esa noche, el rastro de sus mocos se iba a notar fuera donde fuera el lugar en el que se los había sonado
Gruñó y pidió un poco de compasión a los seres de ahí arriba hacia su persona.
Parece que le escucharon porque  de la nada apareció un pañuelo ante sus ojos
Bueno, de la nada no.
De la chaqueta de Jeremy Gold.
Al menos así lo indicaban sus iniciales bordadas en hilo de oro (¡cómo no!) en una de las esquinas del mismo.
De inmediato, Verónica le dio uso y comenzó a sonarse los mocos.
Se lo sonó.
Y se lo sonó.
Y siguió sonándoselos durante un buen rato. Tanto, que Jeremy perdió la cuenta del tiempo exacto que había transcurrido.
-          ¿Ya? – preguntó, cansado y aburrido de esperar.
-          Sí – dijo ella sonándose los últimos restos. – Ya – añadió. – Gracias -.¡Te dije que te quedaras donde estabas antes! – le regañó
-          De nada – le respondió él, con una sonrisa. - ¿Qué se le va a hacer? – preguntó. – Soy un desobediente – añadió.
-          Ya lo veo – gruñó ella.
-          Por cierto déjame felicitarte por tu gusto artístico, primero los grabados y ahora esta “bellísima” escultura – dijo, irónico. – Es excelente – añadió, comprobando con horror cómo la estatua no tenía un remate liso en la parte posterior sino que también estaba labrada. Y por tanto, ahí estaban también las enaguas y los pololos con puntillitas de la mujer.
-          No te burles de mí – le pidió con voz gangosa. – No sabía lo de los grabados y aunque te parezca increíble, no escogí esta escultura por su belleza o buena manufactura – añadió. – Lo hice por utilidad – explicó.
-          ¡Ah! Claro – respondió, asintiendo y comprendiendo. – Si hay algo que caracteriza a esta estatua es su utilidad, sí señor – añadió.
-          ¡No tonto! – exclamó con tono infantil sonriendo. – Necesitaba una estatua que fuera lo suficiente grande para esconderme totalmente – explicó. –Ya que por si no habías sido consciente, mi falda tiene bastante cuerpo – añadió, agitándolas de manera leve.
-          Soy consciente, soy consciente – dijo él. – Especialmente cuando venimos en el carruaje y gracias a tu falda siempre estoy pegado junto a la puertecilla – añadió. – De lo que no soy consciente es del por qué has venido a esconderte aquí. ¡Ni que hubieras hecho algo malo! – exclamó.
-          No lo he hecho, pero he estado a punto de hacerlo – respondió ella.
-          Verónica… - dijo, agachándose junto a ella. – Tú no sabías el otro significado de los grabados, no tienes la culpa de nada – aseveró.
-          ¡Soy una estúpida! – exclamó, rompiendo a llorar nuevamente. – ¡Volví a confiar en ellas y me han vuelto a engañar! – exclamó. - ¿Cómo pude olvidar la declaración de bastardía? – se preguntó en voz alta, mientras se llamaba estúpida mentalmente.
-          ¿A qué te refieres? – le preguntó Jeremy sin entender.
Verónica, parpadeó varias veces (y con este gesto cayeron nuevas lágrimas de sus ojos) con el ceño fruncido antes de recordar.
-          ¡Oh! Claro, tú no lo sabes porque en ese momento estabas casado… - dijo.
-          ¿Qué quieres decir con ese “estabas casado”? – preguntó enfadado.
-          ¡Nada, nada! – exclamó. - ¡No te enfades! – le pidió. – Si no es nada malo, quiero decir que en aquel entonces estabas recién casado y tan enamorado que no eras consciente de lo que pasaba a tu alrededor – dijo. – Ya sabes, por los efluvios amorosos – añadió.
“¡Para lo que me sirvió después!” exclamó mentalmente mientras se lamentaba de la estupidez que había cometido al casarse con Rebecca.
-          ¿Que fue…? – quiso saber.
-          Bueno… a la familia de mi padre nunca le gustó mi madre por su profesión y por eso, desde el anuncio de su compromiso comenzaron a verter comentarios falsos y no muy agradables acerca del comportamiento y el estilo de vida de mi madre. Aún así, mi padre se casó con ella. Pero, cuando falleció, aprovecharon el estado de depresión en el que se encontraba mi padre para conseguir que él firmara una declaración de bastardía – explicó. – Con esto, consiguieron un doble objetivo: asegurarse de que la herencia de los Meadows no pasaba a mí, su única heredera directa y desvincular para siempre a nuestra familia de tan ilustre apellido título – concluyó.  
“¡Juventud, divino tesoro!” exclamó, irónico. “¿De verdad estaba tan centrado que no fui consciente de eso?” se preguntó mientras intentaba recordar esos hechos. “¿Cómo podía ser tan estúpido?” se regañó.
-          Ahora parece que con mi regreso, tanto mi abuela como mi tía se vuelven a sentir amenazadas y por eso, vierten exactamente el mismo tipo de comentarios que dijeron sobre mi madre haciendo creer a la gente que soy una mujer de vida disoluta y ligera de cascos – dijo. – Consecuencia: Atraigo a hombres sobrecargados de lujuria como el azúcar a las moscas y como no tengo idea de nada en este terreno… se aprovechan de mí – añadió, resignada. – Jeremy… ¿tengo pinta de eso? – le preguntó.
-          ¿De puta? – preguntó para cerciorarse.
-          ¡No digas palabrotas! – le regañó.
-          ¿De prostituta? –volvió  preguntar, tras bufar al no entender que se enfadara por pronunciar la palabra puta (pues al fin y al cabo era una palabra más recogida y aceptada en el diccionario) - ¡No! – negó vehemente con la cabeza. – De lo único que tienes pinta ahora mismo es de que has salido al jardín a llorar de tan roja e hinchada como tienes la cara – añadió.
-          ¿Qué? – preguntó, sorprendida mientras se palpaba el rostro y comprobaba cómo, efectivamente su cara estaba hinchada por el llanto.
-          Pareces un tomate relleno – le dijo, divertido
-          ¡Muchas gracias por ayudarme! – exclamó Verónica. - ¡Eres único dando ánimos y subiendo el autoestima recordándome que estoy hecha un desastre! – añadió irónica, llorando nuevamente. (y poniéndose más roja) “¡Odio llorar!” exclamó enfadada Verónica consigo misma.
-          ¡Pero si solo era un comentario divertido para animarte! – se defendió él.
-          ¡Pues deja de compararme siempre con comida! – exclamó sollozando.
-          ¿Y yo qué culpa tengo de que siempre que estás a mi alrededor me recuerdes a algún alimento por cómo vas vestida? – le preguntó. “Y porque siempre me dan ganas de saborearte….Umm…” pensó, nuevamente fantaseando. “Tub, Andjugs, Water, Frozen. Tub, Andjugs, Water, Frozen” repitió hasta que la imagen de sus peces se abrió paso en su mente.
Después la abrazó y, como buen protector y amigo, permitió que se desahogara contra su pecho sin emitir ni un solo comentario o queja porque estuviera empapándole su chaqueta y su camisa.
Solo cuando terminó y se estaba nuevamente sonando los mocos dijo:
-          Voy a dejarte un par de cosas claras: la primera de todas, no me gusta que te eches a llorar porque te pones absolutamente espantosa y tú no eres fea para nada. Dos, ahora mismo pareces un tomate relleno, pero eres el tomate relleno más apetecible que me he encontrado en toda mi vida y eso, teniendo en cuenta que es una de mis comidas favoritas y que soy el niño mimado de mi madre y por tanto, me lo cocinarán tantas veces como pida no debes considerarlo como un insulto, sino como todo lo contrario y tres, ni se te ocurra plantearte una posible comparación con mujeres de vida disoluta y protagonistas continuas de numerosos escándalos porque eso sería un absurdo – le advirtió. – Nadie pensaría de ti nada escandaloso – subrayó.
-          ¿Ah no? – preguntó Verónica.
-          No – repitió él, firme. – Incluso ahora, cuando tú y yo llevamos más tiempo del permitido hablando a solas y alejados del bullicio y por tanto, nuestro comportamiento daría pie a rumores escandalosos, estoy seguro de que nadie está diciendo nada malo de ti ahí dentro – añadió.
-          ¿Qué? – preguntó ella, falta de aire y presa del pánico. - ¿Qué esto… - preguntó señalándose – también es motivo de comentarios maliciosos? – terminó. – ¡Genial! – maldijo entre dientes y se tapó la cara con las manos por la vergüenza.
-          Si, pero tranquila – dijo, retirándole las manos y levantándole la barbilla para obligar a mirarle. – No es por ti, es por mí – añadió, señalándose. – Soy un libertino – añadió, sonriendo de manera seductora.
-          ¡Oh Dios mío! – exclamó Verónica cayendo en la cuenta. – Debes volver al salón de baile inmediatamente – ordenó. - ¡Te estoy estropeando la noche! – exclamó, disculpándose de inmediato.
-          Solo volveré al salón si tú lo haces primero – respondió él. – Y en cuanto a lo otro… no me estás estropeando la noche en absoluto – añadió. – Es más, puedo asegurarte que he pasado noches arremolinado entre las faldas de mujeres más feas y más grandes que esta – dijo, tocando el culo de la estatua mientras rememoraba con auténtica vergüenza el episodio en que una más que fornida tabernera de Southampton se encaprichó de él gracias a los comentarios del novato de William Crawford.
Verónica le miró interrogativa, aunque sin ninguna gana de conocer la historia.
-          Lo que quiero decir con esto, Ronnie es que nadie puede acusarte ni reprocharte nada en tu comportamiento desde que llegaste porque eres perfecta – le dijo. – Absolutamente perfecta – recalcó. – Y si tú permites que comentarios como los de esas dos doña nadie te afecten es que no eres tan fuerte como realmente pienso que eres – le acusó. – Así que no me decepciones – añadió, acusándola y pidiéndoselo seriamente.
-          Esas dos doña nadie como tú dices son mi familia – respondió Verónica.
-          No – negó. – No lo son, porque si lo fueran  no insinuarían cosas tan espantosas como esa – añadió. – Y te lo digo yo, que pronuncio muchas palabrotas a lo largo del día -. Pero no debes preocuparte más por ellas – le aseguró. – Situaciones como esta no volverán a repetirse -.
-          ¿Ah no? – le preguntó. -¿Y tú cómo lo sabes? -.
-          No lo permitiré – respondió. Y entonces recordó que había olvidado mencionarle la buena nueva.- Por cierto, te informo que desde el mismo momento en que abandonaste llorando el salón de baile acepté el ofrecimiento de Katherine y me convertí en tu protector – anunció.
-          ¿Mi protector? – le preguntó parpadeando, sin querer entender lo que quería decir (con todas las implicaciones y colateralidades que eso conllevaba).
-          Tu protector y tu guía para que no vuelvas a meterte en líos y ser la protagonista involuntaria de escándalos – añadió.
-          Gracias Jeremy – dijo Verónica.
-          De nada Ronnie – le respondió él. – ¡Si no me cuesta! – exclamó.
-          Lo digo en serio – repitió ella muy seria. – Gracias por ser mi amigo, mi guía y… mi protector – rió. – Pero sobre todo gracias por convertir una noche espantosa que trajo de vuelta mis demonios personales en una noche muy muy agradable en tu compañía – le dijo. – Gracias de verdad – repitió, apretándole la mano.
El sentir el más nimio contacto de Verónica provocó que nuevamente comenzara a imaginarse haciendo cosas nada inocentes con ella, por eso le dijo:
-          Verónica… creo que deberías volver al salón –
-          Sí – dijo ella asintiendo y poniéndose en pie, sacudiéndose las hojas enganchadas en la falda de su vestido de la misma manera que la mujer de la estatua (aunque sin enseñar nada); provocándole otra sonrisa.
-          Jeremy… - titubeó tras terminar de acomodarse.  - Sé que te lo he dicho millones de veces antes pero… creo que deberías afeitarte la barba – dijo Verónica.
-          ¿Otra vez? – le preguntó, reprobatorio. - ¿Cuántas veces quieres que te diga que no pienso afeitarme? – añadió enfadado. ¿Por qué esta vez? – quiso saber, suspirando pasado un rato.
-          Porque así no me pincharía cuando hiciera cosas como esta – dijo agachándose, y dándole un largo y sonoro beso en la mejilla. - ¿Lo ves? – le preguntó ya retirada, mostrándole un pelo de su barba. – Si te afeitaras me evitaría comerme tus pelos cuando quisiera agradecerte las cosas con un beso en la mejilla – explicó.
“Pues dámelos en la boca entonces” replicó su mente. “¡Shhhh!” se ordenó.
-          Lo pensaré – dijo suspirando.
-          Y ya puestos podías añadir también un poco de color a tu vestuario porque ir siempre vestido de negro… - comenzó a parlotear y a hablar de forma muy rápida.
-          Ronnie… - le advirtió.
-          Sí – dijo, levantando las manos. – lo sé, lo sé. Me estoy pasando de la raya – añadió, reconociendo su culpabilidad. – Ya me voy, ya me voy y te dejo solo con tus pensamientos – dijo comenzando a caminar en dirección a la casa.
Como no quería ver cómo se alejaba ya que significaba una nueva oportunidad perdida con ella, Jeremy cerró los ojos.
Ojos  que se abrieron de golpe en cuanto escucharon el crujir de unas ramas entre la maleza y que se volvieron a cerrar cuando vieron cómo un enorme bulto se abalanzaba justamente en su dirección para caer en su regazo.
“¿Qué demonios?”pensó reabriéndolos.
Cuando lo hizo descubrió que el “bulto” de su regazo no era ni más ni menos que Verónica; quien le miraba y sonreía feliz.
-          ¿Sabes? – le preguntó. – He pensado que no me importa que lleves barba y me pinche cuando te dé besos en la mejilla como agradecimiento – dijo, dándole uno. - ¿Lo ves? – le preguntó. – Ni una sola queja – añadió, sonriente antes de darle otro sonoro y duradero beso en la mejilla contraria. – Gracias Jeremy, de verdad – repitió sincera, apretándole la mano como la vez anterior. – Y ahora me voy de verdad – dijo, saltando de su regazo. – No sea que vayan a creer que tú y yo somos amantes… - dejó caer con tono burlón sonriéndole de manera pícara y guiñándole antes de echar a correr por donde había venido.
Esta vez Jeremy sí que observó cómo Verónica se alejaba del banco corriendo.
De hecho, observó la escena completa: cómo continuó corriendo hasta que llegó a la entrada del salón de baile, punto justo en el que se detuvo de manera muy brusca (estando a punto de caerse, pues incluso dio un ligero resbalón), cómo en la puerta del salón dio se sacudió ligeramente la cabeza y los hombros y se recompuso el peinado aprovechando el cristal de la puerta a modo de espejo, cómo se bajaba al menos cuatro dedos el escote de su vestido y se recomponía el corsé (gestos que no le gustaron en absoluto) y cómo plantaba la mejor se sus sonrisas antes de reaparecer en el salón de baile.
Todo esto lo hizo sin dejar de tener una sonrisa en el rostro.
Y solo se giró y miró hacia delante cuando no vio ni un trozo de tela de su voluminosa falda sobresaliendo por el exterior de la puerta.
Instintivamente, sus ojos volvieron a mirar hacia la escultura de la campesina y su mente recordó cómo la había reconfortado allí. Imágenes que de inmediato fueron sustituidas por las de Verónica en su regazo y el descubrimiento de la agradable sensación que eso le provocaba.
“Olvídate de dormir esta noche, amiguito” le dijo su mente.
-          Tub – dijo en voz alta e inspiró aire. – Andjugs – repitió las acciones. -  Water – hizo una tercera vez. – Frozen - añadió finalmente, con un hondo suspiro.

domingo, 25 de noviembre de 2012

Penélope y Grey Parte I


Hay una conversación y una confesión justo antes de esto, pero como hoy me siento generosa, os voy a poner parte de cómo se conocen Penélope y Grey.
-          Gracias respondió él. – Y tutéame Penélope porque yo no he dejado de hacer un instante – añadió.
“¡Maldición!” protestó Penélope. “Tenía la esperanza de que se hubiera olvidado de ese pequeño detalle” añadió, quejándose de su mala suerte. “A ver Penélope, eres inteligente… así que piensa ¿cómo se llama el duque de Greyford?” se preguntó mientras intentaba recordar.
-          Eh… prefiero que no milord – respondió para ganar tiempo de pensamientos.- Ya que soy bastante despistada y si os tomo familiaridad en privado al final acabaría por trataros con la misma confianza y familiaridad en público – confesó, siendo consciente de la enorme estupidez que acababa de inventarse por respuesta mientras se estrujaba la cabeza para intentar recordar el nombre de lord Greyford.
“Vamos….” Se animó. “¡Si seguro que lo has escuchado millones de veces en todas partes!” exclamó. “Recuérdalo” le ordenó a su cerebro.
“No lo sabe” pensó Greyford sonriendo. “Continuemos con la burla un rato” añadió.
-          ¿Te gusta mi nombre, Penélope? – le preguntó, serio.
-          Claro – afirmó rotunda de inmediato. – Es un nombre muy… bonito, corto, muy masculino – añadió, diciendo esto último con mucho énfasis. – Y un homenaje precioso a alguien muy famoso -.
-          Exactamente como el 80% de los nombres masculinos existentes – rebatió él. -¿Cómo me llamo? – volvió a preguntar mientras se acercaba más a ella.
-          - Eh…eh…eh…eh… - titubeó mientras miraba hacia todos lados y movía las manos de forma compulsiva; síntomas claros de su nerviosismo.
-          ¿No lo sabes? – le preguntó, entrecerrando los ojos.
-          ¡Claro que lo sé! – exclamó ella indignada. - ¿Cómo podéis siquiera dudarlo? – le preguntó.
“¿Eres idiota?” le preguntó su voz interior. “Pero ¿tú para qué le mientes?” añadió. “¡Si no sabes el nombre!” exclamó.
-          Pues dímelo, por favor – le pidió él amablemente.
-          ¿Vuestro nombre? – preguntó ella tragando saliva. Grey asintió.  – Pues vuestro nombre es…es…es… - añadió comenzando a titubear y a actuar como hacía escasos antes.
Tras un rato de titubeos y tartamudeos, Al final Penélope acabó por rendirse ante la evidencia y confesar la verdad, con bastante temor al más que probable enfado y ataque violento de lord Greyford.
-          Debería hacerlo milord, pero… no lo recuerdo – dijo con un hilillo de voz y bajando la mirada.
Lord Greyford se echó a reír ante la incredulidad de Penélope.
-          ¡Lo sabía! – exclamó y Penélope se confundió aún más en la situación que estaba viviendo. - ¡Lo sabía! – repitió él con expresión de triunfo. – Quizás no te has dado cuenta pero tienes un rostro muy expresivo – le dijo.
“¿Yo?”  se preguntó Penélope totalmente sorprendida por esta información, contraria a lo que ella creía.
-          ¿Gracias? – le preguntó ella dubitativa.
-          De nada – le respondió él sonriente. – Me llamo Mattheus – se presentó.- Mattheus Richard Kendrick Appleton – añadió.
-          Encantada de conocerte, Mattheus – respondió ella. – Penélope Ann Storm – añadió ella sonriente estrechándole la mano anteriormente ofrecida por él.
-          Aunque puedes llamarme Grey – apostilló.
La sonrisa de Penélope se borró de un plumazo, sus ojos duplicaron su tamaño de tanto como los abrió y su rostro adquirió un tono blanquecino.
“¿Grey?” se preguntó. “¿Ha dicho Grey?” volvió a preguntarse. “No es posible” pensó con horror. “De ninguna manera” añadió, negando vehemente. “Grey es nuestro mote secreto de chicas hacia él, ¡no puede saberlo!” exclamó enfadada.
Intentó parecer tranquila cuando volvió a hablar peros sus nervios eran unos cobardes y la traicionaron, provocando que volviera a tartamudear de manera notoria:
-          G..Gg..Grr…Grey?  - preguntó fingiendo cara de sorpresa mayúscula intentando disimular algo la situación y su metedura de pata bucal.
-          Si Grey – repitió. – No finjas cara de sorpresa porque ambos sabemos que tú y tus “amiguitas” – dijo esto con especial rin tin tín – me llamáis así cuando estáis las cuatro juntas – le advirtió, señalándola con el dedo índice.
“¿Qué?” gritó mentalmente. “Pero ¿cómo?” se preguntó para sí, confusa. “¿Nos espía?” volvió a preguntarse mientras se quitaba el flequillo de la frente para ver si con ese gesto conseguía “ver” la realidad con más claridad.
Pero no vio nada más claro
En absoluto.
Al contrario.
Su confusión aumentaba más y más a medida que los segundos pasaban.
Al final acabó tan confusa que volvió a rendirse por segunda vez en la mañana y resoplando, le preguntó:
-          ¿Cómo lo sabes? –
-          ¿Bromeas? – le preguntó él. ¿Grey? – recalcó, con las cejas levantadas mostrando lo evidente que resultaba. - ¡Si erais bastante obvias y para nada discretas cada vez que hablabais de mí! – las acusó. -¡Grey! – exclamó agarrando su chaqueta y sus pantalones grises para dejarlo aún más claro. – Y déjame decirte que estoy muy disgustado conmigo  señorita – añadió, caminando de un lado para otro sin dejar de mirarla fijamente ni un instante.
-          ¿Conmigo? –preguntó ella parpadeando muy seguido, con los ojos muy abiertos y la mano sobre el pecho. - ¿Y yo qué te he hecho? – quiso saber.
-          Contigo – repitió él muy serio. – Esperaba un apodo o mote de mofa mucho más elaborado por tu parte – volvió a decirle. - ¿Grey? – preguntó escéptico. - ¿En serio? – recalcó, decepcionado. -¿Por el color de mis trajes? – le preguntó una tercera vez con gesto de desprecio. - ¡Pfff…! ¡Por favor! – exclamó, quejándose.
-          ¡Pero si yo no te puse el mote! – se defendió ella, indignada por llevarse la culpa siendo inocente.
Pero Greyford no la escuchó y siguió con su retahíla de pensamientos encadenados.
-          Es como si yo a partir de ahora me dirigiese a tu amiga, la señorita Katherine Gold, como la “chica dorada” por su apellido – explicó. - ¿No te parecería muy obvio? – le preguntó.
-          ¡Fue ella quien te puso el mote! –acabó confesando, arrepintiéndose de inmediato de lo que acababa de decir. – Entre ella y Rosamund – añadió, tapándose la mano con ambas manos para evitar revelar más información de la cuenta ahora que la Caja de Pandora se había abierto.
“¿Rosamund?” se preguntó Lord Greydor absolutamente perplejo por la revelación. “¡Vaya!” exclamó. “Así que piensa en mí…” añadió, satisfecho.
Lord Greyford no acertaba a conocer el por qué (dado que no se conocían personalmente), pero esa mujer le caía especialmente bien.  Quizás porque era muy diferente al resto de mujeres de la nobleza y eso la hacía especialmente refrescante dentro de la monotonía aristocrática existente o quizás porque era la mujer menos mujer en su manera de actuar de cuantas había visto y conocido en su vida… ¿quién sabía? Pero le caía simpática.
-          Por favor, no les digas que yo te lo dije – le suplicó con las manos juntas. - ¡por favor! ¡Por favor! ¡Por favor! ¡Por favor! ¡Por favor! – pidió.
-          Tranquila Penélope –la calmó. -  Tú secreto está salvo conmigo – le aseguró.
-          Muchas gracias mil… - inició mucho más aliviada y con todo su color en el rostro. - ¿Cómo debo llamaros entonces? – preguntó desconcertada enarcando una ceja. - ¿Mattheus? ¿Robert? ¿Kendrick? ¿Ken? ¿Appleton? ¿Apple? ¿Manzano? – enumeró.
-          Llámame Grey – le respondió él.
-          Grey – repitió ella asintiendo y dando el visto bueno.“¿Tanta bronca para acabar llamándote igual que cuando estoy con mis amigas?” preguntó una Penélope a pequeña escala a voces, enfurruñada y con los brazos en jarra en su cabeza.

sábado, 24 de noviembre de 2012

De grabados...

" ¿Dónde demonios se han metido todas?" se preguntaba Rosamund iracunda mientras se paseaba por el abarrotado salón de baile a base de empujones y miradas de muy mala manera a los asistentes. "¿Dónde está Penélope?" se exigía saber.
La necesitaba.
Necesitaba de su inteligencia para que la ayudara con el nuevo asunto que se traía entre manos.
Asunto que no era otro que atrapar al ladrón que había robado ya en un par de casas nobiliarias y de cuya existencia ella se había enterado a base de escuchar conversaciones de su hermano Anthony con los otro siete miembros de los 8 de Bow Street en el despacho de su casa.
Gracias a esto ahora sabía que dicho ladrón se llamaba Sthealthy Owl.
Pero si quería atraparlo, conocía de sobra que ella sola no podría hacerlo; puesto que ella era la práctica. Y ninguna práctica  llegaba a buen puerto sin la teoría.
Pues bien, Penélope era su teoría.
De ahí la imperante necesidad de encontrarla...
De ahí su frustración y enfado. Puesto que llevaba ya dos vueltas completas al salón y no había dado con ella.
Fue en su tercera vuelta cuando se percató de Verónica.
Correción. De la actual situación en la que se encontraba Verónica.
Una Verónica que se encontraba rodeada de hombres. De lejos parecía que el número exacto de hombres a su alrededor era de... ¿diez?
"Esto no le va a gustar nada a Katherine..." pensó.
Efectivamente.
Diez era el número de hombres que la rodeaban. De hecho había reconocido a Verónica por su vestido barroco, no porque la hubiera visto.
Diez hombres que la rodeaban y la miraban de manera muy hambrienta y de unas maneras malintencionadas que no le gustaban en absoluto.
Siguiendo la corazonada y la mala espina que le provocaba esta situación, por primera vez agradeció el gentío y se acercó de manera sigilosa hacia el círculo...
- Agradezco infinitamente el instante en que decidió abandonar su autoretiro y concedernos el honor y gracia de su presencia, señorita Rossi -
-Muchas gracias milord, es usted muy amable - respondió ella amable.
- Es en serio señorita - dijo otro.
- Es usted la visión más espectacular de todo el salón con su vestido morado - dijo un tercero.
- Muchas gracias - respondió Verónica, sonriente.
- Una visión divina y celestial -
- ¡Una Madonna! -exclamó uno,besándole la mano.
- ¿Qué Madonna? - preguntó, otro ofendido. - ¡Una Venus! - replicó.
- ¡La Venus de Botticelli! - añadió otro.
 Verónica intentó mantener la compostura, tal y como dictaban las normas de protocolo durante toda la conversación. De ahí que hasta entonces se había limitado a asentir, sonreír y ser cortés con frases de agradecimiento breves pero, al escuchar los últimos comentarios enfervorecidos hacia su persona, fue incapaz de aguantarse más y se echó a reír a carcajadas.
- Agradezco comentarios y halagos tan positivos, señores - inició Verónica - Pero no puedo compararme con la Venus de Botticelli, principalmente porque ella es una pintura del siglo XV y es pelirroja y yo soy morena y estoy viva en el siglo XIX - explicó. - Además, considero que la bella Simonetta es mucho más guapa que yo - añadió, completamente convencida de este último hecho.
- ¡Vaya, vaya, vaya! - exclamó una voz masculina al fondo, que provocó que el corro se abriera y se giraran para descubrir quién era la persona que había hablado. - Parece que tenemos una entendida en arte aquí - respondió el señor Richfull mientras se acercaba con una sonrisa en los labios.
"¿Martin Richfull?" se preguntó Rosamund molesta escondida tras una columna. "¿Qué demonios hace ahí Martin Richfull?" quiso saber con la mosca detrás de la oreja, preocupada. "¿De dónde ha salido?" se preguntó. "¡Ahí no estaba hace un momento!" exclamó.
- ¡Quita! - exclamó enfadada dando un brusco empujón a la mujer que se estaba interponiendo entre ella y el círculo y que por tanto, le impedía ver con total claridad qué era lo que estaba sucediendo.
Al final, tuvo que acercarse aún más porque no entendía bien lo que estaba sucediendo.
¿Cómo lo hizo?
A codazos, obviamente.
- Lamento contradecirle señor Richfull pero no soy ninguna entendida en arte - dijo Verónica. - Es solo que si que tuve el placer de observar el fresco en persona durante un visita a Florencia  - explicó.
El círculo de hombres asintió a la vez, muy atentos a lo que Verónica decía.
- Aunque confieso que soy una gran interesada en el arte - añadió.
- ¿Ah sí? - preguntó Martin Richfull interesado con una sonrisa malintencionada en el rostro. -¿Os gusta el arte? - le preguntó.
Verónica asintió.
- ¿Qué tipo de arte? - quiso saber.
- Todo tipo de arte señor: arquitectura, escultura y pintura - explicó.
- Pintura ¿eh? - volvió a preguntar con la misma sonrisa siniestra de antes. Verónica volvió a asentir.
- Y decidme algo ¿también os gustan los grabados? -.
- ¿Grabados? - preguntó Verónica, frunciendo el ceño.
"¡¿Grabados?!" se preguntó Rosamund, horrorizada. "¡Di que no!" exigió Rosamund.
- Grabados - repitió el señor Richfull.- ¿Os gustan? - preguntó.
"¡No!" gritó Rosamund mentalmente mientras intentaba llegar abriéndose paso entre la multitud.
- Por supuesto milord - respondió Verónica, sonriendo. - Los grabados son una manifestación artística más y ya os he dicho que me encanta el arte - añadió.
Dicha frase provocó que los ojos de los diez hombres que la rodeaban (ahora once con la llegada de Martin Richfull) se iluminaran y que a punto estuvieran todos de babear; para total extrañeza de Ronnie.
- Fantástico - exclamó. - Fantástico - repitió en voz mucho más baja con una sonrisa en el rostro otra vez.
- ¿Sabéis milady que yo también soy un gran aficionado al arte? - le preguntó ahora.
- No - dijo negando con la cabeza. - No lo sabía - añadió.
- Pues lo soy - volvió a informarla. - Es más, los grabados son mi forma de pintura favorita - le hizo saber.
- Excelente elección señor - respondió Rosamund de manera amable.
- Poseo una extensa y completa colección en la biblioteca - le informó. - ¿Os gustaría verla?- le preguntó.
- ¿Perdón? - preguntó Verónica bastante incómoda por la manera en que los hombres la estaban mirando.
- ¿Os gustaría ver la colección de grabados que tengo en mi biblioteca? - le preguntó otra vez.
- ¿Ahora? - preguntó Verónica sorprendida. - ¿Y qué pasa con la fiesta? - le preguntó. - ¡Sois el hijo de los anfitriones milord! - le recordó.
- Precisamente por eso milady, mis padres están tan ocupados por la recepción de invitados que apenas echarán en falta mi ausencia temporal - le informó. - ¿Venís? - le preguntó pasado un rato ofreciéndole el codo.
Ronnie dudó un instante.
Había algo en el rostro y sobre todo en la manera en que la miraba y la sonreía que no acababa de convencerla. No obstante...
No obstante, hacía tanto tiempo que no observaba con sus propios ojos una obra de arte...
Lo echaba de menos.
Era una de las cosas que más echaba de menos del Piamonte: el poder ir con su tía de excursión para observar obras de arte.
Lamentablemente, la familia Gold no era muy proclive al conocimiento y disfrute de las artes.
Una verdadera lástima porque su vida en el Piamonte era plenamente artística y caracterizada por su continua asistencia a óperas, museos, ruinas, colecciones de arte y visitas a salones en las que asistía como oyente a interesantes discusiones sobre política o filosofía y a interesantes duelos poéticos.
Por suerte para ella, siempre le quedaba Penélope, fuente infinita de sabiduría y conocimientos.
Sintiendo un repentino y doloroso ataque de nostalgia y añoranza de su casa, Ronnie aceptó ir con el señor Richfull a la biblioteca para observar sus grabados.
Con suerte, ¡incluso podría conseguir que le regalase uno!.
Ya se encaminaba hacia la salida del salón, cuando cerró su mano con fuerza alrededor de su muñeca y tiró de ella justo en dirección contraria.
- ¡Tú no vas a ninguna parte! - exclamó Rosamund furiosa mirando con odio a Martin Richfull.
- ¡Rosamund! - exclamó Ronnie sorprendida por la aparición. - ¿Qué tonterías dices? - le preguntó. -¡Claro que voy a ir! - replicó.
- He dicho que no vas a ir y ¡no vas a ir! - repitió enfadada, tirando más fuerte y colocándola a su lado.
- Pp..p..ppero...- inicó Verónica.
- Ni peros, ni peras ¡ni nada! - exclamó Rosamund. - Lamento informarle señor Richfull de que la señorita Rossi está muy ocupada esta noche haciéndome compañía y le va a resultar imposible acompañarle a la biblioteca - dijo, mirándole con una sonrisa irónica.
- La señorita ha manifestado en varias ocasiones su interés por el arte y su deseo de acompañarme - respondió Richfull con una sonrisa igual a la suya controlando su furia.
- ¡Eso! - exclamó Ronnie para hacerse notar en la conversación, ya que ambos se miraban como si de un duelo a muerte se tratase.
- Pues si tanto interés tenéis en que Verónica vea vuestros grabados para que os dé su opinión acerca de ellos, podía ir a la biblioteca a por ellos para que ella pueda verlos aquí sin necesidad de ausentarse del salón de baile - dijo Ronnie, sabiéndose ganadora del enfrentamiento con esta respuesta.
Verónica abrió la boca para hablar, dispuesta a replicar nuevamente, pero pronto se dio cuenta de que la idea y sugerencia que su amiga había tenido era muy buena.
La felicitó por ello.
- ¡Caramba Rosamund! - exclamó sorprendida. - ¡Es una buenísima idea! -
- Ya ves Ronnie, esto de pasar tanto tiempo con Penélope hace que se me pegue su inteligencia... - le respondió sin dejar de mirar a lord Richfull fijamente.
- Milord...¿Podríais a por vuestros grabados a la biblioteca para que pueda disfrutar de sus contemplación en el salón de baile por favor? - le pidió, inmensamente feliz ante la perspectiva.
- Eh... sí - acabó diciendo con fastidio. - Voy por ellos - anunció. - Ahora mismo vuelvo - dijo, girándose y confundiéndose entre la multitud.
- ¡Gracias Rosie! - dijo Verónica. - ¡No sabes lo feliz que me haces! - dijo, estrechándola aún con más fuerza.
Pero Rosamund se soltó enseguida de su abrazo de forma brusca y la empujó, poniendo distancia entre ambas.
- ¿Es que te has vuelto completamente loca? - le preguntó enfadada. - ¿Cómo se te ocurre decirle a ti que sí para ir a ver sus grabados a la biblioteca? - añadió.
En ese preciso instante Rosamund vio a los hermanos Gold (que parecían discutir debido a los gestos de Katherine y a la cara de Jeremy), bufó y echando humo se encaminó a grandes y sonoras zancadas hacia ellos tirando de Verónica; quien era incapaz de oponerle resistencia, dada la fuerza que poseía.
- ¡Vosotros dos! - exclamó llamándoles la atención, consiguiendo que pararan. - ¿Se puede saber que clase de anfitriones de m...? - se mordió la legua para evitar decir la barbaridad que se le estaba pasando precisamente por la mente en ese momento. Suspiró y volvió a preguntar : - ¿Se puede saber qué clase de anfitriones sois? ¿Eh? -.
Ambos hermanos se miraron sin entender muy bien a qué se refería Rosamund.

-          ¿Por qué no la estabais acompañando en el evento tal y como manda el protocolo? – exigió saber mirando directamente a Katherine, la experta en estos asuntos.
-          Porque estaba muy bien acompañada por esos diez hombres – respondió desafiante.
-          Y tú carcamal… dijo descargando ahora su furia con Jeremy. - ¿Cómo es que no la has instruido en las artes de la seducción? – preguntó, casi a voces.
Jeremy casi se atraganta al escuchar esta exigencia en forma de pregunta (y eso que no estaba bebiendo nada en ese momento). De hecho, le dio un golpe de tos que era incapaz de parar y por ello, se puso rojo.
“¿Tanto se me nota?” se preguntó avergonzado mientras Katherine le daba golpes en la espalda para detener la tos. “¿Acabo de escuchar lo que creo que acabo de escuchar?” se preguntó nuevamente. “¿Carrotie me ha dicho que por qué no he seducido a Ronnie? No. Imposible” negó, vehemente. “¿Me ha dado permiso para hacerlo?” pensó con gesto extraño.
-          ¿No me has oído? – le preguntó chasqueando los dedos para llamar su atención. - ¿Por qué no lo has hecho? – quiso saber. – Es tu obligación como “libertino” que eres – le acusó.
“Parece que sí que me ha dado permiso” pensó Jeremy incrédulo por la revelación.
-          ¿Es que no ves como va vestida y las reacciones que provoca a su paso en los hombres? – volvió a preguntarle señalándola y, librándola al fin de su agarre en la conversación. Gesto que Verónica agradeció enormemente pues Rosamund realmente le había hecho daño en su ahora bastante dolorida muñeca.
Jeremy se echó a reír ante la estúpida pregunta de Rosamund. No obstante, visto el grado sumo de enfado que tenía y, para evitar en serio peligro la seguridad de su persona y librarse de un más que seguro golpe por su parte, decidió disimularlo en forma de otro ataque de tos repentino.
¿Qué no la había visto?
¿Qué no la había visto?
¿Hablaba en serio?
¡Pero si no hacía otra cosa que verla!
La veía en todas partes menos donde él más quería: en su cama.
“¿Cómo no voy a verla?” se preguntó indignado. “Con ese vestido de satén. Satén que seguramente se deslice limpiamente por su piel y podría dejarla desn…” pensaba imaginándoselo mordiéndose el labio y reprimiendo los gemidos. “Basta” se ordenó. “Es sufieciente” añadió. “Lo estás volviendo a hacer y no puedes” se regañó. “Recuerda quién es. Recuerda quién eres” se recordó. “Piensa en cosas neutras para bajarte el calentón” ordenó. “Piensa en animales. En animales tranquilos. En peces” añadió. “En tus peces” rectificó.
Y eso fue precisamente lo que Jeremy hizo.
Pensó en los cuatro peces que había adquirido recientemente como método de distracción y de los que nadie aparte del servicio conocía su existencia porque estaban en su habitación.
Pronunció sus nombres mentalmente:
“Tub” (Tina)
“Andjugs” ( y jarras)
“Water” (agua)
“Frozen” (congelada)
Lo hizo una.
Luego otra.
Y así tantas veces como fueron necesarias hasta que dejó de tener imágenes de alto contenido erótico protagonizadas por Verónica y él en su cama de dosel.
Solo entonces abrió los ojos orgulloso y satisfecho de sí mismo por haber vuelto a controlar sus impulsos; sonriendo por ello.
“¡Este hombre es tonto!” exclamó Rosamund indignada.
-          ¿Para qué querías que la acompañásemos? – le preguntó Katherine con el mismo tono de desdén que antes. – Parecía que se estaba divirtiendo bastante sin nosotros – dejó caer.
-          ¡Oh sí! – exclamó Rosamund asintiendo. – Se lo estaba pasando muy bien – añadió sin dejar de asentir. – Y mejor que se lo iba a pasar en la biblioteca de lord Richfull mirando sus grabados – anunció.
Katherine contuvo un grito de horror tapándose la boca con las manos. Solo entonces preguntó: - ¿Qué?-
-          ¿Qué? – se le escapó a Jeremy en forma de grito mirado con reprobación ahora a Verónica.
-          ¿Qué? – preguntó a su vez la aludida, aún sin entender nada.
-          Efectivamente – dijo Rosamund. – Nuestra amiga Verónica estaba a punto de marcharse a la biblioteca con lord Richfull para observar su extensa colección de grabados – les informó.
Ambos hermanos estuvieron mirando a Ronnie con una mezcla de horror y enfado hasta que Katherine se giró hacia su hermano para gritarle:
-          ¿Lo ves? – le preguntó. - ¿Qué acabo de decirte? – añadió. - ¡Tienes que ser su vigilante! – le ordenó señalándole. - ¡Mira lo que ha estado a punto de hacer! – añadió ahora mirando y señalando Verónica.
-          Tranquilidad – dijo Rosamund elevando las manos para llamar a la calma. – Afortunadamente para todos yo SÍ – dijo esto con especial énfasis – Estaba pendiente de Ronnie y lo impedí justo a tiempo – añadió, orgullosa.
-          ¿Dónde está? – exigió saber Jeremy, brusco. - ¿Dónde está Richfull, Carrotie? – añadió. - ¡Voy a matarlo! – exclamó. – Se le van a quitar las ganas de enseñar grabados en bibliotecas de que termine con él – dijo entre dientes apretando la mandíbula para que no lo escucharan.
Fracasó en esto último, al menos con Rosamund, pues esta le recriminó con tono burlón:
-          ¡Vaya! Ahora sí que nos interesa ser buenos anfitriones – dijo. – Pero ¿dónde estabas antes para impedir que fuera a ver los grabados? – le preguntó acercándose a él amenazante con los brazos en jarras.
-          Bueno, ¡basta! – exclamó Verónica hablando por primera vez en toda la situación. – Sabéis que no me gusta nada veros discutir – les regañó a Rosamund y Jeremy. – Además sabéis que me encanta el arte y ¡eran unos simples grabados por Dios! – dijo echándose a reír.- ¿Qué hay de malo en que fuese a ver unos grabados? – preguntó ignorante con los últimos rastros de la risa en su cara y una medio sonrisa en el rostro.
-          ¿Se lo explicas tú o se lo digo yo, Adonis? – le preguntó Rosamund irónica.
Jeremy suspiró, se acercó a Verónica, se agachó y comenzó a explicarle el significado real de los grabados.
A Verónica le hacían cosquillas tanto el aliento como la barba de Jeremy junto a su oído y por eso, reprimió el ataque de risa que amenazaba por comenzar otra vez.
“Es lo único bueno que tiene su barba” pensó distraída, riendo mentalmente. “¡Concéntrate!” se ordenó.
Y por eso, centró toda su concentración en las palabras de Jeremy.
-          Esto… - titubeó. – Verás… - añadió. – Lo que Rosamund… lo que Richfull… lo que yo quiero decir… - bufó y se giró en la dirección contraria para suspirar y pensar en la mejor manera de decírselo sin que se escandalizara (para total desesperación de Rosamund, observadora silenciosa, por increíble que parezca, de la escena) – Cuando Richfull hablaba de grabados en realidad no hablaba de grabados – dijo de una vez.
Rosamund; que había leído los labios de Jeremy (y por tanto había entendido la última de frase) hizo un gesto de desesperación e incredulidad antes de comenzar a aplaudir la estupidez que acababa de decir en su opinión.
Verónica ignoró el gesto de su amiga y continuó concentrada en la última frase.
Frase que por más que repetía, no entendía.
Por eso, con el ceño fruncido se giró y buscó la expresión de Jeremy para que la ayudara a entender. 
Con el rostro de Verónica a escasos centímetros del suyo, Jeremy rememoró inmediatamente el primer beso que se habían dado y le costó verdaderos esfuerzos refrenar a sus impulsos para repetir la acción. No obstante (dado que no estaban en el lugar indicado y tenía público, desechó ese hilo de pensamientos sacudiendo la cabeza y le dijo, mirándola a los ojos:
-          Verónica… - suspiró. – Los grabados son una de las tantas palabras que componen el lenguaje cifrado de los libertinos y que son utilizadas en el juego de la seducción – explicó. – Así que… Lo que Richfull dijo… - se rascó la frente y rectificó. – Cuando Richfull te propuso que le acompañases a la biblioteca para mostrarte sus grabados lo que realmente quería proponerte era… -
-          ¿Sí? – le preguntó asintiendo a la espera del final de la frase.
-          Lo que realmente te estaba proponiendo era… que te acostases con él – concluyó.
A Verónica le costó comprender el significado de la última frase.
La repitió mentalmente varias veces hasta que la procesó y asimiló su significado.
Entonces…
-          ¿¿¡¡QUÉ??!! – preguntó con un grito tan fuerte que llamó la atención sobre ellos. De hecho, pronunció esta frase tan corta de forma tan repentina que un pequeño escupitajo con saliva salió de su boca disparado hacia el ojo y la mejilla de Jeremy.
-          ¡Ay Dios! – exclamó avergonzada. - ¡Fue sin querer! – explicó. - ¡Lo siento! – se disculpó. - ¡Lo siento! ¡Lo siento! ¡Lo siento! ¡Lo siento! ¡Lo siento! ¡Lo siento! – repitió mientras le limpiaba la saliva con la mano.
-          ¡Está bien! – dijo él dando un paso hacia atrás frotándose el ojo y abriéndolo  lentamente varias veces para reacomodarse a la capacidad de visionado. – Estoy bien, no te preocupes – le informó.
-          ¿Qué? – preguntó Verónica.
-          Que estoy bien – repitió Jeremy.
-          No me refiero a eso – dijo Véronica. – Lo entendí perfectamente, yo hablo de… lo otro – acabó la frase con un susurro.
-          Si Verónica, lo que realmente quería Richfull era lo que acabo de decirte – repitió.
-          ¿Es eso cierto? – les preguntó de forma muy seria (y esperando que no fuera cierto) a sus amigas para corroborar la respuesta de Jeremy.
Rosamund aún se reía del momento escupitajo volador (por el cual felicitó mentalmente a la excelente puntería y precisión de Verónica) cuando ésta les preguntó. De inmediato buscó a Katherine con la mirada y juntas asintieron a la vez.
“¡Oh Dios mío!” exclamó horrorizada mientras retrocedía y se alejaba de sus llevándose las manos a la cara por la vergüenza.
Caminó hacia atrás con pasos pequeños y lentos porque estaba recordando la situación que había vivido muy poco y entonces, al verlo desde otro punto de vista, todo cobró sentido.
Ahora entendía las miradas de interés y las sonrisas interesadas de todos los hombres cuando aceptó gustosa y de buena gana el ofrecimiento de lord Richfull. Y también comprendió el “extraño” tono que él había utilizado a lo largo de toda la conversación con ella.
Hizo cuentas mentales y…el padre de Martin Richfull tenía la misma edad que su madre. Miró hacia donde estaban sus tías y su abuela y éstas le  sonrieron con maldad y superioridad.
“Me han engañado” pensó con pesar. “Me han engañado como a una tonta” añadió.
“¡A saber qué habrán dicho de mi madre durante todos estos años!” exclamó furiosa recordando lo sucedido hacía ocho años. “¿Realmente me ven así?” se preguntó mirándose con asco y con las lágrimas a punto de derramarse de sus ojos.
-          ¡Lo siento! – exclamó ya llorando (incumpliendo esta norma de protocolo) antes de salir corriendo hacia los jardines para evitar alguien más la viera.
Mudos, los tres observaron cómo sin venir a cuento, Verónica se echaba a llorar y desaparecía de su vista a una velocidad vertiginosa.
El instinto protector y maternal de Rosamund se disparó de inmediato y se dispuso a salir corriendo presurosa tras ella. No obstante, su carrera se vio interrumpida porque Jeremy se había puesto justo delante de ella.
-          ¿Qué dem…? – inició.
-          No – dijo con firmeza. – No – repitió mirándola a los ojos para remarcárselo. – Yo iré – informó. – Quedaos aquí- les advirtió a ambas antes de girarse y echar a caminar tranquilamente (para evitar comentarios malintencionados) exactamente en la misma dirección que Ronnie.
Su hermana y Carrotie tenían razón
Verónica estaba muy perdida y desorientada en Londres.
Bastaba el ejemplo que acababa de vivir para darse cuenta y ser consciente de ello.
Necesitaba un guía y un protector que la orientase en el Londres actual en el que vivía.
Había llegado su momento.
Esos momentos y situaciones se iban a acabar.
Y él se iba a asegurar de ello personalmente.
Justo en ese momento, se comprometía a ejercer esa función a ojos de Ronnie, sus amigas y la sociedad en general.
Se congelaría el infierno antes que permitir que fuese protagonista de un escándalo o una nueva burla en su presencia.
No importaba que tuviera que poner en riesgo su salud debido a su calenturienta mente o el número de veces al día que tuviera que mencionar mentalmente a sus peces y baños de agua fría que tuviera tomar.
Él iba a ser su protector, su guía y su amigo
 Y punto.

viernes, 23 de noviembre de 2012

Carta de Ludovica Rossi a Verónica Rossi


Carissima nipote:
Come stai? Come stai? Sei vivo?
E se sei vivo ... Perché non scrivere lettere?
Dante e io siamo molto preoccupati ...
Tanto ti piace l'Inghilterra? ma se piove molto!
ritorna, mi ritorna in Piemonte!
Il Piemonte è la tua casa e le ragazze e mi manchi terribilmente.
Anche Dante, ma meno perché vi visitare presto.
Spero che si sta godendo la stagione e un sacco di uomini inglesi e questa è la ragione per cui non ho scritto ancora.
Stiamo tutti bene qui.
Il motivo della mia lettera altro che rimproverare è quello di sorprendere che vedete qui sotto, e dammi la tua opinione.
Spero che vi piaccia perché ho scelto proprio pensando a te.
Tanti baci e abbracci per voi.
Altro per i vostri amici e  in particolare per la famiglia Gold per essere stato così generoso con noi.

Ludovica tua zia che ti ama e ti manca.


"¿Una sorpresa?" se preguntó Verónica con el ceño fruncido. "¿Qué sorpresa?" quiso saber.

Fascinada y encantada ante la idea de un regalo enviado expresamente para ella desde el Piamonte, Verónica buscó con ahínco en el interior del sobre.
Buscó con tanto ahínco de hecho, que acabó por romperlo y perdiendo éste su anterior forma rectangular. 
Pero no encontró nada.
El sobre estaba vacío.
"¿Será posible que se le haya olvidado incluir el regalo para mí?" se preguntó ahora bastante desilusionada ante esta perspectiva con gesto triste en el rostro.
No obstante, poco le duró la tristeza ya que en cuanto volvió a levantar la vista del rostro se vio sorprendida e invadida por la mano de Jeremy.
Mano que portaba algo de forma rectangular (aunque arrugado en sus manos todo sea dicho) y que lo depositó de manera brusca justo en el centro de su pecho.
Tan bruscamente que Verónica fue empujada y acabó trastabillando.
Acto seguido, Jeremy furioso y resoplando abandonó la estancia con un fuerte portazo que hizo tambalear los cristales y las tazas de té situadas sobre la bandeja de plata.
Inmediatamente Verónica, movida por la curiosidad quiso ver qué era el papel (más bien cartulina) que Jeremy le había devuelto de tan mala manera.
Tragó saliva al observarlo con detenimiento y entonces comprendió bastante bien su reacción.
Maldijo su mala suerte doblemente:
- La primera porque había sentido tal estallido de alegría al recibir carta de su tía y había abierto el sobre con tanta rapidez que no fue consciente de que el segundo folio que éste contenía había caído al suelo.
Al contrario que Jeremy Gold, que sí que se había dado cuenta de ello y que, incapaz de contenerse lo recogió y lo leyó al parecer.
- Y la segunda porque este papel venía a romper la actual excelente situación de su inusual "relación" de pareja.
Verónica temía cuál podía ser la reacción ante esto dada la manera en la que había abandonado la habitación.
Pero ¿qué era exactamente ese papel que había provocado este comportamiento agresivo en Jeremy?
Una invitación de boda.
Corrección; una invitación de su boda.


- ¿Y a este que mosca le ha picado? - preguntó Katherine desconcertada.
Verónica giró el papel y les mostró a ambas mujeres el contenido del mismo, provocando que al unísono suspiraran y sonrieran con satisfacción y orgullo.
- Está claro Katie - dijo lady Dunfield. - Jeremy se ha enfadado porque os ha visto crecer y aún no se ha hecho a la idea de que Verónica vaya a casarse - explicó. - Bueno, al menos hasta ahora - apostilló. - Seguramente que reaccione igual el día que tu vayas a casarse - añadió, con un cierto reproche en las últimas cinco palabras recordándole su "fracaso estrepitoso" en lo que a la búsqueda de un hombre en el mercado matrimonial se refería.
Verónica sonrió a lady Dunfield por el comentario.
Sin embargo, no podía estar más equivocada.
Probablemente también protestara y se tomara a mal el día que Katherine le mostrase su invitación de boda, pero seguro que no reaccionaría de la misma manera ya que al fin y al cabo, ellos eran hermanos.
Hermanos y no amantes, que era la relación secreta que lo unía con ella.
Dicha invitación le había puesto los pies en la tierra de golpe y le había recordado que él era el otro y que próximamente su acuerdo iba a concluir.
De ahí la reacción.
Verónica volvió a tragar saliva.
Estaba metida en serios problemas....

BSO Amigas Duquesas I: De toda la vida




Esta entrada no quiere decir que ya tenga terminado el libro de Verónica (que ya me gustaría a mí, puede que incluso más que a vosotras, os lo aseguro) sino que aquí voy a ir apuntando las canciones que me inspiran para escribirla ya que al ser la primera, el número de canciones se incrementa bastante con respecto al de Penélope.
Aviso, no va a haber SPOLIERS, solo añadiré alguna información extra a aquellas canciones que sean seguras y donde yo vea que no se revela nada de importancia.
- Blondfire: L- l- love
Porque como ya dije, esta es la canción que las representa a todas enamoradas.
- KC: Trouble
Canción que suena en mi mente cada vez que a Rosamund se le ocurre uno de sus famosos planes.
- Emc2: Big Audio Dynamite
Canción para la mistad de los "científicos" de Penélope y Grey.
- James Carrington: Ache
Jeremy hablando de Rebecca.
- Santana (Glee): Songbird
???
- 2AMClub: worry about you
???
- Adele: One and Only
Canción de Verónica pensando en Jeremy.
- Alejandro Fernández: No lo beses
- One Direction: I wish
- One Direction: More than this
Las tres son las canciones de celos y sus diferentes fases durante el libro de Jeremy
- Il divo: Wicked game (Melancholia)
???
- Neon Trees: Animal
???
- A.R. Rahman: Waltz for romance
???
- Lady Gaga: Vanity
Canción de Katherine.
- Tarkan: Dilli Düdük
En un principio iba a ser la cancion de cómo se conocen Christian y Penélope, pero luego se extendió y aplicó a todas sus reuniones como el equipo Christina, sobre todo por el signficiado de la canción.
- Glee: Give your heart a break
????
- 2AMClub: If it isn't love
???
- Alejandro Fernández: Pecadora
????
- Dangerous Beauty: Venice proud and pretty
Canción de Verónica y que la representa a la perfección, serena y tranquila.
- Penélope theme: Penélope piano scene
¡Qué decir! Me encanta esta canción al piano y siempre que la escucho me imagino a Penélope leyendo un libro bajo la sombra de un árbol...
- Maroon 5: one more night
????
- Miranda!: El profe
????
- Robbie Williams: Different
????
Solo revelo que esta canción sí que es la del final de la historia...

De cómo William Crawford decide mudarse...

- ¿Y bien?- le preguntó Christian a Penélope mientras le ofrecía asiento con la mano. - ¿Lista para comenzar? - volvió a preguntar, aunque esta vez de manera retórica ya que él mismo se respondió a lo planteado. - Porque... tenemos mucho para escribir - dijo.- Al fin y al cabo, no todos lo días tu amiga Katherine Gold se emborracha de la manera en que lo hizo la noche pasada - añadió. - ¡La pobre! - exclamó - ¡Qué mal lo va a pasar hoy...! -- dijo, compadeciéndose y sintiendo algo (una ínfima parte) de lástima por ella al pensar en la resaca que tendría.
- Sí... - dijo Penélope asintiendo con la cabeza y avergonzada hasta el extremo por el inexplicable comportamiento de Katherine de la noche anterior.

Sin más tiempo que perder (y porque Christian podría estar toda la vida regodeándose en ese hecho puntual) ambos decidieron ponerse con el nuevo artículo de Christina.
Pronto, las risas y carcajadas hicieron acto de presencia en la conversación mientras recordaban algunos otros momentos memorables de la pasada noche tales como el baño de babas al que fue sometida Cassandra Cassidy por el embajador francés o lo continuos resbalones y caídas provocados por un exceso de encerado en el suelo.
En otras palabras, hoy estaban disfrutando de lo lindo redactando el artículo.
Tan "concentrados" estaban en su trabajo que solo escucharon el sonido de unos pasos acercándose hacia el despacho de Christian cuando éstos iniciaban el pasillo que conducía hasta él.
De hecho, fue el propio Christian quien primero se dio cuenta de ello.
- ¡Shhh! - mandó callar a Penélope de manera nada autoritaria. - ¡¡Shhhhh!! - repitió de manera más fuerte esta vez, consiguiendo su objetivo y además que Penélope le mirara extrañada.
- ¿Qué? - le preguntó entre susurros.
Christian tardó en contestar porque estaba centrado única y exclusivamente en confirmar que los sonidos que acababa de escuchar eran reales y no se los había imaginado.
Y efectivamente, eran muy reales.
Dato que quedó más que confirmado cuando los escuchó otra vez.
Y Christian entró en pánico.
"No, no,no, no, no,no, no, no, no, no, no, no, no, no,no, no,no y no" pensó y maldijo.
Viendo el cambio tan radical que se había producido en el rostro de su amigo, Penélope, preocupado se atrevió a preguntarle qué le ocurría.
Pregunta que Christian ignoró deliberadamente y que fue respondida de la siguiente manera:
- Tienes que esconderte -.
-¿Qué? - preguntó Penélope creyendo no haberle escuchado bien.
- Tienes que esconderte - volvió a decir.  - ¡Tienes que esconderte! - repitió.
- Calma, calma - respondió ella. - Christian ¿qué ocurre?- quiso saber para comprender la repentinamente absurda situación.
- ¡No puedo calmarme! - gritó. - ¡El no puede verte aquí! - añadió, desesperado.
- ¿Él? -preguntó Penélope con la ceja enarcada. - ¿Quién es él? - preguntó, arrugando la nariz.
- Mi hermano William - dijo Christian. - El duque de Silversword - añadió con rin tin tín. - ¿Qué demonios hace despierto a esta hora? - se preguntó entre dientes mientras maldecía. - ¡ Si hoy no hay sesión parlamentaria! - exclamó bufando.
La primera reacción ante el exagerado comportamiento provocado por el pánico de Christian fue mirar el reloj de bolsillo que había sobre el escritorio y cerciorarse de la hora exacta que era. Su sorpresa fue mayúscula cuando vio que era más del mediodía.
"¿Es que duerme hasta la hora de comer?" se preguntó sorprendida. "¡Menudo lirón!" añadió.
Acto seguido intentó recordar la cara del hermano de William y descubrió que no tenía imagen alguna en su mente. En otras palabras, que nunca le había visto.
Ni siquiera en algún retrato en casa de Christian.
Algo que por otra parte, no debería extrañarle ya que, ella era una casi una paria social y él en cambio era uno de los libertinos y solteros más codiciados de todo Londres. E cuanto a lo otro, tampoco debía sorprenderse o escandalizarse dada la manifiesta antipatía y resentimiento mostrados por parte de Christian hacia su mellizo.
Antipatía y resentimientos también mostrados en los artículos que escribía, donde él era siempre un protagonista habitual.
Justo en ese momento, Penélope hizo memoria y descubrió que William Crawford no era un completo desconocido para ella. De hecho, conocía bastante bien quiénes eran sus amistades y qué era lo que hacía por las noches para divertirse. Es más, según Christina creía que ambos habían coincidido (que no compartido conversación o bailes) en la boda de Jeremy y Verónica.
Pero nunca jamás le había visto de cerca.
Hasta hoy por supuesto.
Hoy sería el día en que por fin conocería en persona al archiconocido y mencionado (sobre todo por Katherine, su futura esposa)  por todos a su alrededor duque de Silversword.
Christian chasqueó los dedos y la sacó de su ensimismamiento.
- Tienes que esconderte - dijo por cuarta vez.
- ¿Qué? - preguntó parpadeando compulsivamente. - ¿Por qué? - añadió. Y entonces comprendió.
Manifestándolo en la siguiente afirmación:
- Te avergüenzas de mí ¿verdad? -.
- ¡¿Qué?! - preguntó él sorprendido e indignado a partes iguales. - ¡De ninguna manera! - negó vehemente.
- ¡Si lo digo por tu propia seguridad! - exclamó.
- Por mi prop... ¿qué tonterías dices? - preguntó sin comprender.
- Tú no conoces a mi hermano - le avisó. - Y últimamente está desatado - añadió.
-¿Desatado?- preguntó, instándole a continuar.
- Sí, no sé qué es lo que le pasa exactamente pero de un tiempo a acá está en modo libertino con toda mujer que esté cerca de él - añadió. - ¡Si incluso ha intentado seducir a la señora Rider! - protestó.- ¡A la señora Rider! - recalcó.- ¡Una señora que por edad podría haber sido nuestra madre! - exclamó escandalizado. - Por eso tienes que esconderte, para protegerte y ¡evitar que intente seducirte a ti también! - concluyó, señalándola con el dedo para intentar de eso modo hacerle ver su punto de vista.
Pero Penélope no lo entendió, sino que en su lugar rompió a reír a carcajadas.
- ¡Shhh! - ordenó por tercera vez. - ¡No puede saber que estás aquí! - añadió entre susurros.
- ¡Es... la...cosa... más...estúpida...que...te he..oído...decir...con... mucho! - exclamó Penélope entre carcajadas reprimidas y limpiándose las lágrimas que la risa le estaba produciendo. - Christian ¿tú me has visto bien? - le preguntó ahora bastante seria. - Tu hermano ni siquiera se fijaría en mí... ¿cómo va a intentar siquiera seducirme? - le preguntó, riendo ahora de manera ahogada.
- No te menosprecies Penélope - le advirtió, señalándola con el dedo. - Además ¿dado el estado de efervescencia hormonal en el que se encuentra? - le preguntó. - No tengo la más mínima duda de que lo intentaría - respondió. - Y no pararía hasta conseguirlo - añadió con firmeza. - Necesitamos esconderte - estableció. - Y rápido - concluyó.
-¿Cómo voy a esconderme? - preguntó Penélope después de haber mirado por todo el despacho en busca de un buen escondite para ella; satisfaciendo así la petición de su amigo. - No tienes armarios - añadió, señalando lo obvio.
"Tiene razón" pensó Christian con fastidio. "Y ahora ¿dónde la escondo?" se preguntó, nervioso porque los pasos de su hermano se escuchaban cada vez más cerca.
- Debajo del escritorio - ordenó, tajante.
- ¿Qué? - preguntó Penélope atragantándose  y borboteando saliva de su boca al hacerlo.
- Ya me has oído, debajo del escritorio - ordenó nuevamente y echando su silla hacia atrás para permitirle la  "entrada".
- No estás hablando en serio - dijo Penélope, negándose a creer esas palabras. - ¡No pienso esconderme ahí abajo! - exclamó, ofendida.
- A-ba-jo - silabó. - ¡Vamos! -exclamó, apremiándola tirando de la manga de su vestido.
- ¡Oh! ¡Está bien! -acabó accediendo a regañadientes. - ¡Lo haré! - recalcó antes de meterse debajo del escritorio sin dejar de protestar entre dientes.
Acción que provocó que, por nonagésima vez Christian le mandara callar. Solo que esta vez lo hizo mediante gestos. Como respuesta a esta orden, Penélope elevó la cabeza y le sacó la lengua.
En consecuencia, se dio un golpe en la cabeza.
- ¡Ouch! - se quejó.
Y eso fue lo último que Christian supo de Penélope porque en ese instante y sin llamar a la puerta, William hizo acto de entrada en el despacho con paso firme y mirando al suelo (al parecer, enfadado).
- ¿Te parece normal este escándalo a estas horas de la mañ...? - comenzó a preguntar.
No obstante, la pregunta quedó inacabada porque en ese instante levantó la vista y... casi se desmaya allí mismo ante la visión que tenía justo delante.
- Buenos días para ti también - le saludó Christian irónico.
Pero William estaba paralizado. Sin ni siquiera capacidad para parpadear.
-¡T...t...t...tú! - consiguió decir al cabo de un rato, horrorizado.
- ¡Vaya! Al fin dices algo... Te ha costado ¿eh? - le preguntó con guasa. - Qué quieres - exigió saber. - Estoy ocupado - añadió.
- ¡Ah! - gritó tapándose los ojos.
- William ¿estás bien? - le preguntó realmente preocupado. - ¿Qué bebiste anoche? - añadió poniéndose en pie y dando un rodillazo en la cara de manera fortuita a Penélope.
Penélope que le devolvió el golpe, por supuesto.
Y Christian comprendió y cayó en la cuenta de la perspectiva y visión de la que estaba "disfrutando" su hermano justo en ese momento, ya que su escritorio no era enterizo (y por tanto, se veía a Penélope agachada bajo su escritorio justo a la altura de...)
Carcajeó mentalmente.
Esto lo iba a disfrutar enormente...
- ¿Decías? - le preguntó cruzando las manos, acercándose al escritorio (con el consecuente movimiento de Penélope para echarse atrás y evitar recibir otro rodillazo) y ensanchando una sonrisa.
William puso cara de asco.
- ¿Yo? - se preguntó... - Yo... ve...ve...ve...nía a...a... - tartamudeó.
- ¿Sí? - preguntó. abriendo las piernas y emitiendo un pequeño suspiro.
- ¡Ugh! - dijo William horrorizado.
- ¡No, no, no, no,no! - exclamó Penélope. - ¡No me gusta como sabe! -dijo Penélope.
Y es que Penélope al echarse atrás para evitar el rodillazo se pinchó con uno de los afilados abrecartas que se le había caído a Christian (y que seguramente había creído perdido) y en consecuencia se había hecho un corte que había comenzado a sangrar.
Ese era el problema precisamente.
A Penélope no le gustaba la sangre.
Era capaz de soportar su visión (al contrario que a Rosamund; quien con solo verla, vomitaba) pero el sabor... el sabor era otra historia.
Esa mezcla entre óxido y salado le revolvía el estómago en cuanto su lengua entraba en contacto con ella.
Había intentado aguantarse y reprimirse porque Christian se lo había ordenado y porque realmente había llegado a creer las palabras de su amigo y temía un posible ataque e intento de seducción por parte de William (un William que era muy atractivo según había oído) pero todo el mundo tenía un límite.
El de Penélope se había rebasado justo en ese instante.
Solo esperaba arrepentida y avergonzada hasta el extremo que no hubiese sido en el momento más inoportuno (puesto que solía ser habitual).
- Cielo... la regañó suavemente. - Shhh... Te dije que te mantuvieras callada - añadió con tono de voz seductora.
"¿Me está hablando con tono de voz seductora?" se preguntó Penélope incorporándose y provocando que sonara el frufrú de su falda. "¿Me ha llamado cielo?" se preguntó desconcertada e incrédula.
- ¡Tú! - exclamó atónito, incrédulo y horrorizado a partes iguales. - ¡tú eres un pervertido! - le dijo con dedo acusador. - ¡Un pervertido, un cerdo y un degenerado! - añadió mientras pensaba que tenía que marcharse y abandonar ese despacho lo antes posible, encaminándose hacia la puerta de salida. - ¡Marrano! fue lo último que William le gritó de salir del despacho con un portazo.
Ya fuera de ese pequeño recinto, William escuchó las sonoras carcajadas de Christian y él decidió que tenía que olvidarse de la imagen que acababa de ver.
Y como bien dice el dicho, no hay nada mejor para olvidar que beber.
No obstante, había hechos que debían olvidarse más rápido que otros y por tanto, necesitaban o bien más alcohol o uno de peor calidad.
Solo había un club en todo Londres que era conocido por el pésimo alcohol que allí se consumía: Brook's.
Allí fue precisamente donde se dirigió raudo y veloz.

***
"¿Quién lo hubiera dicho?" se preguntaba William mientras apuraba su segundo vaso de coñac y comenzaba a notar en él los efectos del alcohol. "Christian con una vida sexual tan activa" pensó. "Christian con vida sexual" rectificó de inmediato mientras asentía.
- Las tornas están cambiando - le dijo al vaso ahora vacío mientras lo elevaba para pedirle otro al camarero.
- Chrissstian en cualllquier ppparte y tú... pff... a ninguna - se dijo. - ¡Qué vergüensa! - exclamó en voz alta. - Con lo que tú has sido Will... - se dijo.
Sintiendo cómo la lengua se le trababa cada vez más y le costaba cada vez más trabajo pronunciar determinadas sílabas, William decidió continuar su conversación en sus pensamientos y evitar así hacer más el ridículo.
Ahora la frase de ponerse a trabajar pronunciada por su hermano cobraba un nuevo sentido para él.
Por eso madrugaba tanto todos los días...para tener hecha la digestión para cuando llegase su amiguita la meretriz.Aún continuaba pareciéndole inexplicable e imposible: su hermano con una prostituta.
Porque tenía que ser una prostituta ¿verdad?
La únicas mujeres que él había conocido que realizaban el francés sin ningún tipo de reparos habían sido cortesanas. Bueno sí, y la maharajaní de Jaipur, pero ella era india y los indios estaban mucho más adelantados en lo que al sexo se refería. Y bastaba una ojeada por encima al Kama Sutra para reafirmarlo.
Tenía que ser una prostituta.
No cabía ni había margen u opción a otra posibilidad.
Aunque de lo poco que había atisbado del vestido por el hueco del escritorio, éste parecía de buena calidad y daba la sensación de que estaba bien confeccionado y cosido. Casi a todas luces parecía un vestido de paseo confeccionado para que lo luciese una...
No.
No podía ser.
De ninguna manera.
"¿La mujer que había debajo del escritorio era una noble?" se preguntó William incapaz de creerlo. "¿Qué demonios?" protestó."¿Qúe pasa aquí?" se quejó. "¿Es que durante el corto espacio de tiempo qe he estado inactivo las mujeres lo habían aprendido todo sobre las artes amatorias?" protestó, enfadado y cruzándose de brazos.
Después, se echó a reír.
¡Era un disparate!
¡Y una soberana tontería!
Jamás.
Jamás ninguna noble o joven debutante se mostraría así de desinhibida sexualmente en una casa que no era la suya.
La única mujer que se le ocurría a la mente a William en estos términos era...
"¡Oh Dios mío! ¡Christian es el nuevo amante de la condesa de Oxford y Mortimer" exclamó. "¡Dentro de muy poco vas a ser tío!" exclamó."¡Tío bastardo!" añadió dando un nuevo trago a su copa.
Trago que esta vez le costó bastante tragar.
"William, tienes que mudarte" pensó de repente.
Y de repente el cielo se abrió y le iluminó con toda la potencia de los rayos del Sol.
Tenía que mudarse.
Correción.
Debía mudarse.
Era un imperativo mental.
Lo cierto es que no se había mudado y poseía una casa propia en Londres acorde a su status de duque principalmente porque durante su estancia en la guerra y sobre todo, desde su regreso de la misma, la relación con su hermano había mejorado tanto que casi podía considerarse fraternal, superando ambos las críticas y las rivalidades creadas por su padre para separarlos.
Ahora que había reencontrado a su hermano quería disfrutar de él y no dejarlo solo en su casa. Casa que por otra parte no era muy grande y que contaba con un escaso personal de servicio acorde a la misma, es decir, escaso. Así que en teoría, Christian no vivía solo en su casa y éste no sería un argumento válido para su estancia permanente en ella.
Por otra parte, William debía reconocer que era extremadamente vago y perezoso y además se (y le) había acostumbrado a los cariños, comidas y cuidados de la señora Rider.
Señora Rider que jamás se iría a vivir con él a su casa, siendo bastante complicado (por no decir imposible) encontrar a una criada que se le asimilara. Añadiendo con esto otro motivo por el cual prefería quedarse junto a Christian.
Y por último (siendo también el principal) el motivo por el cual William no se habñia ido de casa de su hermano era porque aún no había dado ni encontrado con una casa que se ajustase a las enormes expectativas y requisitos a cumplir que su casa y residencia oficial londinense debía tener: no solo debía ser grande, que también, dado que él tenía muchas cosas (especialmente libros puesto que le encantaba leer, los coleccionaba y además mercadeaba con ellos), sino que también debía ser luminosa y sobre todo, debía parecer un hogar. Nada de esas lúgubres mansiones enormes más parecidas a casas de catálogos que a viviendas y residencias ocupadas de continuo.
No.
Él quería un hogar.
Y dado que no lo había encontrado, se quedaba donde estaba.

Esa había sido su retahíla de pensamientos hasta hace una hora más o menos
Pero tras ver lo que acababa de ver (y que era imposible de olvidar por mucho alcohol de mierda que bebiese en este espantoso sitio) sus prioridades y pensamientos acerca de buscar una casa propia habían cambiado.
Debía buscarse una y mudarse cuanto antes.
Aunque viviese solo al principio sin ningún miembro del servicio.
No importaba.
Tenía que irse.
Así podría llegar a casa borracho (como hoy nuevamente) tantas veces como quisiera sin recibir reprimendas o mensajes reprobatorios por su comportamiento.
Así podría pasearse desnudo y sin batín por su cuarto de camino al baño recién despierto.
Así podría comer lo que se le antojase sin tener que ajustarse al menú saludable preconcebido por Christian.
Así montaría juergas y escandalosas fiestas dignas de ser recordadas y mencionadas en la columna de la famosa cronista social de turno sin quejas y oposición de otras personas.
Y sobre todo, así evitaría ver a su hermano practicar preliminares y tener relaciones sexuales salvajes, espontáneas y divertidas con una prostituta (que bien podría ser como otra posibilidad la condesa de Oxford) en el despacho de su casa ¡sin el pestillo echado!